¿Por qué milito en la APPU?
En las últimas semanas, hemos visto una multiplicación de expresiones en torno a la APPU, tanto a favor como en contra. Creo que éste es un debate importantísimo, en el cual muchas personas debemos participar, y como soy miembro de la junta directiva del capítulo de Río Piedras, quiero expresarme desde esa posición, acerca de por qué la sigo ocupando.
Como el principal motivo de críticas hacia la APPU ha sido nuestra relación con el movimiento estudiantil y el proceso huelgario, quiero aclarar: No milito en la APPU porque esté siempre de acuerdo con las decisiones del movimiento estudiantil. Ese movimiento es sumamente diverso, y aunque ha producido excelentes líderes, hay tendencias en él con las cuales discrepo, porque se aprestan a utilizar tácticas que fácilmente pueden catalogarse de violentas: las piedras, las capuchas, el forcejeo, las palabras hirientes. Yo quisiera que el movimiento estudiantil tuviera la visión y la auto-disciplina de los discípulos de Gandhi, que recibieron golpes con sereno estoicismo y pusieran así de relieve las injusticias contra las cuales luchamos. En algunos momentos se han acercado a ese ideal, pero con la negativa de la administración universitaria a hacer concesión alguna tras meses de conflicto, estas tendencias han ganado terreno en los debates estudiantiles. Es lo que pasa cuando se polarizan los conflictos: Things fall apart; the center cannot hold.
Tampoco milito en la APPU porque esté de acuerdo con todo lo que la organización hace ni con todos los aspectos de su funcionamiento. En particular, creo que la comunicación interna con nuestra matrícula debe mejorarse mucho, y en ambas direcciones: tanto la comunicación de las instancias directivas hacia los miembros, como viceversa. Por eso, como secretario, me he dedicado a trabajar en las comunicaciones del capítulo. Fuera de las reuniones, en las que mayormente me paso tomando la minuta, trato de promover que intercambiemos ideas, y sobre todo que nos escuchemos. De ahí este escrito.
Sí creo que, en lo más importante, la postura de la APPU ha sido y es correcta: con todas sus limitaciones, el movimiento estudiantil es, al igual que las demás organizaciones gremiales de la UPR –tanto docentes como no docentes– nuestro aliado natural, en lo que es una lucha por la naturaleza misma de la universidad, por su alma. Hemos apoyado las luchas estudiantiles de los últimos meses, porque sus reclamos han sido justos, y congruentes con nuestros intereses. Nuestro liderato se ha expresado con firmeza y sin demagogia, y me he sentido más que bien representado por casi todas las expresiones que ha hecho a la prensa. Sin embargo, aunque ciertamente me anima sentir confianza en su liderato y sus posturas, no milito en la APPU por eso.
Milito en la APPU porque es una extensión de mi trabajo docente. Me apasiona el salón de clases como lugar de encuentro de mentes y voluntades, de praxis intelectual, como locus de producción de la cultura, como taller privilegiado para hacer patria. Como antropólogo, me he concentrado en el estudio de ese espacio, cuyos procesos y posibilidades aún no se conocen bien. Amo mi trabajo, y sufro cuando los paros lo interrumpen. Coincido con la opinión que se ha expresado repetidas veces, que esas interrupciones se deben minimizar. Pero la función docente no se limita a los espacios institucionales, los salones de clase, las oficinas y las salas de reuniones. La cátedra, como decía una de nuestras consignas, se encontró muchas veces en la calle, pasando agua y comida por la verja, interponiéndose entre la fuerza de choque y los estudiantes (aun con algunos de estos últimos en actitud de franca provocación). Ahora bien, en la calle, sin un prontuario para seguir ni notas para adjudicar, se transforma mi autoridad intelectual, y la camiseta con las letras APPU impone un decoro distinto a mi vestimenta universitaria habitual. Cuando avanzan los caballos y se riegan el gas lacrimógeno y el pepper, la función de ducere se traduce en correr un poco más lento que los demás, y buscar quién pudiera necesitar compañîa, pero no desaparece. En esos contextos en que se esfuman los soportes de nuestra identidad institucional, nuestra presencia moderadora, amortiguadora de golpes, es en sí un índice de posibilidades, y desafío a nociones preconcebidas: es educar.
