Aquel hombre tranquilo, sin pizca de exaltación
Ramón Emeterio Betances es, sin lugar a equívocos, la figura sobresaliente de la historia de Puerto Rico. El Porvenir, un semanario independentista que se publicaba en la ciudad de Nueva York a fines del siglo diecinueve, decía que Betances nos recuerda al profeta Jeremías en la obra de Miguel Ángel trazada en la Capilla Sixtina del Vaticano:
De regular estatura; enhiesto, a pesar de sus años; de larga y sedosa barba como el armiño, tez cobriza, cabellos como la nieve, suavemente alborotados; semblante dulce y melancólico, de budista, en el que diríase que se reflejan todas las tristezas del alma cubana; de maneras distinguidas; cariñosamente irónico; parsimonioso en la conversación; tranquilo, sin pizca de exaltación ni de énfasis; oye a todo el mundo con una mansedumbre evangélica, mientras en sus ojos chispea una sonrisa burlona de hombre de mundo.
Por encima de cualquier otra consideración, el artículo al que hacemos referencia enuncia las múltiples virtudes detentadas por Betances, que son las virtudes que debe poseer todo buen revolucionario:
La actividad del Dr. Betances es extraordinaria. No sólo recauda fondos para la Revolución sino que escribe mucho y bien el francés y español, siempre con el propósito de defender a los cubanos; a menudo celebra interviews con periodistas parisienses, por lo común a raíz de algún hecho sensacional. Su voz es oída, porque todo el mundo sabe que al Dr. Betances sólo le mueven generosos estímulos. Por otra parte, Betances se ha educado en Francia y los franceses le consideran como un compatriota más que como un extranjero.
Por la bondad de su carácter, por su hombría de bien, por su inteligencia y su cultura, por su tacto exquisito, no ha podido escoger la Revolución un representante de más prestigio.[1]
El texto que estamos comentando se halla depositado en la Biblioteca Nacional José Martí de La Habana y se publicó bajo la firma «Grito de Yara». El Diccionario cubano de seudónimos, preparado magistralmente por Domingo Figarola-Caneda, nos da la clave para imaginar a la persona que se escondía detrás de aquella rúbrica. Se trata del escritor cubano Emilio Bobadilla (1862-1921), buen amigo de Betances, poeta, crítico literario, residente por muchos años en París, quien dejó una profunda huella en la historia literaria de la mayor de nuestras Antillas.
De la misma forma en que Bobadilla, mejor conocido por «Fray Candil», enumera múltiples atributos personificados por Betances, el libro que hoy prologamos, En torno a Betances: hechos e ideas, escudriña distintas vertientes que amplían las virtudes mencionadas por el periodista cubano. Es preciso conocer algunos detalles. En la Biblioteca Nacional de Francia el profesor Paul Estrade descubrió la existencia de un escritor llamado «Louis Raymond». Para sorpresa de todos es Betances quien se oculta detrás del afrancesado nombre. Bajo tal rúbrica se publica Les Deux Indiens, su novela indianista, editada en Toulouse en 1857. El asunto merece un breve comentario.
Quien no esté familiarizado con los escritos literarios y políticos del doctor Betances podría sorprenderse ante la multiplicidad de seudónimos utilizados por él a todo lo largo de su sedicioso caminar. El más conocido, sin lugar a dudas, es «El Antillano». No hay ninguna razón para creer que usaría la denominación «Amigos»[2] al suscribir alguno que otro trabajo publicado en La República Cubana / La République Cubaine. Sin embargo, luego de examinar la colección del periódico fundado en París por el propio Figarola-Caneda y, a pesar de las muchas horas de pesquisa, no hemos dado con artículo alguno que lleve tal seudónimo. Finalmente, pero no menos intrigante, Betances también utiliza el seudónimo «Toba»[3] para firmar sus cablegramas dirigidos al Dr. Julio J. Henna, de Nueva York, durante los años de la guerra cubana de 1895.[4] «Dreb», «El Antillano», «E. A.», «Bin-Tah», «Louis Raymond» o «Toba» fueron distintas rúbricas utilizadas por aquel viejo revolucionario de Cabo Rojo a quien con tanta justeza se le ha llamado Padre de la Patria puertorriqueña.
