Estos niños y niñas han sido audaces, atrevidos y hasta trabajadores…emocionados por la alegría de verse y jugar todos los días, el interés de explorar, la sorpresa de lo que descubren y el disgusto cuando tienen que reportarse a dormir. Sus padres, de bagajes educativos y vocacionales bien diversos, son un micromundo en la diversidad económica puertorriqueña. Sin embargo, estos niños y niñas de barriada tienen sus casas, sus techos, salud, ropa y comida. Algunos perdieron terrazas, otros ventanas y otros las verjas en sus patios, perdieron enseres, juguetes, no tienen electricidad, por momentos no tienen agua, y algunos padres no han podido devengar sus salarios, todos cuentan con adultos y adultas significativos a quienes ellos ven laborando y compartiendo diariamente en comunidad, y buscando el sustento a pesar de -y gracias a- la adversidad.
Otras estampas son desgarradoras, a pocas millas de distancia: una niñez hambrienta de comida y de alegría; que ya no tiene a su grupo familiar o a sus vecinos, o sus respectivos techos y paisajes. Esa es la agenda más importante de atender. ¡A esa niñez se le debe todo! El Estado, en su deber ministerial, así como las organizaciones cívicas y religiosas, le debe a las familias de estos niños y niñas, todos o la mayoría de los servicios esenciales para que puedan ser las anclas de sus hijos e hijas. Para miles de familias, esta es una deuda que el gobierno y la sociedad tiene mucho antes de María e Irma, en los tiempos del otro huracán Deuda-Junta. Confusión, tensión, tristeza, coraje, desilusión son las emociones que mueven a esta niñez: a algunos a resistirse y quejarse, a otros a preguntarse por qué tanto sufrimiento y carencia y sentirse abandonados. Sus emociones también son motores potentes para reclamar un mejor país, más responsable y más sensible, más justo y equitativo; y nosotros a cerrar filas con ellos.
La niñez que sufre grandes pérdidas en un desastre de la magnitud que tuvimos, acompañada de adultos sensibles y dispuestos, se puede mover entre múltiples emociones y desarrollar estámina y carácter. La inquietud, la curiosidad, el coraje, la sorpresa, entre otras, son las herramientas de niños y niñas invencibles que, en buena compañía, con salud y estómago lleno, ven el ocio con ojos de aventura, echan mano de lo que haya para jugar, así como trepar por el nuevo paisaje de escombros naturales y contarse las historias de huracán que muy bien han sustituido a los juegos electrónicos. Sus interpretaciones de la realidad tienen alcances bastante concretos, pero las memorias que edifican son trascendentales.
Las sociólogas Alice Fothergill y Lory Peek, autoras de Children of Katrina (2015), estudiaron de manera longitudinal la vida de niños luego del Huracán Katrina en New Orleans. Sus hallazgos son iluminadores: los niños cuyas familias tenían recursos antes del huracán pudieron recuperarse y salir airosos; por el contrario, los niños de familias con pocos recursos antes del huracán tuvieron un futuro lleno de dificultades, y finalmente los niños que perdieron todo, pero que tuvieron adultos que sirvieron de ancla en sus vidas, pudieron dar la batalla ante la depresión y la ansiedad. Entonces, no queda duda que tenemos que comenzar por nutrir el tejido socio-familiar y comunitario de nuestra niñez abatida. Hacerlo constituye generar factores protectores para la niñez.
Para apostar a la capacidad de resiliencia de la niñez hay que procurar vivencias significativas y pertinentes, guiadas por adultas y adultos generosos, asertivos y pujantes. Deben tener a mano herramientas para el juego, experiencias que les ayuden a liberar tensiones, expresar sus temores sin prisa, con espontaneidad, así como espacios seguros para activar su imaginación. Debemos creer en la capacidad de líderes comunitarios entre los que hay educadores, trabajadores sociales, trabajadores jubilados, jóvenes universitarios, miembros de iglesias y otros, para servir de mediadores e intercesores y a estar ahí para ellos como familia extendida. Esto puede edificar una sociedad mejor que la que teníamos.
La niñez puertorriqueña tiene el derecho a una vida plena al articularse cabalmente sus derechos a la supervivencia, al desarrollo, a la protección y la participación (Convención Internacional de los Derechos de la Niñez, ONU 1989). Esto implica hacerse responsable y asimismo responder sin pausa a las familias más desventajadas, pues en este desastre la desigualdad económica se amplía aún más. Ahora, con un país devastado y con pocos poderes políticos para apoyarse, el reto del gobierno y las comunidades es ser absolutamente solidarios entre sí, reclamar contundentemente el apoyo humanitario de la comunidad internacional para que se sume a las ayudas oficiales y obligadas, pero insuficientes, de los Estados Unidos para proveer las oportunidades a todos los menores, sobre todo a los que viven en la pobreza, los recursos que les ayuden a emprender en la adversidad y vencerla.
La estampa de los niños y niñas trujillanos nos retrata una posibilidad de la niñez invencible, aquellos que experimentan emociones y vivencias protectoras. Pero nos lleva a ocuparnos por la niñez que sufre hoy y ha sufrido antes carencias básicas y cuyos padres han sido desprovistos de los recursos materiales para la subsistencia digna. Toda iniciativa honesta y políticamente clara debe asumir que la niñez invencible está fuertemente atada a adultos y adultas que puedan ser capaces de amarla respetuosamente, de suplir sus necesidades materiales y ser sus fuertes anclas donde agarrarse en la tormenta.