A ti te curé, con guaguancó
Hay mucho de nobleza en un nombre que de un tirón y siempre suena a titán y a curandero, y en un hombre que apalabrando se regodeaba remendando penas. Titecuré. A ti te curé. Curita pa’ las penas. Bálsamo. Agüita de ajonjolí para los pobres soy. Catalino el catador, con las cinco vocales en el nombre y apellido. Ese es el Tite –titanio blindado–, el hombre que diseñó y replicó el armazón de la afrorriqueñidad sónica del Siglo XX.
Cheo Feliciano lo llama «el dueño y señor de la música» por tres décadas, de los 6os a los 90s. Rubén Blades lo considera «uno de los mejores compositores del Caribe, si no el mejor». Pero esa justicia no es nueva. Que Catalino «Tite’ Curet Alonso era prodigioso no está en duda. ¿Cómo lo fue?, ese es el detalle. Astucia y deseo y dos mil canciones escritas, o algo así, y las voces conocidas –Cortijo, Ismael Rivera, La Lupe, Cheo Feliciano– que reverdecieron con él y lo condujeron a otros horizontes. Los que lo conocen de eso es de lo que hablan, de su verticalidad.
Un hombre vertical se define por su horizontalidad. Es el trayecto el que lo verticaliza. El reto de Sonó, sonó: Tite Curet! (la entrega de este diciembre de Popular, Inc., dirigida por Gabriel Coss e Israel Lugo, del colectivo Rojo Chiringa), era reformular el recorrido de un hombre que fue tantas cosas y que vivió siempre con la añoranza de un cartero como el que también fue, de los que se sabían de memoria las rutas y sin teléfono móvil ni GPS recorrían barrios sin pudor ni miedo, sonriendo, qué mas, tomando café en la esquina y conquistando perros callejeros. En la horizontalidad de la ruta (en el caminar de un «ciudadano de a pie», como definen los analistas a todos los que no son como ellos) tramaron recobrar al Tite que en guagua llegaba a Loíza y bailaba en la calle y hablaba con los vecinos y los vendedores de empanadillas, tomando en serio sus palabras, guardando sus voces en una grabadora, aquilatándolas luego en el balcón de reposo de un amigo artista, Samuel Lind. Y así los fragmentos de la rima y obra de Tite Curet Alonso se suceden en las voces de los cantantes, locutores, disqueros y académicos que se asoman a Titecuré también de un tirón –adjetivando al periodista y escritor y cronista: «un negrito chévere… un alma de Dios», como lo llama el locutor Rafy Torres. «Un genio… con olfato».
Genio sería, mas no un genio acartonado. Tite no fue ni es del Olimpo. No se subió a nada y por eso nunca se cayó de pedestales. Daba los pasos que permiten rozar con las cosas con las que otros no rozan. En los sueños que venía domesticando a pie, componía al ciudadano de los lugares específicos de una patria (no idealizada, no mitificada). No venía a disolver ni a limpiar. Venía a mostrar el deleite de la revelación terrible o bellamente urgente.
De esas revelaciones se compone Sonó, sonó… Y, de paso, constata que si algo Tite no es, es un periódico de ayer, pues los temas escogidos para el proyecto (hay omisiones notables, incluyendo Periódico de ayer) demuestran la actualidad de la oralidad suprema de Curet Alonso, recalcan la eternidad de sus letras que todo el mundo debiera procurar leer. En “Lamento de Concepción”–una de las interpretaciones más redondas del especial, en la voz de Trina Medina– Concepción cuenta su desconsuelo mientras eleva la vista al cielo, y nada más cercano al tiempo que nos toca: Qué mucho trabajo da / hallar en qué trabajar / y que trabajo da / el no trabajar. Más tarde, Plenazo entona –ironía populista en producción del Popular—“El prestamista”: Dile que salí / de mi pueblo no sabes cuándo / Avanza, tití / que el prestamista me está buscando.
Coss & Lugo proponen la inmersión como recurso para encender y validar letras y geografías, puntos de contacto musical que definen los roces de razas y clases que Tite nunca evadió. Como apunta Blades, «la Tierra no sabe dónde comienza un país y dónde acaba», por lo que los lugares de este registro bio-geográfico lo emparentan con todos. Un compositor que habita en y con sus personas, no personajes, y que está en todas partes, de Venezuela a Nueva York, por plazas y playas y cementerios y machinas con trillitas en el gusano y dulces de algodón y carnavales y estaciones de radio. Su imagen –sombrero, sonrisa y camisa de colores– en un mural es el comienzo del especial, y también se exhibe su presencia en descanso, en su estatua en una plaza, sentado en un banco del Viejo San Juan.