Al tomar en nuestras manos y leer En torno a Betances: hechos e ideas, nos damos cuenta que su autor ha llamado a nuestro prócer el último libertador de las Américas. Es decir, que el profesor Estrade encumbra a un derrotado a la altura de los grandes redentores de nuestro entorno.
Si un Libertador es quien no sufre desastre alguno, no puede salvarse ni Bolívar, derrotado en Puerto Cabello, en La Puerta y en Ocumare. No obstante, Bolívar fue el vencedor de Boyacá en 1819, de Carabobo en 1821, de Junín en 1824, y sus tropas acabaron por expulsar al invasor español de las tierras americanas. Derrotado en Lares durante aquel 23 de septiembre, Betances no dejaría de pensar, como sentencia Martí, que “perder una batalla no es sino la obligación de ganar la próxima”.[5]
El profesor Estrade asegura que Betances contribuyó “a libertar a las islas, a la sociedad y al hombre antillano. Martí se había propuesto ‘desatar a América y desuncir el hombre’. Con el mismo propósito, Betances actuó para darle libertad a las tierras esclavizadas, liberalizar la sociedad y liberar al hombre. Un Libertador de fines del siglo XIX no podía contentarse con proponer simplemente la separación de la Madre Patria, sin contemplar la liberación jurídica, económica, intelectual y espiritual de todos los hombres (y todas las mujeres) dentro de la sociedad libre de un Estado independiente”.[6]
Al remate de la conferencia dictada en la ciudad de Nueva York, Estrade dice que Betances no había sido el redentor siquiera de una pequeña isla, pero por su tenaz acción libertadora a favor de las naciones antillanas “y por sus propósitos generosos de liberación social y espiritual del hombre, merece… que lo tengamos en adelante por uno de aquellos ‘libertadores de la humanidad’ –como él mismo calificó a los jefes mambises caídos—y por consiguiente será legítimo que le equiparemos con los grandes libertadores latinoamericanos del siglo de Bolívar, Juárez y Martí”.[7]
Carmen Vázquez Arce le regaló al profesor Estrade, en 1972, una obra clásica de nuestra literatura histórica, el Betances de Luis Bonafoux. No somos pocos —incluyo también a Estrade— los que hemos criticado duramente el libro de Bonafoux. ¿Qué le podemos reprochar a un periodista que tuvo acceso a los archivos de Betances y pierde la oportunidad de darnos, si no todo el material escrito a lo largo de 50 años, una porción considerable? Bonafoux le dio a los papeles de Betances un uso parcial y arbitrario. Bonafoux escogió “algunos textos, de preferencia los que trataban de Puerto Rico y España (donde editó su libro en 1901), y ese material lo dispuso en absoluto desorden cronológico, siguiendo una clasificación digamos caprichosa. Para colmo la edición es descuidada, plena de errores, omisiones y faltas”. Mucho más, cuando el Instituto de Cultura tuvo la idea de reeditar, en 1970, el agotado volumen, nada se hizo para corregir los errores.[8]
¿Qué más se le puede reprochar a Bonafoux? Muchos le hemos criticado hasta su identificación política, su aberrado españolismo, tan distante de los lineamientos ideológicos de nuestro Betances. Ahora, para sorpresa nuestra, Estrade nos dice que el libro de Bonafoux surgió como una necesidad: “La necesidad moral que podía sentir un literato rebelde, conmovido por la grandeza y abnegación de un luchador impenitente. La necesidad moral de tributarle un homenaje póstumo cuando, salvo contadas excepciones, vencedores y vencidos de la guerra del 98 lo estaban olvidando vergonzosa y apresuradamente”.[9] Mucho más. Estrade se autocritica cuando acota: “Con la experiencia que estoy pasando junto a Félix Ojeda Reyes, en esa fase de preparación de las Obras Completas de Betances, acabo de llegar a la conclusión que esas negligencias, por innegables y desagradables que sean, no deben ocultar los méritos del libro de Bonafoux. Está rehabilitado en mi espíritu…”[10] Acto seguido, pasa a mencionar unos argumentos muy convincentes, por cierto, para vindicar al insigne periodista. Es decir, que Estrade también nos obliga a rectificar.
