¿Hora del té en la política puertorriqueña?
El amigo Tito Otero lanzó hace poco una propuesta política que juguetonamente llamó el MUS Party. La idea suscitó varios comentarios, por lo general negativos. Muchos la han despachado como un nuevo ejemplo de “melonismo”. Sin embargo, ni siquiera esa sería buena razón para despachar la idea a la ligera: el “melonismo” es un fenómeno político importante. La pregunta de fondo en este debate es ineludible: en las elecciones de 2012, ¿qué alternativas tendremos quienes aspiramos al cambio social? El tema de los partidos y las elecciones podrá ser desagradable, pero, como dije, es ineludible. Podemos no ocuparnos de la política, como reza un dicho en inglés, pero la política no dejará de ocuparse de nosotros.
La propuesta del compañero Otero va dirigida particularmente al Movimiento de Unidad Soberanista (MUS). Sin embargo, me parece que la propuesta también pretende atraer a sectores más amplios del país: a todos los que de algún modo apoyan un viraje de la política del país hacia la izquierda, definida en el sentido más amplio de la palabra. Otero nos señala un ejemplo a seguir: el movimiento del Tea Party en Estados Unidos. Se trata de aprender del enemigo, lo cual muchas veces es, sin duda, provechoso.
Dicho movimiento, como se sabe, surgió luego de la elección de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos. Sus concepciones corresponden a la agenda de la derecha más conservadora en la política norteamericana: oposición a las exigencias de inmigrantes, minorías raciales, sectores empobrecidos, sectores históricamente discriminados por diversas razones (orientación sexual, por ejemplo). Cualquier medida que pretenda proteger a los sectores más golpeados por la crisis actual es rechazada como un paso hacia el “big government”, detrás del cual viene el peligro del “socialismo”. Por la misma razón y con la misma lógica, rechazan medidas de protección ambiental o de ampliación, por tímida que sea, de las redes de servicio social (como la reforma de salud impulsada por la administración Obama). Sarah Palin, una de las divas del movimiento, llegó a denunciar como anticonstitucional y socialista la propuesta del presidente Obama de diseñar un código de construcción para todo Estados Unidos con el objetivo de ahorrar energía.
El compañero Otero destaca un aspecto de este movimiento: a pesar de que pretende revertir la agenda de la Administración demócrata, no se ha presentado como un partido político independiente ni como una futura opción electoral. En su lugar, ha iniciado una campaña masiva de movilización que le ha permitido convertirse en una fuerza importante dentro del Partido Republicano, cuya política ha logrado mover en la dirección de sus posiciones. Tomando este ejemplo, Otero nos plantea que el MUS (y, con la misma lógica, se podría decir: cualquier intento de nuevo proyecto electoral) tiene muy pocas posibilidades de tener un impacto electoral significativo. Y se pregunta: ¿no sería mejor seguir el ejemplo del movimiento del Tea Party y tratar de impulsar nuestras posiciones en las filas del Partido Popular Democrático (PPD)? Como dije, la propuesta se presta para una discusión interesante sobre la política, tanto de Puerto Rico como de Estados Unidos. Veamos algunos aspectos del problema.
Lo primero que quisiera destacar es la naturaleza de la relación entre el movimiento del Tea Party y el Partido Republicano. Entre el movimiento y el partido, o las políticas oficiales del partido, existe un amplio terreno de coincidencia. De hecho, puede decirse que sus propuestas van todas en la misma dirección, ya sea referente a los inmigrantes, la reforma de salud, los impuestos a las corporaciones o cualquier otro punto que se tome. La diferencia entre el movimiento del Tea Party y el Partido Republicano atañe al discurso mucho más agresivo del primero, a su disposición a la movilización en la calle y a la intransigencia de sus posiciones, es decir, a su poca disposición a transar por medidas conciliadoras. Pero, los objetivos son los mismos. Esto explica por qué el Tea Party tampoco es una fuerza enteramente externa al Partido Republicano. Desde el principio, pueden detectarse importantes líderes del Partido Republicano entre los animadores abiertos o encubiertos del movimiento del Tea Party. Sarah Palin, excandidata a la vicepresidencia, es un buen ejemplo. Al evaluar el éxito del movimiento del Tea Party, no podemos olvidar estos dos elementos: el movimiento promueve, si bien de modo más intransigente, ideas iguales a las del Partido Republicano y puede contar, por lo mismo, con un grado considerable de simpatía en al menos algún sector del liderato de dicho partido.
