UPR-RP: amor, vida y muerte

Pulso Estudiantil
La UPR-RP sentó las bases de mi vida. Con la gran preparación académica que recibí de la UPR-RP, seguí estudios de Maestría y Doctorado en Lenguas y Literatura Hispánica en SUNY-Stony Brook, con la dirección de tesis de Elias Rivers, y una segunda Maestría y Doctorado en Literatura Comparada de la Universidad de Columbia, con la dirección de Kathy Eden. Un esposo que conocí en Stony Brook, Jaime Giordano Mirschwa (escritor y crítico literario), y dos hijos, Danilo y Carla, han sido la felicidad de mi vida. De la felicidad de Nueva York pasé a la felicidad en Pittsburgh, Pensilvania, y Columbus, Ohio (1990-1997). Tuve excelentes colegas y estudiantes. Sin embargo, en 1997 salió la oportunidad de regresar a Puerto Rico a enseñar en la UPR-RP. Fuimos cinco finalistas y fui yo quien tuvo la oportunidad de volver a mi país del Caribe. Ahí quise continuar mi vida, pero inicié mi muerte.
Los salones de la UPR-RP comenzaron su degeneración desde mediados de los 80 cuando transformaron toda la Facultad de Humanidades en cuevas con aires acondicionados. Anteriormente los salones estaban abiertos, con entrada y salida del aire y abanicos para los días más calientes. Cerraron los salones y oficinas con aires acondicionados que requieren grandes inversiones para su mantenimiento. La UPR-RP a la que llegué en 1997-98 era una inmundicia que en vez de darme vida me hizo nacer muchos dolores.
Después de haber visitado diversos médicos y hospitales que asociaron mis dolores con el útero, el seno y el corazón, tuve una convulsión en diciembre de 2008. Me llevaron al Hospital del Maestro y, por primera vez, la doctora Ponce de León me mandó a hacer un MRI del cerebro en el que notó una mancha negra —un tumor— en el lado izquierdo del cerebro. El doctor Vigo corroboró mi cáncer cerebral en Centro Médico, y el doctor Pavía, del Hospital Auxilio Mutuo, trató mi cáncer en Puerto Rico y me ayudó a conseguir una operación cerebral en el hospital MD Anderson de Texas.
Lo más triste de mi caso de cáncer cerebral es que fueron los salones irrespirables de aquel lugar que me había dado tanta felicidad los que me causaron tanta desgracia. En agosto de 2016, sufrí otra convulsión mientras daba clase en el salón LPM 128. En ese salón, mis estudiantes graduados se enfermaron con asma y catarros, forma cruel para comparar el teatro inglés isabelino con el del Siglo de Oro español. En diciembre de 2016, mi dolor de cabeza era inaguantable y el doctor Vigo, al mirar mi MRI, decidió hacerme una biopsia. Desafortunadamente, el cáncer había regresado. Con la gran ayuda de mis amigas colegas, secretarias, trabajadores y decanas pude dejar de dar clases en la UPR-RP durante el 2017-18 para hacerme los tratamientos debidos.
Esta segunda vez, en Puerto Rico, me salvaron la vida con radioterapia (doctor Santiago, Auxilio Mutuo), quimioterapia (doctor León, Presbyterian Hospital) y un gran neurólogo (doctor Blás, Centro Médico). Todos sugirieron que me retirara de la UPR-RP. Sin embargo, no tengo los 62 años necesarios para acceder al plan médico del retiro. Siendo paciente de cáncer, sería ilógico retirarme y quedarme sin plan médico. Tampoco podría costear un plan médico bueno con mi retiro.
Antes de regresar a dar clases en la UPR-RP en agosto de 2018, me di cuenta de que me habían asignado el salón LPM 128 nuevamente. La secretaria de Humanidades me sugirió que fuera directamente a Rectoría a pedir que me asignaran un salón limpio para dar clases. Afortunadamente, el doctor José Corrales Corrales, Ayudante Especial en Asuntos Académicos, consiguió que a partir del 2018 todas mis clases se llevaran a cabo en el sexto piso de Plaza Universidad Norte. Ahora, mi salud no está en riesgo. Cualquiera se conformaría con esto, pero yo me preocupo por mis estudiantes, mis colegas y los trabajadores.
Hay que luchar por la vida de nuestros estudiantes, trabajadores y profesores. Mucha gente habla sobre cómo hacer que la UPR sobreviva. La UPR tiene profesores, trabajadores y estudiantes excelentes. Cualquiera que quiera gobernarnos en el 2021 debe mandar a limpiar la UPR-RP. No es una metáfora, sino la realidad. Si no somos ricos como para pagar un buen mantenimiento de los conductos de aire, entonces regresemos a los salones abiertos y digamos adiós a los aires acondicionados. Adiós a candidatos a la gobernación que no valoran la educación universitaria y permiten la suciedad de nuestros pulmones y cerebros. La UPR-RP me ha dado el amor, la vida y la muerte. Para los demás, quiero la vida.