Carta abierta al pastor que nos hizo sentir rotxs
Hola.
Me ha tomado un tiempo responder. Espero que tú y tu familia estén bien. Envío mucha paz y formas reveladoras del amor. Como imagino habrás escuchado, he tomado una distancia de la comunidad eclesiástica, en pos de mi salud mental. Estoy en un proceso de sanación, y por eso te escribo.
Sano las voces de líderes diciéndome que tenía un demonio adentro, las manos sobre los cuerpos de mis compañeros campistas, todo el afecto que no pude expresar por décadas. Sano tanta violencia, en nombre de tanto amor.
Me duelen aún profundamente los momentos en los cuales tu voz como pastor me hizo sentir que algo estaba roto dentro de mí, de nosotrxs, como comunidad, por nuestra naturaleza. Hoy por hoy creo en muchas cosas, menos en las que atentan contra mi dignidad humana, y me siento todavía muy herida por la forma en la que se hablaba de la comunidad LGBTTIQ+ en espacios religiosos y espirituales que liderabas, lideraban. Liderábamos, incluso, a veces, adoctrinados en un dogma que nunca nos amó.
Aun a pesar de ustedes, amo tanto como puedo. Todos los días, amo. Y silencio un poco más las voces que por décadas me dijeron que, como a mí me nacía, estaba mal –y prohibido– amar. Espero que la voz de lo que llaman Dios, Espíritu Santo, pueda revelárseles cada vez más como un instinto de amor y entendimiento sobre la multiplicidad de la naturaleza humana.
Cientos de jóvenes cristianos se suicidan en el mundo todos los días, porque los líderes en quienes confiaron, no pudieron ver más allá de lo que decidieron tercamente predicar. Es una irresponsabilidad tan grande. Lo recuerdo, y somatizo. Nos vulnerábamos en espacios íntimos, merecíamos que alguien nos cuidara, sin hacernos sentir que estábamos rotxs. Duele como no imaginas. Y aspiro a un mundo con menos dolor; y más abrazos de sanación.
Por eso también te respondo.
A veces pienso en tu hija, y duele también pensar que quizá ella también crecerá y un día pensará que estoy rota; cuando sé, que voy entera por la Humanidad, haciendo lo mejor que puedo para hacer de este tiempo un mejor lugar. Y va tu Dios –mi Universo, ancestras, Tierra– amando conmigo. Aunque tantas, pero tantas personas que amamos, insistan en devolvernos justo lo contrario.
Esa misma fuerza a la que llaman Dios, me sacó de una comunidad que me laceró creyendo hacer justo lo contrario. Han sido años muy dolorosos de desapego y luto vivo, de afectos que sentí familiares por mucho. Cada domingo que me levanta la melancolía, recuerdo que lo que duele no es lo que ya no tengo, sino lo que esperé, durante mucho, allá adentro, poder tener. En balde. Cuando me fui, a nadie le importó.
Gestiono disculpas que nadie me pidió.
Me falló una Institución entera, como me falla el Estado todos los días, cuando nos matan y no pareciera importarles, cuando se nos duda en los cuarteles, cuando se prioriza nuestro color de piel antes que nuestro derecho a la vida, el atuendo de nuestro cabello antes que nuestra inteligencia; cuando no se lee la historia de mis ancestras en las escuelas, cuando le queman la cabeza a las niñas para que luzcan como las representaciones que sí tienen lugar en los manuales educativos de este país, cuando no se investigan nuestrxs muertxs con los mismos recursos que al resto.
Cuando miles nombran con pronombres equivocados a mi comunidad, el responsable es el Estado, que nos invisibiliza desde el lenguaje. Cuando una campaña de corte racista se difunde a millones, sumando una representación más en el imaginario de niñas que lo verán y en alguna parte sentirán dentro de sí, en algún momento, que algo siempre anduvo mal en ellas por cómo nacieron, el responsable el Estado.
Pero cuando un pastor les dice a niñxs y adolescentes que su identidad es un demonio que les ha corrompido, la responsable es la Iglesia, que no les protege. La niñez, la adolescencia, son espacios formativos. Si alguien me hubiera dicho por primera vez a los 25 años que mi comunidad lleva un demonio dentro, fumaría un cigarrillo, sonreiría un tanto y le diría que no es uno, que son varios, cientos, miles de espíritus que nos elevan dentro, cuando tantos intentan enterrarnos afuera.
Respondería también, que no son demonios, sino demonias, demonies, y que de todxs tengo unx favoritx, y le convoco barriendo hojas secas. Revolotea el viento y siento cómo me eleva. Giramos juntxs y conjuramos romper pavimentos poco cónsonos con nuestra hambre de verdad, amor y sagacidad.
Pero tus discursos los escuché cuando era una niña, y luego durante la adolescencia; tu violencia llegó antes que supiera cómo cancelarla, defenderme o ignorarla. Éramos niños. Niñas. Niñxs. No teníamos la dosis suficiente de palabras, maldad, contexto y amor, para escuchar sin que nos laceraran. Lo he dicho mil veces y me redundo sin reparo: no creo en la culpa, creo en la responsabilidad, y los responsables son -siguen siendo- ustedes: basta, por favor. Aún hay niñxs allí.
Esta semana se conmemoraron 30 años, desde la eliminación de la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales por parte de la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud: el Día Internacional Contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia. Fue domingo, y pensé, mientras escribía, que en ese mismo instante, un pastor, capaz y tú mismo, podría estar asegurándule a algúnx niñx que estaba “roto”. Y rabio.
Hace años que no te veo. Ojalá te haya cruzado el tiempo como solo él sabe, y puedas leerme con alguna suerte de empatía por el dolor ajeno, una onza de respeto por la dignidad humana.
Pasé años reprimiendo esta carta. Deteniendome al asomo de la lágrima. La rabia tiene su letra, y a algunas cartas solo las sabe escribir el tiempo. Pero hoy, luego de tanto, no te escribo llorando, sino soltando.
Saltando.
A un vacío infinito, precioso, repleto de galaxias y pintas de luz, que siempre fueron más cónsonas con el amor, que el horror que nos contaron.
Bendiciones de sol.
Alejandra Rosa
17 de mayo de 2020
San Juan, Puerto Rico
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Ejercicio de escritura creativa, que parte de una carta enviada el 15 de mayo de 2020, a uno de los pastores que me hizo sentir rota por décadas. Lo que le escribí a él, es para él, pero lo que apalabro aquí, le trasciende como individuo: son destinatarios de esta carta todos los pastores y líderes religiosos que a diario nos violentan.