Aquí ha pasado algo
Confieso que la anécdota la tengo un poco gastada, pero es preciso repetirla, insistir sobre ella al hablar del libro que hoy nos provoca este encuentro: Hinca por ahí, escritos sobre las artes y asuntos limítrofes de Nelson Rivera.
Ocurrió que hace unos años tuve el inimaginable privilegio de ser invitada a cenar por Luis Rafael Sánchez. Le había hecho una entrevista recientemente y él, con la elegancia que le caracteriza, quiso continuar la conversación unos días después en el restaurante Verde Mesa en el Viejo San Juan. Para la ocasión, estrené un vestido verde y me puse perfume. Dos cosas reservadas para «una ocasión especial». Cuando terminamos de cenar, el camarero inmediatamente, con gran prisa al notar que masticábamos el último bocado y habíamos colocado en posición de reposo tenedores y cuchillos, corrió a retirar los platos de la mesa. Luis Rafael le rogó que no lo hiciera. No habría manera de tener una sobremesa así, sin el rastro, sin el residuo físico sobre el cual montar la mesa de palabras que vendría después. El muchacho dejó los platos un tanto desconcertado y el escritor procedió a explicarme. «Aquí ha pasado algo». Me dijo, señalando los platos. En ese instante entendí mucho mejor, la gracia del rito que supone ponerse un vestido nuevo y especial para un encuentro, supe más allá del entendimiento lógico, lo importante que es hacer constar, dar cuenta, insistir en el rastro físico y emocional que nos deja una experiencia cuando nos sucede. Nelson Rivera, con este libro, tampoco permite que nos quiten los platos de la mesa. En cada escrito fija la memoria de lo que deja el arte cuando nos acontece y nos regala lo más cercano a la felicidad si existiera: una extensa, intensa, ácida y dulce sobremesa sobre buena parte de la producción artística puertorriqueña e internacional de lo que va del siglo XXI, con importantes y constantes cruces al siglo XX del cual es hijo y con el que dialoga constantemente.
Leer a Nelson Rivera, es escuchar a ese comensal que -valorando la fuerza del decir- escoge sus palabras con precisión, con ganas de provocar y con ansias de encontrarse con una contraparte intelectual tan crítica como él, que nos permita, permitiéndole a él, poner en cuestionamiento o anclarnos más en nuestros puntos de vista. Y lo hace con la valentía imprescindible que requiere el ejercer la crítica en cualquier renglón artístico en Puerto Rico. Lo hace, como él mismo reconoce, «cortándose las patas».
Rivera desacraliza clásicos y reivindica aquellas piezas que, advierte, ni siquiera debieran haber existido. En la primera parte, nos invita a repensar el musical West Side Story desde la imposible óptica de un intercambio de nacionalidades en los asesinados del musical. Nos incomoda. Nos salva del final feliz que conforta y no siempre provoca. Pone en cuestión las nociones de «lo alternativo» y celebra a aquellos que ofrecen vulnerabilidad y cruel honestidad, en tiempos de paños tibios. Rescata la historia del grupo Número 3, ese conjunto de «músicos experimentales que no existen», quienes por no responder a una estética caribeña o no encontrar terreno crítico para sus ejecuciones -entre otras razones- viven destinados -no al anonimato- sino mucho peor, a nunca tener del todo su turno al bate. Existir y que no cuente. Sus memorias de La Lupe, son un homenaje a las nociones puertorriqueñas en torno al pudor y a una vertiente poderosa de la masculinidad que muy pocas veces encuentra foro en el país. Como bien señala al referirse a las expresiones dramáticas de desamor de la cantante, «Felipe Rodríguez no sufría así. Daniel Santos no sufría así»… es ella, «La Lupe, ángel con la espada de fuego a las puertas de un paraíso al cual los hombres no tenemos acceso».
Sobresalen y conmueven a lo largo de las cuatro partes del libro, los instantes -a veces respuestas a debates o anécdotas conmovedoras- en los que el autor defiende o más bien, nos abre la puerta a una masculinidad distinta a esa que -señala- se nos enseña en la sociedad, la idea tremenda de que «los hombres somos indispensables».
