Algunos aforismos de invierno
Fe y confianza. La fe depende de la creencia en aquello que se toma por verdad y se asienta con vehemencia como verdadero. La confianza depende del paciente cultivo de la potencia luminosa de la mente. Desde esta perspectiva un maestro Zen ha dicho, con razón, que la verdad no es siempre verdadera, pues es lo real que siempre está ahí, aun en medio de la ignorancia y de la confusión. La fe y la confianza son recursos para lidiar con la angustia del desamparo, propia de la condición humana. Pero mientras que la fe no puede menos que debatirse entre la razón o sin razón de la duda, con la confianza la duda se desvanece en la serena constatación de lo que hay, tal cual es o llega a ser. La fe es el carácter de las religiones; la confianza es el fruto de la convicción filosófica y, por lo tanto, de la práctica de la sabiduría.
Un claro contraste. El contraste no puede ser mayor entre la aceptación del sufrimiento como modo de purificar el alma y la purificación de la mente como recurso para la emancipación del sufrimiento. Cabe entonces afirmar que a mayor entendimiento, menos padecimiento.
Sufrir y padecer. Una cosa es padecer y otra sufrir por aquello que se padece. La más poderosa de las adherencias no es el apego a las itinerantes satisfacciones, sino el aferramiento a la propia insatisfacción. ¿Por qué? Porque de esa manera se perpetúa la ficción del yo que sufre y padece. He ahí una clave para ahondar en uno de los grandes descubrimientos del psicoanálisis: el masoquismo moral y las estrategias, con frecuencia mortíferas, del goce. Hay que inhabilitar la máquina de sufrimiento que teje las enredaderas de la mente y liberarse del peso de la existencia. Pero ello solo es posible si se reconoce que la cárcel de la mente no es el cuerpo sino la propia mente; y que es solo por la mente que la mente puede ser liberada.
La adversidad. ¿Cómo extraer lo mejor de las situaciones más violentas y adversas, con aceptación, pero sin pasiva resignación? He ahí un asunto ético fundamental que nada tiene que ver con la moral o las prescripciones morales. Y he aquí una situación límite: los campos de exterminio, donde la vida es reducida a un deshecho por vía del impulso humano a la destrucción. Pero aún en tales extremos de dolor y de indescriptible sufrimiento, puede ocurrir una sorprendente realización como las siguientes palabras de la escritora judía-húngara Magda Hollander-Lafon dejan traslucir: “En Auschwitz quería vivir pero lo que permitió hacerlo fue darme cuenta de que iba a morir. Lo acepté. Y a partir del momento en que concluyes que vas a morir, tienes la sensación de que la vida se hace un sitio en ti.”
Lo real y la realidad. Cuando la mente pone a un lado los condicionamientos físicos y mentales, aunque sólo sea por unos instantes, se abre indefinidamente – valga la redundancia – lo real que, en última instancia, no está sujeto a ninguna forma y a ningún pensamiento, pues es irreducible a lo que se aprecia o desprecia como realidad. Todo aparece entonces tal cual es, en su inmaculada concepción, sin nada a qué aferrarse ni nadie para así hacerlo. He ahí la vastedad del vacío, la irrestricta libertad.
Pleonasmos. Tan redundante es hablar de inteligencia artificial como de ciencia cognitiva. ¿Se quiere mayor artificio que el de la inteligencia, sea o no humana? ¿Cómo puede haber una ciencia que no sea del conocimiento? Son esas formas de hablar propias de una época cuyo rasgo dominante es el secuestro de la singularidad de cada cual, el ensimismamiento y el desahucio de la actividad radical del pensar. Por eso el vertiginoso desarrollo de nuestra época, de esta primera civilización mundial que es también el ocaso de la modernidad, tiende a uniformizar, conformar y deslumbrar, sin que haya espacio ni tiempo para la soledad, el silencio y el recogimiento. Se pierde de vista lo evidente: la fragilidad de las condiciones de la existencia y la potencia infinita del entendimiento. El problema no reside en los ingeniosos y sin duda maravillosos artefactos tecnológicos sino en la ignorancia que sostiene su despliegue. Todo lo cual va mucho más allá del buen o mal uso de las tecnologías; de la lucidez o imbecilidad de los usuarios.
Filosofía, arte y ciencia. Los conceptos filosóficos son clarividentes porque se esfuerzan por elucidar lo que aparece. Las imágenes artísticas y poéticas son incisivas porque inciden en lo real de las apariencias. Las teorías científicas y las ideas matemáticas son sorprendentes porque generan aquello mismo que excede sus formulaciones: lo real que es también lo absolutamente indeterminado.
Arte e irrealidad. En una obra de arte la dimensión de lo irreal es un despliegue más verdadero que lo que se nos impone habitualmente como realidad. ¿Por qué? Porque el arte pone en evidencia la abismal materialidad de las formas y las insondables conjeturas de la mente. Basta con observar la topología ascendente de El Greco o las virtuales ondas expansivas de Cézanne.
El amor y el deseo. El amor es la pasión sostenida del deseo. Pero dado que el deseo es ilusión, el amor es también la transformación pensante y profunda de la ilusión que da lugar al amor verdadero. El amor es el aliento del pensamiento que culmina en el amor incondicional hacia todo lo viviente y, en definitiva, al universo entero. De esa manera, entre la danza caprichosa de Afrodita y las indiscretas travesuras de Eros, se va desentrañando el amor a la sabiduría, la práctica de lo infinito. Y si alguien preguntara cómo se hace eso, que despierte cada mañana y sacuda el polvo de los ojos, entregándose al vacío del mundo, al vacío de la mente, al vacío de sí mismo. Nada más difícil, nada más necesario.
Epicuro revisited. Hay deseos necesarios, deseos buenos que no son necesarios y deseos que no son ni buenos ni necesarios. Si se llegara a entender la naturaleza de estos últimos, colapsa el capitalismo.
A Luis Cernuda. Caminando por la calle del Aire, allí donde nació el sueño de un dios sin tiempo.
Unos versos de Jorge Guillén. Heme ya libre de ensimismamiento. / Mundo en resurrección es quien me salva. / Todo lo inventa el rayo de la aurora.