¡Fuera de lugar!: lista de lectura deseante
Vivimos una situación en que las editoriales y las librerías independientes han sucumbido ante los monopolios transnacionales que producen y venden libros especialmente seleccionados como productos capaces de dejar una ganancia excepcionalmente rápida, empujada por esa pulsión de compra que por una fracción de tiempo cada vez más breve e irresistible se apodera del consumidor estimulado por la publicidad. Los libros de este tipo de mercado apenas se leen o se leen como si se viera televisión. No sólo los críticos, sino también los profesores de una academia “light” que comparte los valores del espectáculo, se jactan de que no merece ser leído un texto que ellos no puedan comprender en los primeros cinco segundos de lectura mientras miran televisión y hablan por teléfono. Se impone de esta manera un estilo que es la resta de todos los estilos: el realismo comercial, que poco tiene que ver con la perspectiva realista de las artes, pues más bien se trata del realismo de la oferta, de la posibilidad real de que la oferta responda a una demanda dada.
Es cierto que desde hace siglos los libros se publican principalmente para la venta, con excepciones importantes pero ocasionales. Pero lo nuevo es que en el mercado neoliberal la venta del libro se debe ajustar, como cualquier otra mercancía masiva, a la velocidad más alta posible de realización de la ganancia, liquidándose así la misma categoría moderna de la mercancía cultural en cuanto ésta solía preservar una escala temporal propia. Esta ley se refleja en mercados donde libro que no se vende en unas semanas se desecha de inmediato como pescado abombado y desaparecen paulatinamente los fondos de títulos acumulados con el tiempo que solían ofrecerse antaño al amante de la lectura de todas las épocas. La misma velocidad de realización de la ganancia impone también una velocidad de gratificación del deseo de consumir cultura, lo que abona al realismo comercial. Si las primeras líneas, y ni siquiera éstas, sino el título, la portada y la publicidad no estimulan unos cuantos botones conectados a los instintos del lector “televisivo”, propios de la cuantiosa demanda de buenos sentimientos y buenos pensamientos que permiten a todos sentirse bien en la suave melcocha dulce de la redundancia de los buenos sentimientos y pensamientos que sirven para empacar la más cínica morbosidad, el libro queda fuera del circuito. Esto rige no sólo como mecanismo de realización del capital, sino como expectativa sentimental dominante.
Como es de esperar, hay libros que logran venderse bien en ese régimen de mercado postcultural sin necesariamente insertarse en el empalago redundante, pues pueden “pasar” como inofensivos para introducir el germen de la “destrucción” en la sociedad incauta, y esa es una posibilidad de subversión o perversión de las costumbres que debe fomentarse y celebrarse en todo momento. Son libros que se infiltran en la “zona de seguridad ideológica” mediante el camuflaje. Otros libros siguen otras vías de infiltración, soslayando sin querer queriendo o de manera expresa los circuitos masivos de la difusión, incluso desafiando creativamente las limitaciones del realismo comercial.
Si el mercado postcultural impone la medianía que aplasta y sofoca, no es menos cierto que ciertas innovaciones tecnológicas en el seno de ese mismo mercado, como los programas digitales de diseño de páginas y la impresión inmediata por pedido (“print on demand”) abren vías de infiltración para el libro independiente, para el tamborilero diferente que se desvía del desfile musical autorizado. La literatura nacional puertorriqueña se ha beneficiado de esa porosidad microscópica pero efectiva para crear espacios al margen de los consabidos circuitos transnacionales que arrebatan el sentido concreto del estar, que lo reemplazan por los simulacros de “ser alguien” en el espectáculo global, según la fórmula de Jorge Volpi y otros “wannabes” de la globalización literaria.
