Bárbara Díaz Tapia, pintora
I am by no means indifferent to the manner in which whatever moral tendencies exist in the sentiments or characters it contains shall affect the reader; yet my chief concern in this respect has been limited to the avoiding the enervating effects of the novels of the present day, and to the exhibition of the amiableness of domestic affection, and the excellence of universal virtue.
–Mary Shelley, Frankenstein
En 1971, Marta Traba sentenció: “Myrna Báez es la persona más capacitada para ser artista que he conocido en las artes plásticas de Puerto Rico” (121). Traba veía en Báez el modelo de lo que entendía y promulgaba como artista comprometido tanto con su arte como con su colectividad. De esos, empero, nunca hemos carecido, si bien aquí realizan su labor en un ambiente que hace todo lo posible por anularlo. En el caso específico de Báez, Traba señala que esta:Advierte con una mirada filosa las flaquezas y fallas del ambiente, la promiscuidad de las galerías, la ingenuidad y mal gusto de los heterodoxos privados, las frases grotescas de “la crítica”, el deslizamiento del arte hacia objeto de adorno por culpa de las ostentosas promociones de compañías extranjeras que deducen de sus impuestos sus caóticos mecenazgos… [122-3]
Medio siglo después, al leer esto no nos es difícil reconocer la misma situación entre nosotros; tampoco ver que el trabajo de Báez, como el de otros tantos, ha tenido excelente descendencia. En efecto, del mismo modo en que artistas desde José Campeche hasta Báez enfrentaron sus particulares circunstancias para desarrollar un arte pertinente a la sociedad puertorriqueña y latinoamericana, hoy encontramos creadores ejemplares. En ese granado grupo, nombre imprescindible resulta el de Bárbara Díaz Tapia.
Desde su primera gran exhibición individual en el Museo de las Américas en 2008, se hizo evidente que estábamos ante una de las personas “más capacitada para ser artista” en Puerto Rico. Descubrimos a una artista joven quien, pese al hecho de que exhibía dibujos, fotografías y vídeo, se nos revelaba sobre todo como pintora. Esa muestra nos dio una de las obras indispensables de la década, el Retrato de la Gran Familia Puertorriqueña (2008, Colección MACPR). La pintura, en Puerto Rico, no ha recibido la atención que ha beneficiado otros medios como el grabado, las instalaciones, la fotografía y el arte vídeo. La práctica, además, se ha visto modificada por la inclusión de medios mixtos y, en ocasiones, por la introducción del espacio tridimensional. Es ante ese hecho que la pintura de Díaz Tapia se nos presenta como una excepción, ya que su trabajo se mantiene dentro de la tradición del medio, pigmento sobre una superficie bidimensional.
Posteriormente, Díaz Tapia continuó demostrando que sus inicios no fueron meramente un golpe de suerte. Su producción reciente reanuda algunos de los intereses que observamos en la primera muestra, particularmente su exposición de la familia puertorriqueña como una aberración. En aquellas obras, la presencia de humanos compartiendo con bestias o humanos bestializados era frecuente. En la nueva producción, realizada entre los años 2012-17, esta diferenciación desaparece para dar paso a la presentación de personas que son literalmente monstruos. Puertorriqueños todos, para más señas.
El mundo nuestro que retrata Díaz Tapia está muy distante de lo bienaventurado. Una ojeada somera a las imágenes de su producción reciente nos da una idea: un amasijo de mujeres paren bebés muertos (Autocombustión, 2012); un bebé lacta de su madre muerta (Explotación, 2014); un bebé ¿muerto? lacta de su madre viva (Las anguilas, 2014); seis angelitos ahorcados en un motel (Puttos, 2013-14); un grupo de niños en fila para conseguir cupones (Simbiosis, 2014); una muchacha se masturba y un niño mira un filme violento en la televisión mientras la madre conversa por teléfono (Educación sentimental, 2017); seis jóvenes estudiantes embarazadas (Graduación, 2016); dos muchachas mutilan sus senos en La Fortaleza (Las hijas del Gobernador se hacen las tetas, 2016). Etcétera. Un escaparate de horrores que nadie querrá colocar en su sala o comedor, so pena de destruir la decoración y, junto a ella, la vida social de sus dueños.
Esas imágenes aparentan ser producto de una fantasía negativa. La exageración, lo grotesco, la estridencia de la presentación las coloca en el espacio de una invención mental alejada del realismo. No obstante, las imágenes de Díaz Tapia son realmente documentales, estampas de hechos históricos, testimonios de datos fidedignos. Es una pintura realista que sin anestesia nos confronta con la realidad puertorriqueña, descarnada, violenta, abusiva.
