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A orillas del mar se levanta Leviatán

Jennifer DupreyJennifer Duprey Publicado: 31 de agosto de 2018



una reflexión sobre Vietnam de Gabriel Miranda

Es la casa un palomar
y la cama un jazminero.
Las puertas de par en par
y en el fondo el mundo entero
–Miguel Hernández, Cantar

Los versos de Miguel Hernández evocan imágenes de intimidad: el palomar, la cama con perfume a jazmín, las puertas abiertas dejándonos ver –o imaginándonos viendo–  esa intimidad; un mundo entero de memoria, olor de cocina y de huerto, olor de mar. La casa es refugio, morada, hogar, símbolo de integración psicológica y social. La casa es, en suma, una suerte de topografía de nuestro ser más íntimo, nos ha recordado Gaston Bachelard.[1] Esta descripción nos hace pensar que la casa es un derecho natural, un derecho de vida. Sin embargo, la historia nos ha enseñado que el ser humano en innumerables ocasiones ha tenido que luchar y sufrir para poseerla. La expropiación del espacio y la destrucción de comunidades empobrecidas por el mismo Estado es una de las formas en que actualmente se cercenan el derecho al hogar, así como la integración psicológica y social de una comunidad.

La expropiación y la destrucción de la vivienda de las clases sociales desaventajadas es una forma dominante en algunos círculos de urbanistas, arquitectos, políticos municipales y “expertos” en políticas culturales que tienden a definir lo que podríamos llamar una estrategia de regeneración urbana referida a cambios tanto socioeconómicos como urbanísticos. En este sentido, para la política local la expropiación es un acto positivo, digno de alabar, y considera como un gran éxito tanto las expropiaciones que responden a resoluciones urbanísticas en arquitectura como las políticas que las respaldan. Todo este proceso es llevado a cabo mediante la destrucción y la privatización. De acuerdo con esto, el relato de Vietnam es global,[2] pues, como apunta el antropólogo y geógrafo americano, David Harvey, la historia también ha comprobado que la neoliberalización ha tenido la tendencia universal de crear desigualdad, austeridad y marginalización. Todavía más, la desigualdad, la austeridad y la marginalización no son un subproducto de la neoliberalización, sino que son la neoliberalización en sí misma.

Vietnam, del director puertorriqueño Gabriel Miranda, es una metonimia de Puerto Rico y del orden mundial neoliberal. El documental narra la desoladora historia de una comunidad costera entre Guaynabo y Cataño, llamada Vietnam, que ha sido sujeta a la expropiación por parte del ex-alcalde de Guaynabo, Héctor O’Neill, para construir el Guaynabo City Water Front. Dicho complejo turístico tendrá acuario, paseo tablado y villas de lujo; su costo será aproximadamente de $250 millones. El documental comienza con la imagen de un niño que camina descalzo sobre las ruinas de una de las casas derribadas por las máquinas que devoran la comunidad. Se trata de una comunidad que fue construida por sus propios habitantes.

No obstante, la gran limpieza de esta comunidad, que ha sido declarada como inservible, no dejará rastro de la historia de quienes con sus manos la construyeron; su pasado quedará obliterado. Mediante la superposición de imágenes acústicas –el sonido del viento, del mar, el de la máquina de escribir y las máquinas demoledoras– Miranda nos enseña cómo devoran y arrasan la comunidad con el propósito de convertirlo en un espacio que quede en manos de ingenieros, diseñadores, arquitectos, y por qué no, higienistas, que aplican sus esquemas y planes de lo que es una ciudad ideal: la verdadera “Guaynabo City”. Para crear la ciudad ideal, sin embargo, debe desaparecer toda heterotopía.[3] La destrucción de heterotopías –en este caso una comunidad urbana diversa en su organización, estructura social y estilo de vida– testimonia la asimetría entre una cultura hegemónica y una cultura subalterna.  Las casas y los patios, los huertos de los habitantes de Vietnam eran lugares de memoria familiar y cultural que han sido borrados por un orden político-económico cuya idea de progreso es uno que no puede avanzar sin destruir y degradar.

Del mismo modo, la expropiación y la apropiación privada develan la relación del capital y el neoliberalismo con la naturaleza, en el caso de la comunidad Vietnam se trata de arrebatarles su derecho al mar. El capital, no solamente establece el valor de uso del espacio, de la tierra y de lo material, sino que además su punto de enfoque es la “utilidad” de ese espacio y esa tierra. Su modus operandi es la instrumentalización de la naturaleza y lo que he denominado anteriormente como “la comodificación de la belleza”.[4] Dicha razón instrumental –contrario a la razón crítica o liberadora– observaron claramente Adorno y Horkheimer, se ha convertido en ayuda del aparato económico que busca usurpar y acapararlo todo. La razón instrumental sirve como una herramienta universal para la fabricación de todas las demás herramientas, enfatizaron en Dialéctica de la ilustración. Los cambios locales, como el de la destrucción y apropiación de la comunidad Vietnam, corresponden a aspectos socio-económicos del neoliberalismo en un sentido más amplio, en un sentido global.

Es por ello que, tal vez sea necesario recordar la crítica de Walter Benjamin al progreso en sus “Tesis sobre la filosofía de la historia”, ya que en estas Benjamin señala los efectos destructivos de una concepción teleológica del progreso (la idea de progreso no mediado por una razón crítica y entendido como un fin en sí mismo). Entre estos efectos se encuentran la obliteración del pasado y la degradación del ser humano. Este tipo de progreso es, asimismo, como sugiere Fredric Jameson, un intento de “colonizar el futuro”. Jameson ha esbozado un perfecto retrato de este proceso de colonización: anexar el futuro como una nueva era para la inversión y la colonización por el capitalismo.