En el diario El Nuevo Día de San Juan aparecen listas de los “mejores” libros publicados en Puerto Rico. Caracteriza a esas listas un ademán de exclusión que a veces se disfraza de inclusión (inclusión exclusiva). La decepción que provocan estas listas posiblemente se deba a la conformidad anonadante con que mimetizan el estado de cosas de los tiempos de la postcultura, y sólo en parte se relaciona con la calidad intrínseca de la selección misma. Surge la pregunta de si es posible seleccionar sin excluir, es decir, confeccionar, no listas de los “mejores,” o más vendidos o conocidos, sino simples listas de lectura que proponen desviaciones, latencias, perturbaciones, del tipo que conforma una literatura nacional donde el espacio de lo propio sirve como corredor de fuga hacia la patria del deseo en vez de garantizar la seguridad del territorio ya demarcado por el poder. Con esta serie de columnas intento seleccionar sin excluir, proponer unas listas de lectura entre otras posibles, dejando al César lo que es del César y reclamando para… no sé para quiénes, en verdad, la inconformidad, el desasosiego, el desvío, la intempestividad y otras actitudes deseosas. Esta lista fuera de lugar, por serlo, no se ciñe a los criterios generacionales, que hoy día no nos dicen nada, tampoco se agrupa por géneros ni se atiene a la cronología, que nos dicen menos; más bien asume la dinámica del enjambre de mosquitos.
En esta ocasión adelanto unos cuantos libros seductoramente instalados en el fuera de lugar e invito a los lectores a expandir la lista con más títulos o con comentarios sobre los aquí mencionados.
- Candada por error, de Mara Pastor, ofrece una secuencia de poemas compuestos de fragmentos alusivos a instancias reversibles de encierro y huida, con escenas fugaces de encuentro y desencuentro con personajes esbozados como amantes, hermanos, amigos, que son testigos de resistencias y revelaciones cotidianas donde aparentemente no ocurre nada pero se sospecha que está sucediendo todo lo que puede suceder. El amor no es un sentimiento sentimental (redundante) aquí, sino una manera de estar de los humanos, de las cosas y de la imaginación que incluye en sus metamorfosis la crueldad y la destrucción. Aquí Mara Pastor propone una palabra liminar, que da paso a su otro lado.
- Contraqelarre, de Joserramón Melendes es un libro extraño organizado a manera de un calendario perpetuo compuesto de fragmentos correspondientes a los 365 días del año (más las calendas), que simulan o impostan ser entradas de diarios, cuadernos, testamentos, escribidurías ocasionales de figuras literarias y culturales del largo siglo veinte, principalmente poetas. La “oxigrafía” (conjunto de reglas ortográficas alternas) de Melendes se suma a esta extraviada gesta de reescritura anticolonial del ethos poético moderno para entregarnos una experiencia de lectura excepcionalmente intensa, inagotable y espléndida.
- Rehén de otro reino, de Juan Carlos Rodríguez presenta varias audiciones sorprendentes, cautivantes, del lugar cotidiano, supuestamente común. Las calles del barrio, de la ciudad, los ámbitos domésticos y el cuerpo hayan una voz que los transporta y se transporta ella misma con ellos para entregarse a otro reino posible donde el espacio comulga con los sonidos de la palabra. Estos poemas sugieren una hechura musical secreta.
- Waltzen, de Lina Avilés nos enseña en estos cuentos un mundo raro que subrepticiamente se va pareciendo demasiado a nuestro mundo. Los personajes de Waltzen responden a preguntas que nadie les ha hecho, actúan por motivos inexpresables, se acompañan como si no anduvieran juntos, recuerdan lo que no ha sucedido, ofrecen lo que sólo pueden pedir, y así van armando historias imposibles que se insinúan como perturbadoras sombras de las historias que son. Waltzen es un astro singular en la literatura puertorriqueña que parpadea en una zona cercana a Cada vez te despides mejor, de José Liboy, pero con otra luz azabache.
Pretendo expandir esta nómina del enjambre literario puertorriqueño indefinidamente, en futuras columnas, con referencias y comentarios a obras recientes de Marta Aponte, Eduardo Lalo, Noel Luna, Juan Carlos Quintero Herencia, Irizelma Robles, Áurea María Sotomayor, Rafael Acevedo, José Liboy, Pedro Cabiya, Vanessa Droz, Hjalmar Flax, Luis Negrón, Francisco Font y otros creadores del fuera de lugar…