Un provocador trayecto de consumación
Segunda entrega de las presentaciones de Leer con los otros
“El deseo es a la vez subjetividad, es lo que está en el corazón mismo de nuestra subjetividad, lo que es más esencialmente sujeto, y al mismo tiempo lo más opuesto, que se opone allí como una resistencia, como una paradoja, como un núcleo rechazado.”1
Incendies parece una película guiada por un frase contundente “Death is never the end of the story”. Frase que metaforiza la fuerza del deseo, en este caso, de Nawal Marwan, como se encuentra planteado por Spinosa: como el corazón mismo de la existencia.2 Deseo como también es asumido por el psicoanálisis freudiano y lacaniano: como fuerza dañina, que suele ser indestructible, que no encuentra satisfacción válida, que no logra ser olvidado por los sujetos, y que permanece incesantemente insatisfecho. El deseo entreteje desde su carácter profundamente inconsciente, los límites de su articulación por la vía de la palabra ante la cual se transforma en fuerza incendiaria, en fuego que nos consume, desde los modos tenebrosos en que asumimos la vida. Incendies abre con dos escenas paralelas (algo que caracteriza esta película), las cuales parecen representar las oscilaciones de los desasosiegos del psiquismo de Marwan: el dolor del hijo abandonado, atravesado por la desolación de la guerra y otra escena, la de sus otros dos hijos, a quienes ahora, por estricto mandato de la madre, mediante un testamento, les toca su turno de padecer los estragos de esa historia de guerra interna y externa que forma parte de la imbricación del drama personal y político que se relata en esta película. El testamento es la vía por el que Nawal parece sacar a sus hijos gemelos de la comodidad de la vida vivida en Canada al decirles: “la niñez es un cuchillo metido en la garganta de quienes la viven” o quizás les devuelve, por la vía de este mandato, la violencia que constituyó para ella engendrarlos como producto de la tortura y la violación. Desde el testamento y su encomienda, ella parece igualar la vida de sus tres hijos en el padecimiento que provoca la vida de guerra y violencia, ahora compartida, privilegiando, a mi modo de ver, a su primer hijo idealizado.
El testamento, expresa no solo un último deseo, sino también un deseo permanente en ella de re-encontrar a ese primer hijo, fruto de su único amor. Y es que, a pesar del desafío que representó la vida de Nawal, hay en ella un femenino siempre presente: aquel asociado a la maternidad y a las maneras en que ese imaginario sujeta a las mujeres. De un lado, ésta hace del evento del nacimiento de ese hijo, una marca, que a manera de escalpelo, la atraviesa durante toda su vida, constituyendo esa separación en añoranza de una relación perdida. Una especie de búsqueda incestuosa, concreta e imaginaria, que une tanto a la madre como al hijo, en el vivir una vida similar de incesante búsqueda y desespero. A ella la lleva a redoblar su desafío: mata al líder de la derecha cristiana lo que la lleva a pagar con cárcel y tortura su crimen. Al hijo lo lleva a solicitarle al ejército ser un mártir para que, mediante la publicación de sus fotos en cada pared de la ciudad, su madre lo encuentre. Podríamos decir que el enamoramiento que ella tuvo para con el hombre a quien amó, fue desplazado hacia la figura de ese hijo siempre ausente. Fueron el novio y el hijo ausentes, lo constitutivamente presente en su vida. Fueron éstos, en palabras de Judith Butler3 , su passionate attachment con su propia sujeción, pues ella pudo haber olvidado e inventado su vida de muchas otras maneras. Contrario a eso, su vida aparece como un eterno retorno memorioso que, al constituirla como sujeto, no puede abandonar. De ahí que la ambivalencia del sujeto consigo mismo estriba, como plantea Butler, en el hecho de que el sujeto se tiene que matar a sí mismo para poder vivir de otro modo. Nawal asumió toda una ordenación simbólica que la produjo de esa manera y una en la que olvidar (abandonar su deseo) hubiese representado su muerte misma. Ese trayecto instauró en ella un goce de lucha, de batalla, de maternidad fallida reiterada, de incendio, que le produjo finalmente su muerte.
