A la sombra de nuestros párpados bajos
El espacio habitado por Polo y el gran Khan es el mismo; sujetos a su deseo, la suya es una travesía imaginaria tras el sueño, aunque ambos sepan cuán distante se halla de lo real. Pero ambos conocen el posible revés de la maravilla, y necesitan hacernos partícipes del contexto que enmarca su ensoñación. Cito el pasaje:
Polo: Tal vez este jardín existe sólo a la sombra de nuestros párpados bajos, y nunca hemos cesado, tú de levantar el polvo en los campos de batalla, yo de contratar costales de pimienta en lejanos mercados, pero cada vez que entrecerramos los ojos en medio del estruendo y la muchedumbre, nos está permitido retirarnos aquí vestidos con quimonos de seda, considerando lo que estamos viendo y viviendo, sacando las conclusiones, contemplando desde lejos.
Kublai: Quizá este diálogo nuestro se desenvuelve entre dos harapientos apodados Kublai Khan y Marco Polo, que revuelven en un basural, amontonan chatarra oxidada, pedazos de trapo, papeles viejos, y ebrios con unos pocos tragos de mal vino ven resplandecer a su alrededor todos los tesoros del Oriente. (115-116)
Si atendemos la metáfora de base en el caso de Calvino y conservamos la inflexión melancólica de Lalo, habría que considerar dos cosas: la primera, si el acento del diálogo se halla en el balance que pueda provocar el contraste entre dos harapientos vestidos de quimono que revuelven el basural, o en la mirada conciliadora con la que ambos asumen la distancia que elaboran. Habría que despojarse de las formas de la antítesis para poder continuar mirando; esa transformación posibilita la mirada, porque más allá del instrumento del que disponemos para mirar, el énfasis es la correspondencia que facilita el tránsito, así como en la mirada de extranjería de un Derek Walcott en The Bounty, es la extracción de una rosa sembrada en el desierto lo que torna luminosa su búsqueda. Así, pensando en Lalo y en su relación con lo invisible, podríamos concluir que no es lo visible lo que se busca, sino la tensión que genera el movimiento que la sostiene. Lo visible y lo invisible se complementan, y devienen el resultado del tipo de mirada que arrojamos sobre ello.
Continuamos con Calvino. “De parte a parte parece que la ciudad continuara en perspectiva multiplicando su repertorio de imágenes: en cambio, no tiene espesor, consiste sólo en un anverso y un reverso, como una hoja de papel, con una figura de este lado y otra del otro, que no pueden despegarse ni mirarse”. (117) Mediante este señalamiento de Calvino ingresamos en la interrogante que acaso sostiene el planteamiento recíproco de todos aquéllos que aupados en la imaginación miramos cómo se debe mirar, es decir, miramos con el ansia de no poseer sino de inventariar el espacio estético, otra forma de la poiesis que en su buen sentido no accede ni quiere acceder al sentido, sino al proceso mismo que nos arroja tendenciosos hacia la posibilidad del hallazgo. El inconveniente sería la forma misma del poder que estatuye el mirar de cierta forma, qué cartografiar, qué estructuras dirimir y qué poblaciones perimir. Frente a este proceso reduccionista, el artista, claro, no puede evitar cuestionarse qué espesor tiene el deseo.
¿Qué tensiones exige la travesía para que continúe siendo travesía, reto, no llegada, sino el movimiento “en disposición a” (ad canere), la tendencia presta a cantar o a expresarse? Pienso que aquí interviene una tercera opción, la de nosotros como la figura del lector volteando aquella moneda de dos caras lanzada para que se mantenga flotando, deseando que la gravedad no la haga caer o que finalmente caiga y no le toque a alguien. El papel del lector, de quien escucha, de quien se expone al acto estético, su verdadera condición para que ejerza sus posibilidades como lector o escucha, es su libertad. Como dice más adelante el propio Calvino, el que escucha sólo retiene las palabras que espera, y así nosotros nos fijamos en la medida en que privilegiamos uno u otro lugar de lo reversible, llámese visible o invisible. Lo dice muy claramente más adelante: “Lo que comanda el relato no es la voz, sino el oído” (148). No se trata de quién dice, sino de quién escucha; ese es quien en última instancia comanda u ordena la ruta de la experiencia y del descubrimiento. “Lo que comanda el relato no es la voz, sino el oído”, repito. Es obvio que la producción ulterior (también artística) que supone la exposición a lo artístico no es comandable de antemano, pues resulta de las circunstancias materiales que rodeen el disfrute de lo estético.
