Diana de Santa Fe.
Diana de Santa Fe. 2016. Un documental dirigido por Carmen Oquendo-Villar. 73 minutos. A color. (En fase de edición y post-producción.)
“Afortunadamente conocí el mundo de la prostitución”. Con esas palabras, Diana Navarro San Juan enmarca su historia. Barranquillera, transgénero (o transgenerista, como generalmente se dice en Colombia), afro-colombiana, abogada, y auto declarada trabajadora social, Diana conoce el barrio Santa Fe en 1986, cuando es marginalizada en su casa y decide venir a Bogotá – lo que hacen miles de personas trans, y millones de desplazados internos en Colombia, uno de los países con el mayor número de desplazados internos, con estimados de entre 4.5 a más de 6 millones. Luego de mudarse a Medellín en los 1990 a cursar estudios de abogacía, los que orgullosamente dice que paga gracias a la prostitución, Diana regresa a Bogotá, y se establece permanentemente en el barrio Santa Fe. Diana, la que ejerció la prostitución para salir adelante –como muchas otras– fue muy activa en un partido político en Bogotá del cual fue candidata por el barrio Santa Fe, mucho antes de que otras se atrevieran. Con Diana, como decimos en Puerto Rico, “hay mucha tela pa’ cortar”.Ofrezco una breve historia de mi conexión con este proyecto y con Diana para que se pueda entender por qué promociono este documental; también un poco de contexto del barrio y de la prostitución y las personas trans. Como Carmen Oquendo Villar, también fui becado por la Fulbright en 2011 para realizar una investigación—que aún continúo—sobre la relación entre desplazamiento forzado y personas lesbianas, gay, bisexuales, y transgeneristas (LGBT) en Bogotá. Por supuesto el barrio Santa Fe es un punto clave para entender las consecuencias del desplazamiento forzado pues mucha gente desplazada se reubica en espacios como este. Los barrios contiguos de Santa Fe y Los Mártires han sido temporeramente hogares de dos centros comunitarios con enfoque poblacional en personas con experiencia de vida trans que además han ofrecido servicios a sus parejas, familias (de sangre y/o selección), y amigas/os. Sí, existe una resistencia por parte de las/os residentes del barrio que no son prostitutas o trans. Esto, muy a pesar de que la prostitución es legal en Colombia y el barrio Santa Fe constituye una zona de tolerancia establecida como lugar donde se puede practicar la misma. Las personas trans son expulsadas directa e indirectamente de las aulas en primaria y secundaria generalmente por su expresión de género alternativa y la mayoría lo viven de forma violenta. Existe una urgencia de educación, vivienda, trabajos fuera del mercado informal, y servicios de salud que este documental plasma seriamente. Y con mucha razón: las mujeres trans son forzadas por un embudo social y cultural al mercado informal de la prostitución en el que muchas veces son violadas o asesinadas, pues la ruptura de su sexo e identidad de género percibidos por otros va en contra de unas heterosexualidades patriarcales. El promedio de vida de mujeres trans en América Latina –muchas de las cuales ejercen la prostitución– es de solo 35 años. Sin embargo, debo dejar claro que para muchas mujeres trans, como bien lo ilustra Diana, la prostitución no es una carga, incluso para algunas mujeres trans el trabajo sexual les permite una afirmación de su identidad de género, un sentido de comunidad, y de pertenencia.
Conocí a Diana Navarro en Bogotá en un encuentro transgenerista en el 2007, cuando aún exploraba ideas de propuestas de investigación. Yo estaba haciendo una presentación sobre experiencias de personas trans en Estados Unidos, y ahondando en el tema del comercio sexual, Diana me corrigió inmediatamente: “acá en Bogotá no hay trabajo sexual, acá no existen las condiciones para llamarlo trabajo—esto es prostitución”. Desde entonces recuerdo a Diana con la misma claridad—punzante y respetuosa a la vez—de lo que es saberse parte de un todo que ha sufrido marginalización. Como puertorriqueño que conoce un poco más a fondo Colombia, y como colega de Carmen, espero poder hacerle justicia al documental y ofrecer a través de mi experiencia en Colombia una afinidad de pensamiento, una explicación que tenga, si no alguna traducción cultural al contexto puertorriqueño, al menos una forma de entender la importancia del trabajo en este documental que aunque anclado en la prostitución y temas trans también rebasa los mismos.