El 7 de mayo de 1898, en su periódico La Campaña, Bonafoux publica la entrevista que le había hecho a Betances unos días antes. Si consideramos que además de la entrevista, el prólogo y el libro se publicaron por entregas en su periódico a lo largo de 1900, y que “el libro se imprimió como tal en 1901, bien podemos afirmar que el interés e incluso la devoción de Bonafoux por Betances contribuyeron de manera incalculable al rescate de una obra amenazada de aniquilamiento por lo adversas de las circunstancias políticas”. A lo que Estrade agrega: “¡Gracias, don Luis!” [11]
A decir verdad, Ramón Emeterio Betances no tan sólo se destacó en el campo de la medicina, él fue periodista, poeta, novelista, teórico político, diplomático, internacionalista, partidario de la masonería y defendió, como pocos suelen hacerlo, el proyecto confederativo de las Antillas. Todos los puertorriqueños tenemos que respetar su memoria. Betances pertenece a la generación europea de 1848. Hombres y mujeres inmunes al pesimismo. Hombres y mujeres con muchísimas ansias de libertad.
Siempre, en estrecha sintonía con la historia, Betances encabeza “la lista de los abolicionistas más destacados” de nuestro entorno. Y durante sus años postreros, mientras reside en Francia, llegaría a convertirse “en uno de los monumentos vivos del abolicionismo universalista, siendo su nombre… no pocas veces asociado al de su amigo Víctor Schoelcher y al de su admirado Víctor Hugo”.[12]
El 25 de marzo de 1884, en carta al farmacéutico, escritor y abolicionista del Brasil, José Carlos do Patrocinio, Betances dice que la esclavitud “ha sido y es en todas partes la obra de los soberanos; la abolición es la obra de los pueblos libres”. Acto seguido, añade: “Y cuando los soberanos dicen, para acallar sus remordimientos: ‘¡es una herencia!’, los pueblos responden: ‘cuando un padre lega en herencia un crimen a su hijo, el deber del hijo no es continuar el crimen, sino lavarlo’”.[13]
Quedan, sin lugar a dudas, algunos aspectos de la lucha y del pensamiento antiesclavista de Betances que demandan mayor atención. La pasión de Betances por Haití y sus próceres ha sido pobremente estudiada. No obstante, el libro del profesor Estrade comprueba que la impronta haitiana es decisiva. Betances vive convencido: Los libertadores de Haití son los precursores de la independencia de las Antillas. Esa interesante observación la formula justamente en su Ensayo sobre Alejandro Pétion, escrito en Jacmel en 1870 y dedicado a la libertad de Cuba. Aquellas figuras ilustres de la república negra fueron “nuestros precursores”. Mucho más, los apoyos prestados por Dessalines a Miranda y por Pétion a Bolívar son pruebas fehacientes de las contribuciones del pueblo haitiano a la liberación de todos los países de América.[14]
La pasión dominicana de nuestro héroe nacional “merece ser encendida de nuevo” y que irradie y se conozca en una y otra orilla del Canal de la Mona. Así lo deja saber el profesor Estrade, pues Betances, además de residir en distintas ocasiones en la patria de su progenitor, fue nombrado, durante el bienio de Fernando Arturo de Meriño, Primer Secretario de la Legación de la República Dominicana en Francia y encargado de sus negocios en las ciudades de Londres y Berna. En tal capacidad ayudó a mercadear los productos dominicanos en Europa, colaboró en el establecimiento del cable submarino internacional que comunicaría a la República con el resto del mundo, impulsó la fundación del Banco Nacional de Santo Domingo, defendió la integridad nacional de la República y promovió el progreso y los derechos humanos de los ciudadanos dominicanos.[15]
Múltiples resultan ser las figuras históricas que desfilan por el libro del profesor Estrade. José Martí, Eugenio María de Hostos, Máximo Gómez, Antonio Maceo, Julio J. Henna, Lola Rodríguez de Tió, Calixto García Íñiguez, Gregorio Luperón, Fernando Arturo de Meriño, Francisco Javier Cisneros, Tomás Estrada Palma, Luis Bonafoux, Francisco Gana, Enrique Piñeyro, Emilio Bobadilla, Gonzalo de Quesada, Henri Rochefort, Rizal y tantas otras con las que se hermana el prócer de Cabo Rojo.
