El que espera siempre lo hace sujetado a sus dudas, a ese hilo de incertidumbre al que se agarra para no desvanecerse, a esa esquiva prolongación de minutos que provoca éxtasis y desvaríos.
El que espera siempre lo hace sujetado a sus dudas, a ese hilo de incertidumbre al que se agarra para no desvanecerse, a esa esquiva prolongación de minutos que provoca éxtasis y desvaríos.
Da la impresión que nunca ha pensado que su momento histórico es imposible, y ahora mismo es el personaje más vital de todos los que quieren levantar su mano en enero de 2017 y dormir en La Fortaleza.
Univisión es una burbuja que crece y crece con orgullo y sin límites, pero retiene una membrana invisible que separa y no permite unión alguna con el resto del mundo angloparlante en el que está localizado.
Vivir en esta Alejandrópolis en este punto de la historia es someterse a la retórica imparable del artefacto, de la isla como ficha, como firma, como seña, como desplezamiento, como el material sólido y poroso por donde entran y salen adjetivos sin control.
La democracia es un autocateo en el vacío, desde afuera hacia el centro, imprudente, tocando y esquivando determinaciones, hacia el triunfo del fracaso, que es su triunfo.
En las jerarquías de la ausenciarriqueña, el que no está aquí, el que se fue que ahora es Otro, se encuentra siempre al tope de la lista o, casi siempre, al final.
La luz que puedan emanar los lucíos suele ser efímera, fosforito que se apaga a la primera brisa tropical. Pero desde afuera también se les impone una necesidad artificial de transparencia.
Los ciudadanos, dolidos y alborotados, asumen posiciones, pero nunca llegan a un más allá o más acá del asunto. Nada más.
¿Con qué higiene mental se mantiene y se alimenta una relación en la cual el cuerpo –hasta la nariz– siempre se encuentra en desbalance? ¿Hasta dónde se aguanta el hedor del poder sin moverse?
Siéntese afuera de «la palabra» un ratito, a ver si sus palabras – las suyas – están llenas de la bondad que predica.
Se veía venir. Nada dijo de velocidad. Lentos son los caminos de la medicina y la religión, si a eso es que se dedicará. Pero los fast-track fools también tienen sus carriles, sus pactos con el futuro y sus venganzas.
Tirar de la facebooqueta no gana guerras si al otro lado, desde otras sillas, otros están «dando candela». Y en las librerías hay libros. Y está la calle vacía.
Quizás el non-existent-flow acusa un passive-aggressive behavior de los puertorriqueños ante la cuestión del idioma: No se quiere estudiar, ni mejorar, ni pulir el inglés (ni el español), mientras con risa se critica.
La publicidad, como los astros, inclina pero no obliga. Los anuncios de campaña nunca tuvieron la claridad contundente que los estrategas deseaban. La calle no estaba alineada con las estrellas…
Repasar los artículos supuestamente solidarios con Orlando Cruz es encontrar la debilidad de esa solidaridad alegada, las fisuras en la «aceptación» de Cruz, el boxeador homosexual.
¿Cómo habrán aprendido a Puerto Rico? ¿Como habrán aprendido a América? ¿Dónde aprendieron su Caribe? El miedo propio, inmenso, de no saber lo que son y no querer saber lo que saben ahoga su valentía.
El canal promete «la cobertura más poderosa» de las elecciones, incitando a sus televidentes a «seguirlos». Nada mencionan de profesionalismo y veracidad. No pueden. Pero quieren seguidores, fans y aduladores.
En medio de la polis caribeña, el ideal es el ‘voiceless architect’… La arquitectura acalla a su propio cuerpo colectivo, en pre-emptive strike de silencios. En boca cerrada.
El nuevo show unipersonal en el que cada cual se muestra, extraviado en las noches de desvelo, no se queda en los dedos de un control remoto; migra hacia la simultaneidad de un gozo que se exhibe en todas las plataformas posibles.
Desespera la imposibilidad de un cambio instantáneo y significativo en el paisaje aural de las mañanas radiales. Desesperanza inútil. La historia del Capitán Ahab y su ballena enluquillada está ahora mismo en el aire. Luqui es. Luqui será. Lucky you.
Y nadie nunca se ha ido de esas fiestas. Los que las vivimos, siempre tenemos una fiesta adentro. Y bailamos los unos con los otros aunque no nos hayamos encontrado nunca más.