A Separation
Es difícil tratar de entender todas las sutilezas de los personajes de esta excelente película a menos que uno no pueda entrar en la mente de lo que debe de ser ser iraní en el siglo XXI. Ahí está la fuerza de una trama en que la acción superficial son los altercados que induce una controversia que, en su fondo, es trivial, pero que marcha y nos conduce por los laberintos de la ética y la moral.
La controversia comienza con el deseo de Simin, (la excelente Leila Hatami) la mujer de una pareja, de lo que entiendo es una familia de la clase media en Terán, que quiere emigrar del país para que su hija tenga mejores oportunidades en el futuro. De entrada, conociendo el país a través del filtro de los medios noticiosos en este hemisferio (como muchos, yo hago trampas y veo TVE o BBC), sabemos que este planteamiento tiene visos políticos e ideológicos. Como es de esperarse, el lado político que puede motivar o no la fuga no se toca directamente, sino que el director Asghar Farhadi), que es su propio guionista, presenta el problema en las escenas iniciales del filme y lo despacha con el silencio. Un silencio que demuestra el miedo y la censura que permea esa sociedad presa del fanatismo religioso (el nombre oficial del país es República Islámica de Irán) y de ideas que, por lo menos yo, no puedo a ciencia cierta decir que comprendo. Ese comienzo, con la brevedad característica de la síntesis cinemática, nos va preparando para una serie de detalles de la psiquis de los personajes que tienen sus base en la moral universal (no hablo, por supuesto, de sexo).
El marido, Nader (Peyman Moaadi), rechaza el plan de su mujer Simin porque quiere quedarse a cuidar a su padre anciano, que sufre de Alzheimer (la actuación de Ali-Asghar Shahbazi.en este papel es notable) y eso suscita una controversia en el matrimonio. La esposa radica una demanda de divorcio, que es rechazada por el juez, y se muda con su familia. Ahora la separación del título se desdobla en varias: la separación emocional de los esposos, la separación de la madre y la hija, la del suegro y su nuera (que nunca se toca directamente, pero que es la más desgarradora, y la que provee la razón bizantina para la crisis que se avecina), la separación psicológica de la mujer con su país, la separación de todos los personajes en bandos o gangas que buscan su propio bienestar.
La separación precipita que haya que buscar una mujer para que cuide al anciano, y el marido escoge a Razieh, una mujer fundamentalista (la estupenda Sareh Bayat), que lleva capa sobre capa de ropa y mantos (es metafórico para lo que nos espera) para tapar su miedo y su temor por los castigos divinos, sobreimpuestos como están a los de su marido violento y desocupado. Como no se lo ha dicho a su marido Hodjat (Shahab Hosseini) y como tiene que ver al anciano desnudo, se juega la condena de ambos, su dios y su marido. Mientras lo está cuidando ocurren dos cosas: en una ocasión, el viejo se sale de la casa a divagar y, en otra, se cae de la cama a la que está atado, por que Razieh lo deja solo.
Nader se encoleriza, no sólo por eso, sino porque dice que le falta dinero, de donde lo había guardado, que es exactamente la cantidad que había acordado pagarle a Razieh. De modo que la acusa de hurtar la plata y la echa de la casa. En un momento de ira, la empuja para poder cerrar la puerta.
Estos dos episodios que he mencionado se convierten en fulcro de la controversia entre las dos parejas Nader-Simin y Hodjat-Razieh, y son parte del misterio que resulta en acusaciones de asesinato. No quiero dar detalles al respecto porque es una parte de la película que debe de interpretar cada espectador para poder tratar de descifrar los problemas morales y éticos que traen. Lo más importante, sin embargo, es que lo que comienza a ocurrir ante nuestros ojos parece ser una micro muestra de cómo funciona el país desde el punto de vista judicial (tal parece que no hay abogados) y policial y de cómo la política del estado corrompe a sus ciudadanos. Además nos da un vistazo de las relaciones sociales entre los iraníes, algo que también pende del hilo de marionetistas invisibles.
La película nos va presentando a la hija de la pareja, Termeh (Sarina Farhadi, que en su forma sosegada de representar su papel nos dice mucho sobre por lo menos algunas de las “nuevas” mujeres iraní; es una actuación que resulta ser la central del filme) poco a poco. Primero como una especie de apéndice de la fuga que pretende su madre; luego como peón de negociación entre sus padres; finalmente, como la pieza del tranque, desde el punto de vista filosófico y ético, de los enredos que se han suscitado por las pasiones de los adultos.
Creo que en Termeh el genial Farhadi ha simbolizado el futuro de Irán que reside en la mujer progresista que se encuentra entre las fundamentalistas doblegadas por sus maridos y la religión oficial del estado, y las que se sublevan, como es el caso de su madre, pero se topan, no importa lo racional que sean, con el machismo y el fundamentalismo que también las oprime. De hecho, al fin y al cabo, sólo ella (Termeh) resulta ser la que decide su futuro, y no lo hace por las promesas de una vida más libre y más cómoda, sino por los dictámenes de la consciencia.
Como es de esperarse, los iraníes han celebrado el Oscar que merecidamente recibió la película y su director de forma predecible. El público ha ido a verla como si estuviera acabando el reinado del títere de los Ayatola, Ahmadinejad. Los fundamentalistas dicen que es una película “sucia”, y cancelaron una recepción celebrando el premio, a la que esperaba asistir Farhadi. Ya antes del premio, Farhadi había sido sometido a una ozzieguillenada, (humillación y retracción pública) por haber pedido que dos cineastas disidentes, uno preso y uno exiliado, pertenecientes al movimiento verde, fueran liberados. Vayan a ver esta gran película antes de que la quiten de cartelera o que regrese la la Mordaza.