Apunte intempestivo para tiempos aciagos
A la memoria de Ludwig Schajowicz y Luisa Caballero de Schajowicz.
«La religión, en tanto que fuente de consolación, es un obstáculo para la verdadera fe; en ese sentido el ateísmo es una purificación.» (Simone Weil)*

Christopher Cozier
La sabiduría precede a los buddhas, a los que han despertado, pues apuntan directamente a la existencia, a la naturaleza íntima e impersonal de los fenómenos (dhammaṭṭhithitatā). Ellas pueden resumirse con estas palabras: «Aparezcan o no Tathāgatas en el mundo*, tres características de la existencia se mantienen incólumes: todos los fenómenos condicionados (sankhāra) son impermanentes (anicca). Todos los fenómenos condicionados son insatisfactorios (dukkha). Todos los fenómenos (dhamma) son insubstanciales (anattā).»* Desde esta perspectiva, no es la verdad la que nos libera sino el entendimiento de la verdad. Ese entendimiento es visceral, y no sólo intelectual; esa verdad es lo real tal cual (tathāta), lo que está siendo, más allá de lo que se piense o se imagine.
¿Qué es la verdad? Las condiciones reales de la existencia (saṃsāra) y la abertura sin fin de lo incondicionado (nirvāṇa). Lo incondicionado es lo absoluto. Pero en el sentido estricto de lo absolutamente indeterminado, no construido por la mente, que está ahí, absuelto y vacío de sí, de toda aseidad o entidad, más allá del ser o del no ser, de lo humano y de lo divino, de la vida y de la muerte. No hay en las enseñanzas del Buddha una nostalgia del absoluto sino una constatación de su evidencia. Si se insiste en que el budismo es una religión, entonces hay que decir que se trata, en todo caso, de una superación de la religiosidad. ¿Por qué? Porque atrás queda el afán o anhelo de reunión con lo primordial; de religarse a un principio o causa originaria y absoluta. Si nirvāna o nibbāna es lo absoluto, entonces hay que recordar las siguientes palabras del Buddha, tomadas del discurso «La raíz de todas las cosas» (Majjhima Nikaya 1): «Habiendo conocido directamente nibbāna como nibbāna, no debería concebirse [quien así lo realiza] dentro de nibbāna; no debería concebirse [aparte] de nibbāna; no debería concebir nibbāna siendo ‘mío’; no debería deleitarse en nibbāna. ¿Por qué es eso? Para que puede realmente comprenderlo en su plenitud.»
Dado el persistente énfasis del Buddha Shakyamuni en la potencia infinita del entendimiento, el ‘budismo’ es una experiencia filosófica y una práctica de la sabiduría concebida para liberar la mente de sus propias servidumbres e impotencia. En este contexto, el ateísmo puede ser purificador, como bien dice Simone Weil, en la medida en que nos redime de una concepción religiosa basada en el consuelo de la fe y la esperanza en la salvación. Sin embargo, el ateísmo puede también ser un gran impedimento, en la medida en que se convierte en un anclaje, una fijación, una obsesiva adherencia a lo que se piensa. El esfuerzo consiste en traspasar la negación para no quedar sujeto a lo que se niega ni cautivo de lo que se piensa. Ni la adherencia a la fe ni el ateísmo que la repudia son propios de una genuina y plena comprensión. Esa es la posición no-teísta con la que se reconoce la idea o concepto de Dios y de lo divino, pero con la convicción de que el entendimiento de la verdad depende de la práctica de la sabiduría y no de la fe en Dios o en lo divino.
No es ese el caso del cristianismo. El cristianismo es una profunda experiencia religiosa, con una historia muy debatida y compleja, derivada del judaísmo, que incorpora la antigua filosofía griega para abonar sus fundamentos teológicos.* Hay que tener en cuenta que las llamadas religiones son el fruto de la experiencia ancestral de lo sagrado y de la imaginaría mítico-poética. Por imaginería hay que entender aquí la conjunción artística de las imágenes, la fuerza creadora y discursiva propia del animal hablante. Vale tener en cuanta en este contexto estas palabras de George Steiner: «El hombre es, en la visión de Lévi-Strauss, un primate mitopoético [mítico-poético, habría que decir], un primate capaz de elaborar y crear mitos, y a través de éstos soportar el contradictorio e insoluble curso de su destino.» Se trata, en efecto, de «lo lógico en el interior del mito» y de lo mítico en el interior del lógos.* Lévi-Strauss entendió muy bien que el pensamiento humano es una actividad inserta en el metabolismo de un mismo y único devenir que envuelve todos los fenómenos que pueblan el universo: «Cuando la mente procesa los datos empíricos que recibe previamente procesados por los órganos de los sentidos, continua elaborando estructuralmente lo que al principio era ya estructural. Y sólo puede hacerlo en la medida en que la mente, el cuerpo al que la mente pertenece, y las cosas que cuerpo y mente perciben, son parte integrante de una única realidad.»* Esa única realidad es justamente lo real, es decir, aquello en virtud de lo cual cada cual se percibe, imagina y nombra como ‘realidad’.
