Alonso y el Ministerio del Tiempo

Lo que sucede es que me he jukeado con la serie española El Ministerio del Tiempo (que va de historia y viajes en el tiempo, una doble obsesión perfecta) y me he sorprendido de reconocer que mi personaje favorito es Alonso, un soldado español del siglo XVI, con todo el machismo propio de su tiempo. No soporta que su jefa sea una mujer, no entiende ni la democracia ni mucho menos el voto femenino y le hierve la sangre el que las mujeres quieran algo más que ser madres y esposas. Cada vez que escucha argumentos a favor de esas ideas, se va refunfuñando y diciendo que los nuevos tiempos son “un sin Dios”. Pero igual, en el siglo XXI delira por las motoras, se desespera al no entender el significado del vocablo “follamigos”, conserva su religiosidad y se persigna antes de atravesar cualquier puerta del tiempo y critica a su colega porque “le gusta más el fornicio que a Lope de Vega”.
Pero Alonso me mata de ternura porque tiene el corazón abierto a descubrir cosas, a dejarse afectar. Porque sus ideas reflejan su tiempo, pero sus acciones hablan de su corazón. Porque se ha enamorado de una mujer de este tiempo, y cuando por cambios en el pasado, ella se le presenta como una mujer sumisa y sometida, se permite darse cuenta de que la prefiere brava, moderna, distinta. Porque conociendo sus limitaciones le responde a su jefa —cuando ella, una de las primeras universitarias en España, le explica que quiere estudiar y trabajar, tener una vida propia—: “No os entiendo, pero os respeto. No podéis pedir más de un hombre como yo”.
Con el tiempo sabré que Alonso sí puede dar más y dará más, como pueden dar más tantos y tantas en este largo camino en la búsqueda de la equidad. Aún así, escucharle esa frase me conmueve, me hace pensar en que, a veces, bastaría al menos con eso, con que respetaran a una, aunque no la entendieran. Ahí se tiende un puente increíble, de libertad de ser, de la que importa. Porque respetar también es eso, dejar ser y ser uno mismo.
Sé también que Alonso es un personaje ficticio y que probablemente ningún soldado que luchó en los Tercios de Flandes, tenga tanta apertura de mente, pero para eso están las ficciones, para imaginarnos mundos posibles hasta construirlos. También para eso soñamos con viajar en el tiempo, para trastocar el orden de la historia, colocarnos en distintos escenarios y cuestionarnos nuestros valores. En el mundo que imagino, Alonso y yo somos mejores amigos, es como el hermano mayor que nunca tuve y con el que de seguro me la paso peleando porque no tenemos el mismo filtro para el mundo. No nos entendemos del todo, pero nos respetamos a morir y de ese respeto nace un entendimiento de lo esencial, una complicidad. En fin, así es que se empieza a vivir en comunidad.