Tres días con Tamara Walker
Llego a Puerto Rico esa noche. En el avión intento leer a Maupassant y no me sale, por supuesto, considerando que Tamara, en su corta visita unos meses atrás, no más que entrara a mi habitación agarrara el librito azul marino gastado y denunciara silbando: “¿Qué carajos haces tú con un libro de Guy de Maupassant? Tú nunca te has leído a Guy de Maupassant.”
Me recoge mi amigo Sicólogo y, por la hora, vamos a Los Pinos. Carne frita con tostones, una Presidente, y la conversa inepta y recurrente sobre querer de nuevo y quizás dejar de comer carne.
La mañana del miércoles es placentera. Recibo mensaje de Nilda, radicada en NOLA, diciendo que la imagen de la que no puede zafarse es de Tamara “culeca” en el pasillo de Drama porque había conseguido la llave de la puerta trasera del teatro y busca prestármela. La dichosa llave para abrir el dichoso Teatro, pienso.
Flashback a enero, se siente lejísimo, de Tamara me dice: “Javi, ¿te acuerdas cuando te pedí que no le dijeras a nadie que fui yo quien te dio la llave del teatro? Ya no me importa, díselo a to’ el mundo. I give you permission to say it at my funeral.”
En Libros AC me topo con un amigo músico que me cuenta que los Y no había montan su retrospectiva en conmemoración a los diez años de su compañía. Impulsivamente, me lanzo al MAPR, ya van cerrando pero entramos igual. En el cuarto piso (¿o acaso este es el segundo?) puedes entrar a la exposición de Goya a la izquierda, o a la derecha al mundo mágico y maniobrado de Y no había luz. Quiero ver a Goya, pero el tiempo apremia. Entro a lo que aparenta ser el taller de la compañía, quienes han trasladado su taller entero (o su simulacro) a la entrada de la exposición. Es verdaderamente espectacular. Los veo, los saludo, los abrazo. Contemplo la manera en que a los miembros de compañías se les conoce por el gentilicio de su grupo, y es así como tenemos a los yuyos, los mayerbos, los breves…
Para los sin-carro en San Juan, Libros AC se convierte en centro estratégico. Buena comida, buen café, entre el aquí y el allá. Rojo llega a mi oficina inesperadamente y juntos caminamos a Abracadabra a ver Nuestra Señora de las Nubes. Es inevitable. Durante la narrativa, poética y minimalista –de Rosa Luisa Márques– imágenes y recuerdos de Tamara se apoderan de mí, a la vez que reitero en vivo mi admiración por la artistería del tremendo dúo que encarna a Bruna y a Oscar. Ella me mira al decir: “Extrañar a un país, aunque sea el país más perverso del mundo.” Decido caminar hasta Miramar, pero pasa una guagua y me monto. Esa noche no duermo.
2
Me levanto tarde e inseguro. El Sicólogo me prepara café, y con la Actriz voy al Departamento de la Comida donde veo a la Cantautora. Quiero decirle que esta experiencia me recuerda a su obra donde una amiga ha muerto por suicidio,[1] y ella regresa a la Isla para el funeral, pero no me salen las palabras. La comida es buena, ligera, se desmorona en tu boca, y sin darte cuenta soltaste veinte estacas, sin trago. De ahí salimos hacia Canóvanas donde, luego de pasarnos la salida, encontramos al tope de una loma la Capilla y Cementerio Del Pilar. Me armo un cigarrillo en el estacionamiento y veo al Director Técnico quien parece moverse en cámara lenta. No, claro que no: claro que no se entra con prisa a un servicio fúnebre. Fumo, y mientras camino me doy cuenta de que mis pasos también carecen de velocidad normal. La Actriz me rosa los dedos; quiero tomarle de la mano, pero no me atrevo. Ella lee mis pensamientos y siendo menos estoica que yo, me toma del brazo.
