Pentagonismo: de Vietnam al narcotráfico
Lo admito, tengo un fetiche por los libros.
Por esta razón, para mi ningún viaje a la capital dominicana está completo sin visitar la Librería Cuesta en la esquina de la Avenida 27 y la Lincoln.
Hace unos días, visité Santo Domingo y durante mi ritual visita a esta librería tropecé con una edición del magistral ensayo de Juan Bosch: El Pentagonismo, Sustituto del Imperialismo, con prólogo del presidente de la República, Leonel Fernández.
Tomé el libro para hojearlo mientras esperaba por ser atendido. Confieso que quedé cautivado por el verbo y la profundidad en el análisis de Bosch.
Compré el libro y no pude soltarlo hasta que lo terminé.
En este tratado, el intelectual dominicano esboza su teoría sobre cómo en la segunda mitad del siglo XX, el militarismo estadounidense cambió la concepción histórica del imperialismo.
En esta nueva versión imperialista, según Bosch, el coloniaje y sus costos no se le imponen a los pueblos conquistados sino que se le carga a su propia gente en el país invasor.
Bosch explica que, tras la Segunda Guerra Mundial, las industrias bélicas estadounidenses se percataron de que las guerras para conquistar territorios les dejaban más ganancias que la conquista y ocupación de los mismos.
Es decir, descubrieron que la verdadera ganancia del coloniaje radica en los gastos armamentistas del proceso de conquista y no, como se piensa tradicionalmente, en el saqueo de materias primas y la explotación de la mano de obra barata en los territorios ocupados.
A modo de ejemplo, el ex presidente dominicano explica que las ganancias que el complejo militar industrial generaba en un año como consecuencia de la guerra en Vietnam eran más de las que una ocupación colonial a ese país produciría en una década.
Por supuesto, gran parte de esos gastos bélicos que enriquecen a unos pocos en el país invasor los paga el propio pueblo con sus contribuciones y arbitrios. Igualmente es desde las entrañas de ese pueblo que salen los militares que ofrecerán sus vidas en el proceso.
Por esto, don Juan explica que esta nueva forma de imperialismo está dirigida a colonizar a la propia ciudadanía estadounidense; población que a cambio de una ilusoria sensación de seguridad y movidos por la propaganda y el miedo, están más que dispuestos a subvencionar con dinero y con sus hijos estas empresas castrenses.
Por tanto, según Bosch, para el Pentágono estadounidense y para sus dueños en el complejo industrial militar, el derrotero a seguir era simple: la guerra permanente.
Como dije, la edición que de este magistral trabajo está prologada por el actual presidente dominicano: Leonel Fernández, quien dramatiza la pertinencia de la tesis de Bosch a más de 45 años.
Fernández contextualiza en la llamada guerra contra el terrorismo que Estados Unidos declaró al comienzo del siglo XXI, con ese pentagonismo que Bosch ubicó en la guerra contra el comunismo de finales del siglo XX.
Al leer estas alocuciones desde mi insularismo, no puedo dejar de mirar estos procesos sin preguntarme qué papel desempeñamos los puertorriqueños en este proceso. De igual forma, el aspirante a criminólogo que viven en mi exige participar de la conversación.
Nosotros los puertorriqueños no pagamos los impuestos económicos que subvencionan esas guerras y por ende, esas industrias. Sin embargo, me parece que ese llamado pentagonismo sí nos afecta pues nos condena a un doble tributo de sangre.
Nadie puede poner en duda que por décadas los puertorriqueños hemos ofrecido la sangre de nuestros hijos en esas guerras permanentes que como explicó Bosch, no tienen un fin militar claro y sí tienen como objetivo enriquecer permanentemente al complejo industrial militar estadounidense.
Digo doble tributo de sangre pues paralelo al miedo al comunismo de finales del siglo XX del que habla Bosch y el del terrorismo en el siglo XXI que explica Fernández, a finales del siglo XX y a comienzos del siglo XXI, Estados Unidos impuso al mundo el pánico por las llamadas drogas y el llamado narcotráfico declarándole otra guerra permanente. De paso, la guerra de más larga duración en la historia de esa nación.
Si se mira la llamada guerra contra las drogas como otra expresión de ese pentagonismo, entonces se le tiene que sumar al tributo de sangre que los boricuas pagamos a ese complejo industrial militar, las miles de muertes que esta prohibición produce en nuestra Isla.
Muertes que a su vez justifican el pánico moral y mantienen la ideología guerrerista que caracteriza la política pública estadounidense en torno a estas sustancias.
Muertes que sobre todo generan el miedo que empuja a las poblaciones a ilusoriamente pensar que los militares y policías están a ahí para protegerlos y no para servir y asegurar el espacio de producción y ganancias a esas industrias.
De igual manera, se le tiene que sumar a esta ecuación la ganancia económica que representa para el complejo industrial correccional, gemelo del complejo industrial militar, el encierro de miles de nuestros hijos a quienes en su mayoría, las condiciones de marginación y exclusión social sumadas a las falsas expectativas de consumo, llevaron a criminalizarse.
En fin, que a cuarenta y cinco años de su primera publicación del Pentagonismo, Sustituto del Imperialismo, la visión que el intelectual dominico-caribeño Juan Bosch desarrolló en torno a esta nueva etapa del imperialismo que llamó pentagonismo, parece estar viva y presente tanto en la llamada guerra contra el terrorismo, como en la llamada guerra contra las drogas y el narcotráfico.
La tragedia es que, a pesar del emplazamiento que en 1967 nos hizo don Juan Bosch, llevamos cuatro décadas y media pagando los tributos económicos y en sangre, mientras seguimos ignorando el mensaje del gigante pensador quisqueyano…