Ángel Darío en el Huerto de los Olivos
Hoy es Viernes de Dolores, y en Sevilla -mi ciudad- las hermandades preparan sus estaciones de penitencia mientras miles de nazarenos velan los antifaces y las túnicas de sus cofradías. Durante una semana, un número indeterminado de hombres y mujeres se ajusta el esparto de la soledad para vivir un fragmento de la Pasión, para expiar sus culpas bajo la luz almendra y platino de la Giralda. Siempre me ha fascinado esa legión de anónimos penitentes que cada Semana Santa anega las calles de Sevilla, porque aquella devoción enmascarada realza el sacrificio del Dios que hecho hombre, oró a solas en el Huerto de los Olivos.
Hoy es Viernes de Dolores en El Viejo San Juan, y pienso en Ángel Darío rezando como escribiendo y escribiendo como rezando cualquiera de los poemas que pueblan estos libros que hoy nos convocan en su nombre. «Seguiré escribiendo en las altas horas -me dijo en una carta-, cuando la noche me sopla, como a un diente de león, los versos aislados del dictamen; hasta que me rinde algo que ya no es el cansancio ni el sueño… Tengo una certeza: en ese lugar alambrado por la incertidumbre, Dios cuida de mí».
Hoy es Viernes de Dolores en los lugares santos, y cada vez que releo mi correspondencia con Ángel Darío, estoy más persuadido de que «ese lugar alambrado por la incertidumbre» era un territorio místico adonde su oración lo trasladó: a la noche del Huerto de los Olivos. En La hora santa y las siete palabras, Karl Rahner escribió una reflexión que se lee como una plegaria y viceversa: «Cuando me invada tu angustia de Getsemaní, permanece a mi lado. Concédeme la gracia de reconocer en tus horas santas, las de tu vida, las de Getsemaní. Concédeme comprender que, si esas horas me llegan, no se debe a un caso fortuito, ni a la maldad de los hombres, ni a un trágico destino: son la gracia de poder participar en tu agonía en el Huerto de los Olivos». Toda la poesía última de Ángel Darío fue escrita desde allí, fue rezada desde allí, como el poema «Anticipo»:
Anticipo mi muerte;
mi faz hundida aspira
el aroma de los enigmas;
mis hojas de sal no son piedra,
nadan como peces de papel
en el mar metálico;
no hay sombras en el espejo
de plata líquida,
sino un rumor de arena
de innúmeros cristales.
Me desplazo inmóvil
como una nada
irisada y musical;
sólo un poco allí
estuve
frente a su faz de alborada;
solo un poco allí.
Hoy es Viernes de Dolores en Sabana Seca y en la noche oscura de todas las almas. En un Diario que aun es inédito, Ángel Darío admitió que la noche se convirtió en su morada: «Convalecer es balbucear, dar pasos como los niños, mas sin ese deseo vital, sin ese afán de asombro que a ellos los moviliza por dentro. Te sientes torpemente movido por otra causa que no pertenece a tu propia voluntad herida. No indagas en ello. Te recuperas rápidamente, pero sabes que la noche todavía no acaba y no sabes si acabará algún día. Ese no-saber es tu nueva morada». Por eso sus sobrecogedores poemas sobre la Noche son -como rezaba el verso de Vallejo- las caídas hondas de los Cristos del alma:
Sobre la nube te desnudas,
te expones, te entregas.
El silencio te reviste,
te protege, te corresponde.
Cercano al precipicio
la noche irrumpe
para deshacer
el nudo de los milagros.
Hoy es Viernes de Dolores en Rincón, en casa de Ángel Darío, donde nadie ha dejado de velar su eternidad dormida; pero estos viernes dolorosos fueron señalados para consolar a la madre del Dios que se hizo hombre, porque María siempre supo que Jesús moriría en la cruz y sólo una madre como María podría encarnar todos los Dolores de la cruxificción, el descendimiento y la sepultura. Por eso, quizá el Ángel de Darío se las arregló para que hoy -Viernes de Dolores- presentemos sus libros en El Viejo San Juan y que todos nosotros, como los nazarenos blancos de una Hermandad de Gloria, hayamos venido de todo el mundo para decirle a su propia madre, doña Gladys, aquí nos tiene a sus hijos.
Fernando Iwasaki
El Viejo San Juan, 7 de abril de 2017