Este Tite-puente fue el que en algún momento quisieron deseslabonar, porque era el vínculo más prodigioso y prolijo de negrería. «La raza prieta» era celebración y no obediencia. Tite ya había descubierto los traseros de todos, con sus colores reales –un Puerto Rico multicromático donde «las caras lindas de mi gente» portan un adjetivo del color que contradice y contracanta la ilusión desenfrenada de lo que hoy Guaynabo City avanza sin pensar. Titecuré era la isla verité, supurando material corrosivo para algunos, canciones que no se pueden blanquear ni señoritizar, una dicción que logra redención sin rendición.Como menciona Juan Otero Garabís, las composiciones de Tite serían música de pertenencia que «le viene a dar voz a esa imagen» del negro –de los Clemente, Cepeda, Pellot que ya brillaban en el deporte y en la vida y en la imaginación– tomando «el orgullo de la negritud, trasladándolo del cuerpo hacia la cara». Y así es que brilla el betún amable de clara poesía. Y así es que en “Pa los caseríos” –interpretada aquí por Fe Cortijo, Ismaelito Rivera y Juan Pablo Díaz– hay intención de lucha: Que nadie los vuelva a mirar – óyelo bien, óyelo bien – por encima del hombro.
Lo que hace claro el especial es que Curet Alonso escribía para que otros lograran enfocar con mayor precisión. Desafiaba escribiendo en negro y blanco, cambiando el orden de los factores. Él era residente de su isla, conocía su composición, mientras otros compositores eran turistas en el trópico, que buscaban imágenes en vez de relaciones. Tite era nudo de relaciones, como lo muestran las entrevistas a Cheo Feliciano, Trina Medina y Rubén Blades. Y además, filtraba y comentaba sobre el jardín ficcionalizado y mentiroso de las tres razas unidas que se le impuso a la isla, le quitaba el insistido e inexistente barniz a la trilogía que equitativa nunca fue.
Técnicamente, el especial es orgía de colores, como el homenajeado, con la esmerada cinematografía que no obstaculiza, al igual que el libreto. Las pausas y los silencios de la cinta refuerzan la tranquilidad del posicionamiento: escuchar a los que vivieron a y con Tite en todas sus épocas. Y la democrática secuencia de los cantantes –ninguno de los grandes nombres es la estrella aquí; todos están en función del homenajeado. Un refrescante antídoto al estrellismo desmedido. Los encuadres y la cercanía de la cámara a los intérpretes, músicos y bailadores provocan una intimidad lanzada como arco a la música interpretada por Yerbabuena, Calle 13, Rubén Blades, Danny Rivera, Tego Calderón, Roberto Roena y Andy Montañez. Y el detalle y nitidez del sonido planta bandera, especialmente en las interpretaciones que, quizás sorpresivamente, forman la trilogía emocional del especial –las de Trina Medina (“Lamento de Concepción”), Danny Rivera (“Mi triste problema”) y Lalo Rodríguez y Truco y Zaperoko (“Sobre una tumba humilde”).
La utilización de material de archivo, fotografías, vídeos y grabaciones nunca parece forzada. Y hacia el final, cuando Lalo Rodríguez interpreta “Sobre una tumba humilde” mientras desfilan las imágenes de los entierros de Cortijo, Ismael y el entierro televisado del Catalino, el contrapunteo de la grabación de Lalo con el pietaje de Rubén Blades y compañía cantando esa canción durante el belén real a Tite, con naturalidad, sin manipulación excesiva ni torcedura de brazos, logra un aflojar de ojos en homenaje.
Vale el ojo humedecido. Es que Tite vivió y narró la soterrada metástasis del país y lo que éste incubaba. Liberó energías arriesgándose. Al fin y al cabo, lo que sonó sonó y le cantaron en su entierro, como merecía. Aquí también había espacio para más canciones. Es que Tite es antisaciogénico: No hay Tite que pueda cansar, ni oído que se resista. El especial podría haber durado más. Y aunque el populismo del Popular antes ha pecado de artificios y sentencias, el cuidado que se delata en Sonó sonó logra gestos de cariño de en un año de producciones y campañas de publicidad controvertibles y decisiones erradas. No hay cambios de letras ni mensajes forzados. Esta vez, hay más llaneza y más lleneza. Los especiales de Navidad anteriores se han insertado en la discusión pública, y no siempre han sido muy populares, pero éste es el más callejero, el más sudoroso y el más feliz de todos. Quizás también sea el más eterno. Tiene agüita de ajonjolí.