Capone: Cerebro majado
Cuando anunciaron que sería Tom Hardy pensé que no podía haber nadie mejor. Maquillado con tres cicatrices (así era) y arrugas, el actor, cercano a la edad a la que murió Capone, se echa a cuestas la historia del gánster después que sale de las cárceles de Atlanta y Alcatraz. Diagnosticado con sífilis terciaria, y luego de varias estadías en hospitales y centros médicos, se retiró a su mansión de Palm Island, cerca de Miami. El filme, escrito y dirigido por Josh Trank, recurre a una serie de sueños y visones que le provoca a Capone su enfermedad. Estas incluyen imágenes de su niñez y de sus relaciones familiares cuando, huyéndole al frío y al viento de Chicago, pasaba inviernos en Florida. Las situaciones médicas salen a relucir con frecuencia, pero añaden poco al desarrollo del filme, que es lento y a veces estático. Su mujer, Mae (Linda Cardellini) a veces lo mima, pero hay otras en que no parece entender que el hombre sufre de demencia y que su capacidad cognoscitiva se ha ido desapareciendo.
Hay unas llamadas misteriosas de un joven en Ohio a la casa Capone. Llama con cargos revertidos, pero siempre consiguen que alguien le responda a su silencio. ¿Quién es este joven? Al fin descubrimos quién es, pero para entonces, para darle acción y movimiento a la película, Capone ha tenido una fantasía en la que se ha vuelto el único perpetrador de la masacre de San Valentín. La masacre del día de San Valentín fue el asesinato en 1929 de siete miembros de la banda contraria a la de Capone. Los hombres fueron alineados contra una pared y baleados por cuatro asaltantes desconocidos que vestían como oficiales de policía. En su fantasía, ametralla los empleados que se encargan de los jardines y de las estatuas que cada vez más son comisadas por el FBI.
Capone supuestamente tiene un secreto; esconde un tesoro oculto. Como consecuencia de su demencia no está seguro de que tal cosa existe y, si es cierta, no se acuerda su paradero. Su médico (Kyle MacLachlan) está trabajando como informante del gobierno, pero tampoco produce nada que conduzca al paradero del dinero.
Lo que resulta del pésimo guion es una especie de parodia que tiene más que ver con un chiste de lo que se ha descubierto hace poco de la incapacidad del presidente de EE. UU. –no paga impuestos y está demente; los dos tiene el cerebro majado– que una visión de los últimos años de un criminal. Peor aún es que se nos quiere vender que tengamos compasión con un tipejo que lo mejor fue que desapareciera de la faz de la tierra. ¡Qué pena que Hardy se desperdiciara en un proyecto de tan poco valor!