Carta/elegía a Pedro Marbán
Querido compadre Pedro:
Pasaste hoy de madrugada a despedirte… y hasta conseguiste despertarme, como lo hacías usualmente con tus llamadas telefónicas por la mañana. “Al pedo pero temprano”, como diría el general Perón me repetías graciosamente cuando sabías que me estabas levantando.Son tantas las cosas que quiero compartir que empezaré por el principio, cronológicamente, cuando nos conocimos allá por 1985 en Puerto Rico, en la barra del restaurante Oasis de la Ave. Ashford en el Condado.
Cuando me escuchaste hablar me preguntaste: ¿Argentino? “Si, pero no ejerzo” te dije y desde entonces me robaste la presentación. Cuando dije periodista, de Rosario, tu amigo Boscacci me forreó un poco… claro, ustedes eran periodistas de Buenos Aires, y yo un ‘cabecita negra’, pero a los tres nos corrió la junta militar a principios de los 80 y desde allí nos ató el destino.
Nos volvimos a ver un par de veces después en los pasillos de Wapa TV, donde alternabas con amigos artistas que representabas tras abandonar la profesión. Entre ellos te recuerdo negociando novelas para Ricardo Bauleo, German Krauss y Pablo Alarcón, entre otros que vinieron a Puerto Rico.
Más tarde nos encontramos en el Parque Central, donde yo jugaba fútbol y tú le dabas al tenis. La vida nos llevó de viaje y cuando regresé de España te encontré enamorado de esa señora con rizos y una sonrisa tan grande como su corazón: era Lizette, quien te ancló definitivamente en la Isla del Encanto.
Siempre recuerdo que nuestro común amigo Carlos Durbayan me dijo una vez que nunca había visto a un hombre mirar con tanto amor a su mujer como Pedro a Lizette, algo que comprobé permanentemente desde ese día hasta ahora.
Después el destino nos cruzó en el oficio, te fuiste a trabajar a Noticias del Mundo en Nueva York y yo escribía para la competencia: El Diario/La Prensa. De regreso en Puerto Rico nos cruzamos de nuevo en un espectáculo de tango y terminamos hablando de tu viejo, el gran bandoneonista de orquestas típica y del mío, gran declamador del Malevo Muñoz y bailador de tangos sin descanso.
La enfermedad de tu padre te hizo regresar a Buenos Aires unos meses a cuidarlo en sus últimos días. De allí volviste con los cuentos de la revista Flash y tus amigos y colegas de siempre, los Jacobson, Daniel Cechini y otros que te dieron refugio y calor en esos días.
En 1995 escribiste una novela para un canal de Miami…. Cuando te pregunté cómo les iba, me respondiste con tu sarcasmo: “No llegamos ni a fracaso”. Ese humor negro nos unía sobremanera, lo mismo que los cuentos del origen de nuestros barrios humildes: la Paternal (el tuyo), Pichincha (el mío).
Recuerdo que esa argentinidad de darnos un beso cuando nos veíamos causaba estupor en la redacción de El Nuevo Día, donde los macharranes de turno se reían sin disimulo de nuestro afecto. Ese periódico al que criticabas sin cesar por la escritura superficial y léxico retorcido. Tuve que recordarte muchas veces que nos forjamos en redacciones y estilos diferentes. En esta hermosa isla, donde el idioma español estuvo prácticamente prohibido por 30 años y donde de 150 canales de televisión por cable, sólo 10 eran en castellano; pensar, hablar y escribir en español era una obra de rebelión histórica a la que se le puede permitir algo de licencia poética te conté hasta que lo entendiste a regañadientes. “La calidad no puede renunciarse” fue tu respuesta una y otra vez (y eso te costó la salida de otro centro de noticias hace pocos años).
Esas cuitas periodísticas eran parte de nuestra conversación diaria. “Si yo hubiera escrito eso, mi jefe me hubiera dicho pibe, andá a vender zapatos, esto no es lo tuyo”… otra máxima del capo.
