Una visita gozosa a Macondo
Me complace en la tarde de hoy presentar uno de los dos nuevos libros de Mercedes López Baralt: Una visita a Macondo: manual para leer un mito. Antes que nada quiero consignar aquí mi deuda de gratitud con Mercedes López-Baralt la investigadora cuya obra crítica ha iluminado tantos aspectos significativos de la literatura hispanoamericana, española y puertorriqueña. Pero permítanme destacar en este momento a la maestra generosa con la que me inicié en el estudio de la literatura hispanoamericana hace casi cuatro décadas y agradecer públicamente que fue bajo su amorosa tutela que realicé mi primera visita a Macondo. Esta nueva visita que hoy tengo el privilegio de compartir con ustedes, por medio de la lectura de un texto que amorosamente dedica a su madre doña Emma Cardona de López-Baralt y con su acostumbrada generosidad, a sus estudiantes de todos los tiempos, quiere de algún modo, rendir homenaje a aquella visita que ocurrió hace ya tantos años en un salón del Edificio Palés Matos de la mano de Mercedes López-Baralt. Toda lectura es autobiográfica y es por ello que Octavio Paz señala que no es raro que los lectores encuentren en los libros lo que van buscando, pues según nos dice, ya lo llevan en ellos. Ésta no es la excepción por lo que compartiré con ustedes algunas ideas que surgen al enfrentarme a un texto sugerente que invita a la reflexión y al diálogo, pero les aviso de entrada que algunas de estas ideas son susceptibles al cambio y a las transformaciones y otras quizás resulten whitmanianamente contradictorias; son lecciones aprendidas de la Maestra.Palabras leídas en la presentación del libro: Una visita a Macondo: manual para leer un mito de Mercedes López Baralt (San Juan, Ediciones Callejón, 2011) en la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española, el 23 de febrero de 2012.
Comencemos con una advertencia sobre el título y el pórtico mediante el cual accedemos al libro. Ambos, el título y el pórtico, resultan tan reales como engañosos; espejos o espejismos de la novela que se aborda. La primera parte del título: “una visita a Macondo”, nos coloca en el lugar cómodo de la intimidad, de la conversación, del intercambio libre de ideas, de la afectividad. También es una invitación al viaje, esta vez a un lugar conocido que todos hemos visitado en más de una ocasión y al cual queremos regresar. La oración que inaugura el libro, no es otra cosa que una confesión: se trata de una “historia de amor” ligada a la lectura reiterada a través de los años de “una novela mágica y libertaria que no hay manera de encasillar en moldes predecibles”. También nos dice la autora que la génesis del libro que leemos parte de una nueva visita macondina que surge de su lectura más reciente de Cien años de soledad compartida con los alumnos de un curso que impartió en este mismo lugar hace justamente un año. Acto seguido nos ofrece una explicación del ‘género’ al que pertenece el libro. Se trata de un manual, un libro manejable, un texto accesible, que no intimida, un volumen práctico que podemos llevar en la mano o cargar en nuestro bulto o mochila sin problemas, un libro “que no muerde” como diría Luisa Valenzuela o en palabras de la autora: “un libro breve que quisiera pensar útil” y cuyo propósito inicial es: “que mi libro sirva de manual o guía para el disfrute de los mil y un hechizos de una novela plural” (16).
Hasta aquí todo parece ir bien, se comparte con los lectores la magia o el hechizo de una novela que no se agota con múltiples lecturas y se propone una guía que incrementa el placer de la lectura. Y puedo asegurarles que esta propuesta se cumple a cabalidad. No obstante, nuestro hábito de frecuentar textos de algunos autores del ámbito hispanoamericano desde la época de la conquista hasta nuestros días nos ponen sobre aviso y se cuela una sospecha. De acuerdo, es un manual pero ¿Será algo más que un manual? ¿Es el “librillo” de Pané la relación desordenada, escrita de prisa y con escasez de papel de un pobre ermitaño de la orden de San Jerónimo? ¿Son los Comentarios Reales del Inca Garcilaso meras apostillas a los libros escritos por los historiadores españoles a los cuales afirma servir de “comento y glosa”? ¿Podemos dar crédito a las expresiones de ignorancia de la monja novohispana contenidas en su frase: “¿Qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina?” Son preguntas que dejamos en el tintero por el momento y nos amparamos en una cita del Quijote cara a nuestra autora: “éstas son de las cosas cuya averiguación nunca ha de llevarse hasta el cabo”.
