“Aquelarre caníbal en Caribes (porno)tropicales otros: un bosquej(it)o anti-histórico”
A Mara Negrón y a Laura Náter porque estoy de fiesta con la revolucionaria eternidad (micro)política de sus palabras.
“Colonialidad del poder es colonialidad de género, eso es inseparable”, asegura María Lugones. La modernidad/colonialidad es un conocimiento sobre el mundo que privilegia (el cuerpo blanco) europeo como eje organizador de la vida. Desde ese saber-poder se inferiorizan, invisibilizan y violentan (los cuerpos de) poblaciones Otras, con sorprendente indiferencia. (Lugones, 2008) En ese marco el Caribe (y América) funciona(n) como “porno-trópicos”, como espacio(s) de ilusión consumista que las colonialidades marcan como eternidades veraniegas ataviadas de desnudez primitiva.El canibalismo propuesto por Mara Negrón, tiene posibilidades decoloniales. (Negrón, La biblioteca de los caníbales, 2012; Negrón, Antropofagia contra civilización, 2012) Y para ello recomendó: “[…] más cuerpo, más inscripción del cuerpo, nuestra mejor metáfora, nuestra máquina más impensable, e inenarrable” como veredita de subversión poética. (Negrón, 2001) Mara invitó a devorar la biblioteca de quien “nos inventó” como la “porno-jungla” de “la imaginación europea”. (Eraso). “El antropófago caribeño es quien posee la memoria del racismo y de la colonización”, dice Mara. “[Las] historias caníbales hacen tambalear la episteme moderna y con ello, la forma de entender y construir el mundo. Por suerte el canibalismo, como el feminismo, se propaga a través de la materia [-del cuerpo]”, añade Mónica (Eraso).
Los miedos sexuales de los colonizadores les hicieron “imaginar indígenas hermafroditas, con penes enormes y enormes pechos vertiendo leche”. (Lugones, 2008) Las representaciones sobre mujeres lascivas y hombres poco viriles justificaron la violencia sexual sobre territorios, sobre cuerpos-materia mientras les negaba lo humano. (Eraso)
Se trata de la construcción de un Ordo Corporis que inscribe inteligibilidad cultural.[1] “El sexo dicta las normas del uno para ser <<viable>>”. Para eso necesita de los otros, de sujetos abyectos, que no son sujetos; cuya abyección señala las “zonas invivibles, inhabitables de la vida social”, de cuerpos ininteligibles –cuerpos que no importan. (Butler, 2010) Son Cuerpas que señalan la “diferencia colonial” desde la “diferencia sexual”, cuerpas paradigmáticas de a-normalidad, cuerpas bárbaras, viciosas, peligrosas, no-blancas y habitantes de “países ardientes”. (Eraso, 2015, pp. 132-133)
Aquí propongo la necesidad de asumir el canibalismo como ruptura anal con el viril sistema modernidad/colonialidad, para que otros cuerpos importen. Se trata de apropiarse las corporalidades del banquete nefando del aquelarre brujo, para proponer su inteligibilidad desde “[…] un feminismo radical de chicas malas –de putas, de maricas, de bolleras, de transexuales, de travestis, de heteroinsumisas y otras”, desde la precariedad, la pobreza y la enfermedad. (Fernández Juárez, 2014; Ziga, 2009, pp. 23, 26, 34-35, 86). Se trata de un feminismo cuir, porque subvierte la castración del ano, porque se asume en la racialización, la violencia y envilecimiento de la condición sur-colonial. (Valencia, 2015)
Se me ocurre que salirse de la historia para hacer historia, es la salida. (Pabón, 2002, p. 182) Después de todo, “[l]os anormales existían pero no tenían historia, Aún no había un lenguaje del ano”, añade Preciado. (Preciado, 2009, p. 137) La propuesta caníbal será la anti-historia: el ensayo de narrativas en pos de Américas y Caribes otros. El rescate de “[…] aquello que fue excluido de la esfera propiamente dicha del sexo” (normativo patriarcal) para producir “[…] un efecto perturbador, […] como una desorganización capacitadora, como la ocasión de re-articular radicalmente el horizonte simbólico […]” convencional. (Butler, 2010, p. 49) Hacer propio con el lado más oscuro del sistema moderno/colonial de género: la mujer colonial y demás sujetos feminizados, con menstruaciones calientes y “antes de tiempo”, lujuriosas e incapaces de castidad. (Eraso, 2015, p. 137)
El “encuentro” con un continente caníbal, lascivo y transgresivo, fue fundante. (Amodio, 2012) ¿Qué tal si le damos la vuelta al relato? ¿Cómo quedará la historia de la conquista del cuerpo sifilítico que desestabiliza el horizonte simbólico europeo?