He ahí, a mi entender, el trasfondo ineludible de las más diversas ideas de lo divino y del esfuerzo por sostener el vínculo con un ámbito trascendente y sobrehumano. Al cultivo de ese vínculo los romanos le llamaron religio, sustantivo del verbo religare, que significa ‘re-unir’ o ‘religarse a’. Al oficiante de ese culto le llamaron sacerdor, sacerdotis; ‘sacerdote’: el guardián de lo sagrado. Con la cristianización del Imperio se lleva a cabo la consagración de la idea hebrea de un único Dios creador y redentor del mundo. Con la empresa evangelizadora se proclama la verdad católica o universal de la Iglesia desde Roma hasta Constantinopla. Con la expansión del islam, las guerras de las Cruzadas, la formación de las naciones-estados en Europa, las misiones jesuitas al extremo oriente y la conquista de lo que se llamará América, la civilización europea se va concibiendo a sí misma como paradigma de la humanidad. En este sentido, el concepto de ‘religión’ es de procedencia europeo-occidental. Sólo con cautela puede extrapolarse a otras culturas y civilizaciones, antiguas o contemporáneas.
Algo muy distinto es el caso de la filosofía. Si se toma la palabra en un sentido preciso, la filosofía es una invención de la polis griega que se perfila con sus primeros sabios, se realza con Platón, se consolida con Aristóteles y se amplía con la tradición helenista hasta desembocar en la llamada Edad Media y la fundación de Europa. Pero si se la toma en un sentido amplio, y en el contexto de un trasfondo que es tan histórico como intemporal, la filosofía es amor y práctica de la sabiduría. Desde esta perspectiva, se puede hablar de una común experiencia filosófica en la antigüedad (Grecia, India, China, Persia) que se alza sobre la imaginería mítico-poética, pero sin prescindir de ella. Pero también entre los pueblos oriundos de África, Oceanía y América que lleva hasta sus últimas consecuencias dicha imaginería que es inherente a la experiencia filosófica.
El desafío filosófico consiste en cuestionar e investigar la siempre renovadora tarea del pensar y de lo que se presenta o aparece como realidad. A la luz de esto, más que pensar el ‘budismo’ y el ‘cristianismo’ en términos de religiones o filosofías comparadas, conviene más investigar el alcance de la práctica de la sabiduría en el vastísimo legado de la enorme diversidad cultural de la condición humana que aún el fláccido dominio mundial del capitalismo no puede aplacar. Su horizonte no es otro que la verdad (αλήθεια, alétheia), es decir: la emancipación del letargo de la ignorancia. Por lo demás, hay que insistir en que ni Jesús era ‘cristiano’, ni Buddha era ‘budista’.
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* «La religión en tant que source de consolation est un obstacle à la véritable foi; en ce sens, l’athéisme est une purification.» Citada por L. Schajowicz en Mito y existencia, pág. 256. San Juan, Editorial de la Universidad de Puerto Rico (1962/1990).
* Tathāgata es un apelativo que el Buddha se atribuye a sí mismo en tercera persona para recalcar el carácter impersonal de la experiencia del despertar. Significa literalmente: «quien así va y vuelve.»
* Véase al respecto la magnífica recopilación de ensayos de Walpola Rahula Zen & the Taming of the Bull. Towards the Definition of Buddhist Thought, pág. 94. London: Gordon Fraser (1978).
* Sobre esto véase el detallado estudio de Éttiene Trocmé, La infancia del cristianismo (Madrid: Trotta, 2021). Véase también el interesante librito de Paolo Flores d’Arcais, Jesús. La invención del Dios cristiano (Madrid: Trotta, 2011).
* Nostalgia del absoluto, pág. 64, Madrid, Ediciones Siruela, 2001.
* Idém.