Siria, el remanente de la espiral catastrófica
♪ I said to myself, “Where are you, golden boy,
where is your famous golden touch?”
I thought you knew where
all of the elephants lie down,
I thought you were the crown prince,
of all the wheels in Ivory Town.
Just take a look at your body now,
there’s nothing much to save
And a bitter voice in the mirror cries,
“Hey, prince, you need a shave. ♪
–Leonard Cohen
Igualmente, desde la acción y la óptica de aquellos que cuestionan al poder, su proceder apunta a subvertir violentamente – a cualquier costo y por cualquier medio, sin tomar en cuenta las consecuencias – el ordenamiento político. Ambas tienen el potencial de posibilitar el caos, de degradar la vida humana de forma tosca, embrutecida y breve. Ello también es parte inherente del proceso de formación o reformulación del estado-nación. Toda comunidad imaginada ha tenido que sobrellevar ese proceso en su continua (re)estructuración, algunas de manera perenne, incidiendo en el instrumento primordial del ejercicio de poder que es el Estado, además de la vida en sociedad y la actividad productiva. Siria, en ese sentido, no es la excepción.
Siria acaba de entrar en su octavo año de guerra civil (ver esta cronología de Al Jazeera), una espiral catastrófica aparentemente sin fin. Las piezas del tablero estratégico siguen poseyendo una complejidad elusiva en el escenario poco sencillo y embaucador de Medio Oriente (de eso hablaremos en otro escrito)[2]. Las percepciones del conflicto, particularmente de la prensa estadounidense, haría pensar a la audiencia que hay un solo enemigo, una única figura maligna en todo el proceso (a esos efectos, ver este artículo del periodista Steven Kinzer en The Boston Globe). El problema es precisamente, que, en la guerra civil, los enemigos son muchos, no solo Bachar el-Assad quien apenas recobra autoridad suprema sobre el territorio de la nación levantina. Los informes apuntalan que los rebeldes también se comportaron tiránicamente, no solo Daech, el otro nombre de Estado Islámico. Todos torturaron, mataron, forzaron sexualmente mujeres, niñas y niños (ver comunicado e informe de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU), en un escenario fluido donde no solo la verdad, sino también la dignidad humana fueron víctimas. El saldo queda: más de cuatrocientos mil muertos, 6.5 millones de desplazados internos, gente que se tiene que mover de un sitio a otro para mantenerse con vida. Estos son los muertos caminantes, refugiados mal recibidos, mal tratados, desarraigados, desesperanzados. Las cifras más recientes del saldo humano de esta guerra civil las tiene el Internal Displacement Monitoring Center; leen como historia de terror.
¿Cómo llegamos hasta aquí? Los lamentables incidentes el 15 de marzo de 2011 consolidaron un proceso de fragmentación y eventual colapso del espacio político sirio. En el contexto de la mal llamada “Primavera árabe”, quince jóvenes oriundos de la ciudad de Daraa, en la región sudoccidental del país, fueron aprisionados y torturados por el régimen de Assad por pintar grafiti anti-gobierno. El incidente es el detonante, provocando una jornada intensa de protestas que ya no pide reformas sino –armas en mano– la salida de Assad de la presidencia. La ruptura vino en el momento en que las partes se apuntaron mutuamente y tiraron del gatillo. Esta es la coyuntura irreversible, ya no habría marcha atrás ni beneficio de la duda al régimen que, entre 2000 y 2001 inició –tentativa y postizamente–, una conversación nacional para hacer a Siria más representativo de su diversidad étnica y religiosa a nivel político. La organización Human Rights Watch menciona el proceso en su informe del 16 de julio de 2010, titulado: ‘A Wasted Decade: Human Rights in Syria During Bashar al-Assad’s First Ten Years in Power. El documento es a la vez narrativo y advertencia, el intento de Assad de abrir espacios de disensión e inclusión instigó a la población siria, particularmente a su mayoría árabe musulmán suní, a imaginarse otro país posible.
Plantearse, tal vez, en ese pequeño espacio de apertura llamado la ‘Primavera de Damasco’ (aquí un narrativo de Ángeles Espinoza en El País) una Siria sin autoritarismos, en continuidad secular, sin golpes de Estado ni protagonismos castrenses, construyendo un genuino parlamentarismo alrededor de un arreglo federal o confederal que permitiera igual oportunidad de desarrollo, económico y humano, en toda la extensión de su territorio y de sus distintos grupos étnicos fue lo que estimuló sus imaginarios, y lo que provocó una década más tarde la respuesta virulenta de una parte del demos.
La esperanza de una apertura política doméstica, para luego cerrar las posibilidades – la idea – de diálogo plural, combinada con el resentimiento de sirios árabes suníes, provoca el rápido deterioro de la situación. Comienza aquí la espiral catastrófica, el fallo monumental, lo llamo yo, precisamente porque la política como articulación de la vida en común, aspiración a lo plural, germina y desaparece en secuencias rápidas de esa porción del Levante. El detonante arriba descrito no sería causa de fallo monumental en otros contextos y no iría más allá de una discusión en torno a la estética del espacio urbano, incluso si el mensaje fuera político. Pero en Siria constituyó el comienzo del fin de la “institucionalidad” tal y como se configuró en el arreglo político pos independencia. Luego de que Francia “soltara” el fideicomiso que, desde el ordenamiento internacional, impusiere con Gran Bretaña en las antiguas provincias del Imperio Otomano (el plan Sykes-Picot). De aquí salieron otros entes problemáticos: El Líbano, Jordania (en su primera fase), Iraq y el Estado de Israel, que al igual que Siria, sobrellevaron problemas de desarrollo, producto de lo que llamo el legado perverso del colonialismo, para luego crear los suyos propios, en el contexto de la Guerra Fría y las ambiciones hegemónicas tanto de los Estados Unidos como de la Unión Soviética.
