[A]pantalla[dos]
Simplemente atrapados en el filo de un supuesto placer, frente a ellas. Nada es más perfecto (e inestable) que esas pantallas. Las pantallas ordenan la abolición de las dudas, manufacturan la consensualidad, cancelan todo proceso de deliberación y ahora nos entregan, redonditos, al mar de la reproducción instantánea. Espermatozoidal la relación, horizontal e íntima. Un one night stand secuencial: correr hasta abrir las ventanitas del conocimiento –de cosas, de otros– sin haber explorado bien. Todo bajo la luz mágica de la insaciabilidad personal, frente a un muro indiscreto de posibilidades.La erótica del Facebook supone tantos misterios, tantas delicias, pero en rigor en su centro hay cero seducción. Es wham, bang, thank you, en fugaz idilio, y a otra cosa. Antes de leer lo que hay que leer, compartir. El marco disciplinario que impone la supuesta libertad de divagar tactilmente por el mundo es traicionero. Es casi sexo sin carne. Y también nos hace parte de un triángulo y de su trayectoria de infidelidades.
La televisión –la tercera en concubinato– recordó su papel vital en esa insana geometría la semana pasada. Una palabra suya, una imagen, desató el abandono y la disipación. De la TV se corrió al FB, y se contó el chisme como en la TV lo contaban, sin pensar cuál fue la fuente de las fuentes, y cuál la fuente de estas otras. En la carrera, nadie se acordó de retener algún control. Y llega la difusión paralela de la mentira, y luego de la aclaración de la mentira. Que los polos televisivos de CNN y Fox News hayan entregado sus espíritus a la competencia por un titular que ninguno acertó («ObamaCare» sí fue validado) palidece ante la compulsión de media población de Facebook de querer ser primero con la noticia en sus muros. En la fatiga de hacer el amor con dos a la vez se cuelan las mentiras. A veces no se puede con tanta sangre haciendo presión en el mismo lugar. Estalla la cebeza con tanto frenesí.
Y así la semana pasada, después de la gran compartida colectiva –y equivocada– sobre la decisión del Tribunal Supremo, los status updates fueron updated con premura. Fue rápida la ecuación. La misión del Facebookero fue demostrar que había errado, que su autoimpuesta misión de estar «al tanto y a frente» en la vida, de ser el proveedor de información de todos sus FB friends es –mucha más que de vez en cuando– una prueba fallida de confiabilidad, un badge of honor que se fabrica desde a soledad de una cabeza hurgando pantallas, un autoexamen que se reprueba. Pero la extrañeza de esa ecuación se mantiene inexplorada. Misterio profundo que encierra un Timeline preñadito de futuridad. Una aproximación a lo que se es, una interacción más física que emocional, ya más sensual que intelectual.
Justo en el momento en que Aaaron Sorkin entrega su nueva serie «Newsroom» por HBO (maltratada por la crítica, alabada por otros), el papel de las redacciones de noticias vuelve a ser examinado con fuerza y furia. La furia parece estar ganando. El backlash tiene que ver con a traducción de todo lo vivido, en vivo, en televisión (la final de la EuroCopa este domingo, y antes el play-by-play de la NBA, Flor y su discurso patriótico-deportivo, Pacquiao y Cotto y dale que te pego), a ese exit strategy que permite la otra pantalla. TV + FB=a whole new ball game. Como repite un personaje de «Newsroom», un productor, «This is a new show, and there are new rules». El nuevo show unipersonal en el que cada cual se muestra, extraviado en las noches de desvelo o en los días de serenidad insoportable, no se queda en los dedos de un control remoto; migra hacia la simultaneidad de un gozo que se exhibe en todas las plataformas posibles. Y también ilumina mientras oscurece ese triángulo que nos consume, esos movimientos que se dan casi reflexivamente, el like y share, y que se comportan con la sensación de un quickie, en lo chiquito y en lo grande.