Pers(z)a
«Me encantan las donas de Krispy Kreme. Cada vez que iba a San Juan, comía y llevaba. Ahora no puedo mirar para allá y le tengo prohibido a mi chofer que pase por allí. El sacrificio es colectivo porque si no uno sucumbe», Perza Rodríguez, alcaldesa de Cabo Rojo.
Me sacudía las lagañas azucaradas del sueño mientras leía en la prensa la hermosa máxima que arriba reseño. Fue así como recordé que aún tengo que pagar una obligación contributiva con el Estado. Pero lejos de enojarme, mi vida se endulzó al saber que cuando cumplo con mi deuda impuesta contribuyo al pago del salario de tan sutiles funcionarios.
Perza se llama la alcaldesa y Persa le dicen a un señor un poco regordito y de billetera abultada, de hablar por lo bajito y acordar por ahí también, pero de lengua mediática mamerrónica y toletera.
Creo que el mote tiene visos de homofobia inconsecuente y brutológica, en el caso del señor. Sin embargo, me endulcora el morbo y disfruto de la poesía disonante de la fauna mediática que alberga estos especímenes.
Por eso me preparo un café, calientito, negro. Madre Isla. Sin azúcar. Puya. Saco del microondas, en plato flotante con fosa medieval en rededor, por si las hormigas, mi cajita amarilla de donas Aymat. Sumerjo mi dona en el café. Cafeína y azúcar. Cafeína y azúcar.
Encafeinado, mañanero y azucarado, salgo al balcón. Escucho el run-run de las máquinas que vienen y van. Cierro los ojos. Allá veo en hermoso desfile a los pers(z)as y los vehículos del concourse de elegance; al archiduque de los animales disecados y artífice de la ciudad incaminable; las damas que desayunan a la inglesa; los príncipes municipales de la política trucutrú y el estatus… listos para jartarse. Vegan las donas. Vegan los rotos. Así es como disfruta el combo de la Krispy Cream.