La Mamá de Tamara es una mujer hermosa, fuerte y sorprendentemente tranquila a estas horas de la tarde, tipo dos, dos y media. Me agradece el cuido de Tamara mientras estuvo en Nueva York. Quiero decirle que fue un placer, que Tamara y yo la pasamos muy bien; difícil de explicar cómo, esa habilidad de ambos de poner de un lado todo lo feo por el placer del momento. No digo nada. La Actriz se presenta como una amiga y colega de Tamara de los años de Drama, a lo que la Mamá contesta: “Aquí hay gente de todas partes, de música, de caballos, de teatro…” Y de ahí pasamos a Tamara, por un breve instante, sobre cómo había expresado que quería un féretro cerrado, y de cómo encontró unas fotitos para poner en el slide-show. Allí se veían algunas imágenes muy lindas de mi amiga, posando, una tipo head-shot, una junto a un caballo de paso fino y ella vestida como quien cabalga fino, una o dos de niña y una junto al Escenógrafo, con la polo negra, la melena riza y de seguro los kakis y las botas negras, ausentes en la foto. La Actriz y yo nos sentamos, charlamos, recordamos, nos reímos, nos lamentamos y entra el Escenógrafo, quien se mueve por el espacio cual vaquero, saluda al hermano de Tamara, abraza a la Mamá y, minutos más tarde, me cuenta de cómo él y Tamara trabajarían próximamente en Romeo y Julieta, la ópera, en el Perú, y de cómo las cosas han cambiado para él en Puerto Rico. “Ahora lo que hay son compañías (señalándome) como la de ustedes. Nadie necesita de nosotros.” De ahí pasa a discutir el estado de la escena de la ópera nacional, que presenta menos, gasta menos, genera menos. Le digo que está igualito, y se ríe, se gira hacia su esposa y le grita contento: “¡Me dieron un igualito!”
El regreso es raro gracias a pequeños tapones que se formaban aquí y allá de camino a Río Piedras para asistir a la conferencia del Autor. Es raro también porque veo con mis propios cuatro ojos la desfachatez imperialista y clasista, el zoológico turístico que es el Mall de San Juan.
Sentado en los banquitos terracota (eso tira más a burgundy) bajo el árbol de Dafne y Apolo –frente al 135– me fumo un cigarrillo y observo a Fernando Picó caminar hacia la Facultad de Humanidades. Quiero detenerlo para decirle que es gracias a él que escribo, por una asignación y un comentario. Quiero abrazarlo, pero la vergüenza no me lo permite. Camina despacio, casi cojea, pensativo y me pregunto cuánto tiempo lleva aquí. De camino al Palés Matos se cruza con Petra Bravo, quien lo saluda y él, ensimismado, no responde. Petra igual se ríe validando un saludo one-way, y con suave cojera, se aleja.
La conferencia empieza tarde, algo de un mano a mano de llaves y labores mal logradas. El Autor comenta sobre lo que ha cambiado y no en la iupi. Al referirse a la precariedad, los profesores se retuercen con risitas en sus sillas. Comienza la conferencia y el Autor se bota, presenta un film-documental, y elabora sobre la ficcionalización del personaje hipsterican que vive, bastante incongruentemente, en Chinatown (“No todo el mundo tiene que vivir en El Barrio”). Discute también una de mis producciones en niuyól, y la circularidad de todo me ahoga.
Regreso a Libros AC. Ya me miran. La Directora y yo discutimos a Tamara, y como es lo usual, nuestros proyectos en el porvenir, pronto en 2016 nos adentraremos en Hamlet.
La noche que leímos Hamlet en la Casa Caborca fue lunes y me acosté a la una de la mañana. La Mamá me texteó a las dos, del teléfono de Tamara.“This is Tamara’s mom. Tamara is now in heaven.”
El Actor me recoge en su coche a las ocho y de ahí vamos al Bonanza. Fumamos, pedimos, y allí me encuentro con lo que él ha descrito alguna vez como el lugar donde se reúne la nueva clase de teatro y cine (pero, ¿y por qué clase?), y me calmo. Los actores son gente inservible excepto para tenerlos cerca. Hablamos de París, de los viajes y de la valentía de quitarse, de los sueños, de todas las vidas que se viven en una sola, de Tamara, y conspiramos. Se aparece de pronto otra Actriz, quien llega de despedir a Tamara, y con ella me trasporto al teatro cubano y al nacional, del cual me cuenta, y de Angela Meyer y de Sonya juntas en escena, del maquillaje –o su carencia–en la filmación local, ahora en cartelera. La otra Actriz me dice que el diagnóstico de Tamara fue finalmente un colapso físico. Y de ahí nos movemos a la parte trasera del Bonanza a hacer lo propio en la oscuridad. Discutimos todo lo que está pasando en la isla– Mundo cruel, Alejandra Martorell, Fantasmes, Awilda Sterling. Siempre que vengo están pasando mil cosas, digo, y hay quien dice aún que aquí no pasa nada–. No me dejan acabar la oración. Me siguen nombrando cosas que ocurrirán este fin de semana y el próximo. Se planifican viajes a Cuba.
