Aquellas palmas: violencia, democracia y el derecho a la ciudad
“Vamos a demoler todo lo que vemos, vamos a cambiar la vegetación y vamos a tener constantemente visibilidad al mar, que es una parte de Puerto Rico que estamos perdiendo cada vez que pasamos por aquí…
Es para que todos los ciudadanos y turistas puedan disfrutar de la belleza del país”.
–Grace Santana, directora ejecutiva de AFI1
Insensibilidad y violencia en la ciudad
Don Carlos, agrónomo retirado, es uno de los vecinos más memorables que tengo de la urbanización donde me crié en Cupey. Recuerdo que tenía varios árboles en su patio trasero, incluyendo un «palo de higuera». No sé si era por sus enormes frutos, el mal olor, o por su forma medio prehistórica, o por las bromelias nativas que de él colgaban, pero para mí era un árbol muy especial. Siempre lo apreciaba cuando pasaba caminando o en el carro al entrar o salir de la urbanización.Los vecinos que compraron la casa después de la muerte de Don Carlos no tenían la misma sensibilidad que él. Lo primero que hicieron fue cortar uno de los dos árboles de mangó y luego mutilaron al de higuera. Nos dijeron que es porque le daban demasiada sombra a la casa y ‘generaban humedad’. Una noche me levanté de un sueño donde lloraba porque habían terminado de cortar la higuera. Unos días después, al comentarle a mi madre, me dijo que en efecto la habían cortado. Lloré de nuevo.
Recuerdo haber vivido también esa tristeza y rabia por la insensibilidad, por mis vivencias destruidas, cada vez que la Autoridad de Energía Eléctrica masacraba, como hacen por todo Puerto Rico con regularidad y con impunidad, decenas de árboles de los que yo y otros vecinos de Cupey habíamos sembrado en el Arboretum de Cupey, alegando que estaban muy cerca de las líneas eléctricas; y cuando el Departamento de Transportación y Obras Públicas hizo lo mismo alegando que ‘no se veían bien tantos árboles juntos’ y que ‘obstaculizaban la vista de los transeúntes’. No importaba que esas áreas verdes estuvieran protegidas por ley, o que pudieran haber podado esos árboles en vez de matarlos.
Una amiga me contaba algo parecido en una conversación reciente: en el barrio de Bucarest donde vivía su papá habían dos enormes casas hermosas con dos árboles enormes en frente, por donde él pasaba todas las mañanas. Como parte del plan de ‘modernización’ de la ciudad que llevaba a cabo el dictador Ceaușescu, se demolieron las dos casas para hacer espacio para una de las plazas más grandes de Europa, la Plaza de la Victoria. El papá, al regresar de sus vacaciones de verano a su barrio, se encontró con la masacre. Corrió hacia el primer representante del estado que pudo encontrar en la calle, un policía, y lo agarró y, llorando, le preguntó a gritos qué habían hecho con las dos casas y los grandes árboles. Arriesgó así su libertad y quizás hasta su vida, porque en esos tiempos nadie cuestionaba la autoridad en Rumanía. Era irrelevante que hubiesen sustituido (‘mitigado’) las casas con otros edificios ‘mejores’, o que se haya mejorado ‘la vista’ de la ciudad.
En esas acciones se muestra una gran insensibilidad, no solo por la ecología sino por la gente. Es la misma insensibilidad que se evidencia cada vez que cortan árboles para hacer más visibles los ‘billboards’ en la carretera o el letrero de algún comercio, o cuando algún vecino corta el árbol de frente de su casa (o te envenena el tuyo) porque las hojas le manchan la acera o el carro, o simplemente porque le molesta limpiar ‘el sucio’ que generan. La misma insensibilidad con la que el Municipio de San Juan hace unos años cortó decenas de árboles en el borde de la Laguna de Condado porque alegadamente estaban enfermos y servían de escondite para criminales, aunque la razón principal era para que los vecinos tuvieran ‘vista’ a la laguna. Parecería ser un miedo a la ecología, lo que algunos han llamado biofobia. Es una insensibilidad que facilita la violencia en múltiples formas –hacia otr@s y hacia la ecología.