Basta tener estos elementos en cuenta para ver un primer problema con la idea de tomar la relación del Tea Party y el Partido Republicano como modelo para la izquierda en Puerto Rico y su relación con el PPD. Nuestra agenda, para decirlo sencillamente, no es la agenda del PPD, y no lo ha sido desde hace décadas. En el caso del Tea Party, se trata de radicalizar al Partido Republicano en la dirección que dicho partido ya tiene. Pero nosotros no podemos pretender radicalizar el PPD en la dirección que ya lleva. Nosotros no promovemos de forma más intransigente las mismas propuestas y políticas que el PPD: en el terreno laboral, de política fiscal, de política de “desarrollo” económico, de prioridades ambientales y en muchos otros temas, hemos promovido políticas opuestas a las impulsadas por el PPD. Nosotros, en todo caso, a diferencia del movimiento del Tea Party con el Partido Republicano, tendríamos que intentar entrar en el PPD no para lograr que sea fiel a las políticas que está comprometido a defender, sino para cambiar radicalmente esas políticas: es como si el Tea Party estuviese tratando de impulsar, no una versión intransigente de la política republicana, sino una política opuesta a la que históricamente ha defendido el liderato republicano. En ese caso, su “éxito” hubiese sido más difícil. En realidad, me parece que la analogía hay que buscarla en otro tipo de experiencia en la política norteamericana: no en las estrategias de la extrema derecha, sino en la evolución de los grandes movimientos sociales en Estados Unidos y su relación con el Partido Demócrata. Aquí, creo, hay grandes lecciones para nosotros.
Lo que más se parece a la propuesta del compañero Otero no es el intento del Tea Party de radicalizar hacia la derecha la agenda del ya derechista Partido Republicano, sino el intento de diversos movimientos sociales de convertir el Partido Demócrata en vehículo de sus aspiraciones. Lo que comprobamos, al mirar los ejemplos colectivos más significativos, así como la trayectoria de muchos individuos, es que tales intentos, lejos de transformar el Partido Demócrata, han terminado por desvirtuar y neutralizar el potencial de los movimientos que pretendían transformarlo. El Partido Demócrata, como oí decir a algún activista alguna vez, ha sido la tumba de los movimientos sociales. Me limito a dar tres ejemplos.
A principios de la década de 1890, surgió en Estados Unidos un amplio movimiento contra los privilegios de las grandes empresas, favorable a la nacionalización de los bancos y los ferrocarriles, así como otras instalaciones y servicios importantes, promotora de legislación protectora del trabajo y de los consumidores, entre otras medidas. El movimiento contaba con el apoyo de organizaciones de agricultores, sectores del movimiento sindical y agrupaciones de clase media. En 1892, estas fuerzas se organizaron en el People’s Party (Partido del Pueblo; a veces traducido como Partido Populista). Pero, el movimiento duró poco tiempo: luego de fuertes debates, optó por dar su apoyo al candidato demócrata en las elecciones de 1896, que había adoptado algunas de las propuestas de los populistas (las menos radicales, como su propuesta de reforma monetaria). El resultado no fue la transformación del Partido Demócrata en un vehículo de las políticas impulsadas por el movimiento sindical o de agricultores contra patronos y grandes empresas, sino la neutralización y desaparición del movimiento populista.
La década del treinta del siglo XX ofrece un ejemplo más claro y dramático. La Gran Depresión fue un momento de grandes luchas obreras en Estados Unidos. Desde las huelgas generales de Mineápolis y San Francisco de 1934 hasta la gran ola de huelgas de 1945-46, pasando por las ocupaciones de fábricas en 1937, una impresionante cadena de batallas en los talleres y las calles convirtieron al movimiento sindical norteamericano de la figura moribunda que era en 1930 en una de las fuerzas más destacadas de la vida norteamericana. Una nueva central sindical, el Congress of Industrial Organizations (CIO), había logrado penetrar el corazón mismo de la industria estadounidense (del automóvil, acero, la producción de enseres eléctricos, etc.). En 1948, el sociólogo estadounidense C. Wright Mills publicó un estudio titulado: New Men of Power. No se refería a los líderes de grandes empresas o nuevos políticos. Se refería a los líderes del nuevo y vigoroso movimiento sindical. Como todo movimiento social, el CIO no podía ignorar la política: estaba interesado en promover legislación favorable a los trabajadores, favorable a extender la red de seguridad social, favorable a la redistribución de la riqueza. Aquí surgió de nuevo el debate: un sector importante planteaba que el CIO debía auspiciar la creación de un partido independiente, un Labor Party, para promover su agenda de reforma laboral y social. Pero, una vez más, prevaleció la política opuesta: no desarrollar un partido propio, sino apoyar el Partido Demócrata contra el Partido Republicano. Sin duda, ha sido una de las grandes oportunidades perdidas en la historia política de Estados Unidos: lejos de convertir el Partido Demócrata en un equivalente de Labor Party, el movimiento sindical se convirtió en rabo de un partido que, con el paso de los años, fue relegando las exigencias sindicales al fondo de sus prioridades. Sin alterntativas ante el hecho innegable de que el Partido Republicano es peor, el liderato sindical reitera año tras año su apoyo al Partido Demócrata, que año tras año le devuelve el favor aprobando legislación patronal y antiobrera o haciendo caso omiso de sus propuestas más importantes.
