Bitácora de investigación 1.0 Alfa
Por el principio
Every poet, every painter, every musician…
…every artist set a trap for your attention.
That is in the nature of art.
-Marshall McLuhan, 1977
Hace varios años inicié una investigación. Me guió el deseo de indagar en la memoria de mi madre de crianza. Para eso tuve que profundizar en mis recuerdos, pero aun así no pude evocar nada de lo que pudiera sentirme confiado de llamar conocimiento. En parte no lo conseguí, por lo difícil que se me hace tener memoria de cosas que pasaron antes de que yo naciera; y aquí te guiño el ojo para ahorrar tiempo.Al parecer, podemos calificar como recuerdo, sin ningún problema, lo que alguien nos dijo sobre algo que vivió o creyó vivir otra persona hace mucho tiempo. Podemos recordar y repetir como si fueran nuestros propios cuentos los cuentos ajenos y parecería que eso no es tan grave.
Entiendo que mucho de lo que somos como humanidad necesita de la forma ágil, incompleta pero compleja, con la que transmitimos información los humanos. Entiendo también que el conocimiento acumulado en la cultura, vista como “cultivo y crianza”, nos evita tener que descubrir desde cero cómo cocinar, por decir algo. Pero, ¿sirve como conocimiento todo lo que nos trae la cultura?
La solución al hambre que implica preparar comida será igual a un recuerdo primitivo que va más allá de nuestro cuerpo, porque recoge lo exitoso de un largo proceso humano que empezó con lo más remoto del “hilo de la Historia”. Citamos el pasado primitivo con cada gesto. Al decir “no” con la cabeza, saludar con la mano, bañarnos con agua, besarnos en los labios, estamos recordando una secuencia de eventos que van hasta los primeros pasos que dieron erectos nuestros antepasados.
Junto con la cultura alimentaria se transmiten otras cosas y por proximidad puede atribuírsele a otros aspectos relacionados indirectamente con la comida, una validez que no tienen. No necesariamente puede asumirse todo lo que se ha aprendido junto al acto de comer como si fuera un conocimiento tan útil como este. No deberíamos, pero eso es exactamente lo que hacemos porque así es como funcionamos.
Como ilustración quizás ayuda decir que en mi casa cocinaba mi mamá y se comía frente al televisor. Sé que la mayoría del país vivió eso mismo. Para empezar a entender quién nos crió y para qué fuimos criados, tenemos que calcular las implicaciones de esos ritos familiares como parte de la transferencia de conocimiento cultural. De ahí la relevancia de la TV en la historia de Puerto Rico.
Así fue que emprendí la tarea de indagar en la vida de mi madre de crianza y creo que ya en este punto es bastante obvio que hablo de la televisión. Lo sé, lo sé, no es nada original, lo ha dicho hasta la televisión, pero si salió en la TV por lo menos sabemos que es cierto.
Marshall McLuhan – The World is a Global Village (CBC TV)
Las mentiras
«Our memory is not like a video camera. Your memory reframes and edits events to create a story to fit your current world. It’s built to be current.» –Donna Jo Bridge
Una de las cosas que a mí en lo personal me agobia como investigador ante cualquier pregunta, es la credibilidad de la fuente en donde tendré que ir a buscar la respuesta. ¿Cómo sabemos que lo que nos dicen es cierto? Por qué creemos en lo que leemos en cartas oficiales, en expedientes del gobierno, en los libros de novedades de la policía, en las revistas, libros, diarios, periódicos, fotos, películas, TV, etc. Tenemos que aceptar que eso en sí es ya un acto de fe. Pero, ¿tenemos otra opción?
Cuando creemos en una fuente ya hemos hecho un mundo, ya hemos echado un piso sobre el cual construiremos todo. Nos afianzamos a algunas fuentes como queriendo que exista el mítico punto fijo de donde agarrarnos para mover el universo. Aclaro que aun con todas nuestras debilidades y defectos, siempre será mejor reconstruir el pasado con fuentes que sin ellas.