La violencia emocional y ecológica de cortar un árbol
Cuando los árboles con los que uno se crió son eliminados así porque sí, se ejerce una violencia emocional, contra esos recuerdos y experiencias vividas que son básicas para el ser humano. Atacan lo más básico: nuestras entrañas, nuestro corazón, nuestra identidad construida en relación a esos árboles, a ese bosque, a esa quebrada. No debe sorprender que la gente de Caimito se levantara contra el poder político y económico para defender la quebrada Chiclana: ahí se criaron, ahí se bañaron en un río por primera vez, ahí descubrieron y vivieron quién sabe cuántas emociones.2
Me pregunto, ¿cuánt@s de nosotr@s nos criamos pasando por el paseo de Puerta de Tierra y contemplando esas palmas hermosas? (para mí las más viradas eran las más bonitas) ¿Cuánt@s se enamoraron (de alguien, de algo, de Puerto Rico, de Viejo San Juan) paseando por esas palmas? ¿Cómo se toma en cuenta ese sentimiento en las decisiones del gobierno? Las palabras de una ciudadana que comentó en la página de Facebook “No a la Tala de Palmas de Puerta de Tierra” lo dicen todo:
“Estoy triste e indignada por la destrucción de Puerta de Tierra, tanto que me planteo si quiero volver a ese apartamento donde crié junto a mi esposo a mi hijo por dos años y escribí mi tesis doctoral. No puedo entender ni aceptar que las “lumbreras” que idearon el embeleco del “Paseo de Puerta de Tierra” y aquellos que lo ejecutan, no se hayan sentido jamás seducidos, conmovidos por la belleza tropical del paisaje con el que han arrasado. El daño que han hecho es irreparable. Esto se llama agresión y violencia por parte del gobierno. Se llama además mentir, virar la cara y comportarse de la manera más hostil posible hacia los ciudadanos que nos damos por aludidos, que amamos este paisaje y su naturaleza, y que pedimos un respiro visual ante un país donde el mall, el Levittown y las carreteras abacoran la mirada…”
En ese desahogo vemos el sentimiento de estar violentado por un estado que ignora las vivencias personales (y colectivas/comunitarias), y que se muestra insensible ante el sufrimiento que causa una acción como esta. Esta insensibilidad contiene también una violencia ecológica, porque conlleva matar seres vivos, que además proveen valiosos servicios ecológicos para nuestra vida3. Por eso nos entristecemos e indignamos con los cortes innecesarios de árboles; por eso hablamos de masacres y ponemos cruces en los árboles cortados. Es la violencia con que se destruyen bosques enteros para dar paso a carreteras, centros comerciales y urbanizaciones, y luego se exalta la acción como ‘progreso’. Se vuelve irrelevante el argumento de que la vegetación debe ser removida porque ‘es común y no tiene valor ecológico’ (como se alegó en la evaluación ambiental del proyecto de Puerta de Tierra), o porque están enfermas y torcidas (como alegó AFI posteriormente). Mucho menos vale decir que con este paseo se va a permitir ‘apreciar la belleza’ de nuestra isla, porque la belleza no la define AFI, la define cada ciudadano en su experiencia diaria con ese paisaje.
La violencia de la comodificación del espacio y de la imposición anti-democrática
En estos procesos de destrucción de vivencias y de ecologías, está implicada la violencia de la comodificación de nuestro espacio, escondida detrás de argumentos sobre mejorar la ‘calidad de vida’ (‘mejorar la ‘vista al mar’, la ‘seguridad de los transeúntes’). Como nos recuerda el geógrafo David Harvey en un ensayo titulado “The right to the city”, la calidad de vida urbana se ha convertido en un “commodity” (un bien a ser consumido, con dinero, por supuesto), al igual que la ciudad misma, en un contexto global en donde el consumismo y el turismo son aspectos centrales de la economía política urbana.4 La ciudad se imagina y diseña como un espacio de entretenimiento para ser consumido por los que pagan: la socióloga urbana Sharon Zukin le llama “pacificación con capuchinos”5. En ese espacio, los árboles y las personas que no consumen no cuentan, son invisibles en la farsa democrática.
Me recuerda esa frase célebre de aquel asesor en Roosevelt Roads: “such is life”. La calidad de vida comodificada en Puerta de Tierra se reduce a pasear en bicicleta y parar en la nueva plazoleta a comprar un frapé (si tienes dinero) y apreciar la vista al mar (si es que hay asientos públicos gratuitos). El espacio verde común (de tod@s) –las plazas, los parques, los bosques urbanos, las playas – se privatiza, se destruye y se reemplaza por otro espacio comercial más –un ‘billboard’, un ‘coffee shop’– para bombardearnos y abacorarnos con mensajes de consumo material, y alimentar la máquina del crecimiento económico, o al menos los bolsillos de algunos pocos.
