Apuntes de unos días
A la memoria de Elizardo Martínez
Entre la violencia del nacer y la agonía del morir, el designio inescrutable de una vida, la saga del inédito porvenir.
(la barca,
el barco,
la barcaza,
el navío: contemplar así, desde la una y la otra orilla, la fábula
del mundo.)
Tiempo y eternidad.
¿El presente? La fuga infinita.
¿El pasado? La memoria fugaz.
¿El futuro? La inmemorial fugacidad.
El desafío consiste en compenetrarse con la experiencia de la infinita fugacidad y llegar a entender que el tiempo no tiene otro referente que la propia actividad metabólica del devenir. Se sigue de ahí una concepción inmanente de la eternidad, pues el devenir no tiene principio ni fin; propósito o finalidad. Con dos palabras Heráclito lo dice: «transformándose reposa». Y con sabiduría Nietzsche habla de la «inocencia del devenir» (Umschuld des Werdens).
Sacrificio de A. Tarkowski
He visto danzar
el brío de los ángeles
María, en un altar crepuscular –––––––
Era el ocaso y fue la madrugada,
el cielo inmenso,
el fulgor de los astros, las constelaciones,
las galaxias, la penetrante oscuridad que anima
el polvo estelar, la materia de un tiempo sin fin.
Así también, se abre una flor
dibujada en la caricia de las manos,
el antiguo jardín de un planeta azul.
Un pájaro que vuelve
a la sonrisa de los labios, al vuelo
de un sueño tan dormido que despierta
al azar de este día,
al silencio de esta voz, al gemido
de una nube, al reposo
de las algas…
Quizá el agua, quizá el pan, quizá la leche
tan entonces
derramada.
Anātta
Es tan fácil abandonarse a la complacencia de la imaginación, al fervor de las ataduras; tan difícil salir a la intemperie de su abandono, a la desatadura.
Mente y materia.
No hay nada más misterioso que la materia de la cual forma parte el lenguaje. En efecto, cuando hablamos de materia se puede constatar que el misterio está en las palabras y no en lo que ellas designan. Dice Alberto Caeiro: «El misterio de las cosas es que la cosas no tienen misterio alguno». En efecto, ¿qué significa nombrar lo que no exige ser nombrado y elude, en definitiva, toda denominación por más entrañable e íntimo que sea el nombre de lo que aparece? La materia es la matriz de lo real. Ella es tan insondable como la mente, sin la cual no habría lenguaje. Por eso es un error grave traducir el vocablo latino mens por alma (o peor aún, por espíritu), como suelen hacer los traductores de Spinoza. Nada casualmente del vocablo ‘mente’ se derivan mentar, comentar…y mentir. Hay mentira porque hay lenguaje. Hay verdad porque, al decir de Lacan, el cuerpo no miente.
Anunciación
El ruiseñor anuncia la primavera, la primera verdad de haber nacido, sin atavíos, al encuentro de un sueño perdido.
Un poema (waka) de Saygiō (1118-1190):
Puesto que a penas
es real la realidad,
¿por qué pensar que los sueños,
sueños son?
Una visita al Museo del Prado
El pintor pinta la pintura que no se ve y cuyos personajes (Felipe IV y Mariana de Austria), aparecen reflejados en el espejo que corona el fondo de la pintura que se deja ver. El acto de pintar concurre con la sensación del momento en esa sobria desmesura artística que son Las Meninas de Velázquez. La vida toda en el instante ancestral de lo que acaece. Nada permanece oculto. Todo esta ahí para quien quiera o pueda ver, una y otra vez, lo inagotable. El límite de la mirada se alcanza en el perímetro exacto que culmina en la puerta que se abre. Allí aparece un caballero (el aposentador José Nieto, se nos dice), con el gesto impreciso de quien no se sabe si entra o sale del umbral de la puerta. La sala del Alcázar en Madrid es amplia y repleta de pinturas (se nos dice que de Rubens). El espejo traza una diagonal invisible que termina en la cabeza del niño (Nocalasito Pertusato) junto a María Bárbola. Con gesto juguetón, el niño coloca su pie sobre el lomo del perro recostado que lo recibe con el cariño de los ojos cerrados. Un poco más arriba, en línea vertical, aparece un hombre, con la mirada un tanto perdida, propia de un ciego. Es el guardadamas, al cuidado de una monja atenta a la devoción de las manos. En el centro, la más pequeña de las meninas mira al espectador, junto a las dos mayores que le rinden tributo. El pintor Diego Velázquez, ese pájaro solitario, como bien le llama Ramón Gaya, también mira a quien decida ver. Pincel en mano, a punto de hundirlo en la paleta de los colores, silencioso y con cierta melancolía, honra con su presencia el juego infinito de la representación que describe Michel Foucault en Las palabras y las cosas. Velázquez, pintor de la verdad se lee en el monumento a su honor en Sevilla.
Madrid, 23-30 de abril de 2018.