Cabalgando con la memoria…
Esta es una colaboración entre 80grados y la Academia Puertorriqueña de la Historia en un afán compartido de estimular el debate plural y crítico sobre los procesos que constituyen nuestra historia.
Una de las leyendas puertorriqueñas más conocidas está relacionada con la Capilla del Cristo en el Viejo San Juan. Junto al relato del milagro de la Monserrate -ambos incluidos en Leyendas Puertorriqueñas de Cayetano Coll y Toste (Editorial Puerto Rico Ilustrado, 1924)-, forman parte de un importante acervo de oralidad popular puertorriqueña. Trata la de San Juan sobre las famosas carreras de caballos que se celebraban en la ciudad. En una de ellas, un caballo desenfrenado estaba a punto de despeñarse por el acantilado cuando una de las personas que asistía al evento hizo una jaculatoria al Santo Cristo de la Salud y a renglón seguido se frenó el curso fatal y el jinete se salvó. En honor a ese milagro se construyó la hermosa capilla al final de la calle que lleva el mismo nombre.
Las carreras de caballos se mencionan en los libros de historia de Puerto Rico como una de las actividades que más disfrutaban los puertorriqueños durante los tiempos de la dominación española. De hecho, en ocasión de que el gobernador español, Juan de la Pezuela las prohibió, los amantes del caballo de paso fino, en actitud de desafío, siguieron celebrándolas en Bayamón.[1]
En el siglo 18 Fray Iñigo Abbad y Lasierra, en su libro, Historia geográfica, civil y natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, escribió: “Las fiestas principales las celebran con corridas de caballos… Nadie pierde esta diversión; hasta las niñas más tiernas que no pueden tenerse, las lleva alguno sentadas en el arzón de la silla de su caballo. La víspera de San Juan al amanecer entra gran multitud de corredores que vienen de los pueblos de la Isla a lucir sus caballos; …salen de las casas hombres y mujeres de todas las edades y de todas las clases, montados en sus caballos con toda la mayor ostentación a que puede arribar cada uno.”[2] Continúa diciendo: ”luego que dan las doce …salen por aquellas calles con sus caballos, que son muy veloces y de una marcha muy cómoda.” [3]
Como es bien sabido, el caballo no es autóctono de América. De hecho, los únicos animales de monta y carga en América eran la alpaca y la llama que habitaban en la región de los Andes.[4] El caballo llegó a América y por ende a Puerto Rico procedente de España. Los estudiosos del tema del caballo de paso fino coinciden que el caballo nuestro desciende del caballo berberisco.[5]
Una vez en Puerto Rico, con distancias cortas y topografía accidentada, se desarrolló el caballo de paso corto.[6] Sobre el particular escribe Quijano: “Los puertorriqueños tomaron el caballo de España, pero a éste le fueron integrando todos sus anhelos para que expresara vivamente la emoción y sensibilidad propias de este hermoso terruño. La adaptación de los animales a su ambiente es un hecho comprobado. Esa relación se manifestó en los caballos de paso fino de tal manera que la armonía del andar de nuestro caballo es una forma de canto a la naturaleza exuberante de esta tierra.”[7]
Cuando inicié esta investigación hace cerca de dos décadas, Isabel Zorrilla, una entrañable amiga y conocedora de la tradición del equino de paso fino en Puerto Rico, me remitió a la historia temprana de su introducción. [8] Los caballos se introdujeron en Puerto Rico en el año 1508 y tan pronto como en 1515, Fernando Pizarro llegó a la isla y compró 20 potros para su hermano Francisco que en aquellos momentos encaminaba la conquista del Perú. Igualmente se llevaron caballos de aquí para Cuba y la Española.[9]
Para el siglo 18 ya existía una raza autóctona de Puerto Rico. En el año 1797, un francés de nombre Andrés Pedro Ledrú, escribió: “La velocidad de estos caballos indígenas es admirable; no tienen trote ni el galope ordinario, sino una especie de andadura, un paso precipitado que el ojo más atento no puede seguir el movimiento de sus patas.”[10] Interesante por demás es que ya se hablara de un caballo indígena, con un andar único, propio de nuestra tierra.
¿Qué tiene de especial el andar del caballo de paso fino?