Prosigamos, se trata de un manual, pero nada menos que de un manual para leer un mito. Un mito que como veremos enseguida, sólo puede ser explicado por un crítico literario sagaz conocedor de la teoría y de la crítica sobre la obra del novelista que a su vez sea antropólogo y que además sea capaz de rastrear la poesía que late en la prosa de García Márquez. Todo esto se consigue empleando un lenguaje accesible pero cargado de reminiscencias poéticas. No es poco.
Nos desplazamos gozosa y apresuradamente por los primeros capítulos del libro que nos conducen casi sin darnos cuenta por espacios teóricos, críticos, literarios y hasta biográficos muy diversos. El capítulo 5 es un modelo extraordinario del vuelo que puede alcanzar el comentario textual acucioso e inspirado, sin perder el rigor crítico. Los lectores tenemos acceso al cajón de sastre de la investigadora quien con su habitual lucidez explica algunos pasajes emblemáticos de la obra. Sus estudiantes reconocemos el modus operandi de nuestra profesora. Es l’explication du texte que no pretende reducir sino ampliar, sugerir posibles rutas de interpretación.
A medida que se suceden los capítulos se va armando un andamiaje sobre el cual descansa lo que a mi modo de ver constituye una de las aportaciones más significativas del estudio y es donde reside su mayor originalidad. Lo que a mi juicio establece uno de los planteamientos centrales del libro se recoge en la siguiente cita: “Cien años de soledad (es) una novela sin fronteras o para decirlo de otro modo, un texto originalísimo que oscila entre la novela y el mito” (116). La indagación de esta aparente disyuntiva, la explicación de la tensión que se establece entre los dos polos sin duda representa una verdadera contribución a los estudios sobre la obra de García Márquez.
Veamos: el Capítulo VIII: “Cien años de soledad, entre la novela moderna y el mito” traza, en apretada síntesis el curso de la novela moderna por medio de algunos de sus críticos más destacados: desde Miguel de Cervantes hasta Julia Kristeva (pasando por Ortega y Gasset, Lukács, Américo Castro y Foucault) y en el ámbito del mito nos lleva desde Ovidio hasta Lévi-Strauss. Pero es en el noveno capítulo: “La pensée sauvage en una novela del Boom” en el que López-Baralt explica la relación de necesidad que se da entre la poesía y el mito y que el padre de la antropología moderna, Claude Lévi-Strauss atribuye al pensamiento salvaje. La investigadora examina la figura de Gabriel García Márquez desde la óptica del mitógrafo, como antes lo ha estudiado desde el punto de mira del poeta. Cito a Mercedes López Baralt: “García Márquez es un creador de mitos. Y el más grande de sus mitos es Macondo, metáfora del trópico, de América Latina, de la locura y la soledad de la humanidad” (120). A través de una lectura cuidadosa de la novela y apoyada en el comentario crítico textual que según nos ha advertido al comienzo de su estudio al enumerar los criterios de interpretación que guían sus investigaciones, se basa “en la explicación minuciosa de los pasajes más significativos de la obra”, nos va mostrando los modos mediante los cuales se construye un mito. La dimensión mítica de Cien años de soledad es evidente y ha sido señalada por varios críticos, no obstante en este capítulo Mercedes López-Baralt echa mano del caudal de mitologías de estirpe clásica y americana que maneja con tanta solvencia para mostrar cómo la narrativa de García Márquez no puede entenderse cabalmente sin referirnos a estos contextos.
El décimo y último capítulo del libro nos reserva una sorpresa que se ha ido anunciando a lo largo del mismo pero que aún cocinada a fuego lento, como dice García Marquez que debe darse el amor, resulta inesperada. En “Apocalypse Now: el final de Cien años de soledad como enigma” la investigadora se acerca al final de la obra como un haz de posibilidades. Luego de dejar claramente establecido que el final de la obra sigue los pasos del Quijote en la medida en que es una obra abierta que permite diversas lecturas. Explica dos interpretaciones posibles, una pesimista, apocalíptica y otra optimista, esperanzadora, aunque reconoce que hay muchas otras maneras de leer el final de la obra. Insta al lector a elegir la suya advirtiéndole, sin embargo, que su interpretación no deberá ser definitiva sino que será tan solo una lectura posible. Parecería hacerse eco de las palabras de don Quijote cuando le dice a su escudero: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los Cielos”. La investigadora comparte con nosotros ese don y nos invita a pensar con ella dos alternativas posibles. Ambas están muy bien apoyadas, pero la investigadora insiste en que cada lector debe escoger la suya. Una de las alternativas nos lleva a optar por el apocalipsis y se apoya en el castigo bíblico, la prohibición del incesto y la aceptación de la soledad como condición humana. La otra se inclina por conservar la utopía y dar paso a la esperanza. Esta segunda lectura nos lleva al mito del eterno retorno, a la concepción cíclica del tiempo y al amor como fuerza poderosa que precipita el advenimiento de un mundo mejor.
