El fugaz paseo de Pierre Verger por Puerto Rico
La vida de Pierre Verger jamás podría catalogarse de aburrida. Imagínense a un aventurero parisino que abandona una vida acomodada al cumplir los treinta años, plenamente decidido a vivir de una pasión recién descubierta, la fotografía. Invirtiendo el dinero que gana con sus fotos en billetes de viaje, con una Rolleiflex en sus manos y poco más de equipaje, Verger recorre casi setenta países a lo largo de los cinco continentes, entre 1930 y 1946, fecha tras la que decide compartir su vida y sus investigaciones entre Brasil y el vasto continente africano. Ya sea en barco, en bus o en bicicleta, este viajero solitario logró revelar las costumbres de cientos de culturas alrededor del mundo, los escenarios que las enmarcan y los rostros y actitudes de quienes los habitaban. Una vastísima producción fotográfica de más de sesenta y dos mil instantáneas, la mitad de ellas en América del Sur, Centroamérica y el Caribe, avalan el carácter enciclopédico de su álbum etnográfico, el cual logró destacar entre las páginas de prestigiosas publicaciones, como Paris Match, Life o The Daily Mirror.
Ante estas cifras abrumadoras, resulta sorprendente que la atención que un investigador visual de la talla de Verger dedicó a Puerto Rico se pueda reducir a poco más de cuarenta fotografías, de las cuales parecen haber sobrevivido solamente doce. Estas doce imágenes, que parte de un rompecabezas que quizás nunca conoceremos por completo, presentan un talante más próximo a la curiosidad turística que al estudio propio de un observador apasionado por la etnografía. Sin embargo, debido precisamente a su aparente irrelevancia visual al compararlas con el resto de su producción y a la ausencia de una representación significativa de la cultura puertorriqueña, estas escasas imágenes abren numerosas perspectivas que convierten su inicial silencio en una inusitada elocuencia.
Doce restos de un breve recorrido
El contacto de Verger con el Caribe comienza en 1936, cuando llega a las costas de Martinique a bordo de la embarcación francesa Colombie, un portentoso transatlántico de la línea francesa que prometía un desembarco envuelto en el exotismo de las Antillas. En este recorrido, que le ocupa algunos meses, hace escala en Guadeloupe y en algunas de las Islas Vírgenes, y antes de proseguir su viaje hacia República Dominicana, Haití y Cuba, arriba en las cosas del puerto de San Juan, en Puerto Rico.
Las primeras tomas que Verger realiza de tierras borincanas no debieron ser muy diferentes de las que otro pasajero pudo haber tomado al avistar la orilla. El Fuerte de San Felipe del Morro se perfila al fondo y va ganando nitidez según el barco se aproxima. La siguiente toma que nos queda de aquella rápida visita, ya entrando en el muelle de la capital, es el edificio de la Aduana, posiblemente antes aún del desembarco. Durante el proceso de apearse en tierra, Verger realiza dos osadas tomas del barco en el que ha navegado, una en un audaz contrapicado y otra con un juego de contraluz propia de un fotógrafo experimentado.
Tras pisar suelo puertorriqueño, comienza un recorrido, seguramente a pie, por las calles del Viejo San Juan, del cual nos quedan varios rastros a modo de evidencia. Uno de ellos, quizás el más atractivo, es un rostro de facciones serias, el de un joven de uniforme que efectúa un leve giro hacia la izquierda para ser captado por la cámara. El fotógrafo lo encuentra paseando por el puerto, como se observa por la arquitectura que se desdibuja al fondo y que se corresponde, nuevamente, con el edificio de Aduana. Otros escenarios inmortalizados son la garita del Fuerte del Morro en su tramo por el barrio de La Perla, el arrabal bañado por aguas atlánticas que no pasa desapercibido ante su cámara, así como dos vistas del Capitolio puertorriqueño en la fachada que discurre por la avenida Juan Ponce de León.