Su paternidad -y esta masculinidad reivindicada en sus múltiples argumentos- se fortalece con las no pocas apariciones de su hijo a lo largo de estos textos. No es que hable de él, es que le habla a él. En algunos casos, Rivera da cuenta de cuando lo lleva a la ópera en el MET, y no en pocas ocasiones le dedica textos críticos sobre la obra de artistas puertorriqueños y del extranjero que, de seguro, ya le ha presentado como parte de sus diálogos de padre e hijo. El autor no solo advierte que existe, sino que a través de estos gestos de paternidad, de su incomodidad palpable al sentirse aludido como «hombre inútil» o reducido a una libreta de pagos de ASUME, nos muestra los caminos de la intuición masculina. Yo tengo un padre así, presente, participante, comprometido, que llora en las películas y en algunos anuncios de televisión y cuya sensibilidad siempre ha estado en claro conflicto con la masculinidad de mustang negro que muestra al mundo por placer y también por razones que vaya usted a saber.
Sometida siempre al cliché, no perderé la oportunidad preciada de decir que el domingo es día de los padres y este libro también es el testimonio de una paternidad, la suya sin duda, pero también la de sus colegas artistas de cuyas experiencias paternales da cuenta a lo largo de estas páginas. Nelson Rivera, no solo observa y desentraña el mundo y las artes como crítico y artista, como académico y humano conmovido ante el suceso artístico. También lo hace como padre. Y con perdón del chiste mongo, este es un libro que está de padre.
Son sus textos diversos y distantes entre sí, unidos claro, por la voz narrativa de Nelson Rivera que nos regala de cuando en vez, un poco de su humor, de su asombro y fascinación y también de su incomodidad. Así lo conocemos como espectador fascinado ante figuras como Teresa Hernández, Awilda Sterling o Teófilo Torres -entre una larga y honrosa lista de artistas que figuran en estas páginas-, como un curador paciente que no tendrá jamás la falta de urbanidad de pelear con un maestro como Lorenzo Homar, como un profesor que truena contra la anti intelectualidad y a su vez, defiende del vil sello de chapucería, a obras de arte leídas injustamente desde un filtro de privilegio. Descubrimos al lector de murales universitarios y al defensor de la juventud que no se encuentra a sí misma frente a la potente institución de nuestra Orquesta Sinfónica. Levanta voz crítica y advierte una paradoja, la de «nuestra privilegiada historia de creatividad fecunda siempre enfrentada a la mezquindad de los que no se pueden imaginar libres».
Uno de los grandes aciertos, a mi juicio de este libro, es el hecho -obvio pero no por ello excepcional- de que mira al mundo de tú a tú. La experiencia colonial muchas veces nos priva de esa posibilidad, y terminamos leyendo al mundo, únicamente bajo el filtro de la metrópolis. Pero Rivera no tiene ese problema. Habla de la obra de figuras icónicas como John Cage, de Ousmane Sembene o de Pina Bausch -entre otros- con la autoridad que le confiere su humanidad y su educación, regalándonos una mirada puertorriqueña a este arte universal. Se detiene en la obra de grandes maestros como Julio Rosado del Valle y Antonio Martorell, colocándolos también en su lugar histórico que también es universal.
Se lee el gozo ante el ingenio del arte de jóvenes como Omar Obdulio Peña Forty, Nibia Pastrana, Quintín Rivera Toro, Garvin Sierra, Kairiana Nuñez Santaliz, Lydela y Michelle Nonó. Nos recuerda la voz de Mara Negrón como un eco de verdades en medio de toda esta producción artística y, ante figuras como la Mami Sonya o Maripily, nos ofrece con pesar una lectura de estas desde la noción de la patria como mujerzuela. «Maripily es la encarnación de todas nuestras miserias, inferioridades, carencias», dice en lo que pareciera ser -en la mejor tradición de Beckett- un fracaso posible, solo para que fracasemos mejor.
En esta sobremesa, hablamos de la gloria del nalgatorio puertorriqueño, de museos que se comportan como catedrales, de perreo, de las elecciones coloniales, de cómo conmover hoy día es tarea de la publicidad que no del arte y de ese mandato a todas las niñas del país: cierren las piernas. También escuchamos una respuesta a Gandhi quien advertía que la única forma aceptable en que Dios puede aparecerse ante un pueblo hambriento y desempleado es el trabajo. Rivera responde firme en el 2009 como si fuera hoy: «No hay que pensarlo mucho para saber que dios no se aparece por este país».
Vamos de cielo a infierno. De la carcajada al llanto. De la pena honda al chiste llano. Quedamos marcados. Queda la memoria marcada. Nos ha hincado una cosa que no sabemos qué es. Aquí ha pasado algo.
*Presentación del libro Hinca por ahí: escritos sobre las artes y asuntos limítrofes de Nelson Rivera. Ediciones Callejón 2016, Librería El Candil, Ponce Puerto Rico, 17 de junio de 2017.