Capital e ideología
“El hecho es que cada escritor”, decía Borges sobre Kafka, “crea sus precursores”. No reconoceríamos esos precursores de Kafka, si él no hubiera escrito, dejando las huellas de aquellos que lo precedieron, incluso sugiriendo sutilmente cómo leerlos. Pero lo contrario es lo que suele suceder. Me alejo deliberadamente de mi precursor evidente, lo desconozco porque es demasiado conocido y, aún resistiendo su influencia, vuelvo a él, sin percatarme, para descubrirlo de otro modo. La obra de Thomas Piketty, Capital and Ideology, secuela de su ambiciosa obra anterior, Capital in the Twenty-First Century (2014), muestra la tensión del autor con su célebre antepasado del que es, necesariamente, heredero crítico.
Karl Marx inició, a mediados del siglo XIX, una enorme tradición de investigación social que marcó indeleblemente a los siglos XX y XXI. Su propuesta social y política fue formando lo que, luego, Thomas Kuhn denominó un “paradigma”: es decir, un esquema teórico con premisas gnoseológicas e ideológicas definidas, desde donde se piensa la realidad social. La teoría crítica social e histórica de Marx fue modelo y acicate de diversas tradiciones intelectuales y políticas heterogéneas en el siglo XX, desde la Escuela de Frankfurt, el existencialismo sartreano y el estructuralismo marxista hasta varias corrientes del posmodernismo. Las investigaciones sobre las desigualdades económicas y sociales de Thomas Piketty deben ser leídas, pese a la distancia que procura trazar, tomando como trasfondo iluminador el paradigma iniciado por Marx. Ni siquiera su trabajo sería aceptable, en principio, como propuesta científica, si su ilustre precursor no hubiera ya establecido que ciencia e ideología coexisten necesariamente en toda teoría social e histórica.
La obra de Piketty es una crítica de la economía política y una historia de los regímenes de desigualdad que reitera la idea inaugurada por Vico, y desarrollada por Marx, de una realidad social concebida como resultado, a partir de orígenes y desarrollos precisos. La razón histórica traza continuidades —y rupturas— que explican de dónde proceden ciertas ideas y condiciones sociales, cómo llegan a cosificarse y a eternizarse para devenir segunda naturaleza, y hacia dónde marchan, si no existe la voluntad consciente para transformar esas condiciones. “Todas las sociedades necesitan justificar sus desigualdades” (p. 966), y las ideologías son los reguladores para perpetuar sus políticas de inequidad, sus prácticas de discriminación y la protección de intereses en nombre del mito de la meritocracia.
Las primeras dos partes del voluminoso libro están dedicadas al entendimiento histórico del movimiento que transcurre desde las sociedades esclavistas y terciarias medievales —compuesta por clérigos, nobles y el tercer estado— hasta las sociedades propietarias y coloniales. El autor narra cómo galvaniza la teoría del poder y la propiedad, tras la Revolución francesa, fundada en la legitimidad de la apropiación privada irrestricta. La ideología de la defensa absoluta de la propiedad privada, así como de las fronteras que distinguen a ciudadanos y forasteros, son dos ejes centrales del capitalismo. Bordes y propiedad son constructos que el autor irá examinando a lo largo de su trabajo para sostener su tesis central a favor de un “socialismo participativo”.
La Revolución francesa dio paso a una sociedad desigual de propietarios con dos protagonistas regios: el estado centralizado y la propiedad privada. No fue una revolución de distribución de riqueza, como sabemos, sino de eliminación de privilegios a nobles y clérigos, y de perpetuación de inequidades a favor de una nueva clase emergente. La sacralización de la propiedad privada, basada en la ideología infundada del mérito incuestionable del que la posee, sin mecanismos de redistribución de ingresos, riquezas y herencias, dio forma a las sociedades de propiedad privada inviolable. Piketty muestra un caudal de investigación granular sobre las formas de desigualdad en Europa Occidental, Estados Unidos y las sociedades coloniales como la India, Brasil, África, entre otros. Realiza un trabajo monumental de descripción y medición pormenorizada de la desigualdad de la riqueza y los ingresos.
