Amaury Veray nos escribe sobre la canción de Sylvia Rexach

De izquierda a derecha aparecen el actor Miguel Ángel Álvarez, Sylvia Rexach y Amaury Veray. De acuerdo a Sharon Riley, Sylvia se encontraba en las postrimerías de su embarazo de Sylvia, su hija menor nacida en enero de 1950. Al momento de la foto, el vientre de Sylvia se encontraba tan grande que pidió que la retrataran de cara al sofá para que esconderlo de las cámaras. La fecha de la foto se estima en diciembre de 1949.
En octubre de 1962, al celebrarse el primer aniversario del deceso de Sylvia Rexach, el compositor Amaury Veray la homenajeó con un detallado examen de su canción. A excepción de fragmentos aparecidos en dos producciones discográficas separadas y de menor distribución[1], el escrito nunca se publicó. Para la edición de marzo, 80grados+ publicará el trabajo en una versión editada.
En ocasión del Centenario de Sylvia Rexach y Amaury Veray en enero y junio de 2022, respectivamente, hemos preparado la versión de ese escrito en secciones, y con justa fidelidad siguiendo las propias palabras de Amaury. La estructura del trabajo también es ajustada con títulos seccionales que igualmente toma prestado del texto de ese escrito para resumir las partes. Así, procuramos retomar adecuadamente el espíritu del análisis.
En su análisis de la canción de Sylvia, Amaury le otorga un privilegio particular al insumo literario de esa canción, dejando claro el carácter insubordinado del discurso melódico al texto o, en el mejor de los casos, a la estrecha relación entre melodía y letra.
Dos posibles fuentes explican por qué Amaury enfatiza excepcionamente en el análisis del texto de Sylvia. En sus primeros años en la Universidad de Puerto Rico (1939-1943), la oferta académica no incluía una concentración en música como es el caso hoy. Entonces obtuvo su Bachillerato en Artes con concentración en Literatura Francesa mientras se destacaba en organizaiones musicales extracurriculares. Con esa formación literaria, adquiere las destrezas que luego nos muestra en sus varios escritos, destacando sobretodo la índole social e histórica de la música puertorriqueña que estudió con pasión.
La segunda fuente la adquiere en Roma entre 1956 y 1959 bajo la tutela de Ildebrando Pizzetti, considerado entre los compositores de ópera más célebres de Italia en el siglo veinte. Es a dos años de haberse graduado de la Academia Nacional de Santa Cecilia, en Roma, que Amaury plasma la frescura de su formación con Pizzetti en su bien dotado análisis sobre Sylvia y su canción.
Para los efectos de la edición conmemorativa en el número de marzo, es la primera vez que el público lector verá retratada la canción de Sylvia Rexach en palabras de su muy fiel e íntimo amigo, Amaury Veray.
“Amaury y mami eran dos almas gemelas,” recuerda la cantante y también actriz, Sharon Riley. Por eso a través del siguiente artículo, el recuerdo de Sylvia tuvo el privilegio de tener a su contraparte melliza del alma mostrándonos la compositora de belleza, nostalgia e ilusión.
Nacieron el mismo año; estuvieron en la Universidad de Puerto Rico (donde probablemente se conocieron). Luego, Amaury fue reclutado en el Ejército de los Estados Unidos para la Segunda Guerra Mundial. Sylvia, por su parte, se hizo voluntaria en el Women’s Army Corps (WACS) para asistir en el esfuerzo de ese conflicto bélico.
Sus vidas siempre convergieron en Puerto Rico, nunca en el exterior. Al regreso de Amaury de sus estudios en el Conservatorio de Nueva Inglaterra en 1949, se juntaron nuevamente y en no pocas ocasiones escapaban de su dura realidad y traumas para crear un mundo de fantasía con personajes reales que combinaban con personajes ficticios, y la bebida de rigor para celebrar sus juntas. Las vicisitudes y desencantos que vivió Sylvia Rexach a raíz de su atribulada relación conyugal de abusos físicos y psicológicos por su marido –que Amaury se abstiene de señalar en este estudio, pero que Sharon reafirmó en conversación telefónica reciente– se combinaron con las propias desdichas de Amaury a raíz de su ya declarada identidad sexual y su activismo por la Independencia de Puerto Rico.