En “El burdel del Estado” Paul Preciado cuenta cómo Restif de la Bretonne traza un proyecto de “(noso)arquitectura” urbana para reglamentar los lugares de vicio y decadencia en las ciudades europeas del siglo 18. Su interés era establecer una red de burdeles con la finalidad de controlar la sífilis. Si, como afirma Preciado, la infección es la “marca tanatopolítica de lo indígena” y lo africano, entonces el control de la sífilis es, en efecto, un “conflicto de frontera”. (Preciado, 2014) En ese coincide Mónica Eraso en sus indagaciones sobre el médico y anatomista francés Jean Astruc, quien afirmó en un “Tratado de las enfermedades venéreas” (de 1732) que ese mal provenía de las Antillas, porque allí “[…] nadie se abstenía del uso de las mujeres mientras estaban con sus reglas: los hombres se entregaban como bestias al exceso de sus brutales pasiones sin medida alguna: las mujeres aun extendían más que los hombres sus excesos.” (Eraso, 2015, pp. 109-110)
De suerte que en ese mismo siglo 18, el gusto por los excesos había propagado la sangre contaminada por todas las ciudades europeas de entonces, haciendo imprescindible la contención del cuerpo sifilítico. El mal antillano amenazaba la sanidad de la sangre europea en indudable canibalismo sexual, y de anotándose un tanto en la contienda cultural. (Preciado, 2014) Más bien, se trata de una gozosa victoria que habría que sumar a las conquistas del paladar (vía el chocolate y el uso generalizado del azúcar de caña) y a las conquistas del humo –que estudió Laura Náter. (Náter, 2000; Mintz, 1996)
Por la vía de los (ahora) confesables (y “triunfales”) caminos del goce sexual, podríamos articular un aquelarre-brujo-caníbal-cuir, capaz de (anti-)historiar los lujuriosos episodios de otro modo.
Desde la depravación y la enfermedad resignificados en esta anti-historia quedan los relatos de Gonzalo Fernández de Oviedo (del siglo 16). Según el cronista el propio cuerpo de Cristóbal Colón fue el portador de la sífilis a Europa, lo que constituye “un evento” fundacional para la conquista sexual caníbal de el otrora vencedor. (Quirós Leyva, 2003, p. 10) El de Colón es un cuerpo “enfermo” emblemático y representativo de muchos más, porque pocos fueron los cristianos que escaparon al peligro sifilítico entre quienes se daban “a la conversación y ayuntamiento con las indias”. Es el cuerpo contaminado del almirante el portador del “mal” que arribó a Europa como “castigo divino” por las muy sabrosas y lujuriosas costumbres adquiridas en latitudes antillanas. Eso sostenía Jean Astruc, según Eraso, sumando, así, la “voluntad” de dios a las “conquistas” de esta anti-historia, añado yo. (Eraso, 2015, p. 113)
Amparada por el clima y la feliz impureza de sus moradores, (Eraso, 2015, p. 122) América toda es una orgiástica celebración, una fiesta sodomita en la que el lujurioso-canibalismo-cuir gusta del travestismo y desentendimiento de roles. Fernández de Oviedo aseguraba lo “común del pecado nefando contra natura, y públicamente los indios que son señores y príncipes […] tienen mozos con quien usan este maldito pecado” y esos mozos “luego se ponen naguas, […] como mujeres que son usan mantas cortas de algodón, con que las indias andan cubiertas desde la cinta hasta las rodillas” y “luego se ocupan de barrer y fregar y las otras cosas a las mujeres acostumbradas”. (Quirós Leyva, 2003, p. 11)
