Senderos de oportunidad económica en Estados Unidos
La crisis ha hecho que los puertorriqueños vuelvan a emigrar en masa a Estados Unidos, aunque no tan masivamente como a mediados del siglo pasado; o por lo menos eso es lo que se refleja en los datos más recientes del Negociado del Censo. Ante esta nueva oleada de emigrantes que buscan en otras latitudes las oportunidades que aquí son cada vez más escasas, cabe preguntarse cómo les fue a los descendientes de aquella primera gran diáspora puertorriqueña. La contestación parece ser que no les ha ido tan bien como a los descendientes de otros grupos de inmigrantes a Estados Unidos. Todavía hoy, los puertorriqueños en ese país se encuentran con demasiada frecuencia en las escalas más bajas del mercado de trabajo, y a pesar de estar ya en la tercera o cuarta generación se les sigue haciendo escabroso el sendero hacia la prosperidad.
Este es uno de los mensajes centrales de un número especial de la revista Centro, una publicación académica del Centro de Estudios Puertorriqueños de Hunter College, en la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Con el título de “Senderos hacia la oportunidad económica” (Pathways to Economic Opportunity), el número especial, correspondiente al otoño de 2011 (Vol. XXIII, No. 11) se dedica al análisis de la participación de los puertorriqueños en los mercados de trabajo de salarios bajos en Estados Unidos y a la exploración de posible avenidas pare mejorar la condición laboral de estos compatriotas nuestros. El título sugiere una perspectiva esperanzadora—se trata de identificar oportunidades, no de quejarse por la mala fortuna—, pero la realidad que se retrata no deja de ser dura. Basta mencionar un dato que llama la atención del lector no especializado en estos temas: la mitad de los trabajadores puertorriqueños mayores de 25 años se ocupa en empleos clasificados como de salarios bajos, y esta proporción es el doble de la que corresponde a los blancos, los asiáticos y los mexicanos. Sólo los dominicanos tienen una presencia proporcional más alta que los puertorriqueños en los mercados laborales de salarios bajos. Esto no es lo que uno esperaría de una población que incluye a un gran número de personas nacidas en Estados Unidos, de tercera y hasta cuarta generación, y que, a diferencia de muchos otros hispanos, son ciudadanos de Estados Unidos.
La revista contiene siete artículos y una sección final de conclusiones y recomendaciones. Se pueden distinguir dos partes en el conjunto: la primera consiste de tres artículos que abordan aspectos teóricos y demográficos de la experiencia puertorriqueña en los mercados laborales de Estados Unidos; mientras que la segunda—menos técnica y analítica que la primera—son los cuatro artículos restantes, que se dedican a examinar las barreras y oportunidades que se le presentan a los puertorriqueños en algunos mercados y ocupaciones específicas. Llama la atención que los artículos como conjunto, y cada uno por separado, parecen orientados a influenciar la política pública y las estrategias de las organizaciones comunitarias puertorriqueñas, aunque en ningún momento se plantea esta orientación como un propósito expreso de los autores. Este es uno de los atractivos de la publicación, que a pesar de ser un trabajo básicamente académico, deja entrever una preocupación de los autores (y, suponemos, del Centro de Estudios Puertorriqueños de Hunter College) por la realidad socio-económica de la comunidad puertorriqueña e hispana de la cual son parte.
En el primer artículo, de Anne Visser y Edwin Meléndez, los autores analizan datos del período 2006-2008 del American Community Survey (una encuesta regular del Negociado del Censo) para evaluar la participación de los puertorriqueños en los segmentos de salarios bajos en el mercado laboral estadounidense. Luego de documentar que, como ya se indicó, los puertorriqueños están proporcionalmente sobre-representados en los empleos de bajos salarios, Visser y Meléndez examinan ciertas características de esta población como posibles pistas para la explicación de este fenómeno. Los autores confirman que la educación tiene una influencia crítica en la situación de empleo de las personas, ya que los datos muestras una mejoría sostenida y sustancial en la condición laboral de los puertorriqueños a medida que aumenta su nivel de educación. Por ejemplo, el por ciento de puertorriqueños con un bachillerato universitario que se encuentran en empleos de salarios bajos es menor que el de la población total de Estados Unidos, y también menor que el de los blancos, los asiáticos y hasta los cubanos.
Además de la educación, ciertos factores estructurales del mercado de trabajo también contribuyen a explicar la elevada presencia de nuestros compatriotas en las filas de los asalariados peor pagados. En particular, muchos puertorriqueños se ocupan en industrias que se han quedado rezagadas con los cambios en la economía estadounidense, en parte por su área geográfica de residencia y en parte, también, debido a la segmentación de ocupaciones en función del discrimen étnico y racial. Estos factores estructurales son quizás más difíciles de manejar que el acceso a la educación, pero no dejan de ser un área legítima de intervención para la política gubernamental en materia laboral.
