Sobre la caída de baba y otras manifestaciones afectivas
Sobre un celestial fondo azulado, unos rostros boquiabiertos presencian un espectáculo cuyo poder de fascinación no se nos permite compartir. Obnubilados, parecen ajenos al hecho de que se escapa una gota o un hilo de saliva, a veces una cascada, por el borde de sus bocas. Como director en este escenario, el fotógrafo Carlos Ruiz-Valarino revela a la vez que oculta, y deja a nuestra imaginación la libertad de descifrar aquello que se esconde más allá de las burbujas que enmarcan tan húmedas escenas. Cargada de polisemia, la caída de la baba puede llegar a ser, literaria y visualmente, tan conmovedora como abyecta y tan jocosa como también inquietante.
Existen, en efecto, pocas manifestaciones físicas tan contundentes como la secreción de saliva a la hora de revelar el afecto, el deseo o la abstracción del pensamiento. Sin embargo, son raras y escasas las representaciones que de ella y de sus implicaciones emocionales se han efectuado a lo largo de la historia del arte. No han corrido la misma suerte otros fluidos corporales, como la sangre y las lágrimas, que han llegado a ser fundamentales en la configuración de algunos géneros de la disciplina. La sangre, que fluía en densas gotas o a raudales en la representación pictórica de martirios, batallas y otras violentas ejecuciones, se convertiría en un elemento de constante presencia en la iconografía occidental. Las lágrimas, aunque con bastante menos recurrencia, protagonizan también algunos de sus capítulos más conmovedores. En un magnífico óleo sobre tabla de Roger van der Weyden, el cuerpo de Cristo desciende de la cruz, al igual que lo hacen, por el rostro compungido de casi todos los que presencian o asisten en este acto, decenas de gotas saladas.Por las mejillas de San Juan, también presente en El descendimiento (h. 1435), saltan algunas de ellas, transparentes y delicadas, mientras que otras se van acumulando y esperan su turno para convertirse en evidencia de tan dramática escena. En la misma línea del llanto por la muerte de Cristo, también otros temas se prestaron para que el pintor luciera sus habilidades en la plasmación de las lágrimas, como sucede con las del arrepentimiento de San Pedro, quien en uno de los óleos de El Greco alza su mirada hacia el cielo mientras sus ojos se desbordan de amargura con esta líquida muestra de desolación.
Desolación, temor, envidia u odio son algunos de los elementos que han protagonizado la representación de las pasiones a lo largo de la historia del arte. Esta tradición está ya presente en la antigüedad grecorromana y alcanza un notable impulso en el Barroco, cuando adquiere una mayor profundidad teórica, de la mano, entre otros, de René Descartes y su Tratado de las pasiones del alma (1649). Con un similar talante científico, el artista Charles Le Brun, primer director de la ínclita Academia de Pintura y Escultura francesa, establece unas bases plásticas en su Conferencia sobre la expresión de las pasiones (1668) para la configuración de un catálogo de los afectos a través de las expresiones del rostro humano, el cual sirvió, además, como método de estudio para los pupilos de la prestigiosa institución que dirigía. Las páginas de los cuadernos de Le Brun vendrían a sustentar de modo sistemático la fascinación por la fisiognomía. Sin embargo, sus dibujos se limitaban a gestos y expresiones faciales, y no había rastro en ellos de fluido corporal alguno que se pudiera asociar con las pasiones humanas, ya fuera sudor, lágrimas y mucho menos saliva.Con la llegada de la fotografía se abrirían nuevas posibilidades en la búsqueda de la veracidad en la representación de los afectos, especialmente con las investigaciones de Charles Darwin y su publicación de una obra relevante sobre la teoría de la evolución, The Expression of the Emotions in Man and Animals (1872). En esta obra, que se convirtió en el primer libro de la historia que utiliza la fotografía como evidencia científica y documental, el británico contó con la asistencia del conocido fotógrafo Oscar Rejlander, quien orquesta decenas de retratos de individuos cuyos rostros gesticulan un amplio repertorio de emociones. Además de adultos, Darwin revela especial predilección por las fotografías de niños, pues les parecía que sus gestos eran más genuinos y no estaban controlados por imposiciones adultas. A pesar de que no resulta explícito en las imágenes, es de suponer que en algunas de las representaciones, de las bocas de los niños se escaparía, ahora sí, alguna que otra gota de saliva.
El control y su ausencia parecen ser también un factor determinante en la representación de este fluido que propone Ruiz-Valarino. El mismo título de su reciente serie de fotografías y videos así parece confirmarlo, con un explícito y lúdico Semecaelababa: No me puedo controlar. Algunos fragmentos faciales que se asoman por el formato circular de las piezas sugieren tener rasgos infantiles, lo que permite rebajar en las escenas la tradicional censura asociada con la secreción de saliva en la edad adulta. En este sentido, en las fotografías se condensan diferentes polos opuestos, como el deseo que estimula la acelerada producción de saliva y la repulsión que este acto produce en el observador, así como la belleza inmaculada de los rostros y del fondo celeste, junto a la abyección que provocan los hilos de baba burbujeante. Además de estos factores, el humor es también un elemento clave, ya que la concentración en el secreto objeto de deseo que parece provocar el babeo en algunos rostros se convierte en una escena jocosa y dibuja una sonrisa cómplice en nuestros labios, acostumbrados como estamos a presenciar tradicionalmente la secreción dramática de saliva en la boca de personajes cómicos de animación ante manjares deliciosos o ante sus particulares presas sexuales.En uno de los videos que forman parte de esta serie, sin embargo, el rostro del personaje está totalmente oculto y también ha desaparecido el escenario celestial en el que otros se asomaban. Sobre la garganta y llegando hasta los pechos de un busto femenino, corre un río de baba con una parsimonia tan forzada que logra incomodar a la vez que divertir a las atentas miradas que siguen su curso. El movimiento ralentizado de este video, titulado explícitamente Drooling, hereda una marca de identidad de uno de los videoartistas más reconocidos en la actualidad, Bill Viola. No por casualidad, también este creador neoyorquino lleva tratando durante años, con su serie The Passions, la representación de las emociones humanas en la tradición de la fisiognomía que ya trabajaron Le Brun, Darwin o Duchenne, pero con un atractivo lenguaje que parece fusionar fotografía y video gracias a la levedad casi imperceptible de la transición entre las expresiones.
Sin embargo, lo que en Viola es histrionismo ralentizado, en las piezas de Ruiz-Valarino se consigue con una economía drástica de gestos. En los segundos finales de Drooling, el creador puertorriqueño acaba jugando con un guiño al espectador a través de la caída abrupta del río de saliva, a modo de explosiva metáfora sexual. El rostro aquí se ha escondido, pero de revelarse, lo haría con los rasgos de una beata berniniana en pleno paroxismo pasional o los de una extática dama de factura daliniana. Como el mismo genio de Figueres se encargaría de demostrar en algunas de sus polémicas obras, las implicaciones polivalentes de la saliva remiten al embeleso, a la adoración, a la aversión e incluso al escupitajo irreverente. Y su manifestación plástica, en cualquiera de estos casos, sigue despertando un incómodo tabú del que es complicado librarse.
La exhibición Semecaelababa: No me puedo controlar estará abierta hasta el 17 de febrero de 2012 en el espacio Metro: Plataformaorganizada, calle O’Neill #174, paralela a la Ave. Roosevelt, Hato Rey.