Cuando empezamos en Primera Hora, en 1997, al salir de una reunión me dijiste por lo bajo: “Qué hacemos afiliándonos a un sindicato de empleados del acero. Esta unión nunca va a hacer una huelga por nosotros”. Profético.
Fue para esa época en que Lizette Pérez comenzó a publicar sus columnas en Primera Hora, donde el celoso director chileno de entonces decía que nunca lo invitaban a comer a esos lugares. Parece que el sentimiento fue heredado pues con los años otro director terminó censurándola. “Estos directores parecen más gerentes que periodistas”, solías decirme con añoranza. Es que estábamos acostumbrados a otra escuela, aquella donde los directores se iban con el diario recién salido de la prensa bajo el brazo.
Aquellos primeros años de Primera Hora en realidad fueron muy divertidos y de gran desafío profesional. Hicimos un diario desde cero, enseñando el oficio tal como lo aprendimos y en eso Pedro, fuiste un socio ideal; siempre del lado del más débil, con un buen comentario por las nuevas contrataciones. “Este pibe… esta piba, van a ser buenos, tienen madera; les gusta aprender. Buen ojo tenés” me decías. Y hace poco hicimos un recuento de esos pibes y en realidad salieron todos buenos… no nos equivocamos Pedro. Y recuerdo que tu lucha por la justicia llegó también más arriba, como cuando un director renunció y planteaste la sucesión natural…. Pero llegó otro chileno.
En el primer aniversario de PH acaparaste a Antonio Luis Ferré, quien estaba fascinado con tu historia sobre el cierre del diario Perfil de Fontevecchia. Todos querían su atención, pero el hombre escuchó tu historia por casi media hora tomando, ambos, un Pinot Grigio, que cuando se acababa levantabas la mano y pedías otro al grito de “Waitresssss!!” jajaja la cara de los presentes nunca se me olvidará.
Peleamos juntos en todos los frentes. Recuerdo cuando a fines de los 90 don Carlos Castañeda intentó seducirme para llevarme de regreso al diario La Capital, en Rosario, que acababa de rediseñar y la oferta era increíblemente buena… pero como sabías que estaba peleando la custodia de mi hijo más pequeño me hablaste como el hermano mayor que no tenía. Gracias amigo porque nunca me arrepentí de esa decisión.
Cuánto nos divertimos haciendo ese periódico, festejando el triunfo de las portadas más vendidas, de las historias más desafiantes, con los titulares más novedosos que podíamos crear…
Hasta que un día se acabó la fiesta. Diez años después una mente ponzoñoza nos declaró “prescindibles” para poder trepar en la escalera del poder. Había que empezar de nuevo, pero tenías 60 años y el mundo giraba de otra manera. Lo que ayer te funcionó, hoy ya no rinde.
Luchaste con uñas y dientes por salvar tu casa de Humacao, a la que le quedaba poco tiempo por saldar. Idas y venidas al banco, Seguro Social anticipado, laburitos acá o allá y los pocos ingresos que se van como agua entre los dedos. Tranquilo, Pedro, la peleaste hasta el final junto a Lizette, pero los bancos y el sistema fueron implacables. Creo que esa estaca fue muy fuerte.
La única vez que te escuché decir algo agresivo fue en esos días cuando me dijiste que querías encontrarte “con el gordo que nos hizo echar y patearle las bolas”…
Hace unas semanas te llamé para ir a la playa juntos, pero tenías un solo carro y poca gasolina…. Los amigos nos movimos, aparecieron un part-time acá, otro allá, y la luz del vil verde papel comenzaba a verse al final del túnel.
Creo que el Barba te “chupó” porque te vio soñando con un mundo más justo, sin dinero y con la belleza de tu sonrisa en todas nuestras caras. Para eso necesita un escriba como vos… que nos prepare ese libreto. Seguro que ya mismo lo vemos reflejado en nuestra realidad.
Dicen que las almas penan cuando nadie las recuerda. Estoy seguro que este no será tu caso, pues tu recuerdo vive en el amor de nuestros corazones.
Un abrazo grande compadre, desde lo profundo de mi ser te deseo un buen viaje.
Tu amigo. Claudio