Diana de Santa Fe es un documental que narra historias hilvanadas: las de Diana, las del barrio Santa Fe, las de los desplazamientos—familiares, religiosos, paramilitares, económicos—las de las prostituciones, las de familias de elección (por necesidad y por convicción). Diana, la narradora, cuenta historias. Nos dice quién vivió allá, cuándo migraron, qué les pasó. Diana nos cuenta lo que es convivir en el vecindario. Pero por sobre todo, Diana relata historias con nombres. Nombres de mujeres trans. Los nombres de las personas con experiencia de vida trans son a menudo ignorados, borrados, negados, reescritos. Más que todo cuando han desaparecido o sido asesinadas. Esto tiene mucho que ver con los pánicos socio-morales de una mayoría que prescribe una forma de vivir: en pareja, bajo roles de género patriarcales y sexualidades heteronormadas. Diana rescata esos nombres casualmente. Honra la vida y a los muertos. Y como Diana además conoce bien el sistema de servicios para personas desplazadas, las leyes sobre la prostitución, las dinámicas de burocracias de planes de salud, y los servicios sociales en ese pequeño pero gran sistema, promueve cambio en el diario vivir al desmitificar lo que es el acceso a servicios y el ser sujeto de derechos. Por ejemplo, Diana de Santa Fe naturaliza las realidades de personas viviendo con VIH, para que se cuiden. Visibiliza el SIDA no como una enfermedad basada en comportamiento, sino como un efecto socio-político-cultural de inequidad. Así.
La gente que ejerce la prostitución es forzada a experimentar un anonimato, un desencajamiento de lo social, un cierto desmembramiento. A veces, como en el caso de Jorge Stevens en Puerto Rico y de muchas otras personas trans en América Latina, esto se ha hecho literalmente. Pero la mayoría de veces se trata simplemente de un apagar de su sentir como personas que exploran sus deseos y sobresalen en sus realidades, esforzándose por ser, por vivir. Evitar ir a Santa Fe porque allí habitan “las chicas malas” es lo que les dicen a las chicas curiosas en el documental. Igual van. Pero ni ellas ni los clientes de las prostitutas sienten el estigma ni viven el temor real de ser vistas como desecho social. Otros se encargan de esto.
El documental deja en claro cómo el liderazgo del vecindario de Santa Fe responde con la fuerza desde sus convicciones católicas y heteronormativas. Desde parámetros morales que están en contra de lo que no es lo tradicionalmente parental (las familias nucleares), arremeten contra Diana. El documental evidencia como líderes de barrio (con el título de Edil, un tipo de concejal, en esa municipalidad) llaman a las mujeres (cisgénero y transgénero) que ejercen la prostitución en el área “contaminación visual”, esto es excretarlas de la sociedad, tirarlas al olvido y endosar políticas de odio, homofobia y transfobia. En este contexto podemos pensar en la tragedia de Orlando del mes pasado y reflexionar en la formación de las violencias a través del estado, la religión, la familia – instituciones sociales primarias (de ahí el uso del singular en cada una de estas) que condonan una violencia masculinista hacia las mujeres (“las chicas malas”) y las personas que retamos unos parámetros normativos, homofóbicos, y heterosexistas. Para los conservadores del barrio Santa Fe, Diana es “este transgenerista” irreconocible como mujer. Más aún, para ellos ella tampoco es reconocida como activista: en una crasa acción neoliberal, el Edil pregunta – ¿qué ha hecho esta Diana? Ellos –los heteronormativos– constituyen una comunidad “honrada, decente, que construye familia”. Según esta postura Diana es indecente, miente, e incluso se insinúa que su sola presencia destruye las familias. Sin embargo, Diana las canta como las ve. Tiene esa forma colombiana muy costeña de no fingir y de no callar, algo familiar para algunas/os en Puerto Rico. Comparte el desparpajo del tío que no tiene filtro y la franqueza de la mamá o abuela que no se la quedan dentro. El documental muestra cómo Diana opera dentro de unos parámetros de decencia que regulan comportamientos pues se mueve entre espacios, pero también deja ver cómo los transgrede con su constante confesión—sin una pizca de arrepentimiento—de haber sido prostituta. No es una negociación fácil, pero Diana ciertamente no es indecente, aunque tampoco juega a hacer “políticas de respetabilidad” como en los movimientos sociales normados LGBT. Diana apoya a las familias heterosexuales, y a los niños y niñas de la comunidad, no porque sea útil políticamente sino porque sabe lo que significa no tener algo de dignidad en la infancia. Además, Diana forma familias escogidas entre personas desplazadas, gente trans, y personas en la prostitución.