Esta lectura propone además otro subtexto, además del bíblico y es el mito indígena prehispánico de la leyenda de Quetzalcóatl que, de acuerdo con la autora es el más difundido en la América hispánica. Aunque reconoce que el mito azteca puede haber recorrido múltiples caminos para llegar a García Márquez, propone como “eslabón perdido” de la leyenda de la serpiente emplumada, el extraordinario poema largo de Octavio Paz, Piedra de sol. No tenemos tiempo aquí para demostrar el modo en que la autora prueba su hipótesis pero los insto a que recorran morosamente estas páginas para se desplacen por este bosque de símbolos y descubran las maravillas que encierra. ¿Cómo se resuelve esta disyuntiva? Cedámosle la palabra a la autora: “Acabo de defender, puntualmente, dos lecturas de Cien años de soledad. Bien puede preguntarse el lector cuál prefiero. O sospechar que, por haberle dedicado más páginas a la interpretación optimista, ésa es la que hago mía. Debo decir que ni una cosa ni la otra. Porque me convencen las dos. Quedarme con una sola sería perder la mitad del placer de la lectura, la mitad de la riqueza de la novela” (205-206).
Podemos añadir que el final de Cien años de soledad comparte esta ambigüedad con los finales de los textos de dos contemporáneos de García Márquez. Me refiero a El siglo de las luces (1962) de Alejo Carpentier y Terra Nostra (1975) de Carlos Fuentes. En la primera novela, casi al concluir la obra, el personaje de Esteban expresa su postura ambigua en términos políticos: “Esta vez la revolución ha fracasado. Acaso la próxima sea la buena. Pero para agarrarme cuando estalle, tendrán que buscarme con linternas a mediodía”. Mientras que en Terra Nostra, los personajes de varias obras del Boom entre los que se encuentran Pierre Menard, Horacio Oliveira, Cuba Venegas, Humberto el mudito, Esteban y Sofía, Santiago Zavalita y el colombiano Buendía se reúnen en la suite roja del un hotel de París en el último día del siglo XX rodeados de espejos y también ellos esperan el apocalipsis o el renacer.
No quiero cerrar esta presentación sin hacer un breve comentario sobre el estilo de este texto crítico. La autora indica al principio que escribe desde el Caribe y el lenguaje empleado lo muestra. Esta obra está escrita “en puertorriqueño”. Mercedes López Baralt siguiendo quizás el ejemplo de su admirado Inca, como traductor de culturas, traduce sus lecturas al puertorriqueño. Para citar solamente un par de ejemplos: la madeleine mojada en té que transporta a Proust al mundo de su infancia se traduce en nuestro pan con mantequilla mojado en café; sobre los obreros tildados de ‘malhechores’ y masacrados en la huelga bananera (sin duda, uno de los episodios más sobrecogedores de la obra) se indica que: “cualquier semejanza con la reciente situación universitaria de nuestro país es ‘pura coincidencia’ ” (42), el entrecomillado es suyo. También se mencionan situaciones inverosímiles, pero tomadas de la realidad puertorriqueña que nos recuerdan que también nosotros vivimos en Macondo y que somos los lectores ideales del texto. Para muestra véanse los rótulos que anuncian establecimientos para darse un trago como: “Parada Car Wash la Gran Parada Stop” o para ejercitarse: “Jesucristo es mi Señor Vikingo Power Gym”. Vale la pena mencionar que por este Caribe inclusivo desfilan algunos de los autores más cercanos a Mercedes como los son Arguedas, Galdós, el Inca, Neruda, Scorza, Miguel Hernández y Vallejo.
Si bien es cierto que, como acertadamente observa Mercedes López Baralt, en Cien años de soledad se cuentan cosas muy tristes, el arte de contar de García Márquez, según lo había visto Gullón, las transforma en gozo para el lector. O dicho de otro modo tomando prestada la letra de una conocida canción interpretada por Joaquín Sabina: “las penas no son amargas cuando las canta Chabela Vargas.” En el caso del texto que reseñamos cuyo propósito expreso es: “compartir el gozo de esta lectura con un público más amplio”(16), se impone citar a otro autor puertorriqueño que está presente en las páginas de este libro desde los epígrafes. Se trata de Luis Rafael Sánchez y su celebérrima frase: “el cuento no es el cuento, es quien lo cuenta” y este cuento lo cuenta Merce. Gracias por compartir con nosotros el gozo de tu lectura.