Alumbre (primera parte)
«Vive el fuego la muerte de la tierra,
y el aire vive la muerte del fuego;
el agua vive la muerte del aire,
la tierra la del agua.»
Heráclito1.
Los gritos eran aire sobre aire
acumulado
el parto
era un sorbo de estertor
un aullido vigilanteun hijo
el mundo
innominado
hasta ser de las cosas2.
Con el tiempo enrojeció su vientre
lleno de hojas y semillas
suspiró la vida
en señal de aliento
nada amenazaba la virtud de la tarde
plena de tierra y lluvia
fecundante
nacería
rojo como el fuego
en el aire claro
de la mañana3.
Un río de parto abría surcos
y un aire liviano
entibiaba el barro
la madre
sumergida por un instante
en sus propias aguas
nacía también
en el seno untuoso de la cueva4.
Se podía cortar el aire
por la densidad del miedo
un tajo
y la vida llegaría de golpe
de su corazón maduro
salía un aire entrecortado
como su vientre5.
para Viveca
La semilla es el rito ancestral
de tu cuerpo en movimiento
y tu cuerpo es la suma
de todos los ritualesRegresas del mundo de los dioses
con tu danza mudaHija del aire
eres la palabra que nos falta
la noche germinal de tu rostro
en el silencio6.
Los cuerpos
se hacían uno
en el deleite de la danza
un ritual de carne y hueso
entrelazados
mover el aire
apresado en las
junturas del cuerpo
para soltarlo de una vez
en la emoción compartida de la tribu7.
Otra luna
y se llamaría madre
la llamaría hija
hueso de sus huesos
carne de su carne
sólo tenía que esperar
esa luna interminable
y redonda
veintiocho rayas en la piedra8.
La primera cría
certeza de su vida
inspirada
buscaba el grito iniciático
que la devolviera a la vida
después de la vida
en el vientre robusto de su madre9.
«A los que ingresan en los mismos ríos sobrevienen otras y otras aguas;
y salen almas por exhalación de las cosas húmedas.»
HeráclitoTe parimos juntos
en una misma exhalación
como dos amigos
enlazados por el tiempo
tu alma nueva
no dejaba de temblar
en nuestros brazos
a los que ingresamos
en los mismos ríos
nos sobreviene
tu agua10.
para Madeliz
El árbol
socorría a la nueva madre
con su cría lazada al pecho
enternecida
se movía del árbol
a la fruta en su regazo
descubría
que la faz de la tierra
se disfrazaba de silencio
en el rostro de su hija
que comer y darle de comer
entrañaban un solo amor
que nada se había desprendido
tan solo el fruto que va del árbol a la boca
y de la boca a los pechos