La Biblia es de las fuentes más antiguas que hoy todavía se esgrimen con y como autoridad. No digo que es la única porque sabemos que hacemos lo mismo con la lectura de muchas otras ficciones. El contenido de la Biblia no se cuestiona y es la última palabra en casi todos lados (claro, usted y yo somos la excepción); se usa hasta en los juzgados. Bueno, se usa sobre todo en los juzgados.
Todo apunta a que Adán y Eva nunca existieron, pero fueron la única explicación para el origen de la vida que se tuvo por siglos. La Biblia se seguía literalmente, pero con el tiempo la ciencia fue identificándole las partes falsas y se va convirtiendo en una santa alegoría. Se insiste en salvar la Biblia como documento y fuente de conocimiento, porque sobre ella se ha construido toda una sociedad.
Pero, ¿cómo sabremos en qué otras cosas nos ha dado información falsa la cultura? Si le aplicáramos a la Biblia la rigurosidad que le aplicamos a otras fuentes la hubiéramos desautorizado entera; pero no lo hacemos, porque todavía sirve para conocernos viéndola como literatura o artefacto. Parece ser que tendrá que ser parte impostergable del trabajo intelectual ir uno a uno sobre los reclamos de verdad y certezas que hemos heredado, hasta desmentirlos o confirmarlos.
Busco con esa referencia a la ficción convertida en verdad, gracias a la tradición y a la idea de autoridad, tratar de articular más que la falsedad o la imposibilidad de conocer el pasado, la idea de que cualquier construcción de antaño, cualquier peldaño, debería poder ser tratado como documento. Usted dirá, ¡dah!, y quizás exclame que eso lo sabe hasta un infante, pero no, quizás usted se engaña.
No creo que sea tan obvia la importancia de los documentos porque al vivir definidos por el perfil del mercado y su consumo, descartamos compulsivamente lo viejo, para adoptar lo nuevo y hay que defender todos los días la necesidad de conservar formas obsoletas de tecnología con el fin de preservar nuestra memoria.
Por dar un ejemplo, si de verdad la gente entendiera el valor de una fuente histórica, las más de 100 mil horas de material audiovisual de la televisión pública de Puerto Rico (aproximadamente 50 mil unidades en formatos obsoletos) que están en franco abandono en el canal del gobierno, se hubieran rescatado. Mínimamente se debería inventariar el archivo. Debería estar accesible a investigadores hace tiempo. Con lo que se gana en un año un funcionario de gobierno, se puede salvar el contenido histórico audiovisual de casi 60 años de producción de televisión pública. Si lo ponemos en la balanza se puede despedir al alcalde aquel y salvar el archivo de WIPR y salimos ganando.
Los contenidos de los archivos de WIPR incluyen desde programas de espectáculos hasta noticias, desde recuentos de los paisajes de Hato Rey hasta visitas de presidentes, mucho de nuestro pasado como país o como gobierno ha sido retratado por WIPR y está en peligro de desaparecer. Si usted es de los que se indignaría con algo así, pues indígnese. Llame a la Comisión de Cultura del Senado de Puerto Rico al 787.977.3045 y diga que usted apoya el proyecto de rescate de los archivos de WIPR.
La memoria Tevé
Una persona no desarrolla su capacidad de memoria explícita, hasta que haya desarrollado su idea de ser. A ese periodo de la vida del que no tenemos recuerdos, se le llama amnesia infantil. Recordar y reconocernos en el espejo son diferentes niveles de entendernos con identidad. La memoria que se crea con recuerdos y que va estimulando el hipocampo, es dinámica y está en neurogénesis hasta entrada la adultez. La memoria se va conformando con la madurez del cuerpo físico y con las experiencias.
Entonces, la memoria vista desde la neurociencia es una ficción en el sentido de que la creamos literalmente. Los recuerdos se construyen con palabras para que justifiquen el presente. No existe el pasado hasta que lo necesitemos y lo evoquemos. No existe la palabra en la memoria hasta que tengamos desarrollada la mente para almacenar lenguaje.