Milito en la APPU porque es una manera de servir a la universidad.En un encuentro casual con una colega durante la huelga de abril, me preguntó cómo estaba pasando las “vacacioncitas”. Le contesté, muy en serio, que yo no tenía vacaciones; estaba ganando mi sueldo cada día, haciendo y coordinando turnos en los portones, negociando la entrada de estudiantes y docentes para proseguir investigaciones, tratando de comunicar información confiable en medio de la incertidumbre. Obviamente la universidad a la cual sirvo a través de la APPU no es la que pretende la administración universitaria, ni imagina el gobernador: es un quehacer colectivo que se resiste al decreto y la imposición violenta, que reclama el acceso más amplio al diálogo que es la esencia de la producción de saberes, y existe independientemente de las jerarquías y procedimientos que sostienen su dimensión institucional. Pero es, estoy seguro, la universidad que queremos una gran mayoría de la comunidad universitaria, y en particular los y las docentes, dentro y fuera de la APPU.
Milito en la APPU porque, como organización voluntaria al margen de la institucionalidad universitaria, es una avenida de participación en la vida de la universidad que no se debe a la jerarquía administrativa, ni a la política partidista. La APPU es una voz importante en el debate universitario, y nacional, y para participar en ella sólo hay que tener la disposición de asumir responsabilidades. En las reuniones de la APPU, yo, al menos, siento que impera un ethos de igualdad en el debate, que ciertamente se ha acalorado en bastantes ocasiones. En mi experiencia, sin embargo, a todo el mundo se le ha escuchado. Cosa que, lamentablemente, no se puede decir de todos los espacios deliberativos universitarios.
Milito en la APPU porque para mí, el tomar parte en los asuntos de las comunidades a las que pertenezco –dentro de las limitaciones de tiempo y talento– es un asunto de orden ético: si puedo aportar a la solución de problemas que nos afectan a todos, ¿qué justifica que se lo deje a otra persona? Esto es algo que va a contrapelo de todo el proceso de formación académica, que es individualizante, atomizante por demás. Todo el mundo tiene compromisos familiares, profesionales, y personales, pero siempre se puede aportar algo para el bien común dentro del cuadro complejo de nuestro manejo personal del tiempo. A veces considero que más que una orientación política particular, lo que distancia la matrícula militante de la APPU de nuestros colegas es esta disposición a dedicarle tiempo a la cosa pública que nos reclama. Y tal vez el problema más terrible del que padece la APPU es que somos tan pocos los y las que nos ofrecemos para estas tareas. Esto lleva a asumir responsabilidades excesivas, y terminamos pagando un precio inaceptable por nuestra militancia, en nuestra salud física, emocional y familiar. Una menor renuencia a asistir a reuniones, y a debatir aun cuando pudiéramos estar en minoría –nótese que no digo piquetear ni asumir riesgos físicos ni legales– sería beneficioso a todo el claustro. Del lado de la organización, el reto es facilitar esa participación, en reuniones a nivel de facultad y departamento, y eso le toca a quienes nos identificamos con este proyecto a largo plazo que llamamos APPU.
Milito en la APPU porque creo en ese proyecto: quisiera tener una organización que represente a los docentes frente a la administración universitaria, y que negocie nuestras condiciones de trabajo. El trabajo docente, incluso el investigativo, está sufriendo unas transformaciones que guardan un parecido espeluznante con lo que sufrieron los artesanos europeos en los albores de la industrialización: nuestro trabajo está cada vez más sujeto a controles externos (las consignas de assessment y accountability, por no hablar de las consideraciones de mercado que han justificado la “pausa” de tantos programas), y más y más docentes están siendo sometidos al régimen de trabajo por contrato. En años recientes, ha crecido marcadamente el número de estos profesores proletarios, mientras una minoría, que maneja fondos externos, que es el denominador común a muchas de las personas que han sido nombradas a los más altos puestos administrativos, se convierte en profesores empresarios. Somos, de hecho, una fuerza laboral altamente cualificada, pero cada vez más sujeta a las fuerzas del mercado que nos ponen en desventaja frente a las instituciones que controlan los salones y laboratorios en los cuales producimos conocimiento. Creo que ante este cuadro, la historia nos enseña que la única solución es unirnos como lo hicieron los obreros industriales en una etapa anterior de este nuestro devenir histórico.