Acaso atendemos el mismo proceso cuando pretendemos distinguir la verdad de la ficción con que enfrentamos nuestra cotidianidad, específicamente la literaria. No existe otra forma de experimentar la existencia sino a través de una cotidianidad violenta y realista. Me refiero inclusive a esa cotidianidad elusiva que desborda nuestros parámetros de enjuiciamiento cuando se refiere a la literatura puertorriqueña en el contexto latinoamericano. No hay polémica al respecto. Nuestra vida interior vive abismada “bajo la sombra de nuestros párpados bajos”, hermosa frase que Calvino utiliza en uno de sus fragmentos. La realidad asume la forma de nuestro deseo, continuamente móvil, dependiendo de las circunstancias.
Pensemos ahora en “La carretera #3”, de Eduardo Lalo, uno de los textos clave de Los países invisibles, para explorar otro ángulo de la invisibilidad. Allí se explica el periplo antiguo, la cartografía de la travesía de Ulises por el mar agresivo, la genealogía del perdedor. Hay una prefiguración de Lalo en este Ulises cuando esta vez emprende el viaje por una de las carreteras principales de Puerto Rico, sumida ahora en tierras áridas, centros comerciales y complejos de walk-ups, hacia un centro de adoración natural, el bosque de El Yunque. Su ensayo bien puede leerse como una exégesis de la lectura y de cómo ésta, así como el viaje, torna visible o invisible el mundo. Como la escritura es una construcción de visibilidad, apreciamos el peligro de las políticas de identidad que reducen lo visible a lo estereotipado adecuando lo existente a lo visible, su reducción a la invisibilidad porque no se tiene la oportunidad de producir una mirada, un relato o una teoría, y se depende de “los intelectuales en dashikis” según critica Derek Walcott, vestidos exóticamente para satisfacer las lecturas previas que la lectura oficial ha hecho de ellos, resignándose a la reducción que los sujeta a la sobrevivencia. La invitación de Lalo estriba en pensar desde la carretera #3, el lugar del sin poder, y mirar sin esperanza para que rinda fruto. Ahora bien, este mirar “sin esperanza” no puede asumirse negativamente, tampoco debe interpretarse literalmente. El sin esperanza supone asumir el algo inenarrable que es un estado de ánimo que precede y es estado de gracia, estado de contemplación. En el ensayo de Lalo corresponde al momento en que éste regresa del paseo por la carretera #3, se retira a su cuarto y comienza a tocar su flauta. También corresponde al momento en que se entrecruzan las miradas de su esposa y él, agobiadas por el reconocimiento del medio, y guardan silencio para terminar diciendo “Mi vida ha estado atada a un lugar en el que esta pregunta se puede hacer a diario”. (Los países invisibles, 95).
No quiero cerrar este mi periplo como lectora o “devoradora lejana” (Walcott, 37) de la travesía de lo que se quiere decir al evocar el ánimo que dirige el texto de Calvino y el de Lalo en torno a la invisibilidad. Estimo que ambos dialogan sobre los dos lados de la moneda sin espesor, a saber, el espacio maravilloso y el espacio desolado de lo imaginado al uno tornarlo barroco y el otro exhibirlo desolado. Frente a ambos la actitud del lector o del escucha, ese que finalmente estipula el qué hacer en el sentido del quehacer poético. Dice Nancy de lo poético, que consiste en hacer sentido, no para comunicar sino para hacer sentir al otro, producirle o abrirle un sentido. Y hacer significaría no un hacer literal necesariamente, sino un pensar en las posibilidades del lenguaje cuando permite abrir un camino diferente para experimentar la espesura del caminar, o la densidad o no densidad de aquella moneda que continúa girando en el aire. “Poesía es hacer que todo hable, y deponer toda habla sobre las cosas”; (8) Multiple Arts, J-L Nancy.
La suspensión del sentido que menciona Agamben (“The End of a Poem”) al aludir a la ruptura semántica o a la tensión semiótico-sintáctica al final del verso invita al lector a elucubrar las potencialidades de ese silencio poético. Por eso argumenta que lo poético no concluye, sino que descansa en el silencio semántico y semiótico. Son como la traducción, el sitio del no sitio. Deja de decir en el mismo momento en que lo dice, como la flauta o el silencio en el texto de Lalo. O como la sucesiva elaboración de una ciudad tras otra en el imaginario de Calvino. Creo que esa travesía por lo invisible, la potencialidad de su existencia y el potenciar que intuyamos su presencia y suframos su embate es aquello que en Calvino y en Eduardo Lalo es lo invisible, lo inenarrable, la suspensión, el paso de lo que pasa a oscuras, “a la sombra de nuestros párpados bajos”.
17 de marzo de 2015, Caracas