Donde Benjamin observó que ‘ni siquiera el pasado estará a salvo’ de los conquistadores, ahora podemos agregar que el futuro tampoco es seguro […] Este es el futuro preparado por la eliminación de la historicidad, su neutralización a través del progreso y la evolución tecnológica: es el futuro de la globalización en el que nada permanece en su particularidad.[5]

¿Desplazar e instrumentalizar o la ética de la arquitectura?

¿Puede la arquitectura ayudarnos a encontrar un lugar en el mundo de hoy? ¿Puede ayudar a crear para los individuos un mundo; una comunidad? Para David Harries la arquitectura tiene una responsabilidad con la comunidad y con formas de vivir dignas para el ser humano. Esta función ética inevitablemente es también política. En el mundo actual estas funciones han pasado a ser paradójicas. ¿Tendrían, sin embargo, que serlo? Si el acto de edificar está estrechamente relacionado con el significado de vivir, ¿qué se ha socavado en dicha relación? El objetivo más elevado de la arquitectura, su función ética, es permitir la vivienda, permitirles vivir a los seres humanos. La arquitectura debe crear un lugar –en su sentido de morada y hogar en el mundo– para los seres humanos.

En el mundo contemporáneo, no obstante, la función ética de la arquitectura se encuentra amenazada por la definición de las necesidades sociales y públicas que han establecido el capital y el neoliberalismo. Se trata de necesidades que se establecen –o se crean– en detrimento de las necesidades de vida de una enorme parte de entramado social que se denomina como marginal. La expropiación y la apropiación privada es una de las más sobresalientes de dichas necesidades del capital y el neoliberalismo. Pero, ¿qué crea y destruye, por una parte, y devela, por otra, la apropiación privada? Por un lado, el neoliberalismo ha traído una llamada “libertad” (mercado libre, de-regulación de operaciones financieras, etc.). Por otro lado, ha traído una pérdida social: la destrucción del lugar en el sentido antes mencionado (morada, hogar, lugar de pertenencia). Aún más, en vez producir un lugar para el ser humano, el resultado de esta medida es el desplazamiento, la marginalidad, la instrumentalización de la naturaleza y la comodificación de la belleza.

La apropiación privada, establecida como una necesidad social (sobre todo en momentos de crisis económica), es la máscara tras la que se esconde el poder de clase social. La vida de comunidad, que surge desde el inicio de la edificación de la comunidad, queda desmantelada y borrada. Aquello inigualable que poseen los habitantes de Vietnam, es decir, “el pedacito de mar, la vista preciosa”, como dijera uno de sus habitantes en el documental, ya nos les pertenece. Puesto que el derecho al mar y a la belleza; el derecho a sentirse un ser humano, con una morada y un propósito en la vida, ha sido pervertido por un futuro técnico-económico cuya razón no es crítica ni liberadora, sino terriblemente utilitaria e instrumental.

Pero los habitantes de Vietnam han gritado y seguirán gritando unidos, tal como lo expresa el mural que pintaron en su comunidad: Pero gritamos unidos. Vietnam es Puerto Rico. Y el corazón de este barrio no se vende por deseos ni por promesas de estos pillos. Dicho está lo que pedimos: que nos dejen nuestro orgullo que es la tierra en que vivimos.

A orillas del mar se levanta Leviatán. Leviatán es, pareciera decirnos el documental Vietnam, la historia de un Job actual. Leviatán es el monstruo marino que se levanta sobre las rocas a orillas de  la comunidad, para callar el sonido del viento y ensuciar su mar.

_______________________

[1] Ver La poética del espacio, capítulo I.

[2] Históricamente los mayores epicentros del aspecto de la privatización de la neoliberalización han sido Estados Unidos e Inglaterra. Durante la época de la presidencia de Ronald Reagan, se erradicaron programas sociales a nivel nacional, una medida acorde con objetivos neoliberales, mientras que en la Inglaterra de Margaret Thatcher se privatizaron la vivienda social y ciertos servicios públicos. Todas estas medidas fueron la respuesta a estipuladas “necesidades sociales” durante periodos de crisis económica en ambos países.

[3] Según la definición que le diera Michel Foucault a la heterotopía en Of Other Spaces, como espacios urbanos de un orden diferente que en diversos sentidos están fuera de normativas políticas y sociales.

[4] Ver Jennifer Duprey, The Aesthetics of the Ephemeral: Memory Theaters in Contemporary Barcelona.

[5] Ver Fredric Jameson, Postmodernism.

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Jennifer Duprey
Autores

Jennifer Duprey

Jennifer Duprey es catedrática asociada de literatura peninsular (específicamente las tradiciones catalanas, galleas y vascas), estudios transatlánticos y estudios culturales en el Departamento de Spanish and Portuguese Studies en Rutgers University, Newark. Completó su bachillerato en Estudios Hispánicos en la Universidad de Puerto Rico (1997). Su maestría es de New York University en Madrid (2000) y su doctorado del Departamento de Romance Studies en Cornell University (2007). Es autora de The Aesthethics of the Emphemeral: Memory Theaters in Contemporary Barcelona (SUNY 2014, nominado para el premio de la North American Catalan Society en 2015). Es editora de Whose Voice is This: Iberian and Latin American Antigones Hispanic Issues-On Line Series (2013). Sus artículos están publicados en diversas revistas académicas en Estados Unidos, Puerto Rico y España.

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