Ámsterdam: El camino a la tiranía

John David Washington, Christian Bale y Margot Robbie
El guion no desperdicia tiempo en tratar temas que están grabados en la psique norteamericana. En este caso el prejuicio. A los negros les ponían los abrigos que usaba el ejército francés porque sus compañeros blancos no querían que los asociaran con ellos. Cuando ambos Burt y Harold caen heridos, van al hospital los cuida Valerie (Margot Robbie) una enfermera que no come cuentos. Tanto así que usa la metralla que extrae de las heridas de los soldados para hacer pequeñas esculturas, lo que horroriza a sus colegas.
Entre los tres se desarrolla una amistad intensa y se van a vivir juntos a Ámsterdam. Viven una vida de semi bohemios, pero, pasado el tiempo, los dos hombres regresan a Nueva York a completar sus vidas: Burt a hacerse médico y Harold, abogado. Siguen siendo amigos; pasan 15 años. Ambos están haciendo su trabajo cuando Elizabeth (Taylor Swift), la hija de Bill Meekins (Ed Begley Jr.), un senador liberal, que se desempeñó como comandante de su regimiento y que no mostró discrimen contra los negros, muere súbitamente durante un viaje transatlántico. La joven Meekins insiste que su padre estaba bien de salud y que se teme que ha sido asesinado. Quiere que se le haga una autopsia. Para ello, Burt consigue la ayuda de Irma St. Clair (Zoe Saldaña) una técnica forense. Es evidente de que algo hay entre estos dos. Pero eso es otro cuento.
La trama se concentra en el resultado de la autopsia, lo que significa para nuestros héroes y como eso está atado a la reemergencia de Valerie. La historia comienza a complicarse y vamos viendo cómo un grupo que se denomina el “Consejo de los cinco” es responsable de actos sospechosos contra la presidencia de Franklin D. Roosevelt. El grupo usa un emblema que tiene un parecido cercano y sospechoso a la suástica nazi. Tiene asesinos contratados y los acompañan una tropa de “aliados” que van vestidos como los camisas pardas de Hitler. Con dinero de un donante secreto operan clínicas de esterilización forzada y les pagan a las milicias privadas que amenazan a los desafectos a sus ideas.
Las razones por la desaparición de Valerie se van aclarando y nos llevan a reunirnos con dos personas críticas para resolver el misterio: Paul Canterbury (Mike Myers) y Henry Norcross
(Michael Shannon). El último medió para que el ojo postizo de Burt fuera de la más alta calidad. Sabemos desde la primera vez que los conocemos que tienen otros “negocios” que ocultan de sus interlocutores. Ambos Libby (Anya Taylor-Joy) la esposa de Tom (Rami Malek), el hermano de Valerie, juegan partes indispensables en el misterio y vamos viendo como han jugado una parte fundamental en los enigmas de la cinta.
El guion de David O. Russell, quien también dirigió, a veces flaquea porque va por la historia paralela del prejuicio social de los suegros de Burt. Aunque es un tema de interés que la alta sociedad de Nueva York podía ser antisemita, prejuiciados raciales y pseudointelectuales, el filme no necesitaba enfatizarlo ya que tiene mucho material para recordarnos de la influencia nazi-fascista en los Estados Unidos en los años treinta, que ha renacido con la presidencia de Trump. La idea de reclutar un héroe nacional, en el filme el General Gil Dillenbeck (Robert De Niro) como “sustituto” del presidente electo, está basada en la muy real controversia de lo que se llamó el “Business Plot”, denunciado en 1933 por el famoso general norteamericano Smedley Darlington Butler. Este le dijo a un comité del Congreso que un grupo de ricos industriales estaba planeando un golpe militar para derrocar al presidente Franklin D. Roosevelt. Todas las personas involucradas negaron la existencia de un complot y los medios de comunicación ridiculizaron las acusaciones, pero un informe final de un comité especial de la Cámara de Representantes confirmó parte del testimonio de Butler. A los acusados no le pasó nada, después de todos estaban entre las gentes más ricas de la nación. La relevancia de este episodio a lo ha sucedido con la invasión del Capitolio en enero del 21 es evidente.
La cinematografía del mexicano Emmanuel Lubezki, quien ha sido un importante innovador en el uso de luz natural y tomas ininterrumpidas, es uno de los mejores atributos del filme. Tiene algunos rasgos de la de Greg Toland en Citizen Kane y las ideas de montaje de Orson Welles. En una escena de esa película hay una imagen gigante de Kane. En el escenario en el que Dillenbeck va a hablar hay una imagen gigante de George Washington, tal y como la hubo en el famoso rally nazi en Madison Square Garden en 1939. A veces el diálogo me pareció fofo, pero el mensaje más importante de la cinta queda claro. Yo, por lo menos, concentré en eso.