¡Acángana!
Vamos a seguir bailando…
–El Gran Combo
El pasado siglo vio florecer, expandirse y multiplicarse las ciencias, las universidades, la tecnología, con lo que llegó a superar las fantasías de sus primeros años. Al tiempo que la humanidad descubría nuevas leyes de la física y desarrollaba la capacidad energética del hombre sobre el planeta, convirtió todo —casi todo— en espectáculo cuando las cadenas televisivas norteamericanas transmitieron —vía satélite, en vivo y a todo color— los primeros pasos del hombre en la luna y el fuego de los misiles sobre Bagdad. Así, como decía pesimistamente el filósofo alemán Theodor Adorno, la industria cultural alteró y confundió la visión de lo real con su proyección hiperrealista en una pantalla. Gracias a la magia del cine, las nuevas verdades que la química y la física recién descubrían eran inmediatamente recirculadas masivamente como extraordinarias nuevas fantasías. En ninguna otra era humana, el futuro ha estado tan presente como durante la modernidad. Su discurso del desarrollo es eso: el progreso incesante hacia un futuro cercano como el horizonte; pero que para alcanzarlo más vale la inversión que la diversión. Lo mejor no está en cronotopos del aquí y el ahora, sino que lo mejor está del otro lado, por venir.
La Segunda Gran Guerra Europea, mejor conocida como WWII, abrió las aguas del Mar Rojo con el ¡Pin pin! y el ¡pon pon! de las primeras bombas nucleares. El hongo de Hiroshima y Nagasaki pasea por nuestras cabezas como la sombra de la mala suerte sobre el personaje del Peanuts de Schulz. Esa sombra servía de imagen del “demonio atómico” que vaticinaba el fin rotundo: “¡Apracatán! ¡Acángana! Y nos va a limpiar”. Es el apocalipsis que no es afín al caos caribeño, según Antonio Benítez Rojo, pues nuestro “ten con ten” —como diría Palés— es cadencia incontenible por la máquina industrial. Pero no siempre y no todos viven relajadamente esa tensión que el adolescente mágicamente percibía en el “tembadumba de la quimbamba” de La Habana.
El Tercer Mundo era la tabla de ajedrez sobre las que “las Grandes Potencias” se jugaban el bacalao del planeta. El fortín español más grande de las Américas, el Fuerte San Cristóbal, exhibe la torre de vigilancia de submarinos, como una cicatriz que esa guerra tatuó al monumento español. A lo largo del siglo, Cuba y Puerto Rico fueron tierra fronteriza de la expansión del joven imperio norteamericano que apenas estaba “civilizando” el oeste. Pero la Guerra Fría tornó en enemigos sobre el tablero los que eran modelos de frontera amistosa entre el “monstruo con botas de gigante” y “nuestra América”, y así una nueva danza se inició entre las alas sin pájaro.
En la expansión moderna cada discurso “renovador” se presenta como la salvación de la “crisis” impuesta por el discurso dominante. En su pugna olímpica ambos signan como demonio al rival: Babilonia y Sión vuelven a resonar como voces confusas de los fantasmas del comunismo y el capital. Lo hijos de Yah — los “condenados de la tierra”— escuchan en el reggae el canto de los ángeles que los llevarán a la Nueva Sión. Mientras que para el discurso fidelista “La era está pariendo un corazón” gracias al guerrillero que como Rambo va “matando canallas con su cañón de futuro”.
Sin embargo, mirando atrás no veo ni el Valle de Collores ni los futuros prometidos por estos ajedrecistas del génesis. Hasta Silvio Rodríguez reconoce que “el hoy no llegó al futuro sangrado de ayer”; por lo que —pienso yo— le debe ser muy difícil invitar a creerle cuando diga “futuro”. Sin embargo, la puesta en duda de toda verdad moderna que signa el fin de siglo occidental para unos, para otros es nuevo signo de la hecatombe, esta vez no figurada por “bombas y platillos” sino como otro “demonio atómico que irradia un virus entre los hombres”… y las mujeres, hay que añadirles.
Predicadores de la Palabra anuncian con panderos —perdón, con panderetas—nuevamente la amenaza del demonio apocalíptico, encarnado por la otredad. La Palabra del Libro se empuña como escudo contra el fantasma del libro. La educación con orientación de género es granizo de azufre que anticipa la llegada de los ángeles del juicio final. Escuchándolos me pregunto si comenzará el fuego divino una vez se materialice el fantasma pornográfico del libro. Además, recuerdo que similarmente apocalíptico vieron la epidemia del SIDA y hasta huracanes y terremotos cuando pasan por Haití.
No sé, no me convenzo, no voy a decir no creo, para que no me acusen de posmoderno. A mí esta nueva palabra apocalíptica se me parece demasiado a La carreta de René Marqués. El demonio corroe el país al destruir la familia.
Pocos libros más patéticamente trágicos que la tragicomedia de Luis Rafael Sánchez, La guaracha del Macho Camacho. Allí todo puede ser una burla de un drag show como dice Arnaldo Cruz Malavé, pero en broma o en serio nos invade —“como la guaracha del negro parejero ese”— la sombra del callejón sin salida: “urra urra la vida imitando la literatura”.
