A propósito de Ambiente y democracia
Ambiente y democracia: experiencias de gestión comunitaria ambiental en Puerto Rico es un nuevo punto de referencia para los estudiosos de la gestión ambiental comunitaria y las luchas ambientales puertorriqueñas. Este elocuente libro representa, como afirmó Manuel Valdés Pizzini, una “hoja de ruta”, un “mapa textual” o un “atlas” para pensar y concebir de una forma más completa y madura la gestión comunitaria ambiental en Puerto Rico.
El libro es un sólido punto de referencia porque brinda una perspectiva única sobre esas luchas ambientales, la de las organizaciones y comunidades partícipes de esos conflictos, las que en el proceso de lucha se convirtieron en importantes gestores ambientales. El libro recoge las historias de acción colectiva y las experiencias con la gestión ambiental de nueve grupos de gestores comunitarios. El acopio de estas historias es una aportación sustancial ya que la documentación de estas es, como notaron Gustavo García López, Carmen M. Concepción y Alejandro Torres Abreu, los autores principales del libro, escasa: “El esfuerzo de publicación de este libro partió de un reconocimiento del cada vez más importante pero poco estudiado papel de estos grupos en la gestión ambiental, no solo en el manejo de espacios particulares, sino en el desarrollo de política pública y planificación”. Pero, lo más importante aún, y ciertamente innovador, es que fueron los propios partícipes y gestores ambientales quienes narraron sus experiencias, quienes escribieron los capítulos sobre sus organizaciones y comunidades. Los autores principales de Ambiente y democracia no se circunscribieron a aglutinar estas historias en un libro, sino que las acompañaron de una interpretación hilvanada desde la ecología política. Son justamente García, Concepción y Torres quienes mejor resumen la intención de su libro: “El propósito principal de este libro ha sido ofrecer una mirada a las experiencias de gestión comunitaria ambiental en Puerto Rico, para resaltar sus historias, aportaciones, retos, y perspectivas futuras, así como para extraer lecciones comparativas. Para esto hemos dado a los propios gestores de estas iniciativas el espacio para contar sus experiencias, mientras nosotros hemos buscado analizarlas desde el lente de la llamada ‘ecología política’”.
El análisis provisto por García, Concepción y Torres es valiosísimo. Concuerdo con Manuel Valdés Pizzini en que estos tres ecólogos-políticos, excelentes investigadores, nos proporcionaron un análisis metódico, profundo y consecuente de la gestión ambiental comunitaria y de las luchas socioambientales vinculadas a esta. Desde la perspectiva de la ecología política estos realizaron un rico y preciso análisis de la gestión ambiental comunitaria, subrayando las formaciones de injusticia y desigualdad social y ambiental que han perjudicado a muchas de nuestras comunidades. Su análisis también discurrió el imaginario comunitario y su significación de la naturaleza, las comunidades y su gestión ambiental. Estos también investigaron el impulso y usos de los saberes ambientales locales en la gestión comunitaria y su relación a otros saberes, incluyendo el conocimiento científico.
Otro aspecto examinado por García, Concepción y Torres fue la autogestión comunitaria en su relación a los movimientos sociales, particularmente el ambientalista, y su aportación al cambio social. Estos también estudiaron la compleja relación entre las organizaciones comunitarias y el Estado o sus agencias. Asimismo, examinaron el manejo compartido de los recursos naturales y del que participaron, dependiendo de la comunidad en cuestión, las organizaciones comunitarias, organizaciones no gubernamentales y las diversas agencias gubernamentales. La relación entre estos actores sociales, aunque en ocasiones movida por la cooperación, ha sido en muchas ocasiones conflictiva. Finalmente, los autores principales de Ambiente y democracia investigaron, como lo sugiere el título de libro, la compleja y dinámica relación entre la democracia y el ambiente, destacando el “déficit democrático” que tanto coarta la gestión ambiental en el país. Es por ello por lo que los autores nos exhortan a democratizar de raíz la gestión ambiental, lo que añado que debe ocurrir en todos los niveles, desde las comunidades hasta las instituciones globales, no sin antes democratizar las instituciones del estado colonial, y hasta las federales. García, Concepción y Torres destacan la urgencia de reclamar una mayor participación de ciudadanos, comunidades y organizaciones no gubernamentales en los espacios formales o institucionales y de transformar radicalmente el sistema político-económico dominante.
