“Y todos los lugares son la muerte”: Nota sobre la poesía de Joan Margarit
Sin tener las pautas que el autor mismo me iba a ofrecer en ese discurso que no se dio, me dispuse a leer la poesía de un escritor que, hasta entonces, era para mí un mero nombre. En Todos los poemas (1975-2015) (Barcelona, Editorial Planeta, 2018) se recoge casi toda sus versos escritos en español; este grueso volumen es de unas 900 páginas. No cabe duda de que Margarit es un poeta prolífico y tampoco cabe duda de que esa misma fecundidad hace que su obra sea desbalanceada. No toda la obra recogida en este tomo es de la misma calidad; muy difícilmente lo podría ser dada su abundancia. Por ello mismo recomiendo a quien no conozca su poesía y quiera llegar a apreciarla que comience por una selección de la misma, por una antología que le evite, de primera instancia, enfrentarse a la desigual totalidad de su amplia producción. La lectura de toda su poesía es un ejercicio para iniciados, para lectores ya familiarizados con la misma y convencidos de su valor y su importancia. Con esta advertencia o recomendación no intento negar que este es un poeta importante y porque lo es, recomiendo leerlo.
La poesía de Margarit gira en torno a unos cuantos temas que sus poemas repiten con variantes: el amor, la sexualidad, la repercusión de los duros años de la Guerra Civil Española –nació en una familia republicana justo en 1938– y la horrenda posguerra, la música, especialmente el jazz, la arquitectura –fue profesor de esa disciplina–, la pintura –abundan ingeniosos poemas en los que practica la écfrasis– la veneración por los clásicos, especialmente por el Homero de la Ilíada, la vejez y la muerte. El cultivo de estas temáticas lo llevan a emplear y repetir ciertas imágenes: el tren, el lobo, el mar y el libro, entre otras. Para mí, el tema de la muerte es central a toda su obra y muchos de sus poemas, aunque traten otros, siempre quedan marcados por este. Es que para el poeta “…todos los lugares son la muerte” (‘El último juego”).
A pesar de esta preferencia, no podemos decir que la obra de Margarit sea pesimista o fúnebre. Su visión de la muerte así lo determina. Además, creo que el lenguaje y la estructura de su poesía contribuyen a negar esa imagen negativa de la vida y de la muerte. Estos tienden a ser breves y, sobre todos, están construidos con un lenguaje conversacional. Este poeta español cabría perfectamente bien entre los hispanoamericanos que Mario Benedetti llama, como reza el título de uno de sus libros, Los poetas comunicantes (Montevideo, Biblioteca Marcha, 1972), entre los que incluye a Roberto Fernández Retamar, Ernesto Cardenal, Idea Vilariño y Roque Dalton, entre otros.
Es que Margarit ha establecido una fuerte conexión con la poesía hispanoamericana. El poeta mismo establece que su primer gran modelo fue Pablo Neruda. Pero su relación con el poeta chileno es muy problemática. Si Margarit mismo no estableciera esa relación – “uno de los poetas que más me influenció en mi juventud fue Neruda” (619) – yo no lo hubiera evidenciado por sus poemas mismos, textos que me hacen pensar más en otros hispanoamericanos, especialmente en José Emilio Pacheco, escritor con quien Margarit mantuvo una estrecha amistad, o en Jorge Luis Borges, con quien comparte un inmenso amor por el Homero de la Ilíada y por la literatura en general. Mucha de su poesía tiene como tema la obra de otros artistas; es literatura sobre literatura.
Pero la separación mayor entre Neruda y Margarit no es estética sino ética y se concreta en un hecho específico de sus vida: ambos tuvieron hijas con serios problemas físicos y mentales. Malva Marina fue la hija del chileno a quien este no volvió a ver desde sus dos años y quien murió a los ocho. A esta niña Neruda no le dedicó un solo poema y ni aparece en una sola página de sus memorias, Confieso que he vivido (1974). Margarit le recrimina a Neruda por el abandono de su hija:
Parece que buscasen
a una niña olvidada en una tumba
y el poema que él nunca escribió.
Ególatra y patético mi héroe
¿llegó a sentir alguna madrugada
que amar no es escribir cantos de amor?