Estrade advierte que no son pocas las amistades de Betances que sorprenden: José Tomás Silva, puertorriqueño, banquero, diputado autonomista, designado por Betances su albacea testamentario. José Ruiz Zorrilla, republicano español a quien presta generosos servicios médicos, y el anarquista francés Charles Malato, con quien trazó planes para iniciar un proceso insurreccional en España que aseguraría la caída del régimen y el triunfo de la independencia de Cuba y Puerto Rico.
Para redactar el estudio sobre Raimundo Cabrera,[16] abogado, escritor y dirigente autonomista cubano, con quien Betances mantiene estrechos vínculos de trabajo en París, Estrade examinó 18 cartas inéditas que responden al puño y la letra de Betances. El importante epistolario abarca distintos temas: las negociaciones de paz con España, la expedición del general Ríus Rivera contra el coloniaje en Puerto Rico, el periódico bilingüe La República Cubana y el lanzamiento de la revista Cuba y América, así como las relaciones con la Delegación del Partido Revolucionario Cubano en Nueva York. Aunque breve, la presencia de Cabrera en París fue de gran ayuda, se le presentó a Betances en un momento oportuno:
Pero no sólo éste (Cabrera) le alivió trabajo al doctor, sino también le integró en una familia y un ambiente cubano. Cabe recordar que en mayo de 1895 Betances le escribía a Terreforte: ‘Aquí… todos (los cubanos) me huyen como si tuviera la peste’. Ramón Emeterio y Simplicia, aislados y cortos de familia, encontraron en la criollísima y bulliciosa familia Cabrera un hogar consolador. No bien ida la familia, Betances le dice a Cabrera: ‘Los recordamos a Vds. cada día. Simplicia también simpatizó mucho con todos y sentimos que nos hayan abandonado. Creo que hubiéramos vivido bien juntos’. Poco después, con acento de dramática sinceridad, le confiesa: ‘¡Ah! si siquiera yo estuviera bueno, con qué gusto iría a unirme con Vdes.’[17]
Muchos puertorriqueños se preguntarán cómo es posible que un historiador, tan distante de nuestro suelo, con residencia permanente en el centro de París, se interese por estudiar a Betances. Fue el triunfo de la Revolución Cubana, a principios de 1959, lo que le llevó al estudio de José Martí y examinando la vida del “libertador elocuente” se tropieza con el impenitente rebelde puertorriqueño. Paul Estrade quedó impresionado. Había descubierto a un hombre esencial en la historia del Caribe.
Yo no puedo ocultar que Paul Estrade es mi amigo entrañable y colaborador de muchísimos años. Mucho más, lo considero como si fuera un hermano. Pero, ¿puede el aprecio y la amistad coexistir con la imparcialidad? Idéntica pregunta la formulaba Andrés Bansart, profesor de la universidad caraqueña Simón Bolívar, y contestaba que sí se puede. Me permitiré, sin embargo, glosar al amigo de Estrade e informar que estas notas introductorias que he redactado quieren ser justas y ecuánimes. No se trata de un ensayo hagiográfico. Yo no acostumbro resaltar las virtudes de los santos. Sólo trato de “observar, apreciar y saludar” una obra de excelencia, muy bien documentada.
Permítanme ahora decir que Estrade no investiga a Betances porque Betances estudia en París o porque deja escrita en francés una obra literaria amena o apremiante. Menos aún porque le canta bellamente a las riberas del Río Loira donde Paul y Mouny tenían asentada su casa:
Levantando su párpado,
do el rayo brilla,
me ve sobre la piedra,
junto a la orilla,
cuando llevo a beber
mi fiel manada
del Loira en la ribera
de grandes aguas.