3
En la hermosa terraza de la Anfitriona me bebo un café, converso con el Sicólogo, me pongo a escribir este relato, el Sicólogo se burla de mi libreta bloc, me abre la ventana para que escriba mejor, me pregunta si en serio escribo mejor a mano, le digo que me da igual, que al fin y al cabo, pero pienso en un instante sobre el desarrollo del pensamiento y la elíptica muñeca-índice-pulgar, y me pierdo, me pierdo y no quiero regresar. Los sicólogos son todos unos cagados, pienso, pero me lo reservo. Sobre su profesión un día me dice: esta es la vida del sicólogo: people, time, and speculation. Otro día: “Es un performing… honesto, pero es un performing.” De ahí salimos a la exposición «Muralis,» de David Zayas, en el Museo las Américas. Quedo bruto aunque quería más. En Río Piedras vamos a los mexicanos (los de arriba) y vemos a su mejor amiga, igualita; hablamos de sus primos y tíos mormones, de sus misiones de dos años por las Antillas y de cómo el tío no puede entrar al templo especial reservado para mormones excepcionales porque bebe café. El Sicólogo me lleva a casa de mi abuela como ha hecho antes, en el barrio la Victoria, subiendo por la cuesta de El Obrero. El cuadro es el mismo, tanto el del hábitat de la abuela desalmada, como el del Sagrado Corazón que cuelga en la pared. Esta vez la televisión me atrapa: ha muerto Alex Soto, y en el programa de bochinches de turno, tres personas lamentan su muerte con entrevistas –algunas telefónicas– y montajes. Eso de la muerte. Se habla de Ivania. Se hablaba de Ivania hace un mes cuando estuve aquí. Se habla del IVA. Se hablaba del IVA hace un mes cuando estuve aquí. Agarro la escoba y barro todas las habitaciones menos una, la de mi abuelo, ahí nunca me gustó entrar.
Estamos en la pista deportiva al final de Ocean Park. Sentado en un banquito de cemento bajo techo observo a un grupo de profesionales, abogados, gerentes de empresas, ingenieros, entre ellos mi cuñado, hacer una carrera de cinco vueltas a la pista dándose una fría entre medio. Mi sobrino se sienta a mi lado en silencio. Uno de los corredores, el “trainer” que no “bebe”, vomita la cerveza que ha ingerido porque es verdad, no bebe. Le toman fotos. Un tipo abre un paraguas y se toma fotos mientras pretende salvaguardarse de la vomitera, ya terminada, con el paraguas. Es un chiste. Después de todo fue ligera, dos Magnas y ya. Noto a mi sobrino sonreírse. Estamos en Roma, pienso, y le digo: «Algún día vas a darte cuenta de lo mucho que entiendes ya.” De ahí a la despidida en Pizza è Birra. Afortunadamente no hay espacio para seis así que nos sientan en la cava, apartados por el cristal que permite ver el resto del restaurante sin tener que escuchar. Se dan cita mi Hermana, su Fiancé –ya duchado–mi Sobrino, el Sicólogo y su novia –mi Anfitriona –a quien veo por primera vez en el viaje, hora y pico antes de partir hacia el aeropuerto. Al ratito llegan Pepe y Arnaldo y todo irradia orden y alegría. Todos están bien. Todos se ven bien. Todos estamos bien. En Port Col, cuando la familia ha partido ya, nos adentramos en La Mamutcandungo, la primera o segunda conversación sobre el nuevo proyecto de Pepe. Me maravilla la manera en la que Arnaldo completa sus oraciones. De ahí llamo a un taxi, corro al apartamento a empacar, el taxi me espera abajo, el Sicólogo me dice, pero qué ridículo un taxi, si estamos listos para llevarte, y yo que no, que ya es tarde, que la generosidad ha sido harta y, como me gusta el drama, con la taxista discuto la industria del taxi en Puerto Rico.
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Abril de 2015
[1]Mientras el texto mantiene su veracidad temporal, esta edición me pareció importante ya que la frase, «se suicidó» ha caducado.