Las sociedades esclavistas y coloniales son las de más extrema desigualdad, donde prevalece la prepotencia de la dominación civilizadora e intelectual, y la ideología del derecho propietario sobre personas y pueblos. No fueron los esclavos sufridos sino sus dueños los que fueron compensados para resarcir la pérdida de su propiedad privada. Haití, Argelia, Sur África, entre muchos, todavía arrastran esos pasados coloniales de segregación y apartheid con mecanismos perfectamente aceitados para mantener la desigualdad. La relación colonial define quiénes son los colonizadores y quiénes los colonizados, quiénes son los ciudadanos y quiénes los extranjeros, quién controla la riqueza y quiénes son considerados propiedad privada de los imperios interventores. Esa ideología de la validez de la desigualdad propietaria para las posesiones ultramarinas es la misma que prevalece a nivel doméstico; la que legitima que en Estados Unidos el 10% de la población controle, hoy, el 74% de la riqueza, mientras el 50% de la población apenas posee el 2% de la riqueza (p. 687).
El relato de Piketty va dirigido a trazar, a partir de la tercera parte de la obra, cómo esas sociedades propietarias y coloniales comienzan a resquebrajarse en los comienzos del siglo XX, y emergen los contradiscursos del bloque socialista y marxista, las variaciones social-demócratas y las sociedades poscoloniales. La Primera Guerra Mundial, la Revolución Bolchevique, la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial —todas estas conmociones acumuladas en solo tres décadas— producen un colapso del valor de la propiedad privada y un proceso de deconcentración relativa de esa propiedad en comparación con el siglo XIX. Entre 1914 y 1980 se documentan expropiaciones, nacionalizaciones, ampliación de políticas de contribución progresiva a los ingresos y a la riqueza, contribución sobre herencias y sistemas de pensiones. A la vez, aumenta la inversión en la educación pública y en los sistemas de salud que promueven el crecimiento y la movilidad social paulatina de sectores desposeídos. Así pues, los proyectos políticos y sociales, encaminados a trascender el capitalismo decimonónico que Marx pulverizó con su teoría crítica, produce un capitalismo modificado, menos unidimensional y más receptivo a los cambios para su propia sobrevivencia.
A partir del 1980, Piketty documenta cómo se desmonta todo el esfuerzo de distribución de ingreso y riqueza, y comienza un proceso de involución absoluta (pp.492-3). El regreso de la ideología ultraconservadora y neopropietaria —Reagan en Estados Unidos, Thatcher en el Reino Unido y varios otros—; el colapso de la URSS en 1991, que trae como consecuencia la proliferación de nacionalismos y el resurgimiento de identidades nacionales en la Europa del este; el surgimiento de la Unión Europea que no llega a ser un federalismo social, sino apenas una unión comercial basada en la competencia entre países, y la circulación de bienes, capital y fuerza de trabajo; y la reciente narrativa antiigualitaria, racista y antiinmigrante en EE. UU. y Europa, nos devuelve a todos a los peores momentos de la segregación y la polarización. La concentración desmesurada de la riqueza y los ingresos en el 1% de la población —o, en el mejor de los casos, en el 10% del tope— en Rusia, Estados Unidos, China, India, Francia y el Reino Unido (p. 671), dan fe del triunfo del pillaje y el autoritarismo de estado que favorece la apropiación privada de bienes públicos. Piketty cristaliza esta involución de cuatro décadas con una radiografía documentada sobre el nuevo marco institucional que, a las claras, beneficia a los grandes propietarios y jerarcas del poder. El mito de la meritocracia es preciso desempolvarlo para justificar la desigualdad extrema. Junto al poder y al miedo que despliegan los gobiernos y las empresas privadas contra los sectores vulnerables, revive la justificación del mérito. La ideología de la meritocracia glorifica al empresarismo y a los billonarios que, en efecto, no solo se apropiaron del conocimiento socialmente producido bajo la forma “legal” de “propiedad intelectual”, sino de la investigación básica, la educación y la infraestructura financiada con fondos públicos, imprescindible para sus negocios. Toda su riqueza depende de esa inversión social en educación, investigación básica e infraestructura pública. No devuelven nada porque entienden que todo les pertenece por su ingenio empresarial. La glorificación del empresarismo es tal que las universidades lo proclaman acríticamente como la nueva panacea de la educación superior.
