«The dare is the lure»
Una invitación al detalle en la reciente puesta en escena de la bailarina Karen Langevin1
Cómo apalabrar algo que no está ahí… cuya presencia es precisamente la impermanencia. El reto que lanza Ojo al detalle, de Karen Langevin, es precisamente una posibilidad de aceptar el reto y tirarse al ruedo. Aunque estas mismas palabras suenan acartonadas, o quizás ya articuladas en el contexto de la escritura relacionada a la improvisación en danza contemporánea, es necesario hacer una pausa para pensarlo un poco más, o mejor, para darle ojo al detalle.Langevin se propuso hacer una pieza sobre el complejo universo de la percepción visual, la memoria, el contexto: Ver ¿o verse? ¿Que la veamos a ella o que nos miremos a nosotros? ¿ O todas las anteriores? Sí, y probablemente algunas cosas más: la virtuosidad de una bailarina que “confiesa” durante el baile tener 48 años, dos hijos, un marido y ser hija de padre alcohólico. Pero no es necesariamente ahí que yace el detalle, pues la autobiografía es otra construcción necesaria en este expediente corporal pesado que nos deforma los hombros, nos acorta el cuello y que nos dobla prematuramente, como si el doblegarse no fuera sólo metáfora: el cuerpo literalmente tiene esa mala tendencia de coger pa’bajo… Esta bailarina es también maestra de la técnica Alexander –dedicada a trabajar con la postura-metáfora del mal uso del cuerpo que atraviesa la historia humana moderna— para volver a algún tipo de noción ancestral de un cuerpo pensante. Acompaña casi todas sus intervenciones en el escenario con un esqueleto tri-dimensional, como el de las clases de anatomía y laboratorios de películas. Este esqueleto lo maneja nuestra guía, Mari Martín, quien dice ser la voz que nos irá dando las pautas de lo que “ese cuerpo: Langevin y su espejo esqueleto” conforman en este universo performático de la percepción.
La pieza, que también juega con el movimiento del público, las ventanas reales del espacio y la interacción con la audiencia en el escenario, presenta otra manera de ver el hacer escénico en su confección plural de lenguajes. Para ello, Langevin convocó a la joven dramaturga y directora Sylvia Bofill a colaborar en la confección de textos y de montaje, sin hacer danza-teatro. Esto imparte una cierta formalidad teatral a un universo improvisatorio que su público normalmente percibe en su estado crudo, sin las pretensiones del teatro. Los espectadores de danza improvisada asisten a eventos de improvisación, donde se persigue tener una experiencia en común y recientemente, en el proyecto Piso de la bailarina Noemí Segarra, hay inclusive una invitación a propiciar un diálogo entre la improvisación y la cotidianidad en espacios inusuales, como la misma calle, por ejemplo. De hecho, este aspecto impermanente de la práctica de baile contemporáneo que se hace en vivo y que se enfoca en un universo de movimiento auténtico –y que además presenta retos de “legibilidad”— es precisamente la parte fundamental del diálogo entre danza, teatro, vida y performance al cual nos invita Langevin.
¿Cuál es entonces el reto que seduce? La pregunta que los teóricos de la danza contemporánea plantean y piensan es precisamente la que hace fascinante la experiencia de ver danza. Dice Simona Donato:
Mostrar cómo la aparente banalidad de lo cotidiano y la original creatividad coreográfica pertenecen al mismo horizonte en el lenguaje de la danza contemporánea –la complejidad del lenguaje kinestético— es el resultado inmediato de nuestra reflexión. La danza, por lo tanto vivifica y fortalece el sentido kinestético de cada uno, mostrando, al mismo tiempo, la posibilidad de un espacio común. (15)2
Creo que en nuestro país nos conviene prestar ojo al detalle de esa vivificación y fortificación en un campo de las artes que prevalece, atrae cada día más adeptos y sin embargo, no goza de la misma atención que le prestamos a los otros campos escénicos como el teatro y la música.
El espacio en común en este caso es dentro del taller-teatro de la compañía Y No Había Luz cuya ubicación en el centro del perímetro “cultural” de Santurce también nos invita a ver la necesaria relación-interpelación del arte en una ciudad, que se resiste a ser ciudad de las artes. A pesar de los ejes que se cruzan entre la Ponce de León y la Fernández Juncos, la Central High, frente al teatro, el Ballets de San Juan en esa misma cuadra, La Respuesta y el Local casi detrás, etc., hay una desconexión palpable entre todos esos públicos, incluyendo el del Bellas Artes, Francisco Arriví, Victoria Espinosa, etc. En el teatro de Y No Había Luz se puede ver por la ventana hasta Cataño, recordándonos que la percepción de una geografía cultural es también parte de la reflexión que nos permite esta experiencia ¿escénica?. Ver desde la ventana evoca la ventana del fenecido Teatro-Estudio Yerbabruja que invitaba a la misma pregunta de la relación entre teatro de bolsillo y necesidades expresivas artísticas, sociales y comunitarias y la ciudad donde habitan sus artistas y su público. Otro posible ojo al detalle que la ubicación de la pieza en este generoso taller-teatro permite.
Probablemente se me han escapado innumerables detalles, pues de eso se trata la experiencia individual del espectáculo. Cada cual que se fije en su detalle. La pieza continúa del 25 al 27 de octubre a las 8:00 pm en el Taller Teatro Y No Había Luz, en la Avenida Ponce de León 1426, local 303.
Información y programa digital: http://ojoaldetalle.wordpress.com/programa/
- «The dare is the lure» es un término tomado de Melinda Buckwalter, Composing While Dancing: An Improviser’s Companion. Madison: University of Wisconsin Press, 2010. [↩]
- Donato, Simona: “Prólogo”, Pensar la Danza, Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, 2004. 9-17. [↩]