Para completar su autoimpuesta tarea, nuestra pintora asume una actitud de temeridad. Sin encomendarse a nadie, mete el dedo en las llagas más controversiales. Sobre todo, no se congracia con nadie, mucho menos con sus compañeros de ruta. Por el contrario, Díaz Tapia se arroja de cabeza a la incorrección, aborda los prejuicios, los sexismos, los clasismos, las construcciones sociales y políticas más atroces e intolerables, sin neutralizar ni homogenizarlos. Osadamente, los aumenta, en una estrategia aniquiladora del sentimentalismo pequeñoburgués, del “dorar la píldora” y “pasar la manita” para que nadie se sienta incómodo. Por el contrario, Díaz Tapia le lanza gasolina al fuego de la discusión. Es una práctica inteligente, pues la polémica la asume como un proceso inconcluso, sin soluciones a la vista. Pintura valiente, que no teme quemarse a sí misma, ponerse en la picota, arriesgarse a la repulsa, porque entiende más necesaria la discusión y el diálogo a que el público se sienta plácido y satisfecho. ¿Para qué hacer arte, si no?
Asunto recurrente en la pintura de Díaz Tapia es el entorno familiar. En su pintura, que jamás se acomodará detrás del sofá, la vida en familia aparece como sinécdoque de la vida puertorriqueña. Añadir que esta familia/sociedad es “disfuncional” sería refugiarse en el eufemismo. Un término más exacto es “abominación”. Las imágenes de Díaz Tapia presentan un catálogo de atrocidades y brutalidades que son el pan nuestro de cada día. Las viejas fórmulas del zdanovismo ruso –representación de héroes y situaciones ejemplares– mueren aquí junto a todo sentimentalismo piadoso. Quien busque en estas pinturas las tan estimadas visiones “positivas” conducentes al “empoderamiento”, se escocota. Es una obra muy emparentada con la de narradores contemporáneos, tales como Carlos Vázquez Cruz (Malacostumbrismo, 2012), Francisco Font Acevedo (La belleza bruta, 2008), Rosario Ferré (Papeles de Pandora, 1976) y de poetas como Zuleika Pagán López (Ankh, 2008), quienes también exploran las degradadas y degradantes relaciones familiares y sociales para develar las bestialidades del paraíso borincano. Que las visiones de estos artistas coincidan no hace más que darle la razón a quienes las aprecian, no como fantasías, sino como “realidades objetivas”.
En un buen número de sus pinturas, Díaz Tapia aborda uno de los más frecuentes asuntos de nuestra plástica, el de la “Mujer Puertorriqueña”. Claramente, la suya no es la construcción acostumbrada desde Campeche hasta nuestros días sino, más bien, la “Mujer Puertorriqueña” en la dimensión de la monstruosidad. Si artistas como Pier Paolo Pasolini y Jean Genet solían defender, celebrar y engrandecer al socialmente despreciado lumpen que puebla sus filmes y escritos, Díaz Tapia sigue el mismo reprobado sendero al ocuparse de sus desventuradas mujeres, pero con una gran diferencia: no celebra. Las presenta en todo su horror, pero únicamente como un horror. Nuestro horror. “This thing of darkness I acknowledge mine”, para usar las palabras de Shakespeare.
En la obra de Díaz Tapia salta a la vista su subversión del ideal femenino patriarcal, sobre todo en su supuesto estado de perfección, la maternidad. Sus imágenes son un ataque inclemente a la maternidad, como pocas (o ninguna) veces hemos visto en nuestra plástica. En un corpus de trabajo sobrepoblado de monstruos, son las madres los engendros más espantosos. Es quizás este el mayor atrevimiento de su arte, ya que entre nosotros la maternidad, intervenida por un nocivo sistema político, social y religioso, se define usualmente como el estado de gracia y consagración de la mujer en tanto ente humano. La violencia que Díaz Tapia desata sobre esta idea es correlativa a la violencia hacia las mujeres que implica esa definición.
La subversión del ideal femenino va acompañada por la implosión del arte de la pintura, que ya no puede ser vista como decoración de salón burgués, porque precisaría a alguien dispuesto a “tolerar” a esos monstruos en su recibidor o comedor. Uno de los mayores logros de esta pintura es la inteligencia para evitar restringir estas polémicas imágenes al nivel de “ilustración” del tema. La determinación de Díaz Tapia, por tanto, no se limita a los asuntos que escoge, sino a su práctica de composición. Para ello, puebla sus telas de elementos visuales que apoyan sus tesis, pero que al mismo tiempo las rebasan, las revuelven, para comprometer a cada espectador con su tarea crítica.
