BlackkKlansman
Lo primero que vemos es a Scarlet O‘Hara (Vivien Leigh) en la famosa escena del ferrocarril en Atlanta y los heridos en “Gone with the Wind” (1939). Ese filme es importante para este porque habla de la liberación de los esclavos que la Guerra Civil indujo y la creación del Klu Klux Klan como resultado de ello. El otro filme, que sirve muchas veces de trasfondo a las manifestaciones más bajas y deleznables de los prejuiciados violentos que aparecen en el filme, es la obra maestra más vil y condenable del cinema: “The Birth of a Nation” (1915) de D. W. Griffith, cuyo nombre original era “The Clansman”, y que en su tiempo suscitó protestas e intentos de bloquear su exhibición. Más que “GWTW” la contribución monumental al cinema de Griffith fue responsable de la alza en la matrícula del Klan en el año que fue exhibido el filme.
En una escena genial al principio del filme, no solo por lo que vale para desenmascarar las falsedades que promulga la eugenesia, sino por la conexión que crea con lo que estamos viviendo, Lee nos trae desde el 1970 directamente a la Casa Blanca de 2018. Dr. Kennebrew Beaureguard (ficticio) nos lleva a través de los clichés inauditos de la explicación “científica” que los supremacistas blancos emiten sobre la superioridad de su raza. Lo hace usando a Alec Baldwin como el susodicho doctor y lo que sale de su boca muy bien lo hubiera podido decir según interpretaba a Trump en sus sainetes en “Saturday Night Live”. Intuimos que, lo que dice Beaureguard, no debe ser muy distinto de los pronunciamientos del presidente en privado, más cuando sabemos el episodio Omarosa. Además, está la “bella mirada” al pasado, implícita en el apellido, que añoran los acólitos del habitante de Casa Blanca, que sueñan con la “América blanca”, que en realidad nunca lo ha sido sino en sus ilusiones prejuiciadas.
Ron Stallworth (John David Washington) fue el primer policía negro de Colorado Springs, Colorado y el sujeto que, de una forma que tendrán que ir a ver la película para saber cómo, “infiltra” el Klan con la ayuda de su colega en la policía, Flip Zimmerman (Adam Driver), luego de ir a escuchar como policía clandestino un mitin de Stokely Carmichael, activista negro que fue miembro de los “Black Panthers” y que bajo el nombre de Kwame Ture, circuló por la nación norteamericana dando discursos a favor del “poder negro”. Esa experiencia mueve a Ron a ser más activista y a involucrarse en la causa de las personas de color. Además, conoce a Patrice Dumas (Laura Harrier), la bella presidenta de la unión de estudiantes negros del Colorado College, y se enamora. A ella ni a nadie le puede confesar que es policía. En el cuartel tiene que soportar que todos los policías le digan “sapos” a los negros; los que estamos en la audiencia sabemos que el presidente de EE.UU. les dice perras o perros.
Cómo ocurre la infiltración es genial, pero no la puedo contar. Sí les puedo decir que los personajes del Klan son una colección digna de un zoológico y que los artistas que los representan son una maravilla. Félix, el más odioso de los miembros del Klan está representado por Jasper Pääkkönen, un actor finlandés que hace su papel de Felix Kendrickson tan bien que uno se pregunta cómo anda por allá el prejuicio. Está casado con una mujer monumental (literalmente) llamada Connie, que representa con efectividad y atino asombroso la fenomenal Ashlie Atkinson. Félix y Connie son dos de los prejuiciados más asquerosos y despreciables de los deplorables que hoy día votan por Trump y, en esa categoría, son la pareja más feliz entre los blancos que sienten que los negros y los judíos los ha desplazado de la “gran vida americana”. Se aman a más no poder porque odian juntos. Son dos actuaciones perfectas que están acompañadas por la impresionante interpretación de un egocéntrico asexual que le imparte Topher Grace al muy real David Duke, quien fuera el “Grand Wizard” del Klan en los últimos años de la década del 70. Paul Walter Hauser a quien tal vez recuerden de “I, Tonya” (2017), es Ivanhoe, y, como en aquella, se roba varias escenas. Ken Garito como el sargento Trapp, un racista odioso, es odioso.
Flip Zimmerman es un policía judío y, por ello, diana de los insultos y odio del Klan. En su representación Driver tiene que lanzar epítetos a su propia etnia y contra los negros. Es difícil no asociarlo con Stephen Miller, el asesor de Trump que parece odiarse porque es judío. En esa injuria personal hay que quitarse el sombrero ante la actuación de John David Washington (sí, uno de los hijos de Denzel). Es una interpretación cómica-dramática de altos quilates y que fluye como una buena catarata, algo que habría hecho Cary Grant para Hitchcock.
Durante el mitin de Kwame Ture la cámara enfoca la oscuridad y de ella van emergiendo los rostros de jóvenes cuyo anonimato es absoluto: viven en la tinieblas, son negros y para muchos no valen nada, y cuando emergen pueden estar expuestos a la violencia de la policía y otras agencias de la ley. La polarización racial en los Estados Unidos que parecía estar apaciguada llegó a un cénit con la presidencia de Barack Obama: emergieron los que sienten, como los del Klan, que no podían sobrevivir el hecho de que un negro fuera el líder de la nación. Trump ha recrudecido esos sentimientos y al fin de la película Lee nos muestra que el prejuicio está en “full swing”. La marcha en Charlottesville hace un año aparece en toda su vileza acompañada por pietaje de los comentarios del hijo de miembros del Klan, que ahora habita Casa Blanca. Antes hemos visto una cruz encendida en un monte lejano. La imagen se refleja en el ojo de un encapuchado del Klan y, aunque no le vemos el rostro, percibimos su prejuicio y su odio. Es una advertencia de lo siniestro que puede ser el desprecio y la aversión. Ambas viven encapuchadas en “the land of the free and the home of the brave”.
A veces se intenta hacer sátira amplia, en particular en las llamadas telefónicas de Ron a David Duke. Hay que entender que es ese el propósito que se persigue y por eso las escenas parecen “falsas”. Son tan falsas como el nacionalismo y los valores “democráticos” de David Duke y de los supuestos patriotas que residen en el Congreso. Esta película excelente sirve para hacernos ver las hipocresías de los que en silencio o diciendo medias verdades permiten manifestaciones de odio. Es digna de un viaje casi obligatorio al cine. No se la pierdan.