Cheo en Nueva York
Yo era estudiante universitario, sin embargo desde mucho más joven ya había sido músico, habiendo grabado varios discos de larga duración y acompañado cantantes de diversos géneros. Ese año lancé un disco de larga duración para un sello disquero argentino que buscaba incursionar en el género de la Salsa; la disquera ya contaba con artistas de la talla de Raphael, Los Ángeles Negros, entre otros. Ese semestre había tomado una licencia para, supongo, “encontrarme a mí mismo” ya que me sentía incómodo en ese ambiente universitario para el cual nunca fui preparado.
Entré a la universidad con el primer grupo de estudiantes boricuas, aproximadamente veinte en total, admitidos al primer centro docente del estado de Nueva York. Por «acción afirmativa» por supuesto. El estado que dice contar con la ciudad “melting pot”, es decir, donde todas las culturas se mezclan para formar una, y que contaba con cerca de un millón de boricuas, sin hablar de los demás latinos, administraba un primer centro docente que seguía institucionalmente segregado. Los demás centros principales del sistema universitario no eran la excepción.
Los afrodescendientes del estado de Nueva York corrían la misma suerte, escuelas inferiores con tasas elevadas de deserción, lo que hacía imposible la admisión a universidades del estado. Estoy describiendo la región noroeste de Estados Unidos, cuna del intelectualismo liberal, no al notorio sur segregado. Estos años, sumando además mi crianza en el llamado “Fort Apache” de los años 50 y 60 formaron, sin duda, mi interés en los derechos civiles de sectores marginados y vulnerables. Participaba en protestas y manifestaciones sobre acción afirmativa en la admisión de sectores minoritarios a la universidades, la Guerra de Viet Nam y el reclutamiento militar obligatorio, así como la ocupación militar de Culebra y Vieques. Además sumamos nuestras voces en contra del racismo y la segregación de los afrodescendientes estadounidenses.
Tan pronto entramos a la universidad, como buenos boricuas comenzamos el proceso de criollizar una universidad que nos ignoraba y tan solo nos toleraba. Ni modo, ya nos habían admitido. La primera invasión boricua a Albany en los años 70 llegó en la forma del Grupo Taoné, un conjunto de músicos activistas: Roy Brown, Andrés Jiménez, Pepe y Flora, Frank Ferrer. Demás está decir que la actividad fue como cavier para Boricuas que nos empeñábamos en asegurar nuestra propia identidad, más allá de la que se nos imponía.
La segunda ola de invasión boricua a la Universidad de Nueva York en Albany, la capital del estado, la compuso Ray Barreto, Ismael Miranda, mi amigo el difunto Rafi Pagán y varias orquestas con las que había grabado. No faltó Cheo Feliciano, con quien compartí como director musical y trompetista en los conciertos promocionales de 1972. Recuerdo que Cheo me hablaba de Cocó, su compañera de la vida; a quien tuve la oportunidad de conocer a principio de los años 80 en mi única vista a su hogar en Cupey.
Luego de los conciertos en Filadelfia regresamos a Nuevo York, donde yo residía, y Cheo me invitó a que lo acompañara en el “New York Sheraton” donde se hospedaba. Allí cenamos juntos en su habitación y nos sentamos a ver una película titulada “A Man Called Horse” protagonizada por el actor Richard Harris. El próximo día regresé a mi apartamento en el Bronx y Cheo a su hogar en Puerto Rico. Lamento no haber establecido una relación de amistad con Cheo; sin embargo esa experiencia definió en parte mi trayectoria profesional. Hablamos de un hombre que a mi modo de ver fue grande, no solo por su música, sino primordialmente por su humildad. Lo recuerdo como un verdadero caballero, y por lo que representaba para muchos jóvenes boricuas que buscaban redefinirse a ellos mismos contra las adversidades de la vida y los prejuicios que enfrentaban.
Recuerdo a Cheo, como recuerdo a mi hermano y muchos otros que contrario a él no ganaron su batalla contra las adversidades que enfrentan los boricuas en la diáspora y en los barrios marginados de Puerto Rico. Sin embargo, estos siempre serán también recordados, porque todo ser humano es importante y siempre deja algo de sí sobre esta tierra. Nos sirven de inspiración.
El legado mayor que deja Cheo, es Cheo mismo; ejemplo de superación contra adversidades que sirve de inspiración para todos los jóvenes y no tan jóvenes que enfrentan adversidades, buscan redefinirse y superarse. La música de Cheo Feliciano se queda para el disfrute de futuras generaciones y como recordatorio de una persona llamada Cheo que inspiró a otras a dar la batalla contra su “triste problema”.
Recordando a Cheo.