Meléndez y Visser son también los autores del tercer capítulo, en el cual utilizan nuevamente los datos del American Community Survey, pero en esta ocasión para examinar las características de los migrantes recientes entre Puerto Rico y Estados Unidos. Un hallazgo interesante de esta investigación es que no se encuentra evidencia categórica de que existe una “fuga de cerebros” de Puerto Rico al continente, como tanto se ha dicho. Sí se encuentra, en cambio, evidencia débil a favor de dicha teoría, ya que entre los migrantes con altos niveles de capital humano son más los que se marchan de la Isla que los que regresan. Curiosamente, los dos grupos que más representados están entre los que migran en ambas direcciones son extremos opuestos de la distribución de capital humano: los más educados y los trabajadores menos diestros (aquellos en ocupaciones de salarios bajos). Para los estudiosos de la migración, este capítulo contiene una discusión interesante de las teorías que se han utilizado para explicar los flujos migratorios entre Puerto Rico y Estados Unidos, y una evaluación de la validez de dichas teorías a la luz de los movimientos más recientes que se reflejan en el American Community Survey de 2006 a 2008.
Otros dos investigadores, William Vélez y Pat Smith, estudian la transición de los estudiantes puertorriqueños de la escuela superior a la universidad, en el segundo artículo del conjunto. Dado que el nivel de educación alcanzado por los puertorriqueños tiene una influencia tan crítica en la probabilidad de que no caigan en la trampa de los salarios bajos, es vital entender los factores que determinan la transición de los jóvenes de la educación básica a la educación avanzada. Un hallazgo algo sorprendente es que el estatus socio-económico de la familia no se presenta claramente como un determinante de la probabilidad de que un joven puertorriqueño entre a la universidad. Esto es contrario a lo que se espera y a lo que suele observarse en otros grupos. Es decir, en contrate con otras poblaciones, los puertorriqueños no parecen tener el mismo éxito en pasarle de una generación a otra los beneficios de una posición socio-económica favorable. Es algo que merece estudiarse en más detalle.
Otros artículos se concentran en áreas muy específicas de posibles oportunidades económicas para los puertorriqueños. Víctor M. Torres Vélez argumenta que los puertorriqueños deberían tener buenas oportunidades de colocarse en los llamados “empleos verdes”, aquellos que se relacionan con actividades benignas para el medio ambiente. Según este investigador, las organizaciones comunitarias puertorriqueñas han tenido un papel destacado en las luchas por la llamada “justicia ambiental” y esto las coloca en una posición ventajosa para promover los empleos verdes en sus comunidades. Carmen I. Mercado propone un plan para educar más maestros puertorriqueños, ya que existen buenas oportunidades de empleo con salarios relativamente altos en la educación pública y privada. La alta demanda por educadores bilingües y conocedores de la cultura hispana en la región este de Estados Unidos es la fuente de esta oportunidad económica que, según Mercado, no se está aprovechando plenamente en la población puertorriqueña. De manera similar, Anthony De Jesús identifica oportunidades de mejoramiento para puertorriqueños que actualmente ocupan posiciones de bajos salarios en agencias y programas de trabajo social. De Jesús discute tres vías de movilidad para que estos trabajadores transiten a empleos mejor pagados en el mismo campo del trabajo social, para lo cual, obviamente, se requiere fortalecer su preparación académica y profesional.
En el capítulo de conclusiones, Edwin Meléndez y Anne Visser señalan que el caso de los puertorriqueños tiene elementos muy específicos que lo distingue de los de otros grupos de hispanos y migrantes a Estados Unidos, y argumentan que los artículos de este número especial evidencian la necesidad de estudiar con detenimiento esa especificidad. Para los estudiosos de la migración, la demografía, la educación y el mercado laboral, estos artículos proveen abundante material para la reflexión y la investigación futura.
Cierro relatando un diálogo que me vino a la memoria leyendo los primeros tres artículos de este número de Centro. Hace unos 25 o 30 años, en un programa de la televisión norteamericana, un joven afroamericano (entonces no se usaba ese término, sino que se le hubiera llamado un joven negro) discutía con su padre porque quería salirse (drop out) de la escuela superior. Sus amigos, militantes en la afirmación afroamericana, lo habían convencido de que los negros no podían desarrollar una sicología sana en la escuela de los blancos. Su padre estaba consternado y escandalizado, y luego de esgrimir infructuosamente todos los argumentos imaginables para disuadirlo, terminó gritándole exasperado: “¡No te puedes salir! (You can’t drop out!) El joven lo increpó, desafiante: ¿Por qué no? (Why not?!) Y el padre contestó, en voz baja, como hablando para sí mismo, con una sentencia que nunca olvidé, porque carga la amargura de una vida de sufrir discrimen: Because we ain’t dropped in yet! (¡Por que todavía no estamos adentro!)
[Ver el ensayo introductorio de la revista, por Edwin Meléndez y M. Anne Visser, aquí]