Arrojados al silencio (Microcuentos)
Teoría 1:
La isla olvidada
La niña encontró en la playa una botella con un papel en su interior: “Si lees este mensaje, quizá estemos a tiempo de recuperar nuestra isla. Estamos olvidando hasta nuestros nombres. Antes de que nosotros, los últimos habitantes, quedáramos invisibles y sin recuerdos, llegó la gran tormenta. ¿O fue cuando prohibieron contar nuestra historia? Intentamos buscarnos en el recuerdo de otros, pues casi siempre esa nostalgia tiene nombre y apellido. Ayúdanos, eres nuestra última esperanza, busca nuestra isla en el mapa, pronuncia nuestro nombre. Intentamos encontrar trocitos de memoria, es inútil”. Corrió con el papel, se lo llevó a su papá y este a un periodista que buscó en el mapa: Disculpen, esa isla no está en el mapa o ya no existe. El periodista pregunta sus nombres. Padre e hija se miran, dándose cuenta de que no los recuerdan.
Teoría 2:
La isla de humo
A Miguel “Iker” Marín-Fuster
Cuenta la historia que un potente huracán terminó de arrebatar los recuerdos de los habitantes de la isla. Los sobrevivientes recolectaban lo indispensable; los gobernantes se apertrecharon de los recuerdos y los usaron para someter a los desmemoriados. Sus voces, las de todos, se tornaron en un monótono susurro. Destruyeron las huellas de lo que quedaba de civilización. Los pocos que protestaron fueron encarcelados, castrados, desaparecidos, invisibilizados. Muchos emigraron. El silencio y el olvido hundían paulatinamente los sedimentos de la ínsula, hasta quedar bajo el nivel del mar. Varios convocaron a una protesta, pero ya sus susurros eran leve comezón para los oídos. Nadie supo qué pasó al final con los residuos de la isla y sus residentes. Dicen que si observas hacia el horizonte verás un punto de humo. Son los últimos habitantes en el trocito de isla, desapareciendo.
Teoría 3:
Los sobrevivientes o el exterminio de la memoria
Una semana después del exterminio de la memoria, vimos a una mujer. Era diferente a nosotros, murmuraba algo, según se acercaba por el ahora cementerio de árboles hacia la entrada del tribunal abandonado. ¿Para qué sirve la justicia si ya olvidamos quiénes somos? Nos sentamos semiocultos al otro lado de la calle, entre los escombros. El miedo nos impide avanzar. Peregrinamos en espirales por temor a llegar a algún destino. El miedo nos nubla la autoconfianza e impide que nos unamos. Después del huracán, además de la memoria, se invisibilizó nuestra isla del alcance de los satélites y gobiernos internacionales. Nosotros, los sobrevivientes, también nos volvimos invisibles. Finalmente, esa mujer llegó hasta nosotros, proclamó “ya es hora”. Nos miramos silentes entre nosotros, según atravesaba nuestros cuerpos y siguió de largo. Solo somos los muertos que aún insistimos en estar vivos.
Teoría 4:
Ensayo sobre la mudez
A Elimar Chardón
Luego de encarcelar a la última maestra, la isla enmudeció. Logofobia, decidofobia, mnemofobia eran la epidemia apocalíptica. El gobierno prohibió curarlas, considerándolas atributos del ciudadano modelo. Se legisló para: la quema de libros: historia, música, literatura…; prohibición del periodismo; se evaluaría la salud mental de quien hablara, a menos que fuese interrogado por un juez, por escrito, con el cedazo institucional. Con el tiempo, el silencio fue general. La población olvidó las palabras, por innecesarias y peligrosas. Se exterminaron gatos y perros, por temor a mensajes subliminales en sus maullidos y ladridos. Pasaron meses. Una madrugada, la maestra escapó. Agarró un megáfono. Al principio la voz no salió. Poco a poco las palabras se liberaron, juntándose entre ellas. Dos, tres, cuatro fueron escapándose, ya no solo de la maestra. Las palabras estallaron del pecho de los enmudecidos. Comenzó la revolución.
Teoría 5:
Inicios literarios para el epitafio de una isla anónima
Muchos años después, frente a la papeleta electoral, habrías de recordar aquella tarde remota en que tu conciencia te enseñó lo que era la dignidad y casi el valor. Así como los árboles mueren de pie, tu miedo le venció al coraje. Cuando despertaste, los mismos aún gobernaban allí. Intentaste hacer algo, pero no sabías qué. El miedo a perder lo que no tenías venció. Te ocurre igual con los libros: solo leías sus primeras oraciones y te retratabas con sus portadas; igual así con todas las demás decisiones de tu vida. Al día siguiente, también descubriste que todos seguían muertos. Incluso, tú. Seguiste el camino en silencio junto a tu perro también imaginario. Al fin de cuentas, eres tan solo un cadáver abandonado en aquella isla de la que nadie quiere acordarse.
De la serie Cuestión de género de la autora.