Ejemplo de ello es su elección de colores. Las más de las veces brillantes, ocasionalmente pasteles, predominan en su paleta esos colores denominados “decorativos” y “femeninos”, los tonos “rosita”, fucsia, turquesa, ubicuos en la mercancía doméstica de las tiendas por departamentos. Esta elección ya define la clase social en la que se desarrollan sus truculentas escenas. Aquello que entre nosotros es accesorio, en Díaz Tapia aumenta la crueldad de los hechos, al presentar figuras “humanas” de colores ilógicos en decorados familiares, para ubicar sus monstruos en la más banal cotidianidad y así establecer contrastes.
El recurso formal más significativo en la pintura de Díaz Tapia es la saturación de sus imágenes. Si bien nuestra pintora mantiene la costumbre tradicional de llamar la atención sobre las figuras principales de sus composiciones, las rodea empero de otros elementos que detentan igual peso. El resultado es una obra cuya gran riqueza y complejidad visual y conceptual son un desafío para sus observadores. Cada pulgada cuenta, cada pulgada reta. De ahí la relevancia en sus imágenes de las citas de obras de arte reconocidas, que comparten el espacio doméstico con bagatelas decorativas pop (Disney) o abstractas, en una obscena galería de arte donde impera la estética asignada a la clase media, aquella de las mercancías baratas con las que el capitalismo anestesia la desventura de sus explotados. Esos objetos conforman bodegones que aparecen aquí y allá en las pinturas de Díaz Tapia, en un guiño a los bodegones que Francisco Oller colocó aquí y allá en su opus magnum de crítica política, El velorio. Al centro de este averno, quedan las mujeres, pues son ellas a las que la economía capitalista dirige estas estériles chucherías, condenadas a su rol asignado de consumidoras.
Al citar las obras de otros, Díaz Tapia introduce alusiones y resonancias que enriquecen sus argumentos, en una trama que necesariamente inmiscuye a cada observador. Nuestra plástica cuenta con una importante practicante de esta táctica, Myrna Báez, quien tantas veces citó y apropió obras de diversos artistas para potenciar sus polémicas. Báez viene a la mente específicamente con Genealogía del Capitolio (2016) de Díaz Tapia, en la que aparece una ventana con rejilla tras la cual se observa un flamboyán amarillo, eco de Afuera el verde (1971) de Báez. Estas citas, en modo alguno arbitrarias, fortifican cada uno de los horrores: el cuerpo de Flaming June de Frederic Leighton junto al de la mujer en Las anguilas, o Cadeau de Man Ray junto a los cuerpos clavados de Las hijas del Gobernador se hacen las tetas. Esta última hace también referencia a Las hijas del Gobernador D. Ramón de Castro (1797) de José Campeche, lo cual resulta en un afilado comentario sobre el envilecido y deshonroso poder colonial. De este modo, las citas posibilitan que el trabajo de Díaz Tapia dialogue tanto con el arte de su tradición inmediata como con el de la “internacional”, en un justo y voluntarioso reclamo de espacio en un mundo que nos piensa, a los puertorriqueños, como inexistentes.
Aún más valiosas resultan las citas y demás recursos pictóricos por el diálogo que estimulan entre los observadores, pues al introducir elementos heterogéneos, la imagen queda sujeta a las contradicciones que emergen de tal encuentro. Colocar en sus imágenes elementos ajenos que pueden utilizarse para interrogarlas e impugnarlas, es una generosa –y anti-autoritaria– estrategia de una artista que reconoce los cuantiosos matices grises de la vida que no pueden comprenderse en una sola imagen, en un razonamiento particular. Cada observador, entonces, está llamado a aceptar o rechazar las propuestas pictóricas a partir de las propias experiencias, coincidan o no con las de la pintora.
El retrato de Puerto Rico en estas obras se completa en detalles engañosamente anodinos, específicamente aquellos que evidencian el entorno que habitan los personajes: la caja de aire acondicionado que sobresale de una pared en Puttos; los bloques y materiales de construcción tirados junto a una mujer en Vicio solitario (2015); el inexplicable pedazo de cable que ¿entra? ¿sale? de la pared en Educación sentimental. Son elementos que apuntan a proyectos precarios, improvisados, destinados a malograr su intento de resolver vicios de construcción imbatibles. Ocurrencias tardías, iniciativas perpetuamente inconclusas, ambivalentes: marcas de una nación vacilante.