Aurelio Tió lo describe de la siguiente forma:
“Pisa con tres patas mientras levanta una sola al aire, antes de colocarla a pie firme, para entonces levantar otras del mismo lado al aire desde el suelo, y así en sucesión. Los movimientos de las patas son en línea recta, sin “campanear”o sea, sin tirar las patas afuera al estilo de los caballos andaluces, y al pisar no golpea el suelo con fuerza ni alza mucho la pata. Mientras camina, lleva el cuello en arco con la cola estirada. Las pisadas son más cortas y más rápidas que las del paso del caballo andaluz, y mientras mueve las dos patas de un lado en sucesión hacia delante, al mismo tiempo mueve las del otro lado hacia atrás. Las patas delanteras o manos tienen un leve movimiento lateral, mientras que el movimiento de las patas traseras es vertical, guiándolas sólo hacia arriba. Al caminar apenas se observa que levante o baje el lomo, pues los músculos de sus patas sirven para suavizar el movimiento, que impresiona casi como un deslizamiento por el suelo, con su caminar en forma que parece elástica, con pasos del igual pulsación en línea recta, los que resultan en la comodidad del jinete y en una marcha que no produce cansancio en el caballo, descrita como “paso lateral de cuatro tiempos.”[11]
Para Juan Carlos Massó, nieto de Eusebio Massó, el montador del legendario Dulce Sueño, el movimiento del caballo de paso fino únicamente compara con el movimiento de las caderas femeninas.[12] Eduardo Quijano, conocedor de la raza del caballo de paso fino y defensor de este deporte como patrimonio cultural de todos/as los puertorriqueños/as dice que “la poesía está en las patas del caballo.”[13]
Daisy Del Río González, quien fuera presidenta de la Asociación Estudiantil Aficionada al Caballo de Paso Fino y muy conocedora de este deporte además de amante de los caballos señala: “El caballo de paso fino se distingue de todos por su andar en cuatro tiempos y por su estabilidad. Son tan estables que el jinete puede llevar una copa llena de agua y no se pierde el contenido. Igualmente, a un jinete que monta un caballo de paso fino no se le mueven los hombros. Nuestro caballo tampoco mueve mucho la cabeza y mucho menos la cola.”[14] Por su parte, Quijano lo resume así: El caballo prototipo de la excelencia pura del Paso Fino es el que logra el “triple apoyo”: dos miembros pelvianos o patas traseras y un miembro toráxico o pata delantera en contacto con el suelo y sólo un miembro al aire.
Todos los/as entrevistados/as para este trabajo coinciden que en términos de la apariencia, nuestro caballo de paso fino posee una figura esbelta, cabeza pequeña y en armonía con el resto del cuerpo. El cuello debe ser largo y un tanto arqueado. Fosas nasales pronunciadas, orejas pequeñas y alertas. Los ojos deben ser grandes y expresivos. Igualmente debe tener el pecho desarrollado, lomo corto, grupa recta y nalga redonda. Las patas deben ser largas y moderadamente musculosas. Tanto el rabo, la crin y la melena deben ser de pelo fino, largo y abundante.
En la larga trayectoria de nuestros caballos de paso fino siempre han estado presentes las mujeres. Uno de los cuadros más conocidos del pintor puertorriqueño de siglo 18, José Campeche, lo es Dama a caballo. Todo parece indicar que no había diferencia entre el hombre y la mujer en el uso del caballo como medio de transporte, de paseo o de diversión, excepto por la manera de montar. En la descripción que hace Abbad y Lassiera sobre la confusión y el tropel de las corridas de caballo en San Juan, dice: “Las mujeres van con igual o mayor desembarazo y seguridad que los hombres, sentadas de medio lado sobre sillas a la jineta, con sólo un estribo. Llevan espuelas y látigo para avivar la velocidad de los caballos, de los cuales algunos suelen caer muertos sin haber manifestado flaqueza en la carrera.»[15]
Las fiestas patronales han sido un puntal en nuestras tradiciones de pueblo. Por muchos años se celebraban competencias de paso fino durante esos días. En mi pueblo, Manatí, y para las décadas de 1940, 1950 y 1960, se tiraba arena en la calle principal y se hacían competencias de anillas y de bellas formas. Las calles se abarrotaban de público y los balcones de las casas se convertían en los mejores palcos para disfrutar el espectáculo.[16] Los más bellos ejemplares se exhibían ese día. Las hijas de muchas familias de la Isla y amantes del caballo de paso fino participaban en estos eventos.