En su comparación de los grupos comunitarios García, Concepción y Torres destacaron varios aspectos básicos para entender su gestión ambiental: el efecto de las luchas sociales en la formación y desarrollo de estos; su identidad colectiva y su sentido compartido de pertenencia a una comunidad; su relación con el Estado o las instituciones políticas y gubernamentales; sus alianzas con organizaciones no gubernamentales, con o sin fines de lucro, y con varias instituciones académicas; y, finalmente, sus saberes ambientales. Estos aspectos son fundamentales para comprender la acción social de los gestores comunitarios. Por supuesto, la lista no es exhaustiva. Existen otros aspectos que, aunque quizás no tan esenciales como los examinados por García, Concepción y Torres, podríamos incluir y examinar. Uno de esos aspectos a incluir es la educación ambiental. Aunque presente en el análisis de los autores, la educación ambiental requiere más atención, dada su ubicuidad en las actividades y vivencias de los gestores comunitarios ambientales.
Los grupos comunitarios incluidos en Ambiente y democracia están todos comprometidos con la educación ambiental. Ciudadanos Pro-Bosque San Patricio ha instruido y entrenado guías turísticos, ofrecido talleres de capacitación y ha organizado campamentos de veranos. Por su parte, Comité Caborrojeños Pro-Salud y Ambiente imparte educación a través del Centro Interpretativo Las Salinas y ha desarrollado un currículo ambiental para las escuelas de su región. Caño Martín Peña corre un programa de educación ambiental, un proyecto de alfabetización y hasta un programa de educación popular basado en la música y el teatro. Casa Pueblo comparte conocimiento ambiental mediante Radio Comunitaria, maneja un bosque escuela y fomenta la cultura hidropónica. El Comité Pro-Desarrollo de Maunabo provee recorridos educativos por el humedal Punta Tuna y ha organizado competencias de poesía, noches de observación astronómica y carreras verdes. También ha producido guías para maestros de escuela intermedia. Corredor del Yaguazo también ofrece talleres para escuelas, universidades y comunidades y provee adiestramiento para la siembra en huertos caseros. En el Bosque, Vivero y Bosque Urbano Comunitario de Capetillo sus gestores proveen diversos talleres, tutorías y visitas guiadas. Y en el Proyecto Península de Cantera los gestores comunitarios entrenan líderes y proveen recorridos interpretativos y turísticos.
La educación ambiental comunitaria, como la educación ambiental en general, es un proceso de enseñanza y aprendizaje que les permite a diversas personas estudiar y conocer mejor el medioambiente y diversos problemas ambientales. Asimismo, la educación ambiental comunitaria promueve la búsqueda y realización de soluciones a estos problemas, suscitando acciones para conservar, restaurar o proteger el ambiente. Se trata de educar y formar “ciudadanos ambientales”, y más importante todavía, de adiestrar gestores ambientales. Los lazos entre la educación ambiental y los saberes ambientales utilizados en la gestión ambiental comunitaria son evidentes. De ahí que García, Concepción y Torres hayan abordado los proyectos de educación ambiental comunitarios como parte de su discusión de los saberes ecológicos, refiriéndose a los programas comunitarios de capacitación. Sin embargo, la educación ambiental en las comunidades es más amplia; no se limita a programas de capacitación. La educación ambiental, aunque involucra adiestramientos, es un proceso más amplio de enseñanza y aprendizaje que pretende que los sujetos desarrollen una conciencia de la realidad socio-ecológica, de las complejas relaciones entre entidades bióticas y abióticas que constituyen esa realidad y de las causas y consecuencias de los problemas ambientales. Además, también pretende proveerles a los educandos espacios para proponer soluciones a estos problemas.