De la dadivosidad del arte de Díaz Tapia, da fe su pintura Educación sentimental. En el “family room” de una casa, de izquierda a derecha, aparecen un niño que mira la televisión, un bebé que come, una mujer que habla por su celular, un niño sentado que esconde su cara y, al fondo, en la sala, una muchacha que se masturba. Pese a los cuatro vástagos, nada en la imagen apunta a la existencia pasada o presente de un hombre/padre. La inspección detallada de la escena revela otros cuadros y objetos dentro del cuadro: una escena del filme Salò o los 120 días de Sodoma de Pier Paolo Pasolini que observa el niño; dos cajas con los programas televisivos infantiles Caillou y Teletubbies; un desnudo femenino à la Tom Wesselman/Roy Lichtenstein; una escultura de un perro con pene erecto, realizada con globos à la Jeff Koons. La decoración del lugar incluye un bodegón pintado sobre el cual se ha colocado una guirnalda de flores; una pintura abstracta que podría ser lo mismo un adorno de tiendas por departamentos que un Hans Hoffman; cortinas con adornos florales; objetos de mesa (un cisne de cristal, una mujer desnuda). Sobre toda la escena, vela un cuadro en la pared con un texto que lee, “Las mujeres fuertes le (sic) hacen frente a los obstáculos diarios de la vida, en ocasiones con una lágrima, pero siempre llevando la cabeza en alto. Anónimo”.
El listado anterior es muestra de cómo en su pintura Díaz Tapia cuestiona el canon artístico contemporáneo y, simultáneamente, la estética de la clase media que puebla sus imágenes. Su paleta es francamente chillona y en la tela coexiste una multiplicidad de colores que nuestra artista hábilmente controla, unifica. Igualmente sucede con las texturas, planas en algunos lugares, gruesas en otros, por lo que nuestro ojo se ve obligado a explorar diferencias, detalles. Sobre todo, a reconocer que lo observado es pintura. Los espacios también se nos presentan múltiples, ambiguos, de perspectivas tridimensionales que colindan con espacios planos carentes de profundidad, equivalentes a la tela. Entre estos últimos, destaca el borde inferior con código de barras lineales, que sin equívocos coloca la escena en el espacio de la mercancía. Toda la imagen, entonces, queda en suspenso, expuesta ante la mirada del público al que toca descifrar sus contradicciones.
La estructuración del cuadro por partes o secciones es un recurso utilizado por Díaz Tapia que la emparenta a una valiosa tradición en la pintura puertorriqueña, que va desde Oller hasta Carlos Raquel Rivera, Myrna Báez, Oscar Mestey Villamil e Ivelisse Jiménez, entre otros. No es meramente un recurso plástico. Es, sobre todo, una estrategia política, aquella que estimula la inteligencia e imaginación de quien se da el permiso de observar con detenimiento. Mirada inteligente e imaginativa que todo artista comprometido aspira activar en sus observadores.
Los personajes de Educación sentimental habitan ese desbarajuste de colores, planos y texturas. Un bebé, dos niños y una adolescente comparten el espacio con la que presumimos es la madre, engendro bestial vestido de “azul PNP”, de piel putrefacta, garras amarillas en sus manos, dientes afilados y, en su cabeza, lugar del intelecto y la mentalidad, una gorra con el águila de los Estados Unidos de América. Seres alienados de sí mismos y de los otros. Colonizados. Acorralados por la innoble mercancía que los define. Puertorriqueños.
Al centro mismo de todo este envilecimiento reina la Madre, encarnación suprema del Mal, depositaria de toda degradación. Díaz Tapia descarga la furia sobre la Madre por su complicidad al sostener y reproducir el sistema patriarcal. El niño sentado a su lado, que esconde su cara entre sus brazos, su víctima más trágica. Este ataque de Díaz Tapia a la maternidad es frontal, sin ambigüedades ni titubeos. En una cultura patriarcal como la nuestra, que valora la maternidad como la puesta en perfección de la mujer y su compleción como ser humano, la violencia de estas pinturas es genuinamente controversial. Sus duras imágenes pobladas de madres que corrompen y asesinan a sus hijos, si no son mortinatos, son un puñetazo en la cara a toda pretensión de normalidad, orden, autoridad.
Mirada superficialmente, la visión de Díaz Tapia podría pensarse como nihilista, pesimista, desmoralizadora. Pero solamente si suponemos la obra de arte como hecho concluso, clausurado. Nuestra pintora, empero, es hija de su tiempo y entiende de sobra el imperativo de nuestra era del arte abierto a la creatividad de sus espectadores. Su entrega a la brutalidad no es otra cosa que un empujón para cuestionarla. Este proceso liberador comienza con la obligación de destapar la mentira, enunciar la verdad; continúa con la puesta en mano de recursos que cada espectador pone en ejercicio para su emancipación. Ahí el compromiso de Díaz Tapia con su colectividad. La herética belleza de sus imágenes es una provocación a reflexionar sobre nuestros horrores, ejercitar nuestros modos de aprehender el mundo, descolonizar nuestra mirada, la vida toda.
Obra citada:
Traba, Marta. 1971. Propuesta polémica sobre arte puertorriqueño. Río Piedras: Ediciones Librería Internacional.
La exhibición de Bárbara Díaz Tapia, Educación sentimental: pintura reciente, puede ser visitada en el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico. Para información: 787-977-4030.