Tuve la oportunidad de entrevistar a tres protagonistas de aquellos eventos. Sus memorias han enriquecido este trabajo y por ende a la historia del caballo de paso fino de Puerto Rico. Dos de ellas ya han fallecido pero Awilda Colón Iguina de Arecibo ha cumplido sus 97 años.
En Arecibo entrevisté a Awilda quién vivió junto a su esposo, Efrén Irizarry, en una casa llena de recuerdos de lo que ha sido la pasión de ambos: el paso fino. El amor de Awilda por los caballos comenzó siendo una niña. Cuando tenía trece años, su mamá murió. “A los trece años”, me contaba Awilda, “yo era como una niña boba y andaba siempre detrás de mi papá”. Su padre, Lorenzo Colón Padilla, ya viudo, visitó Guayama y le compró a Genaro Cautiño dos potros y una yegua, que terminaron siendo campeones. Su papá, un entusiasta del deporte le enseñó a montar y fue así como comenzó a competir. Viajó muchos pueblos de la isla compitiendo y fue en una competencia en Isabela donde conoció a su esposo.
Awilda tuvo una hermana que nunca montó, porque le tenía miedo a los caballos. Su hermano, ayudaba a su papá a organizar las competencias que se celebraban durante las fiestas patronales de Arecibo.
Recordaba Awilda: “Yo montaba un campeón. Eran pocas las amazonas y todas éramos hijas de dueños de caballos. Gané muchas copas y monté a caballo hasta que me casé. Por decisión personal no volví a montar más.” Cuando habla del amor que siente su esposo por los caballos de paso fino dice: “Más que amor es chifladura. El más bonito y el mejor es el último que nace. Mi nieto heredó la locura del abuelo”.
En la entrevista, realizada en 2008, tanto Awilda como su esposo se mostraron preocupados por el futuro de nuestro caballo de paso fino ante la llegada a la isla del caballo colombiano. Los describió como maravillosos ya que los que llegaban a Puerto Rico eran animales escogidos: más grandes, con paso largo y violento, y están preparados para grandes extensiones de terreno. Sin embargo,: “Los miro con temor, son una amenaza para nuestro caballo”.
Otra de mis entrevistadas lo fue Margó Balseiro. Nació en Santurce y se crió junto a sus dos hermanas, Mercedes y Gloria, en una finca en Barceloneta llamada La Búfalo que producía unas toronjas muy ricas que se enviaban al Vaticano y a la reina de Inglaterra. Su papá poseía una enorme cuadra de caballos para el disfrute de la familia. Tanto el papá como la mamá montaban a caballo. De hecho, su mamá comenzó a montar caballo de lado. Margó fue la que más se entusiasmó con los caballos. Su primer ejemplar de paso fino fue una hermosa yegua que le vendió un jibarito por cinco dólares y cuyo andar lateral en cuatro tiempos, tan definido, la cautivó desde el primer momento.[17] “Los dueños de caballos de paso fino le pedían a mi papá que yo les montara sus caballos. A veces nunca podía montar el mío. Yo nunca tomé clases, la intuición y mis papás me enseñaron a montar,” me relataba Margó con orgullo familiar.[18] Margó Balseiro llegó a ganar 86 copas.
Recorrió la Isla montando a caballo. En las fiestas patronales de los pueblos se dejaba un día para dedicárselo al caballo de paso fino. Así recordaba Margó aquellos tiempos: “Las mejores fiestas eran las de Arecibo. Esas fiestas las organizaba don Lorenzo Irizarry. Al final del día se daba un baile en el casino con las mejores orquestas.” Recuerda que siempre tocaban el pasodoble, Mi jaca, que hasta los caballos lo disfrutaban. Dice que a los caballos les encanta la música y que cuando la escuchan se ponen muy coquetos.
Con mucha pasión contaba que en el año 1946 participó en una competencia en Santo Domingo. De hecho, había guardado todos los recortes de periódico que reseñaron la actividad y donde ella aparece en primera plana: “fueron dos días de actividades, nos trataron muy bien. Había cerca de 400 puertorriqueños con sus caballos de paso fino. Tenían parafreneros todo el día dándoles brillo a los caballos.”
Los trajes de montar de Margó eran hechos por un sastre en San Juan y en Nueva York, en la tienda Abercrombie & Fitch, compró el sombrero, los guantes, las botas y la fusta.