Pobre Neruda, pobre gran poeta… (“Autopista”)
Margarit también tuvo una hija con graves problemas físicos y de aprendizaje, Joana. Pero, contrario a Malva Marina en la obra de Neruda, la hija del poeta catalán ocupa un lugar prominente en la poesía de su padre. Este hasta le dedica un libro completo, Joana (2002), libro que escribe a partir de la muerte de su hija, quien padeció del síndrome de Rubinstein-Taybi. Su amor por ella lo lleva hasta verla como una de las profundas raíces de su visión de lo estético: “cuerpo contrahecho / donde aprendí qué era la belleza” (“Metro Fontana”). Pero Margarit reconoce el peligro que se corre de caer en el sentimentalismo cursi y hasta en un moralismo kitsch al escribir un libro sobre su hija: “Este libro fue escrito vulnerando todos los consejos que los poetas damos sobre la obligada distancia entre los hechos y el poema.” (455) Pero el poeta no cae en ninguna de esas dos graves fallas, aunque el libro no es el mejor de su producción. A pesar de ello podemos decir que su hija, muy contrario a la de Neruda, está presente en toda su obra ya que en ella encarna también el principio de la belleza y, sobre todo, demuestra la profundidad moral de este poeta.
A pesar de su aparente sencillez, la poesía de Margarit es compleja y, al enfocar hoy mi atención sólo en uno de los temas que cultiva, aunque este sea innegablemente central en toda su obra, sé que reduzco su amplia producción a una única de las corrientes que la componen. Pero esta es mi lectura de su obra en este preciso momento; muy probablemente las circunstancias que vivimos, la pandemia, me llevan a leer su poesía desde esta perspectiva. Pero el propio poeta me autoriza para así hacerlo: “Estoy encerrado, no dentro de una casa, sino dentro de cada uno de esos lectores, imprescindibles, porque los poemas no existen sin ellos.” (243) Con el permiso del poeta, pues, y con la advertencia que hago a mis lectores de lo que intento hacer, me acerco hoy a la poesía de Margarit sólo desde la temática de la muerte, pero reconozco que otros lectores, al acercarse a esta amplia y compleja obra desde otras perspectivas, podrán construir su propia visión de esta poesía, muy distinta a la mía.
Para Margarit la muerte es paradójicamente una problemática realidad que en el fondo es sencilla y está ligada a la vida misma: “La vida me eligió para su amor. / También la muerte.” (“Último paseo”) El amor es producto de la muerte: “…crece el amor / a manos del feroz estimulante / que es la clara certeza de la muerte.” (“Sin remitente”) Por ello vida y muerte son inseparables: “A la vez que la vida, va creciendo la muerte.” (“Últimos libros”) Así su propia obra está íntimamente ligada a la muerte: “Tal como vengo haciendo / con mis poemas, desde donde aúllo / y marco el territorio de la muerte.” (“Las cuatro de la madrugada”) El poeta se reconoce mortal y, rememorando y renovando una larga tradición poética – Garcilaso, Góngora, Sor Juana –, identifica su misma obra con la muerte: “Sucederá lo mismo conmigo y las palabras: ellas serán mi polvo, y mi sombra, y mi nada” (“Museo de Empúries”) En definitiva, el poeta no puede distinguir entre la muerte y la vida: “La muerte, / ¿está dentro del puño que levanta la vida? / ¿O es la muerte el puño / en el que estamos todos encerrados?” (“Relato de madrugada”) Todo ello lleva al poeta a ofrecernos una importante lección ética y estética: “…La vida sólo tiene / sentido porque acaba. Y como en un poema, / lo más difícil siempre es el final.” (“El viejo y la muerte”) Pero para mí, la lección más clara y notable que nos ofrece Margarit sobre la muerte y la vida queda expresada de manera lapidaria en dos sencillos versos: “Cuesta entender la vida, no la muerte. / La muerte nunca encierra enigma alguno” (“Paisaje de la Conca”)
No me cabe duda de que, a pesar de los poemas que pueblan quizás en demasía su obra completa, Margarit es un importante poeta que nos ofrece una valiosa lección moral y artística en textos estructurados en una lengua conversacional en los que vuelve una y otra vez, con variantes y cambios, a unos cuantos temas esenciales. Para mí el central es la muerte.
La lección que nos ofrece Margarit con su poesía parece estar hecha a la medida para estos días nuestros de pandemia.