La descripción de un hecho es siempre una interpretación que cambia de observador en observador; que cambia, además, durante la vida de cada sujeto; también, que está afectada por las leyes de la física. Pero, ¿por qué no empezamos diciendo que la historia está regida por la física? Mínimamente, la historia debería poder asumir los postulados de la relatividad especial, cuando define los eventos como un punto en el espacio-tiempo condicionado a la posición del observador.
“The first postulate [de la relatividad especial] says that it is impossible to determine whether it is we who are moving, or the ground, or both. The most we can do is to determine our speed [nuestra opinión] relative to something.”
Las implicaciones de esto para mí son claras. Al escribir la historia tenemos que asumir totalmente nuestra posición en el espacio-tiempo para poder describir la totalidad de un acontecimiento, si tratáramos de sacarnos del evento que contamos estaríamos documentándolo a medias. Negarnos a incluirnos en la descripción de un hecho que observamos, distorsiona y falsea la memoria histórica. Opinar desde un punto que no se describa, sería lo más parecido al engaño.
Cuando decidimos mirar el pasado lo inventamos detenido, y asume una sola forma. En mecánica cuántica se describe algo parecido con el principio de superposición:
“…un sistema cuántico puede estar en más de un estado – o puede existir en múltiples realidades a la vez. Pero este fenómeno, existe sólo mientras dicho sistema no sea […] medido de alguna manera […] Tan pronto como el sistema es medido, la superposición se acaba: el sistema colapsa, ‘decantándose’ por un único estado. En ese momento, la experiencia del mundo que nos rodea pasa a existir en una única realidad…” (Ver el resto aquí)
Hay muchos “yo/nosotros” en el espacio-tiempo y cada “yo/nosotros” tiene su propio pasado. No existe el hecho objetivo y lo sabemos, pero tampoco existe el subjetivo o el individual. Cuando vemos el hecho de frente o a través del documento, vemos nuestra relación con toda la cultura y desde los límites de la materia. Si es imposible salirnos de la narración, entonces yo sugiero, que nos tiremos de cabeza.
El experimento
La doctora Donna Jo Bridge de Northwestern University, probó una cualidad importante de la memoria con un experimento. La doctora puso a personas a observar más de 160 objetos que se les presentaban en serie en un monitor. Más tarde se les volvían a presentar los objetos frente a dos fondos diferentes y se les pedía que escogieran el fondo que tenía ese objeto cuando lo vieron por primera vez; en otras palabras, se les preguntaba por el “background”. Por último, se les hacía el mismo ejercicio pero añadiendo un fondo nuevo. Debían escoger el fondo que vieron primero de entre tres fondos diferentes.
Los resultados reflejaron, para empezar, que la gente olvida el contexto. Pero lo más importante fue que cuando escogieron la segunda vez, -cuando tenían tres opciones de fondo-, repetían el fondo que habían escogido antes. Si se equivocaron la primera vez, como fue el caso de la inmensa mayoría, volvían a escoger el fondo equivocado antes de escoger el correcto o el nuevo.
Las personas no sabían lo que se les iba a preguntar y cuando se les enfrentaba con la pregunta escogían. Luego, al repetirles la pregunta con tres opciones, el recuerdo no los llevaba a la experiencia original, sino que el viaje que hacía la memoria llegaba solo hasta el momento en que el contexto (el “background”) tomó relevancia con la pregunta.
De esto se desprenden muchas cosas, al menos para mí. Una sería que ajustamos el recuerdo a conveniencia, como concluyó la doctora. Otra sería que la memoria es selectiva, relativa y que podemos “creer” en respuestas que nos inventemos. También, deja de alguna forma demostrado que las respuestas se nos implantan con las preguntas y que la primera respuesta franca que creamos conseguir a una pregunta nueva se afianza aunque sea arbitraria.