Así como para los fundamentalistas, los comunidades LGBTT —es decir los amenazan los cimientes de la nación, al aniquilar “el matrimonio tradicional”; asimismo, el discurso en torno a la creciente ola migratoria reaviva viejos temores de deserción patria y destrucción de la familia. La migración parece ser virus hermano que desde otros ángulos amenaza la Gran Familia Católica, Hispana y de Muñoz. ¡Ups! ¡¿de Muñoz?! Se preguntarán algunos. Sí, Muñoz fue quien promovió la mayor ola migratoria de nuestra historia; sí, Muñoz era el agente de Lucifer que nos hizo abandonar la tierra para ser devoradxs por máquinas chaplinescas, “allá” en las “entrañas del monstruo”, ese país que “no es el mío”; en fin, sí, Muñoz traicionó los dictámenes de la patria y envió al matadero casi a la mitad de la población. Sí, pero Muñoz fue el principal agente y protagonista de la reformulación nacional bajo el populismo democrático.
Y “allá” en ese “país” que “no es el mío” “They worked / and they died”. Sí,
They are dead
and will not return from the dead
until they stop neglecting
the art of their dialogue
for broken english lessons
to impress the mister goldstein who keep them employed
as lavaplatos porters messenger boys
factory workers maids stocks clerks
…
for the lowest wages of the ages.
Sí, como los jóvenes decimonónicos del Aguinaldo puertorriqueño, they also wrote literature and made music, y al sujeto imaginario de la nación le obsequiaron Puerto Rican Obituary, junto a otro montón de libros y al Asalto navideño de la salsa de Nueva York. No hubo misa de muertos para su cultura, como se temió; en los niuyores el negrito Melodía no murió.
Lo que sí hubo y sobre lo que es muy necesario reflexionar, fue una profunda transformación de la geografía imaginaria de la nación. Si más de la mitad de la población vive fuera del 100 x 35, el imaginario geográfico puertorriqueño es más amplio que el terruño, aunque este cobije un kilometraje de carreteras equivalente a la circunferencia del planeta. Por un lado, el ‘ela’ —como observa Arcadio Díaz Quiñones— es producto de una brega que negocia todo el tiempo y posterga decisiones extremas como la estadidad o la independencia. ¿Es preferir eternamente el purgatorio por temor al infierno? Por otro, la multitudinaria migración de mediados de siglo no halló su fin en el “matadero” de “la americanización”, sino que la oscilación de “la guagua aérea” alteró definitivamente los circuitos culturales. De Nueva York no solo llegaron odas al paraíso terruño y compasión porque éste se “muere con sus pesares” sino salsa, estrellas del baloncesto, bachata, hip hop y el sabroso reggaetón. Del infierno que se comió a Luis en la obra de Marqués vinieron demonios que amenazaban la hispanidad de la nación que se tornaban en “ángeles negros” cuando inflaban el “orgullo nacional” con “gloriosas” victorias sobre las grandes potencias del baloncesto mundial.
Pero como frontera o escenario de una película de James Bond, Puerto Rico también es “la arena que en la playa está tendida envidiando otras arenas que le quedan cerca al mar”. Ser arena es no ser la tierra sobre la que sembrar cimientes: la arena es más liquida y vuela con tsunamis y terremotos donde la otra se quiebra y se parte. La arena baila, vacila, con estos fenómenos, mientras la tierra tiembla asustada.
“Vamos a seguir bailando” es la respuesta del primer gran éxito del Gran Combo, “¡Acángana!” “Vive tu vida contento”, cantarán Willie Colón y Héctor Lavoe una década después, y a fin de siglo, Plena Libre les coreará si “tú vives como yo vivo yo vivo vacilando”. El vacilón y la vacilación producen la burundanga nacional, según la ética del orden social. Sin embargo, en este humor no veo el signo del caos que imposibilita el apocalipsis sino el escepticismo común de nuestros tiempos. Se le puede pensar como el “Nju” del jíbaro de Lloréns, pero con cuidado de no repetir el gesto patriarcal de “hablar por el otro”.
Con”¡Acángana!”, el Gran Combo proponía el dominio del baile y la fiesta sobre el de las épicas y la historia: la diversión sobre la inversión, pues en esta no se puede confiar. No se trata de un “jíbaro” renegando de los derechos de la ciudadanía norteamericana —cuyo escepticismo equivale a la salvación nacional— sino de la reiteración de la preferencia de “los momentos de libertad” frente al discurso del trabajo, la responsabilidad social y la defensa de la nación.
Pero anuncios de la hecatombe arrecían por todas partes: la guerra islámica, el calentamiento global, la recesión económica; unos ven el demonio en los banqueros y bonistas y otros en inmigrantes y homosexuales. Nuevamente repiten que “el mundo se va a acabar” y yo me inclino a pensar “que el loco soy yo” que no creo en la hecatombe, pues estoy cansado de vivir de crisis en crisis, como si “el periodo” del capital tuviera una reacción alérgica a la píldora que regulariza su cuerpo. ¿Por qué impera la crisis freudiana en la era del capital de Marx?
Desde que tengo conciencia, pastores y guerrilleros de todas las denominaciones han pregonado la defunción del mundo y del capitalismo, mientras este se complace en su vivir esquizofrénico de muertes y resurrecciones. No soporto más a los dioses del pánico. Me pregunto si será posible evadir el discurso apocalíptico: si la polis puede pensar sus opciones sin tanto temor de que viene y va “el supremo final”. Como nunca sabré si estamos “al final del viaje”, prefiero invitarte al monte “porque —como a Witinila— el monte me gusta más” y mañana —“¡Apracatán! ¡Acángana!”— se vuelve a bregar.