Tras la desaparición del bloque soviético, mediante la balcanización de los países del este de Europa, convertidos en nativistas sociales y comunistas desencantados, la conversión de China en una plutocracia y la crisis de los partidos social demócratas en Europa occidental, la metáfora espacial de izquierda y derecha se torna imprecisa y borrosa. La crisis de la izquierda clásica y la polarización, sobre todo en los Estados Unidos, entre conservadores blancos y antiintelectuales, y liberales educados aliados a las minorías raciales y étnicas, les quitan el peso, a juicio de Piketty, a los dos asuntos centrales que subyacen a estas luchas: los identitarios de los bordes y los de clase vinculados a la propiedad privada.
La propuesta de Piketty por un socialismo participativo merecería un escrutinio estricto. Fundada en la tradición socialista democrática, en la que Alemania y los países nórdicos le sirven de modelo, su tesis contiene varios componentes destacables: primero, trascender la propiedad privada mediante la descentralización y participación de los trabajadores en la gobernanza corporativa, en contra de la apropiación privada de los bienes sociales y la hipercentralización del socialismo de estado (pp. 969 y ss.); segundo, reinversión cuantiosa en el sistema educativo, basada en la evidencia contundente de que el desarrollo económico y el progreso humano son una función directa de los niveles educativos de la población (pp. 543 y ss.); tercero, distribución de la propiedad mediante contribuciones progresivas a los ingresos, a la riqueza y a las herencias; cuarto, creación de una dotación de capital (“universal capital endowment”) para el financiamiento de bienes colectivos como seguros de salud, pensiones, seguros por desempleo, entre otras; quinto, fortalecimiento de la democracia parlamentaria con transparencia en la deliberación pública y plural, ante los autoritarismos de estado, sean de derecha o izquierda; y sexto, propiciar un orden internacional con la creación de una asamblea transnacional que procure implementar políticas consensuadas a favor de la protección del ambiente, la investigación básica y la reducción de desigualdades entre países (p. 1026).
El socialismo participativo de Piketty es una radicalización de muchas de las propuestas sociales más progresistas que imperaron, previo a la “revolución conservadora” de los 80. Su teoría de la justicia social coincide, imperfectamente, con la de John Rawl, pese al nivel abstracto del famoso libro de Rawl, Theory of Justice. La propuesta de Piketty puede leerse como una reconstrucción del socialismo democrático, una vía intermedia que trasciende la propiedad privada del capitalismo salvaje, y la propiedad socializada y centralizada en el estado.
Capital e ideología es un tratado monumental de economía política sobre las desigualdades del mundo contemporáneo. Destaca su claridad expositiva, el poder de la investigación histórica y el rigor del análisis económico. Sin reconocerlo, pero siguiendo la tradición de investigación o paradigma iniciado por Marx, Piketty revisita esas ideas “eternizadas” de las que hablaba Marx, convertidas en segunda naturaleza, para perpetuar inequidades; rebasa el determinismo económico, tan presente en la ortodoxia marxista y tan ausente en El capital; examina los intereses económicos objetivos que están en la base de las ideologías; propone trascender el marco institucional que legitima la apropiación privada de inmensas riquezas por pequeños sectores sociales, en perjuicio de las mayorías que permanecen a nivel de subsistencia; y utiliza el análisis histórico-social como fuerza y aparato lógico para fundamentar su propuesta de transformación social. No es marxista ni revolucionario. Pero, sin decirlo, reivindica la inmensa obra de Marx, ahora en el ostracismo por pura ignorancia de lo que ha ocurrido durante la “revolución conservadora”. Por otro lado, es preciso advertir que al final del texto Piketty comete un serio error de perspectiva. Abraza un idealismo de justicia abstracta, y pretende sustituir la verdadera lucha de clases e intereses por el epifenómeno de la “lucha de ideologías y búsqueda de la justicia” (p. 1039). Pero no es un pecado mortal. Es solo la reivindicación de la utopía, la que se niega a desaparecer y reaparece para construir la resistencia.
*Comentario crítico del libro de Thomas Piketty (2020), Capital and Ideology. Cambridge, MA: Harvard University Press. Original en francés: Capital et idéologie (2019). Éditions du Seuil.