Tiemblan sus ojos negros
en embeleso,
y sigue nuestro abrazo
con dulce beso
del Loira en la ribera
en tarde clara,
cuando a abrevar conduzco
mi fiel manada.[18]
Paul tampoco estudia a Betances porque el puertorriqueño elogia la Revolución de 1789 que sigue siendo la máxima aportación francesa a la historia universal de la libertad. Paul estudia a Betances porque Betances representa lo mejor, lo más lúcido, “lo más fecundo de la etapa histórica en la que Puerto Rico empieza a vislumbrar, entre tinieblas, un futuro propio que fuese de prosperidad y de dignidad en la independencia”.[19]
Juntos hemos publicado nuestros libros. Juntos hemos rescatado manuscritos desconocidos en archivos y bibliotecas de países tan distantes como España, Estados Unidos, Cuba, Venezuela, República Dominicana, Puerto Rico y Francia, tejiendo un Proyecto al que le hemos dedicado más de treinta años de labor historiográfica. Juntos estamos publicando las Obras Completas de un anciano maravilloso que tenía las dotes de presidente. De igual manera esperamos que nuestro trabajo ayude a difundir el mensaje emancipador de aquel hombre tranquilo, sin pizca de exaltación, pero con ojos que hacían relucir una sonrisa burlona de hombre de mundo.
* Prefacio al libro de Paul Estrade. En torno a Betances: hechos e ideas. San Juan: Ediciones Callejón, 2017, 376 pp.
[1] El Porvenir, Nueva York, 8 de marzo de 1897.
[2] Domingo Figarola-Caneda. Diccionario cubano de seudónimos. La Habana: Imprenta El Siglo XX, 1922, p. 9.
[3] “Toba, descendiente de los antiguos caciques de la pequeña aldea de Guanajibo, había abandonado los llanos, a la cabeza de los suyos, llevando consigo el gran Cemí, y jurando, además, vengar la muerte de su padre en los cristianos, quienes lo habían asesinado”. (Véase la novela de Betances, Los dos indios. En Félix Ojeda Reyes y Paul Estrade. Betances. Obras Completas. Escritos literarios. Vol. III. San Juan: ZOOMideal, 2017, p. 112).
[4] Compagnie Francaise des Cables Télégrahiques. De Toba a Cyprus, 8 de abril de 1897. En Félix Ojeda Reyes y Paul Estrade. Betances. Obras Completas. Escritos políticos. Correspondencia relativa a Puerto Rico. Vol. V. San Juan: ZOOMideal, 2017, p. 359.
[5] Paul Estrade. “Betances, el último Libertador de Latinoamérica en el siglo XIX”. Conferencia leída el 31 de marzo de 2004 en Hunter College. City University of New York. Publicada en Claridad. San Juan, 8-14 de abril de 2004, pp. 13-33.
[6] Paul Estrade. Ibid.
[7] Paul Estrade. Ibid.
[8] Carlos M. Rama. La independencia de las Antillas y Ramón Emeterio Betances. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1980, p. 92.
[9] Paul Estrade. “Vindicación del Betances de Bonafoux”. Claridad. San Juan, 6-12 de noviembre de 2008, pp. 22-23.
[10] Paul Estrade. Ibid.
[11] Paul Estrade. Ibid.
[12] Paul Estrade. “El abolicionismo radical de Ramón E. Betances”. Sevilla: Anuario de Estudios Americanos, 1986, t. XLIII, pp. 275-294.
[13] Carta de Betances a José Carlos do Patrocinio, 25 de marzo de 1884. Estrade, ensayo antes citado.
[14] Paul Estrade: “El enaltecimiento de Alexandre Pétion y Toussaint-Louverture en el discurso antillanista de Betances”. Présences haitienes. Université de Cergy-Pontoise, 2006.
[15] Paul Estrade. “Pasión dominicana del doctor Betances por la soberanía de la nación y la libertad de los ciudadanos”. Exégesis, Humacao, 2002, pp. 34-42. Véase además, del mismo autor, “El puerto franco de San Lorenzo en la Bahía de Samaná: el plan ambicioso de Betances”. Anales del Caribe. La Habana, Casa de las Américas, 2004, pp. 214-232.
[16] Paul Estrade. “Una relación rara, aunque sincera: Betances y Cabrera”. Conferencia leída en el coloquio “Betances y Martí”. La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2002.
[17] Paul Estrade. Ibid.
[18] Félix Ojeda Reyes y Paul Estrade. Betances. Obras Completas. Escritos literarios. Vol. III. San Juan: ZOOMideal, 2017, pp. 87-88.
[19] Félix Ojeda Reyes. “Del Loira en la ribera en tarde clara. La aportación de Paul Estrade a los estudios del Dr. Betances”. Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura. Islas Canarias, 2004, pp. 67-73.