Para dar un tercer ejemplo, sin abundar mucho en ello: desde mediados de la década del cincuenta, surgió el movimiento contra la segregación racial y por los derechos civiles en el sur de Estados Unidos. Para la década de 1960, se le unieron los diversos movimientos de negros y demás sectores empobrecidos en ciudades de todo Estados Unidos. A esto, se añade el movimiento estudiantil, la lucha contra la guerra de Vietnam, la nueva ola del movimiento feminista, los inicios del ambientalismo como movimiento amplio, entre otras corrientes. Una vez más, estos movimientos, luego de fuertes debates, se orientaron en su mayor parte al Partido Demócrata. El resultado fue el mismo: no la transformación del partido, sino la neutralización de los movimientos. Para el establishment norteamericano, esa ha sido una de las grandes funciones históricas del Partido Demócrata (desde finales del siglo XIX): absorber y neutralizar los desafíos más radicales que puedan surgir a los partidos existentes.
Esa, repito, es la analogía pertinente, si queremos hablar de nuestra relación con el PPD: meternos en la política de dicho partido no va a transformar ese partido, tan solo va a desvirtuar los movimientos sociales que intenten hacer política de ese modo. Los movimientos sociales tienen que entrar en el terreno político. No puede ignorarlo. Pero necesitan hacer su propia política, y para eso necesitan sus instrumentos políticos propios. Ese instrumento político, si quiere ser efectivo, tiene que ser amplio. Por eso, en una etapa inicial, ese movimiento no puede definirse como tradicionalmente se define todo partido en Puerto Rico, alrededor del tema del estatus. Debe ser un partido comprometido con legislación favorable a los trabajadores, la defensa del ambiente, los derechos de la mujer, la mejora y garantía de los servicios públicos, entre muchas medidas que cuentan con el apoyo de la gran mayoría del país. Debe estar abierto a todo el que defienda ese programa, sin pedirle a nadie que abandone sus posiciones ni independentistas, ni estadistas, ni autonomistas, ni socialistas. Esa es la concepción que anima a los amigos y las amigas que se han lanzado a la inscripción de un Partido del Pueblo Trabajador. Yo coincido con Otero en algo: los recursos con que cuentan los iniciadores de este proyecto son muy limitados, comparados con los recursos que tienen los partidos establecidos y los obstáculos que pone la legislación existente para la inscripción de partidos nuevos. La limitación mayor viene del hecho de que este proyecto debiera contar con el apoyo, no de individuos, o no sólo de individuos, sino también de organizaciones. Es importante hacer esos contactos. Los sindicatos, las cooperativas, los grupos comunitarios, los grupos ambientales, las organizaciones de mujeres y estudiantiles, entre tantos otros, constantemente intentan influenciar lo que el gobierno hace o no hace: cabildean, participan en vistas públicas, recogen firmas, redactan propuestas, envían cartas, todo con el objetivo de convencer a uno u otro legislador de votar de una manera u otra, de apoyar o retirar una medida, de poner o quitar una enmienda. ¿No debemos aspirar a tener nuestros legisladores, en lugar de estar tratando de cabildear a los que raras veces nos oyen? Me parece que tenemos que movernos en esa dirección: quizá se puedan inscribir nuevas opciones en 2012, quizá haya que trabajar para 2016. Sobre los plazos, no estoy seguro; creo que nadie puede estar seguro. Pero, lo que debe estar claro es la dirección: la dirección debe ser hacia la creación de un partido amplio capaz de empezar a transformar el amplio descontento que arropa al país en una fuerza política independiente de los partidos tradicionales y abierta a un nuevo debate sobre el futuro del país.