García, Concepción y Torres observaron que los gestores ambientales, a pesar de producir saberes ambientales comunitarios, recurren extensamente al conocimiento científico para legitimar y sumar valor a sus reclamos. La mayor parte del conocimiento científico movilizado por los gestores comunitarios proviene de las llamadas ciencias ambientales. Lo mismo ocurre con la educación ambiental convencional en las escuelas e instituciones académicas. Temo que algo similar, a mayor o menor grado, ocurre con la educación ambiental en las comunidades del país. Se trata en todos estos casos de una educación ambiental dominada ampliamente por los saberes científicos de las ciencias ambientales, incluyendo conocimiento de las ciencias agrícolas y la ingeniería. Ese conocimiento científico es indudablemente vital y beneficioso para la gestión ambiental comunitaria. Pero, y aunque podría equivocarme, el conocimiento de las ciencias sociales acerca de las relacione humanas con la naturaleza, y también el de las humanidades, aun cuando han sido aglutinados en los llamados estudios ambientales, desempeña un papel marginado en la educación ambiental, incluyendo la compartida en las comunidades. Esta ausencia es preocupante porque si bien es cierto que hoy cualquier tema o problema social, como el manejo de los recursos naturales, puede elaborarse debidamente como una cuestión ecológica también es cierto que cualquier cuestión ecológica o ambiental es eminentemente social. Los problemas ambientales solo pueden entenderse cabalmente como asuntos socio-ecológicos. Pero, solo algunas corrientes en el ámbito de la educación ambiental lo reconocen y fundamentan su filosofía pedagógica en ese postulado.
La relativa ausencia de las ciencias sociales y las humanidades en la educación ambiental comunitaria restringe el entendimiento de las relaciones humanas con la naturaleza, y más importante aún, limita el entendimiento del efecto de la actividad antropogénica en la formación, extensión e intensificación de los graves problemas ambientales que hoy, en lo que algunos llaman la era del Antropoceno, enfrentamos. Más aún, el conocimiento de las ciencias sociales y las humanidades respecto a los problemas ambientales podría ayudar a formar mejores gestores ambientales, y asimismo un mejor manejo de los recursos naturales y de los servicios ecológicos. Es por ello por lo que la educación ambiental tiene que fomentar una concientización crítica, para usar el término de Paulo Freire, que recurra, aunque con cierta distancia crítica, tanto al conocimiento de las ciencias ambientales como al de las ciencias sociales y las humanidades. Debe hacerlo sin desplazar los saberes ecológicos comunitarios o locales. En el contexto de la gestión ambiental, incluyendo la comunitaria, lograr esa concientización socio ecológica, es inaplazable y fundamental. Esa concientización requiere de los estudiantes alcanzar un entendimiento preciso de su existencia en y con el mundo, el mundo entendido aquí como una entidad socio-natural. Requiere además que estos entiendan no únicamente la influencia de ese mundo en nuestras experiencias sino además la comprensión de aquello a lo que Freire se refirió como la humanización del mundo. Por supuesto, demanda de ellos también adquirir un mejor conocimiento de la formación de las desigualdades sociales y ambientales, así como de su habilidad para confrontarlas y solventarlas.
Como observaron García, Concepción y Torres, la sociedad capitalista contemporánea, o lo que algunos llamamos el capitaloceno, se caracteriza por la formación de desigualdades ambientales, por la distribución disímil de los daños ambientales, así como por el acceso desigual a los recursos y servicios ecológicos. Y añaden: “La injusticia ambiental también se manifiesta en la falta de participación e influencia de las comunidades afectadas en la toma de decisiones sobre proyectos, planes y políticas (injusticia procesal), así como en la falta de oportunidades que tienen estas comunidades para desarrollar por cuenta propia (en autogestión) proyectos alternativos de desarrollo sostenible”. Es por ello por lo que en el contexto de la gestión ambiental comunitaria la educación ambiental no puede sino ser además una educación para la justicia ambiental. La gestión ambiental comunitaria requiere proveer los espacios necesarios para discernir las formaciones de desigualdades, proponer alternativas para aminorarlas o superar las injusticias sociales y ambientales. El objetivo es que los educandos alcancen una conciencia socio-ecológica amplia y profunda y un vasto conocimiento de la desigualdad ambiental, aparte de desarrollar las destrezas ciudadanas necesarias para contrarrestar esa desigualdad. Incluye además lograr su participación constante en la gestión ambiental comunitaria, así como en el desarrollo de política pública, la planificación y la toma de decisiones. Se trata de forjar la justicia ambiental, que requiere, como afirmé antes, de una educación ambiental que no esté casi exclusivamente aferrada a las ciencias ambientales ni desvinculada de las ciencias sociales y las humanidades. Quizás aquellos de nosotros en las ciencias sociales y en las humanidades, o en los estudios ambientales, deberíamos participar mucho más de la gestión ambiental comunitaria, colaborar estrechamente con los gestores comunitarios.