Acorralados

Niñ@s que se quedarán sin escuela pública, maestr@s que se quedarán sin trabajo y sin retiro, padres y madres que no saben cómo empatar la pelea hasta la próxima quincena. Jóvenes que apenas tienen para comer, que antes tenían dos trabajos y ahora casi no tienen trabajos disponibles, que probablemente tengan que dejar la universidad, endeudarse o irse del país. Gente con mil otros pugilatos. En mis conversaciones durante la marcha era común hablar de no saber cómo resolver el próximo mes, o la pensión de los niños, de que el guiso se acaba o de que se nos acaban los ahorros después de estar tantos meses desde de los huracanes sin trabajo. Mucha gente me compartió con vergüenza o extrañeza, lo que yo tampoco me atrevo admitir: que estamos deprimidos, que no encontramos la fuerza ni la dirección hacia dónde queda el futuro. Que nos han truncado la esperanza y el presente es de una incertidumbre espantosa.
Así mismo fue la marcha. La policía nos mantuvo acorralados desde que empezó. Todas las calles perpendiculares a la Ponce de León estaban bloqueadas con una exageración de policías. A la retaguardia de la marcha había un contingente de policías en motocicletas, perreras y otros carros. Era evidente que nos llevaban al matadero. Y así fue, porque bloquearon el acceso de la Ponce de León después de la Roosevelt. Se suponía que la marcha continuaba por toda la Ponce de León y regresaba a la tarima por la Muñoz Rivera. Hubo compañeras y compañeros que iniciaban desde esa dirección y la policía les cerró el paso desde temprano. Así como nos cierran el paso a un presente y un futuro digno, la policía — obedeciendo a oligarcas — bloqueó el libre tránsito de la marcha. Por eso se forcejeó, mi gente, se forcejeó por nuestra libertad y por nuestra vida misma. Porque nos tienen acorralados, nos tienen secuestrados. Nos están obligando a emigrar.
Cuando mercenarios extranjeros comenzaron a disparar gases lacrimógenos y otros químicos, una nube de gas cayó sobre nosotr@s. Inhalé profundamente el gas, no había más nada que respirar, no podía ver nada más que una densa niebla gris, y sentía que mi garganta se cerraba, no sabía para dónde correr, la gente me golpeaba en la huída desesperada. El apretón de la mano de un amigo fue mi única esperanza para mantener la calma hasta salir. Nos acompañamos a sobrevivir el resto de la tarde. En ese instante en que el tiempo se detiene descubrí que esa sensación de asfixia física es precisamente lo que siento a nivel emocional desde María. Así de intensa, así de cegadora y de sálvese quien pueda. Así de intoxicante.
Y no había hacia dónde correr; nos tenían acorralados por todos lados. No nos dejaban escapar, no nos estaban dispersando. Nos estaban cazando. Y así hasta Río Piedras. ¿Que si se tiraron piedras? Pues sí. A mí me criaron católica, crecí escuchando en la escuela y de mi abuela las increíbles hazanãs heroicas del joven David, que con una piedra venció al gigante Goliat y liberó a su pueblo de la esclavitud del colonizador. Se nos va la vida y el futuro.
Crédito: Documentación y montaje por Carla Cavina