No hay “rewind”
Nunca recordamos el pasado, sino que recordamos una versión convenientemente editada a nuestro interés en el presente, como probó la Dra. Bridge. No es capricho de un escritor o un historiador narrar desde sus intereses, sino que es una cualidad inseparable de nuestra condición material.
Hemos visto, usando la también frágil y vulnerable ciencia, la prueba de que en lo que respecta a la idea del pasado, no hay posibilidad de reclamo de objetividad en lo absoluto. Sin embargo, eso no nos deja sin la costumbre de contar y transmitir con historias (“stories”) el conocimiento.
Los cuentos se construyen para satisfacer necesidades y siempre ha sido así. Se contaban historias que nos enseñaban a evitar errores y la Biblia calmó el hambre de aprender, pero también nos dio una guía para sobrevivir como grupo. La Biblia puso el orden y dios se pegó con pega divina a la ley que permitió organizar las fuerzas de miles de personas tras grandes propósitos. Dios se incrustó en el hipocampo colectivo como solución de problemas junto a cosas que sí solucionaron problemas, como la ley y la fuerza organizada para implementarla.
Así que, recapitulando, sabemos que la memoria es una estructura neurológica que cambia y sabemos que el pasado es una adaptación conveniente de hechos recordados desde necesidades presentes. Sabemos que recordamos con la cultura cosas que no hicimos, pero también sabemos que pensamos más allá del cerebro. Sabemos que pensamos con todo el cuerpo y que las vías de impulsos eléctricos se fortalecen como los músculos y su uso consigue que de cierta forma la repetición haga posible la memoria de la mano del pianista y del boxeador, por ejemplo. También recordamos de igual forma los sentimientos aun cuando no hayamos conocido las palabras porque las imágenes convierten las experiencias en memorias corporales: no recordamos por qué amamos a mamá, solo sabemos que nos sentimos satisfechos en sus brazos aunque no entendamos de palabras.
Lamer, lamer, la memoria
La TV nos crió a muchos y nos debemos a nosotros mismos salvar “su pasado”. Nuestros padres diestros en los placeres de la pantalla chica nos sentaban a ver televisión y éramos libres. Así mismo me quiero sentar yo desde hace muchos años a ver la televisión de la era de mis padres para tratar de entenderlos buscándolos allí, como los busca, por dar cualquier ejemplo, Fernando Picó en los libros de Novedades de la Policía.
Mis padres todavía tienen un romance con el medio y lo obedecen como a un dios. Su relación con la TV se inició justo cuando llegaba a PR allá para el 1954. Mis padres supusieron la autoridad del medio televisivo y me transmitieron a mí la idea de que era la panacea con la posición que ocupaba el televisor en la sala, y junto al plato de “corn flakes” con leche que me comía en el sofá los sábados por las mañanas viendo muñequitos en calzoncillos.
Uno no empieza la vida cuestionando a la mamá porque ella nos salva; así que esa fuerza de la autoridad que podemos aprender antes de articular ideas con palabras crea un lazo de confianza irrefutable. En ese periodo con la teta y la pantalla se ara la finca de la mente en donde luego se sembrarán las verdades como verduras y no siempre nos pasan leche educada para la libertad y no siempre es fértil la tierra.
Para poder llegar al punto de rechazar el conocimiento que nos enajena del poder y que viene incrustado en la cultura, debemos primero que nada perderle el respeto a la autoridad, y no es en el sentido de insultarla, aunque deberíamos poder hacerlo sin tener que temer por nuestra vida. Más bien me refiero a que deberíamos poder cuestionar sin miramientos las opiniones de las autoridades y poder retarlos a que demuestren la validez de sus premisas y justifiquen su autoproclamada autoridad desde la crítica y no desde libros sagrados. Es eso lo que está detrás del anticapitalismo, de los feminismos, de la liberación sexual, del ateísmo y de la necesidad de estudiar la televisión.
Marshall McLuhan, 1977
Continuará.