12 Years a Slave: tortura
Steve McQueen, un director inglés, ha filmado la historia verdadera de un hombre negro libre, Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), quien vivía en Saratoga, Nueva York y en I841 fue secuestrado por unos hombres blancos y vendido como un esclavo en el sur de los Estados Unidos. El tema es uno horrífico y el filme se puede ver no solo como evidencia de los abusos a los que se sometían a los esclavos sino también como referencias a los campos de concentración que han existido en el mundo por siglos pero que alcanzaron la cúspide de la ignominia con Hitler y Stalin, y el colmo de la hipocresía con el desplazamiento e internamiento de los japoneses del oeste de los Estados Unidos después del ataque a Pearl Harbor.
Todo ser humano debería rechazar el abuso contra un grupo racial o minoritario o contra cualquier ser, incluyendo los animales menos agraciados que los hombres y las mujeres. Sabemos desgraciadamente que no es exactamente así y que la esclavitud aún se cierne sobre los humanos. Hoy día la trata de blancas y el tráfico de niños empaña a la humanidad con su viciosa avaricia y desparpajo. Esta película muestra un nuevo aspecto de la sangrienta saga de la esclavitud norteña del siglo XIX: el secuestro y sumisión de alguien ya libre a los estragos de la servidumbre forzosa.
La película tiene varios aspectos que la separan de otras que han tratado el tema desde la perspectiva del africano traído al nuevo mundo a ser esclavo. Aunque no se acerca al logro de “Roots”, que fue al aire como una miniserie de televisión en 1977, tampoco claudica en presentar los abusos físicos y emocionales contra los negros de la forma más realista y brutal posible.
Sin embargo, la cinta tiende a ser repetitiva, sentimental y un poco obvia. No hay castigo que no hayamos visto antes en el cine, incluyendo linchamientos y puro asesinato. La separación de familias es aquí tan desgarradora como en muchas otras cintas que presentan esa ruptura entre esclavos, entre judíos camino a los campos de concentración, entre personas que se marchan para no volver o que son desplazados por la guerra, y un largo etcétera de situaciones. El abuso sexual de las mujeres no es nada nuevo, y de los negreros y esclavistas salidos del mismo infierno tuvimos una visión igual de brutal en “Django Unchained” de Tarantino.
Todo lo que sucede nos hace sufrir en nombre de los esclavos, particularmente en el de Northup, llamado Platt, ahora que está en cautiverio, para ocultar su procedencia y su nivel social. Ya le han advertido al secuestrado que demostrar que es educado le causará la muerte. Lo único que se le permite es tocar el violín, lo que le da ciertos privilegios en las dos plantaciones en la que llega a trabajar, pero lo coloca en la posición de ser un entretenimiento no muy distinto a un perro amaestrado. Sus conocimientos adquiridos trabajando en la canalización del lago Erie, lo ponen en colisión con un capataz que no tolera que el negro sepa más que él. Vemos en estos detalles (hay varios) la determinación que tenía el blanco de declarar la inferioridad de las razas de color y cómo esto estaba entrelazado con las interpretaciones bíblicas que les daban (ocurre aún) esa superioridad brutal contra otros seres humanos. Es algo que aún perdura en los Estados Unidos y se manifiesta en las posturas del TEA y de tipejos como Ted Cruz, a quien uno claramente ve blandiendo un fuete y un hierro de marcar.
Además de la veracidad de la historia, lo que alza a la película a un nivel que nos permite verla con buenos ojos es el conjunto de actuaciones que ofrecen los personajes principales. La de Ejiofor evoca a veces el trabajo de Sidney Poitier, y en ocasiones lo iguala en su altura moral y en la aceptación de una situación de la que no tiene salida inmediata. Michael Fassbender como Edwin Epps, un dueño de esclavos de una crueldad ilimitada, Benedict Cumberbatch, como William Ford, un bondadoso y temeroso ministro bautista dueño de esclavos, y Brad Pitt como Samuel Bass, un carpintero canadiense que cree en la abolición, ponen sus talentos al servicio de la historia con buenos resultados. Esto a pesar de que muchos son personajes unidimensionales que hemos visto antes en otras películas. Además, abundan los estereotipos entre los personajes secundarios blancos y negros que diluyen el impacto del mensaje porque tienden a vulgarizarlo.
Por ello, la película no alcanza el peso moral que debería. Nos damos cuenta de las arbitrariedades de los poderosos, del concepto erróneo que muchos han adquirido a través de creencias religiosas y de erradas interpretaciones de la Biblia basadas en la superioridad de las razas y perpetradas por prejuiciados que pretenden predominar sobre otros basándose en el color de su piel. Pero no vemos que nadie haya aprendido nada. Los que ayudan a Northup desaparecen de la cinta sin dejar rastro y los condenados siguen torturados sin esperar mitigación. Si tomamos ese como el mensaje de la película, que no hay posibilidad de escape de los ricos blancos poderosos, entonces tenemos un filme torturante que ofrece poca esperanza. Si es una cinta para que recordemos la injusticia de que es capaz el animal más cruel del planeta, solo hay que ver las noticias en televisión o leer la prensa para saber que, además de la esclavitud que hoy se practica en todo el globo, está el acecho de las grandes corporaciones que tienen en el yugo del salario mínimo y los salarios miserables en países en “vías de desarrollo”. Eso tortura la consciencia de verdad.