Diana Díaz Gandía, otra de mis entrevistadas, nació en Manatí. Era la única hija del dentista del pueblo. Su amor por los caballos se remontaba a su infancia: “Mi papá me compró mi primer caballito siendo yo muy niña. Era un caballito americano llamado, Lady. Lo bañábamos en el patio de la casa, pero un día el encargado dejó la manguera abierta, el caballito resbaló, se rompió la cadera y tuvimos que sacrificarlo. También tenía un quitrín y paseaba por el pueblo en él. Teníamos una finca en Arecibo y allí estaban los caballos. Mi papá fue a Guayama y le compró dos caballos a don Genaro Cautiño. Recuerdo que uno de ellos se llamaba Fantasía. Luego llegaron otros y a uno le llamamos Relámpago y al otro, Trueno. Los veranos los pasábamos en Mar Chiquita y allí corríamos a caballo.” [19]
Las vidas de mis tres entrevistadas, aunque de distintos pueblos, muestran lazos y experiencias en común. Primero que nada, eran hijas de familias acomodadas y sus padres tuvieron fincas donde tenían trabajadores que se encargaban de cuidar los caballos. Aprendieron a montar con la ayuda de sus progenitores y los caballos, para todas ellas, fueron una diversión, nunca un negocio. Tuvieron las tres ejemplares puros, descendientes de Dulce Sueño, conocieron no únicamente al dueño de este caballo famoso, Genaro Cautiño, sino también a los montadores de la familia Ledeé y como amazonas participaron en los eventos que se celebraban en las fiestas patronales a través de toda la Isla.
Pero, más que nada, estas protagonistas de la historia de nuestro caballo de paso fino, vivieron la época de oro de este deporte. Sus vidas están llenas de recuerdos, pero también de nostalgia por aquellos ejemplares nobles. Quijano dice: “Los que aman esta raza tienen que velar porque la raza se mejore y se mantenga pura. El caballo de paso fino tiene que seguir siendo un artículo de lujo y no se puede admitir la mediocridad.”[20]
Awilda Colón Iguina una vez me dijo que los puertorriqueños eran paso fino. Cuando le pregunté el porqué del símil, me contestó: porque somos únicos. En efecto, el caballo de paso fino es tan nuestro como la ceiba, la yuca o el coquí. Los que vivimos orgullosos de esta tierra, tenemos que defender lo de aquí. Tenemos que continuar cabalgando con la memoria.
Notas
[1] Quijano, Eduardo A. Paso Fino, raza que distingue un pueblo. Manatí: Imprenta Comercial, 1991,
- 18.
[2] Abbad y Lasierra, Fray Iñigo. Historia geográfica, civil y natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico. Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1959, p.190.
[3] Ibid.
[4] Scarano, Francisco. Cinco siglos de Historia. México: Mc Graw Hill, 2000, p.44.
[5] El caballo berberisco es oriundo del norte de África, específicamente de Marruecos y era muy apreciado por los musulmanes que se asentaron en España desde el año 711 hasta 1492 cuando fueron expulsados. El caballo andaluz, que se trajo a América, desciende del berberisco
[6] Gaztambide Arrillaga, Carlos. La raza de caballos de paso fino de Puerto Rico. Hato Rey: Ramallo Bros. Printing, Inc., 1977, p. 18.
[7] Quijano, Eduardo A. op.cit. p. 3
[8] Entrevista a Isabel Zorrilla de Vilá. 15 de septiembre de 2008.
[9] Gaztambide Arrillaga, Carlos. op.cit. p.17.
[10] Citado en: Quijano, Eduardo, A. op.cit, p. 9.
[11] Tió, Aurelio. Boletín de la Academia de la Historia. Vol VI, núm. 21, p. 21.
[12] Entrevista a Juan Carlos Massó. 30 de agosto de 2008.
[13] Ponencia de Eduardo Quijano en el Foro de Caballos de Paso Fino celebrado en la Universidad del Turabo. 30 de agosto de 2008.
[14] Entrevista a Daisy Del Río González. 17 de octubre de 2008.
[15] Abbad y Lasierra. op.cit. p. 191.
[16] Entrevista a Wilo Vilá. 15 de septiembre de 2008.
[17] Zorrilla de Vilá, Isabel. “Margó Balseiro, una filigrana en el recuerdo”, Festival de Paso Fino La Candelaria. Anuario. 7 de febrero de 1988.
[18] Entrevista a Margó Balseiro. De 2 de octubre de 2008.
[19] Entrevista a Diana Díaz Gandía. 2 de octubre de 2008.
[20] Quijano, Eduardo A. Ponencia. Op.cit.