A las cinco y cincuenta y cinco
“Profe, por fin, ¿cuándo va a escribir el artículo sobre los programas de las cinco y cincuenta y cinco?”. La pregunta o mejor dicho, el reclamo anterior, es una constante en mis clases de periodismo desde hace mucho tiempo. En la batalla que libro diariamente en aras de un periodismo más humano, ético, pertinente con las necesidades de los ciudadanos, ameno y educativo, me la paso enfatizándole a “mis muchachos”, que hacer programas de esa índole no es el camino.
Cuando los profesionales de las comunicaciones y los ciudadanos con herramientas de pensamiento crítico “activadas” pensamos que tras la desaparición de SuperXclusivo llegaría una nueva y refrescante etapa para la televisión puertorriqueña, emergió inmediatamente un sustituto igual o peor que el anterior, y aparecieron o tomaron fuerza otros programas también similares o peores.
Resulta lamentable que con el déficit de investigación periodística que padecemos en Puerto Rico se inviertan tantos recursos humanos, tecnológicos y de otra índole, que al final se traducen en recursos financieros, en escudriñar en la vida privada de ciertas personas, a algunas de las cuales los propios medios convierten en famosos y les llaman (para darle más “caché”) figuras públicas.
Si al menos ese escudriñamiento en la vida privada tuviera que ver con verdaderos logros de esos “famosos” quizás hubiera algo positivo que se pudiera rescatar, pero no, cuando indagan hasta lo más profundo de la intimidad de esas “figuras”, que a mí muchos se me antojan más como “figurines”, lo hacen buscando el morbo en su esencia misma. Van hasta las entrañas de la chabacanería, de las situaciones más privadas y que por ser eso: privadas, no deben divulgarse y se “ensañan” con aquellas que tienen tintes dramáticos, como problemas delicados de salud, procesos judiciales con fuertes y feas confrontaciones entre las partes, relaciones de pareja enrevesadas, entre otras similares.
Todo lo anterior se agrava con el poder de las redes sociales las que, cuales tsunamis inevitables, reproducen y hacen virales hasta convertir en plagas informacionales, cuanto morbo convertido en noticia trasmiten esos programas.
Una de las contradicciones de ese tipo de proyectos es que por lo general quienes los realizan, delante y detrás de las cámaras, son profesionales con la preparación, calidad, experiencia y ética necesarios para hacer otro tipo de programas: ricos en valores, creativos, entretenidos y a la vez educativos. Al respecto cuestiono:
¿Necesitan verdaderamente los conductores, periodistas, productores, directores, camarógrafos, editores y otros profesionales del sector, realizar ese tipo de programas, para llevar el sustento a sus hogares? ¿No tienen otras opciones en la propia profesión?
¿Están conscientes los dueños y directivos de esos canales de televisión y los propios profesionales que los realizan, del daño que causan en la gran mayoría de la población, con la transmisión de ese tipo de contenidos?
¿Qué pasa con la Responsabilidad social de las múltiples empresas que pautan sus anuncios precisamente en esos horarios, durante esos programas y con la de los canales de televisión/empresas que los realizan y transmiten?
¿Por qué muchos de los ciudadanos (fundamentalmente madres y padres) que sí tienen las herramientas necesarias de discernimiento para saber cuáles programas ver y cuáles no, siguen apoyando con su sintonía ese tipo de programación, mientras paralelamente se quejan de los graves problemas de valores que padecemos en nuestra sociedad?
Gracias a un sistema educativo plagado de deficiencias en valores (comenzando por muchos hogares y continuando por muchas de las escuelas y colegios), la agenda y/o programación de los mal llamados medios de comunicación: prensa, radio, televisión, cine, etc., entre varios otros factores sociales; las masas cuasi heterogéneas de ciudadanos que son “inyectados” directo al cerebro por los contenidos que esos medios trasmiten, son cada vez más voluminosas y lo que es peor, más receptoras pasivas de lo que reciben proveniente de los medios.
Mis propios estudiantes que “disfrutan” las diatribas que me escuchan semanalmente contra esos programas, están muy al tanto de las noticias que ellos “les obsequian”, o sea, forman parte de la gran masa de televidentes de los mismos. Cuando cuestiono por qué lo hacen, lo único que obtengo, invariablemente, es una pícara y cómplice sonrisa.
Conozco el razonamiento de los dueños, directivos y otros profesionales de los medios de IN-comunicación, acerca de que ese tipo de programas y/o secciones son los más vistos y por eso se producen y, además, salen al aire en horarios estelares (o sea cuando más personas hay en sintonía), lo que equivale a inyecciones masivas de esas dosis de “veneno intelectual”, algo a lo que técnicamente llaman “ratings” (índice de audiencias). Tal argumento es inaceptable y en nada comparable a la sempiterna disquisición acerca de quién surgió primero ¿el huevo o la gallina? Si al televidente desde sus edades tempranas se le educa (en toda la extensión del concepto) con otro tipo de programación “otra gallo cantaría”, en cuanto a sus gustos y preferencias.
Precisamente el concepto “Responsabilidad social” mencionado anteriormente, es uno de los más abordados en el ámbito organizacional. Desde hace algunos años la gran mayoría de las organizaciones se preocupan y ocupan del tema, que tiene que ver con su obligación, compromiso y ética para con la sociedad. Resulta que “la sociedad” no es un ente abstracto, somos todos: nosotros, nuestros hijos, los vecinos, los demás familiares, los estudiantes, trabajadores, amas de casa (quienes son un “target” muy especial de los programas a los que aquí nos referimos), en fin todos los actores del proceso comunicacional macro y micro social.
Como la responsabilidad social no es solamente garantizar algunas calles limpias y algunos jardines bonitos, sino una filosofía y formas de actuar integrales e integradoras, las empresas deberían ser más cuidadosas en la selección de los programas de televisión en los que pautan sus anuncios, deberían ser los canales de televisión más cuidadosos en el tipo de programas que nos “ofrecen”, máxime cuando saben perfectamente que tienen una función educativa y saben muy bien, además, que hay un efecto importante de su programación en el pensamiento y la conducta de sus receptores, y por supuesto, debemos ser más cuidadosos los televidentes en el tipo de programas a los que “nos entregamos”.
Precisamente en estos días, los miles de estudiantes de la Universidad de Puerto Rico que participan en su Asamblea Nacional expulsaron de ese evento a un periodista y un camarógrafo de uno de los programas que han motivado estas líneas. Personalmente considero que (más allá del derecho que tengan a decidir qué prensa cubre o no sus eventos) la forma en que se hizo más que explicitar un posible rechazo, convierte en “víctima” al auténtico victimario y le aumenta su visibilidad (como si no tuviera ya mucha), pues el hecho se convirtió en titular, desplazando al verdadero y muy grave motivo de la asamblea. De múltiples correctas maneras, se pudo haber evitado todo ese show, realizado además al mejor estilo que esos programas protagonizan diariamente.
En el tema que ha ocupado estas líneas hay mucha tela por dónde cortar, mucho que reflexionar, cuestionar, y sobre todo, proponer alternativamente a lo que tenemos, pues la crítica “per sé” sin soluciones verdaderas tampoco lleva a ninguna otra parte que no sea la frustración y la desidia. Mientras, seguiré desde mis trincheras profesionales y personales alertando sobre estos temas, seguiré yéndome a las cinco y cincuenta y cinco de la tarde a la cancha de tenis a darle a la bola todo lo fuerte que no puedo al televisor y esperaré a que en un futuro no lejano mis estudiantes respondan, cuando les pregunto por qué ven esos programas, con algo de más “sustancia” que una pícara y cómplice sonrisa.