El banquete sodomita es evidente en el proceso inquisitorial contra 19 “mártires” de la Nueva España (de 1657-1658). Se trataba de un siglo 17 en el que las fiestas para nombrarse y vestirse “como mujeres” eran frecuentes. El caso involucró a 66 sujetos, aunque fueron 14 los quemados en la hoguera y un menor de edad condenado al trabajo en las minas (por 6 años). Entre los detenidos hubo españoles, indios, negros, mulatos y mestizos aunque al rey se le aseguró que no había ninguno de “calidad” puesto que se trataba de “toda la inmundicia del reino”.[2] (Camba Ludlow, 2012, pp. 3-4) La mácula del pecado nefando es tal, que elimina la posibilidad de la limpieza de sangre que signa al cuerpo blanco europeo. Cualquier castellano sodomita queda reducido a la inmundicia señalada en los cuerpos no-blancos otros, adjudicada a la “mala sangre” india, negra, mulata o mestiza, cuando raza no es todavía un discurso científico. (Eraso, 2015, p. 137)
En esta trama novohispana destaca Juan Galindo de la Vega, un “mulato afeminado” al que le gustaba ser llamado “Cotita de la Encarnación”. Fue reconocido entre una pareja de hombres, que sin pantalones, “jugaban como perros” a plena luz del día en la vecindad de San Lázaro de la Ciudad de México. Testigos afirmaron que “cuando [Cotita] caminaba movía sus caderas de un lado a otro”, que llevaba muchas cintas de colores que le caían de las mangas de su chaqueta blanca y podía preparar tortillas, guisar y lavar ropa. Además, de saludar a los jóvenes que le visitaban como “mi alma, mi vida o mi amor”. (Morales González, sf, pp. 4-6) De suerte que si en esta anti-historia hubiese lugar para un no-procerato, Cotita de la Encarnación estaría siendo considerado para figurar como (mártir) caníbal-nefando-mayor-cuir.
En ese mismo siglo 17, la cimarrona vivencia caribeña y caníbal tuvo un capítulo en San Juan Bautista de Puerto Rico. María del Carmen Baerga documenta un escándalo sodomita en el Palacio de Santa Catalina entre 1670-1678. La despensa de La Fortaleza, pasando por las habitaciones y excediéndose hasta el campo de El Morro, fue escenario de las nefandas lujurias del soldado Pedro González. Sus encuentros con los también soldados Cristóbal y Francisco, eran públicos y notorios, incluso para el capitán general (o gobernador) de la Isla. (Baerga, Sodomitas en el Palacio de Santa Catalina, 2012) Allí, entre las especias, el Despensero vivió sus amores cobijado por técnicas de producción de silencio, hasta que se le ocurrió acusar por difamación a Ana, la esclava cocinera. La esclava le había sorprendido con Cristóbal de Fontanilla y lo comentó. Pedro, refugiado en su privilegio de español, le denuncia, mientras se (auto)inculpa como sodomita. Su destino no fue la hoguera, pero sí pagó con 8 años de encarcelamiento en espera de sentencia, a los que se sumaron otros 10 de condena en un presidio africano. (Baerga, Sodomitas en el Palacio de Santa Catalina (2), 2012)
El tal Pedro González fue incapaz de reconocer que su disfrute sexual, de todos conocido en el Palacio de gobierno de San Juan, marcaba su nefando canibalismo-cuir. Mas gracias a su confesora confusión tenemos promesa “evidenciada” del talento local para el Queer Nation que desea Rubén Ríos y yo con él. (2007) La promesa de Puerto Rico como nación maricona con una soberanía “[…] negociada, compartida, deliberada [y] producida a través de una ética que parta de las insuficiencias de cada cual” que comienza (y no acaba) en La Fortaleza. (Ríos Avila, 2011)
Las narrativas del aquelarre brujo-caníbal, tienen un bosquej(it)o, las verdades discursivas del devenir caníbales-caribes-otros-cuir en plan manada-de-perras-(trans)feministas, ya tienen Coloquio en ¿Del Otro Lao? 2016.
Bibliografía
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[1]. Ordo Corporis es un orden de los cuerpos, de un carácter fijo del cuerpo normativo. (Amodio, 2012)
[2]. Esto pese a que 28 españoles estuvieron involucrados, destacando Cristóbal de Victoria, un peninsular de 80 años (medio tuerto, calvo, pequeño y encorvado) que admitió haber cometido el pecado por más de 30 años y que tenía la ciudad perdida con la cantidad de personas a quienes había iniciado.