Cabe señalar que el único incesto que el discurso psicoanalítico reconoce no es el que se produjo mediante la violación de Nawal, sino el que está puesto en el imaginario de madre e hijo en el buscarse toda la vida. El encuentro carnal entre ellos, hay que cualificarlo como una violación y tortura, expresión de una brutalidad política y de género. Los hijos engendrados desde esa tortura, quedan como espacio abierto para la propia resignificación de éstos.
Como todos nosotros y nosotras, los Marwan, comparten una novela familiar, repleta de silencios y de imaginarios particulares, que los hijos, por la vía de un recorrido memorioso intentaron rescatar. Una historia que exige ser evocada retrospectivamente, como cada quien la va sintiendo, de manera que en la película, no es la madre la única que ha contado su historia sino que son los hijos los que han podido contar su pequeña/gran historia familiar. Sus hijos parecen ir pisando desde su propio ritmo memorioso, las huellas imaginadas de la vida de su madre.
Incendies también tramita otra manifestación de lo femenino en Nawal, como desafío necesario que cada época abre con sangre y vida otros espacios para generaciones de relevo y que la llevó a transitar por toda suerte de violencias: muerte de su amor; ser vergüenza para las de su propio género por embarazarse en una cultura de brutalidad y sujeción patriarcal; separación de ese hijo; cárcel por asesinar al líder de la derecha cristiana; violación por el más temible de los torturadores, para acallar su canto, esto es, su expresión de fuerza e inagotable verticalidad. Esa vida de emblemático desafío, parece ser expresión contundente de lo que constituyó para Hanna Arendt en su texto La vida del espíritu , la fuerza de la acción que produce el pensar:
“Cuando todo el mundo se deja llevar, irreflexivamente, por lo que todos los demás hacen y creen, aquellos que piensan son arrancados de su escondite porque su rechazo a participar llama la atención y , por ello, se convierten en una suerte de acción…comadrona política….la más política de las capacidades mentales del hombre”4
Designio que Marwal lanza a sus hijos, y el que fue tomado muy en serio por la hija, y que el hijo, representante de una sociedad patriarcal, resiste y subvaloriza. Es que en Incendies vemos la propuesta de Judith Butler cuando nos dice que el sujeto que resiste es el sujeto de la sujeción. En ella vemos como toda sujeción halla como respuesta en ella una resistencia implacable, expresada contundentemente en la manera como la conocían en la cárcel, the woman who sings.
Al mismo tiempo, y si nos ponemos en otro plano de reflexión o bien en otro punto de observación, veríamos en esta película el efecto de la guerra en las vidas singulares de la gente. En un sentido, la película da cuenta del efecto multiplicador de la guerra y su disloque de todo lo que enfrenta en su movimiento. Ella no pudo vivir la ilusión del primer novio, pues sus hermanos lo mataron. Este evento queda imbricado con una moral de género terrible: nos humillaste por estar con el enemigo y por traicionar el régimen patriarcal por lo que queda viviendo como una exilada de lo político y de lo social.
En el plano psicoanalítico, vale mencionar que el hecho de que ella se hubiese vinculado con alguien no cristiano pudiese expresar un fallo para asumir la ley o bien, desde otro lugar de observación y como plantea Niklas Luhman, en la medida en que los sistemas psíquicos son mucho mas ricos que el sistema social, eso abre el espacio para toda suerte de distanciamientos particularmente en el ámbito de la moral.
* Presentado en Sala Beckett, Segunda sesión de «Leer con los otros», 15 de noviembre de 2011.
- Jacques Lacan (1958). El deseo y su interpretación. Seminario inédito [↩]
- Jairo Gallo Acosta. (2006). La singularidad radical: cinismo y psicoanálisis. Revista PSIKEVA. Recuperado 3 de noviembre de 2011 de http://www.psikeba.com.ar/articulos2/JG-singularidad-radical-cinismo-y-psicoanalisis.htm [↩]
- The Psychic Life of Power: Theories in Subjection. 1997. California: Stanford University Press. [↩]
- Hanna Arendt 1971. La vida del espíritu: Paidós: Barcelona: pág.215. [↩]