Tampoco hay que ir tan lejos como la Inglaterra del siglo XIX: los últimos meses han demostrado cuán vulnerables somos los docentes de la UPR ante la agenda neoliberal que busca igualar nuestras condiciones a las de los docentes de las universidades privadas: poquísimas plazas, muchísimos contratos; derechos, los mismos que tienen los jardineros. Con sus muchas fallas, la APPU tiene posibilidades reales de servir como vehículo de representación colectiva, en el momento en que una mayoría de nosotros decida que es mejor unirnos que enfrentar la administración universitaria cada quien por su cuenta.
Milito en la APPU, finalmente, porque las condiciones que enfrentamos son parte de un momento crítico de la historia de la humanidad: si no cambiamos la forma de relacionarnos entre nosotros, y con nuestro entorno natural, es muy posible que las generaciones futuras no encuentren las condiciones mínimas para su supervivencia. Nos tenemos que organizar, y para organizarnos nos tenemos que encontrar, y escuchar, y reconocer que estamos llenos de faltas, y nuestras organizaciones también, pero así como estamos, tenemos que luchar porque otra universidad, otro Puerto Rico, otro mundo tienen que ser posibles. Milito en la APPU porque es una forma de resistir aquellas fuerzas que, con su menosprecio a la solidaridad y exaltación del individualismo, van creando las bases de un infierno social y ecológico.
Asumirse como profesor proletario, como intelectual militante, presenta no pocas paradojas. ¿Cómo asirme a la dignidad de mi función docente, con mi camiseta que dice “APPU” y en medio de consignas que a menudo ofenden mis sensibilidades éticas o estéticas? ¿Cómo ejercer ese criterio independiente, propio de mi identidad como intelectual, al participar en una organización, y en un contexto político, en el cual todo reparo que se exprese puede leerse –por aliados, adversarios y medios noticiosos– como un distanciamiento, un debilitamiento de ese colectivo, hasta una traición? A veces, callar es otorgar; pero otras veces, es reconocer que no monopolizamos la verdad, y que en ocasiones –sobre todo en tiempos de conflicto e incertidumbre como los que vivimos ahora– sencillamente no se sabe cuál es la acción más apropiada hasta que ya es muy tarde.
En estas condiciones es que nos ha tocado ser intelectuales, ser universitarios: sin el lujo de descartar la hipótesis nula, y con la frecuente necesidad de actuar, de declarar, de unirnos en organizaciones imperfectas o tratar de sobrevivir como entes solitarios a merced de fuerzas políticas y económicas mucho mayores.
No milito en la APPU porque sea perfecta, ni porque sea necesariamente la clave de nuestra supervivencia como docentes, como universidad. La APPU no abarca toda la oposición a la agenda anti-universitaria; no hay que ser miembro para resistir, y hay muchas formas de resistencia que se están ensayando en estos días. La APPU es un gremio cuya matrícula constituye una pluralidad del claustro, considerable en Río Piedras, mucho menor a nivel del sistema. Solo creo que es el mejor vehículo disponible. A quienes creen que no hace falta un gremio docente ni una negociación colectiva, respeto su criterio; ojalá tengan razón. A quienes abogan por retomar los espacios deliberativos –las asambleas de departamento y de facultad, el Senado Académico y la Junta Universitaria– para reclamar la democratización de la universidad y la autonomía de sus procesos, les deseo lo mejor, y les apoyaré en lo que pueda; es una agenda para docentes con más antigüedad y manejo de los asuntos universitarios. A quienes se mantienen lejos de la APPU porque han tenido malas experiencias, lo único que se me ocurre decirles es que es mucho mejor luchar que resignarse, y que personalmente, prefiero la acción colectiva, con todos sus peligros y vicisitudes, a la certeza de la derrota en soledad.