En su primer acto, facciones unidas a favor de la autodeterminación de lo que se llamaría Siria se tornaron rivales, dando paso a un juego inicuo de intrigas políticas que sustituyeron el pretendido desarrollo institucional del nuevo estado y dieron protagonismo al único ente e instrumento político viable en la nueva república, las fuerzas armadas. Entre 1946 y 1971 se suscitaron un número considerable de golpes de Estado formulados por militares ambiciosos, sedientos de poder y protagonismo en el contexto local y sobretodo regional. Con el auge y ascenso de Hafez el-Assad al poder en Siria se produjeron tres procesos fundamentales: la estabilización política bajo el puño de hierro de Assad padre, la creación de una dinastía político-familiar de la cual Bachar el-Assad es el heredero desafortunado y la consolidación de la minoría alauita, en colaboración con las minorías cristianas y la lealtad incondicional de los drusos, como regentes y casi exclusivos del Estado. Faltaba el instrumento político-ideológico que le daría aliento de vida y razón de ser: el baasismo, socialismo panárabe con fuertes tonos (ultra) nacionalistas. Una vez expurgada de su enorme influencia nasserista, esta se hizo indistinguible del estado sirio (y también del iraquí), arraigando con ello un gobierno de partido único que sobrevive en precario hasta estos días.
Este es el problema fundamental del autoritarismo, su funcionalidad en detener la disensión, el cuestionamiento sobre la dirección que toma el proyecto de país, es temporero. Cuando hay décadas de por medio en “estado de emergencia” o “estado de excepción”, la acumulación de reivindicaciones, reclamos, desagravios, se vuelve insostenible. Mantener a raya las fuerzas vivas, orgánicas, de una sociedad a través de prácticas autoritarias tiene consecuencias en el largo plazo, sean estas un culto sumiso a la personalidad, como sucede en Corea del Norte, o explosiones sociales con consecuencias políticas nefastas en Medio Oriente y el Magreb (Libia, Egipto, Siria, Bahréin, Yemen, quienes llevaron la peor parte de la Primavera Árabe). La ausencia de válvula de escape, sea a través de una prensa libre, acceso irrestricto a las tecnologías de la información, la protesta democrática, la toma de espacios en la esfera pública, renovación del mandato electoral[3], una rama judicial independiente y el derecho de cuestionar el mandato y exigir un cambio de dirección a aquellos que ejercen el poder, acumula presión considerable que será manifiesta de la peor manera posible. La debacle, en la forma de guerra civil, es el distintivo más común y Siria el caso más reciente. La solución política tendrá, en efecto, que ser creativa e inclusiva, pero de pronto, en lo inmediato, la preservación del orden institucional con Assad al frente es de importancia crítica, aunque cueste decirlo.
Aparte del costo humano y económico, Siria constituye una de las piezas más significativas del tablero geopolítico de Medio Oriente, y tocaré esto en otro escrito. En términos reales, a pesar de que la guerra civil continúa en la periferia siria, lo cierto es que casi todo el territorio utilizable del país está en manos de Assad o de sus aliados. El conflicto debería estar por terminar, pero no es así. Lo acontecido en Siria ha reanimado el extremismo sectario entre suníes y chiíes y sus autodenominados defensores, Arabia Saudita e Irán. Más allá de la dinámica interna en el ruedo político sirio, la influencia del sectarismo se evidencia en otros entornos. El mismo se encuentra presente en el reordenamiento político iraquí tras los resultados de los recientes comicios parlamentarios en Irak. Igualmente, se manifiesta a través de una guerra imprudente y catastrófica liderada por saudíes en Yemen contra insurgentes hutíes y un proceso sistemático de aislamiento económico y diplomático en Catar. Del mismo modo, la situación regional ha influenciado la política en Israel, a través de un recrudecimiento de los esencialismos que alimentan la ultraderecha en ese país con la aprobación de una ley que declara a Israel como Estado fundamental y exclusivamente judío, en detrimento constante de los palestinos y de otras minorías presentes en ese país. Tal es la naturaleza del antagonismo desmedido y violento nutrido por ideas maniqueas y absolutas de la identidad. Dejadas a su voluntad, sus expresiones más puras toman forma familiar: violencia política y la guerra.
[1] Arendt, Hannah, 1997, ¿Qué es la política? Traducción de, Was ist Politik? Aus dem Nachlaß por Rosa Sala Carbó Barcelona: Paidos.
[2] Para un trasfondo de Medio Oriente la siguiente lista, sin duda incompleta, provee al lector-investigador un panorama abarcador de la misma. Hourani, Albert, 1991, A History of the Arab Peoples, New York: Warner Books; Friedman, Thomas, 1989, From Beirut to Jerusalem, New York: Anchor Books; Said, Edward, 1994 [1978], Orientalism, New York: Vintage Books; Fisk, Robert, 2007, The Great War for Civilisation: The Conquest of the Middle East, New York: Vintage Books; Fromkin, David, 2009, A Peace to End all Peace: The Fall of the Ottoman Empire and the Creation of the Modern Middle East, New York: Holt. Para un vistazo exclusivamente enfocado en Siria, ver Wieland, Carsten, 2012, Syria: A Decade of Lost Chances, Seattle: Cune Press.
[3] Recordando siempre la siguiente hipótesis: ‘La democracia es relativa, contingente, precaria; existe en constante estado de fluidez’.