Diana es una activista que tira el cuerpo a lo que haya que hacer. Dicho en forma clara, Diana se jode por el bienestar de su comunidad, de las distintas comunidades de las que participa y se siente parte. Y como activista, Diana también se frustra y molesta cuando el sudor de su trabajo se pierde al hacer aportes para que a alguien no la saquen de su casa, para que alguien pueda apelar a una injusticia de, por ejemplo, su participación en la escuela, o cuando miembros de su comunidad comienzan procesos legales (a veces son llamados “tutelas”) pero los dejan inconclusos. Entonces el documental muestra cómo Diana resiente no solo que su tiempo desemboque en algo no resuelto, sino que la injusticia prevalezca. En eso el trabajo social de Diana—una frase a la que se aferra más de una vez en el documental—de por sí demanda resultados. El no darle seguimiento a las personas que viven en la calle, a las mujeres trans con VIH que han perdido continuidad a su tratamiento retroviral (por cómo el negocio de los planes médicos, llamados EPS en Colombia, impiden el acceso a continuidad en los servicios de salud para miles de colombianas/os), o simplemente ir a la peluquería y dar condones, son intervenciones que constituyen un ente comunitario.
Aún hoy Diana resiste las plataformas normalizantes de las comunidades LGBT provenientes de organizaciones como Colombia Diversa – quizá no un análogo al Human Rights Campaign, pero ciertamente no una Parces ONG, un colectivo con una militancia llena de furia que pelea por el respeto a las transgeneristas y a la prostitución. Diana es impacto porque se inserta en estos medios, procesos, y mecanismos gubernamentales con su conocimiento jurídico y experiencia de activista, y como dice en el documental, “no se deja”. Pero a pesar de mi tono, uno de los grandes aciertos de este documental es que no idealiza a Diana. Lo que sí hace es mostrar los múltiples seres que la conforman: Diana la metafísica (con creencias híbridas muy relacionadas al Espiritismo y la Santería Caribeña), Diana la amiguera, Diana la que ama a sus animales y compañeros, y Diana la nostálgica, la que aún extraña a algún compañero de su pasado. Pero sobre todo, Diana es irreverente, reta los discursos de la policía, del Edil del barrio, y se arriesga con la certeza de quien conoce el territorio: Diana, la que se baja a parar una pelea y a darle sentido –más que orden– al caos del vecindario.
Carmen Oquendo Villar le hace un zoom a la injusticia, pero también –y quizás más aún– a la potencialidad del activismo de Diana. Este documental es un lente con visión de otro momento, es un lente en búsqueda de un mejor mañana desde el hoy, y un atisbo del sueño de lograr libertades legales que no se han materializado culturalmente. La historia se teje con los colores urbanos de Transmilenio (el intento de transportación pública de una capital que se resiste a un metro), con la textura del caos de una ciudad segregada donde la movilidad de más de ocho millones de residentes configuran un mapa de contrastes con nortes privilegiados y sures pobres de los desplazados, con la sobrecarga barroca de lo que se ve, con los sonidos que acompañan esa rapidez.
Diana de Santa Fe demuestra una realidad que convive con otras realidades en una Colombia que promete terminar el conflicto de más de cinco décadas pero que a la vez vive un día a día marcado por el ser interpelada/o por múltiples violencias. En este contexto, es crucial demostrar la capacidad de hacer cambio desde una plataforma humana y sensata, desde un aporte que no miente y que no se formaliza. Diana Navarro forma comunidad. Este documental necesita que lo apoyemos para que estas vivencias, estos nombres, estas tensiones—estas historias—permanezcan; para que, como Diana, participemos de la construcción de comunidades más igualitarias y formemos entes comunitarios que se entiendan como una suma de muchos. Para formar comunidad no se puede ser diva, no se puede imponer – Diana ejerce un gran balance entre su compromiso social y su agenda de cambio social, pero insertándose antes que todo en la comunidad a la que pertenece. Seamos comunidad con Diana, hagamos comunidad juntas/os.