A partir de aquí, parece que Verger salta un amplio tramo sobre el mapa, puesto que la siguiente huella fotográfica que se conserva de su fugaz paseo es la fachada de la Iglesia Episcopal de San Juan Bautista, en la misma Ponce de León, pero ya en el barrio de Santurce. El factor de la situación geográfica de este siguiente punto, que incluso se conoce popularmente como “Parada 20”, así como los cables eléctricos que cruzan por dos lados de la imagen nos hace pensar que, muy probablemente, Verger tomó un medio de transporte desaparecido en Puerto Rico desde 1946, el tranvía. El francés pudo haber subido en este medio rápido y económico en una de las paradas del Viejo San Juan y recorrer esta misma avenida, muy extensa y concurrida por aquellos años, como un sanjuanero más, pero en busca de vistas relevantes en las pocas horas que tiene disponibles. Otro de los puntos en los que, de hecho, se detiene es la antigua Central High School, una institución educativa situada en misma parada del tranvía, conocida hoy como Escuela Central de Bellas Artes. Tras ésta, el rastro visual del parisino parece perderse. Del periodo de tiempo que pudo pasar en la isla no tenemos constancia pero sí intuición, y es la de que pudo ser un solo día o algunas de sus horas, hasta la inminente partida de su barco hacia la República Dominicana.Otras islas, otras perspectivas
Sabemos que Verger llega a Puerto Rico después de pasar un tiempo más extenso en Martinique y Guadeloupe, y antes de proseguir un camino más largo por otras grandes islas del Caribe. Llama la atención, sin embargo, que en todas esas estancias este cazador de imágenes repite algunas de las miradas que captó con su objetivo en su breve trayecto puertorriqueño, desvelando de tal modo algunas de sus particulares fijaciones. Una de ellas se plasma en la tersa llegada al puerto de los barcos en los que navega. La mirada en lontananza hacia el puerto de San Juan es repetida, tres años más tarde, dirigiendo su cámara hacia las costas de la Habana, en Cuba, donde los antiguos fuertes de herencia española son también un atractivo para su mirada.Otras tomas que logró efectuar en Puerto Rico revelan, además de esa premura con la que paseó por algunas de sus calles, que esta isla del Caribe no será un lugar para buscar nuevas experiencias fotográficas sino para repetir modelos visuales. De tal modo sucede con el Colombie, al que también le dedica su atención semanas antes en Guadeloupe, más interesado aquí en la belleza y en la magnitud del barco que en el retrato de sus pasajeros. Por su parte, el retrato del joven de enigmático gesto, que adopta una pose de espontaneidad pactada, fruto del acuerdo previo entre fotógrafo y modelo, demuestra ser también una receta visual muy ensayada por Verger con otros rostros.Jack Delano: otra cámara reveladora
Es un hecho manifiesto, a la luz de estas doce imágenes supervivientes, que Verger se encontraba de paso por Puerto Rico, seguramente debido a que el barco en el que viajaba tuvo la isla como puerto de escala. El breve intervalo de tiempo que debió pasar en ella pudo ser causa, además, de que tampoco encontrara razones para hacer de su visita una exploración posterior algo más amplia. Con menor motivación de la que pudo tener en las Antillas francesas -más próximas a él por la lengua y la nacionalidad compartidas-, en Haití –antigua colonia gala- o en Cuba, Puerto Rico no pareció ser un reclamo atractivo para el fotógrafo parisino. Por si fuera poco, entre su población no brillaba esa notable herencia africana que Verger retrataba con fascinación y que sí pudo encontrar en otras de esas islas del Caribe.
Puerto Rico sí que fue objeto, en cambio, de otras miradas fotográficas contemporáneas, en especial la de otro extranjero, Jack Delano, quien logró demostrar que entre los parajes de ese territorio estadounidense centenas de escenarios aguardaban a la espera de ser rescatados. Aquel polifacético creador, nacido en Ucrania, desembarca en el puerto de San Juan el 1 de diciembre de 1940 con un particular encargo de la Farm Security Administration, una entidad gubernamental en apoyo a la agricultura creada por el presidente Roosevelt: realizar un reportaje fotográfico que documentara las condiciones de pobreza en Puerto Rico y en algunas de las Islas Vírgenes, a fin de evaluar la asistencia necesaria para los agricultores. Delano recorre, en tren y en taxi, cada uno de los setenta y siete municipios puertorriqueños y, después de tres meses de trabajo, logra invertir casi tres mil negativos en el retrato de la vida diaria en los campos de caña de azúcar, en los de café y en los arrabales, los cuales declara encontrar en un estado deplorable.
En su recorrido por Puerto Rico, Delano va a toparse con escenas y detalles que también despertaron el interés de la cámara de Pierre Verger en otras islas, pero que nunca llegaría a descubrir en ésta. Así sucede con los retratos urbanos que delatan la presencia estadounidense a través de la publicidad y con la práctica de ritos religiosos, ya sea en las procesiones de vírgenes de culto regional o en los funerales que discurren por las calles desiertas. [11-11b] Del mismo modo, ambos fotógrafos se detienen recurrentemente ante los rostros infantiles, con retratos que logran sacar a flote la melancolía propia de unos niños que maduran a fuerza de trabajo físico. [12-12b] La misma destemplanza de esos rostros queda manifiesta en la miseria que se cuaja en los barrios marginados, con La Perla como evidencia para el objetivo de ambos. Condensando estas dos últimas líneas, la incesante puesta en paralelo de individuo y de arquitectura, en especial de las viviendas y de sus habitantes, les sirve para revelar las estrechas condiciones de vida que se daban en el campo y en las calles.Poco a poco, por lo tanto, resulta manifiesto que los dos fotógrafos comparten intereses análogos, a pesar de haberlos desarrollado en espacios geográficos distintos. Sin embargo, si existe una misma fijación que plantee en cada caso una perspectiva diferente, ésta será la del trabajo. Delano, fiel a la naturaleza de su encargo, se concentra sin descanso en el documento de las tormentosas condiciones laborales de los recolectores de café y de la caña de azúcar. Verger, por su parte, retrata también el esfuerzo del trabajador caribeño, ya sea en las faenas del mar o en las del campo. El mismo escenario, no obstante, es pasto de subjetividades manifiestas. Delano, consciente de que el rescate financiero depende de su cámara, se obstina en subrayar el sufrimiento. Verger, libre de ataduras laborales, se deleita en la nobleza del desempeño, enalteciendo el esfuerzo a través de la musculatura del cuerpo masculino y poetizando el sudor del campesino o del marinero para de paso engrandecer la fecundidad del paisaje. En definitiva, si para Delano destacar lo amargo fue un deber moral necesario, en cambio, para Verger, hermosear el esfuerzo fue un propósito deseado.