Gracias a la cantante y profesora Zoraida Santiago nos llega esta imagen inédita de Amaury Veray mientras concluía su ópera “La danza de Juan Aquilino” en septiembre de 1962 (cuando también concluía el escrito que aquí publicamos. Es de la Colección Digital del periódico El Mundo en la Biblioteca Lázaro de la Universidad de Puerto Rico. Como puede apreciarse, los encuadramientos de los editores indicaron qué partes de la fotografía serían incluidas. El retrato de Sylvia Rexach que aparece enmarcado sobre la caja del piano fue de las partes excluidas que muestran la devoción de Amaury en tener la imagen de ella presente durante su proceso creativo.
De ahí le vinieron personajes como Suncha Lebrón; también Burgos y su esposa Margot, tan sumisa que llamaba a su marido por su apellido y lo trataba de “usted” y “tenga”; Carmencita, de quien Sylvia y Amaury bromeaban “pasando el macho”; Ángel Fonfrías, el personaje con voz de domingo; Elia Sulsona, célebre modelo de santas para las iglesias; Doña Elisa Tavárez, José Antonio Torres Martinó y la actriz Mona Marti. De personajes como Iberia, Mamama poco sabemos. Y de la mujer con cara de caballo, sólo que de pronto se transforma en una mujer hermosa que acaba enamorando al pretendiente de Iberia.
Sabemos que Amaury perpetuó ese mundo de fantasías con personajes circundantes en el Conservatorio de Música. Hubo veces que adscribió dos o tres personajes para una sola persona.
Por ejemplo, El Cazador concluye un proceso formativo de personajes que Amaury inicia en 1972 con “el incordio” (o “el niño que jode”), y Delegado, el caballo díscolo e indomable. También la leyenda recuerda al “niño de las paredes”, que extendía una mano para acariciar las paredes del Conservatorio mientras caminaba; y los nombres de José de Arimatea, Caleco, Quinta Disminuida, Roberto Trompeta, el Gato, el Ejecutivito, La Mosca y Roberto Fagot, entre muchos otros.
“Amaury y Sylvia bromeaban con esos personajes porque eran amigos a quienes ellos quisieron mucho,” nos dice para esta edición el dramaturgo Pao Cabrera, íntimo de Amaury desde antes de los días en que parteron a Roma para sus respectivos estudios.
La afinidad entre Sylvia y Amaury puede comprenderse invocando la intimidad entre la poesía y la música que él presenta magistralmente en una de las secciones del artículo. Vemos materializada esa relación en “La balada de la niña y el río” (1952), una canción tierna y sencilla para piano y voz, con música de Amaury y letra de Sylvia, que escuché por voz de Sharon por teléfono hace unos meses. El catálogo de Amaury en el Recinto Metropolitano de la Universidad Interamericana tiene esa balada como ejemplo único de esa colaboración artística.
Sylvia no escribió de Amaury conmemorando su fallecimiento porque ella partió primero. Y a pesar de que él no tuvo ese privilegio, Amaury nos dejó esta joya literaria sobre Sylvia para que un alma gemela suya en el futuro lo muestre, a él y su obra, con la devoción que él tuvo hacia ella y su canción en este artículo.
Por eso, a la hora de hacer un estudio sobre la sensibilidad, obra musical, y quizás del proceso creativo de Amaury Veray, su homenaje a Sylvia sirve como un indispensable marco de referencia.
El Cazador
Distrito del Lincoln Center for the Performing Arts, Nueva York
[1] Uno aparece en la carátula del disco “Sylvia Rexach canta a Sylvia Rexach,” que publicó el Instituto de Cultura Puertorriqueña, y que reproduce en un disco compacto en el 2003. El fragmento más sustancial con un detallado análisis de diez de sus canciones se imprimió en la carátula de un LP –sin fecha ni identidad editorial– con su hija, Sharon Riley, interpretando varias de sus canciones.