En otras palabras, se privatizan los beneficios y se socializan los costos: el estado (por tanto, la ciudadanía con sus impuestos) hace toda la inversión, y los daños ecológicos, sociales y económicos los absorbemos tod@s. En esa violencia hay una viciosa doble moral que por un lado propone nuevos impuestos y austeridad social como única solución a nuestra crisis, y por otro reparte contratos y otros beneficios a grandes corporaciones, multimillonarios, familiares y amiguetes. Son injusticias sociales y ambientales, que evidencian desigualdades subyacentes en el sistema.6
En Puerta de Tierra el estado va a gastar $40 millones en construcción y $1.5 millones anuales en mantenimiento. ¿A beneficio de quiénes? ¿Es realmente necesario y justificado un proyecto de esta magnitud, o hay otras formas de hacer un paseo lineal sin destruir lo que ya está allí y sin comodificar el último espacio natural sin construir en la costa de San Juan? ¿Hay otras necesidades más apremiantes o usos más adecuados para ese recurso? Como reflexionó la arquitecta Olga Badillo recientemente: “…entiendo que hay un momento en que tenemos que sentarnos y reflexionar si nuestra aportación [la de l@s arquitect@s] al mundo construido es siempre necesaria y si tenemos que apoyar las decisiones de mediocridad de gente que responde a otros intereses.”7
Y es que el diseño del proyecto claramente responde a las prioridades de esa ciudad turística-consumista, no a los de las comunidades aledañas ni de los ciclistas que supuestamente se beneficiarían del mismo (si fuese para ellos los hubiesen consultado ¿no?). No es coincidencia que esté involucrada Sierra-Cardona-Ferrer (SCF), la misma firma que diseñó el Coliseo de Puerto Rico y la gran mayoría de las estaciones del Tren Urbano, proyectos también condenados por sus dimensiones y presupuestos exagerados. Tampoco es coincidencia que en una entrevista en la sección de Construcción de El Nuevo Día (sección primordialmente diseñada para los negociantes del cemento), se destaque el aspecto turístico del proyecto, mencionando entre los endosos estaban los hoteles Caribe Hilton y Normandie, y la Compañía de Turismo. La directora de AFI decía: “los turistas ya van por ahí y los ves caminando por esa acera sur toda rota y lo que da es vergüenza. Hay áreas que no son nada seguras…El Paseo cambiará esto. En Turismo están encantados…”.
Se ofrece un proyecto fuera de proporciones físicas y financieras, que atiende a medias necesidades reales, que destruye aspectos esenciales que la comunidad valora de forma íntima, y que atenta contra el bienestar social y ecológico del lugar; pero, que a su vez genera un gran contrato e invierte mucho en ‘poner todo reluciente’ para el consumo turístico. Se crea así un “escaparate” que esconde y desplaza la realidad socio-económica del lugar8, en este caso, el ‘peligro’ de la marginalidad circundante de Puerta de Tierra, y la actividad ‘ilícita’ de la comunidad LGBTT en el Paseo de los Enamorados.
Este proceso se facilita con una violencia a la democracia: la incapacidad de escuchar e integrar las perspectivas y necesidades de la ciudadanía (y específicamente las comunidades circundantes) en la planificación urbana, en el proceso de priorización y diseñode proyectos, en el uso y manejo de los espacios –y los fondos– públicos (que hay que recordar, son de tod@s, no del gobierno). Esta imposición de proyectos se hace utilizando subterfugios para evitar análisis ambientales rigurosos, para evadir involucrar a las comunidades siquiera en el mínimo proceso de unas vistas públicas, y mucho menos en el proceso de diseño de los proyectos. AFI siguió esta línea en Puerta de Tierra. No se consultó a la comunidad. En el proceso de permisos, evadió la necesidad de una declaración de impacto ambiental y de vistas públicas. Cuando surgió la controversia, argumentó falsamente sobre los motivos y beneficios del proyecto; y le mintió a la comunidad diciendo que detendrían el proyecto para dialogar sobre el mismo.
Desenmascarar la violencia para recuperar el derecho a la ciudad
En estos procesos se entierra el derecho a la ciudad. Harvey nos recuerda que éste es uno de los más importantes y a la vez más ignorados derechos humanos, pero que está capturado por una pequeña élite política y económica, la cual está en una posición privilegiada (desde el gobierno o desde sus posiciones de asesores, contratistas, o grandes ‘desarrolladores’) para reconstruir la ciudad en imagen y semejanza de sus propios deseos.9
Históricamente, en este proceso de despojo de emociones y vivencias, de árboles y de paisajes, de espacios y dinero públicos de la ciudad, la organización y movilización ciudadana ha logrado restituir al menos un grado de justicia social y ecológica. Hoy no existiría el Bosque de San Patricio, que en distintos momentos gobernantes quisieron urbanizar, si no fuese por los vecinos que lucharon por convertirlo en el primer bosque urbano de Puerto Rico y que posteriormente se involucraron en su manejo. Tampoco contaríamos con el Corredor Ecológico de San Juan, que estuvo amenazado por propuestas urbanizaciones y por el diseño original de la Ruta 66. O el bosque El Samán de Ponce, que la empresa Walgreens pretende despojar para construir otra de sus sucursales (por eso de mantener nuestro estatus ‘estrella’ como la jurisdicción con más densidad de estas mega-farmacias), si no fuese por la desobediencia que ha hecho el Comité de Amigos de los Árboles. O el pedazo del balneario público de Isla Verde que el Hotel Marriot, en contubernio con el gobierno central, intentó robarse para construir un estacionamiento, pero que hoy es un bosque costero gracias a la defensa que por diez años ha hecho el campamento de la Coalición Playas Pal’ Pueblo.
En otras partes del mundo también luchan por ese derecho a la ciudad y comienzan a ocupar los espacios que ha dejado abandonada la crisis, a reinventar y dar vida a la ciudad desde sus propias necesidades y aspiraciones marginadas. En Barcelona, la Plataforma de los Afectados por las Hipotecas (PAH) lucha contra los desalojos por parte de los buitres de la banca y las bienes raíces y por el derecho a una vivienda digna; con ese objetivo rescatan edificios abandonados (en un país con 3.4 millones de viviendas deshabitadas) para crear cooperativas sociales de vivienda10. Otros grupos luchan contra la gentrificación turística de sus vecindarios y recobran espacios públicos para huertos y otras actividades de convivencia comunitaria.((Angelowski, ibid))
La lucha en Puerta de Tierra es también una por el derecho democrático a decidir qué queremos hacer con los espacios de la ciudad.En esa lucha, la pregunta del tipo de ciudad que queremos no puede separarse, como explica Harvey, del tipo de relaciones sociales, relaciones con la naturaleza, estilos de vida, tecnologías y valores estéticos que proponemos. El derecho a la ciudad, por tanto, hay que ejercerlo no solo en el discurso, sino también en prácticas de sensibilización. La ciudad comienza a cobrar así otra definición, que rechaza el enfoque consumista, comodificado que le han otorgado las élites y que valoriza los espacios sin necesidad de ‘desarrollarlos’. Como expresó una residente de Puerta de Tierra en una reunión de la comunidad con AFI: “lo que estamos es en contra del desarrollo excesivo, de la privatización de las costas y de la mala visión de que esto es progreso.”11
Es tiempo de escuchar a esas personas invisibilizadas y despojadas por las violencias del ‘progreso’ y el ‘desarrollo’; de tomar y ejercer (en vez de ‘peticionar’) ese derecho a la ciudad, de los espacios que son nuestros, no de una firma de arquitectos o de una agencia de gobierno. Y de escuchar también a los árboles, esos que, como nos decía Clemente Soto Vélez, “…cantan para despertar a los que pierden el oído// a causa de no oír // la alegre canción del llanto //…le dan albergue a la opinión desamparada// que tan elocuentemente cultiva la anonimia”.
- El Nuevo Día (2014) Eliminarán el «paseo de los enamorados» para construir Terraza al Mar en San Juan, 12 de diciembre. [↩]
- No debe sorprender que la gente de Caimito se levantara contra el poder político y económico para defender la quebrada Chiclana: ahí se criaron, ahí se bañaron en un río por primera vez, ahí descubrieron y vivieron quién sabe cuántas emociones. [↩]
- Hoy en día, no habría que repasar estos beneficios, pero por si acaso: reducen la contaminación del aire y mitigan el efecto del calentamiento global al absorber gases contaminantes y filtrar polvo, cenizas y humo, reducen el ruido de la ciudad, proveen sombra y controlan las temperaturas urbanas (reduciendo así los gastos energéticos en aire acondicionado, en hasta un 56% de acuerdo a estudios recientes), protegen del viento, ayudan a purificar el agua, proveen hábitat para vida silvestre y oportunidades de esparcimiento y contemplación, y contribuyen a reducir la erosión y estabilizar los terrenos (asunto medular en el caso de Puerta de Tierra). [↩]
- Harvey, David (2008) The right to the city. New Left Review 53, septiembre-octubre [↩]
- Zukin, Sharon (2011) Naked City: The death and life of authentic urban places. New York: Oxford University Press. [↩]
- Anguelovski, Isabelle (2014). Neighborhood as refuge: Community Reconstruction, Place-Remaking, and Environmental Justice in the city. Cambridge: MIT Press. [↩]
- Badillo, Olga (2015) ¿Tecnología o sabiduría? NotiCel, 2 de febrero. [↩]
- Baver, Sherry y Barbara Lynch, editoras (2006) Beyond Sand and Sun: Caribbean Environmentalisms. New Jersey: Rutgers University Press. [↩]
- Harvey, ibid [↩]
- García Lamarca, Melissa (2015). Empty living: Inhabiting the residues of Spain’s urbanization tsunami. ENTITLE blog, febrero 19. [↩]
- El Vocero (2015) Insatisfechos residentes de Puerta de Tierra con justificaciones de AFI, 30 de enero. [↩]